COMENTARIO EXEGÉTICO-ESPIRITUAL DEL DOMINGO DE PENTECOSTÉS
28 de mayo, 2023
P. Raúl Moris,
Prado de República de Chile
Del libro de los Hechos de los Apóstoles
Al llegar el día de Pentecostés estaban todos reunidos en el mismo lugar. De pronto vino del cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la casa donde se encontraban. Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía expresarse. Había en Jerusalén judíos piadosos, venidos de todas las naciones del mundo. Al oírse este ruido, se congregó la multitud y se llenó de asombro, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. Con gran admiración y estupor decían. “¿Acaso estos hombres que hablan no son todos galileos? ¿Cómo es que cada uno de nosotros los oye en su propia lengua? Partos, medos y elamitas, los que habitamos en la Mesopotamia o en la misma Judea, en capadocia, en el Ponto y en Asia Menor, en Frigia y en Panfilia, en Egipto, en la Libia Cirenaica, los peregrinos de Roma, judíos y prosélitos, cretenses y árabes, todos los oímos proclamar en nuestras lenguas las maravillas de Dios.
(Hch 2, 1-11)
Comentario
Siete semanas después de la primera luna llena de primavera- el Pueblo de Israel celebraba Pentecostés, la Fiesta de las Semanas o Ha Shavuot, antigua fiesta de las primicias, en la que se le ofrecía a Dios los granos nuevos, promesa de que la tierra nutricia sería generosa en la cosecha. Con el correr de la Tradición, y la salida de Israel desde Egipto, también se conmemoraba en esa misma noche, el día 14 del mes de Nisán, al cumplirse el día 50, se comenzó a celebrar una nueva primicia, esta vez, de parte del Señor: la Alianza hecha en el monte Sinaí entre el Pueblo y Yahveh, su Dios, Alianza sellada con la entrega de la Torah, la Ley.
Ha Shavuot, constituye una de las fiestas grandes del pueblo de Israel, una, entre las que, quienes podían, debían realizar la peregrinación anual a la Ciudad Santa, cumpliendo así con el voto de visitar el Templo, fiesta que , por tanto, movilizaba a los judíos de la Diáspora, la dispersión, que desde los tiempos del Exilio, hacía ya cinco siglos, había resultado con el asentamiento de comunidades judías por toda la cuenca oriental del Mediterráneo, comunidades que conservaban la tradición de los padres y la Ley, pero se relacionaban y comerciaban en las lenguas locales, que para muchos de sus miembros, constituían ya sus lenguas Maternas.
Esta es la fecha en la que el libro de los Hechos de los Apóstoles sitúa el acontecimiento que va a señalar el punto de partida del ministerio de la Iglesia, acontecimiento que es al mismo tiempo Primicia, confirmación de la Alianza definitiva e indisoluble entre el Dios y los hombres -entre Cristo y su Iglesia- y Misión que habrá de diseminar a la Iglesia para que la buena noticia alcance a toda la humanidad dispersa por el mundo entero.
Primicia, porque acontece en el inicio de la Iglesia temprana, fruto primero de la Resurrección; Alianza definitiva que revela el sentido de la Antigua Alianza como su prefiguración y preparación, para la Misión de anunciar al por toda la tierra y hasta el final de los tiempos, que el momento del Señor está maduro y ha decidido salir a nuestro encuentro.
El misterio que se nos revela en Pentecostés es el de la libertad de la iniciativa de esta presencia misteriosa de Dios que inundará para siempre la vida de la Iglesia, de la polifónica, polícroma y multiforme riqueza del Espíritu Santo derramado sobre los Apóstoles para animar a los creyentes hasta el último día.
Discípulos y Apóstoles aguardaban juntos el cumplimiento de la última promesa del Señor, tal como era la voluntad de Jesús, según Lucas nos cuenta en el relato de la Ascensión, al final de su Evangelio. Esperaban, sin saber bien qué, ni cuándo, ni cómo, iba a acontecer en este envío prometido; por pura fidelidad y obediencia al amigo; permanecían en oración y en comunión con su tradición; mantenían la esperanza, habiendo ya restaurado el número original de los Apóstoles, los Doce, roto por la deserción y muerte de Judas, incorporando a Matías; en Pentecostés estaban juntos para celebrar el recuerdo de la Alianza, sabiéndose hijos y herederos de ésta, en la que se nutría toda el peregrinar del pueblo de Israel.
Y la iniciativa del Señor se reviste con la marca de la novedad sorprendente: una vez más irrumpe el Mismo que les había abierto los ojos y el corazón al misterio de la Resurrección; pero ahora se trata de la presencia viva de ese Espíritu de Dios, que escapa a toda definición, que sólo puede ser aludido mediante imágenes elusivas: las mismas con las que el Antiguo Testamento registraba el actuar de Dios desde el relato de la creación: Viento, Fuego, Agua que fluye: Soplo de Dios que agita sus alas sobre las aguas tumultuosas del universo que se gesta en confusión, Hálito de Dios que insufla vida sobre toda carne, Fuego inextinguible del Señor que le anuncia la liberación a Moisés, Viento de Dios, que separa las aguas del Mar Rojo en la epopeya de la liberación, Fuego y Nube del Señor, que conduce al Pueblo de Dios y confunde a sus enemigos, Fuego y Nube que vela y revela, que manifiesta y oculta Su Presencia en la Morada, en la Tienda del Encuentro; Brisa de Dios, reconocida por los profetas como Presencia Suya, sutil y sin embargo, elocuente; Fuego de Dios que purifica los labios del profeta y los arrebata en visiones; Torrente de Agua que brota del Templo y hace fértil el desierto; Lluvia de Dios que riega la estepa y anuncia la presencia del Justo; Manantial de Agua viva que brota de la entraña del Señor y despierta en el que se abre al Don de Dios la fuente inagotable que fluye hasta la Vida Eterna; Agua bautismal que purifica y regenera… Ésta es la Presencia que van a experimentar los Apóstoles y Discípulos reunidos en oración, Presencia que va a inflamar la vida de estos hombre y mujeres y los va a convertir en testigos del Resucitado.
Iniciativa del Señor que asiste a su nuevo pueblo, la Iglesia y la quiere Una y Diversa: los discípulos perseveraban unidos en oración; pero sobre ellos el Espíritu Santo se derrama distintamente; el Espíritu desciende sobre todos, sobre la Iglesia entera, pero según el querer de la gracia para cada uno, y en la medida de la vocación y misión a la que cada cual está llamado.
Iniciativa de Dios que abre las puertas de la comunidad apostólica al mundo: hasta ese momento la actividad de la comunidad que estaba volviendo a ponerse en camino, a comprender el sentido y a cultivar la esperanza a partir de la experiencia pascual, parece ser una actividad de puertas adentro, al calor familiar de la casa común en donde todos los que pertenecen se reconocen en un mismo hablar y sentir; sin embargo el Espíritu quiere otra cosa: a la escena primera del relato, que acontece al abrigo de las paredes familiares, le sucede la irrupción de estos hombres venidos de todas partes, que sin duda eran capaces de hablar la lengua común: bien el griego o el arameo; pero que se encuentran con este primer signo del nuevo orden de cosas: cada uno los oía hablar en su propia lengua; en la lengua de las naciones, que los habían acogido en la Diáspora, en la lengua que hablaban naturalmente los que habían nacido ya lejos del paisaje que añoraban sus padres cuando los alcanzaba la nostalgia por Israel; el grupo de los discípulos y apóstoles, sale a la calle y se encuentra cara a cara con la expresión más patente de la diversidad querida por el Señor, y ante esta diversidad se encuentra con que el Espíritu Santo los ha capacitado para el anuncio y el envío.
No será necesaria una sola lengua común para poder proclamar la buena noticia del Señor, no se habrá de anunciar de un solo modo que Dios quiere hacer una Alianza sin exclusiones, no será necesario un ejercicio de uniformidad para que la unidad querida por el Padre tenga lugar con el concurso de toda la humanidad. La Iglesia recibe en Pentecostés la vocación de ser Una y Múltiple: un solo corazón, una sola alma, como dirá más adelante el mismo texto de los Hechos para hablar de la primera comunidad, pero que ha recibido del Espíritu el don de poder expresar esa unidad salvando todos los matices, todas las inflexiones que enriquecen la experiencia humana, la vida de los pueblos expresada en sus Voces.
Con Pentecostés se cierra la herida abierta en Babel, la ruptura del cielo con la tierra, la experiencia de la diversidad de las lenguas como fuente y ocasión de confusión, de malentendidos, de sobreentendidos, que siembran el dolor y enlutan la historia de la humanidad.
Con Pentecostés, la historia de este Dios en camino, en nuestra búsqueda, manifiesta cuánto ama también Él esta diversidad en la que florece pródiga la experiencia de los hombres y mujeres en el mundo, al punto de no querer forzar un solo modo de transmitirnos su amor, al punto de no querer restaurar una utópica lengua adámica, sino salir Él mismo -su Espíritu- abriendo los labios de los Apóstoles, para que puedan modular su Buena Noticia en todos los timbres de la voz humana, para que todos podamos decir, junto a esos hombres asombrados ante la puerta de la primera Iglesia: todos los oímos proclamar en nuestras lenguas las maravillas de Dios.
Raúl Moris G. Pbro.