COMENTARIO EXEGÉTICO-ESPIRITUAL
UN DÍA EN FAMILIA…
Domingo XVI del Tiempo Ordinario
Ciclo C.
17 de julio de 2022
P. Raúl Moris,
Prado de República de Chile
El Evangelio del Domingo:
“Jesús entró en un pueblo, y una mujer que se llamaba Marta lo recibió en su casa. Tenía una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra. Marta, que estaba muy ocupada con los quehaceres de la casa, dijo a Jesús: “Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola con todo el trabajo? Dile que me ayude”.
Pero el Señor le respondió: “Marta, Marta, te inquietas y te agitas por muchas cosas, y, sin embargo, una sola cosa es necesaria. María eligió la mejor parte, que no le será quitada”. (Lc 10, 38-42)
COMENTARIO
El evangelista Lucas nos presenta en este episodio familiar a un Jesús capaz de cultivar un tiempo de gratuita donación en la intimidad de un ambiente fraterno, una oportunidad de reconocer cómo se puede construir una comunidad cristiana, que se sustenta en la mutua acogida, y en la confianza, que permite crecer enfrentando, desde la certeza de la caridad como fundamento, las piedras de tropiezo con los que toda comunidad se encuentra en su caminar: malos entendidos, pequeñas o grandes rivalidades, desazones que con tanta facilidad enturbian los ambientes y pueden llegar a engendrar persistentes y corrosivos rencores.
Marta y María son dos mujeres como tantas que forman y sostienen nuestras comunidades, como tantas de las que, pacientemente, con perseverancia se esfuerzan en mantener viva la fe en los campos, en las poblaciones, en las casas, evangelizando al marido, al compañero, a los hijos, a la familia y al vecindario, en medio del sinnúmero de quehaceres cotidianos generados por la vida doméstica y del ajetreo de extenuantes jornadas de Trabajo.
Dos mujeres que no se distinguirían probablemente del resto de las de su aldea, ni por su saber, ni por su importancia, ni por ninguna otra particular característica, salvo por la generosidad de abrir las puertas de su casa para acoger a este Peregrino que les trae buenas noticias; salvo por la capacidad de entablar con este Peregrino una amistad que lo hace sentirse como en casa: Jesús está visitando esta casa, pero el ambiente no es “de visita”, el Señor parece sentirse cómodo en los lugares en donde la vida se desenvuelve a través de los pequeños ritos domésticos, allí se encuentra la cantera de sus experiencias que se transforman en enseñanzas: la mujer que echa levadura en la masa, la que, preocupada por la precaria economía, barre la casa a conciencia hasta encontrar la dracma perdida, la que zurce las gastadas ropas, el hombre que revisa sus baúles para seleccionar lo que le sirve y lo que hay que desechar, las pequeñas urgencias que entretejen el tapiz de la cotidianidad; una casa como cualquiera de las que abrigan las solicitudes de los pobres, y que lo invita con confianza a descansar del tráfago cotidiano, sin requerimientos, arropado en el cariño de los que han creado en torno suyo estos lazos de fraternidad y acogida.
Ambas son discípulas, ambas tienen un modo propio y legítimo de ejercer el discipulado: una mediante el diligente servicio de la dueña de casa que nunca considera suficiente las atenciones que puede ofrecer a sus invitados, la otra, con el oído atento a la palabra llena de vida.
Son éstas, sin embargo, dos mujeres singulares –de otro modo, la comunidad que se los transmitió al Evangelista no habría recordado sus nombres- singulares en la libertad con que acogen y se sienten acogidas por Jesús, aceptando con sencillez la invitación a ser discípulas y amigas del Maestro, singulares en la transparencia con la que asumen ese rol nuevo y sorprendente: una, María, a los pies de Jesús, sin preguntarse siquiera si éste será o no el puesto que le corresponde, sin preguntarse si a través de este gesto está lanzando un desafío que atravesará milenios de postergación; la otra, Marta, en la confianza de atreverse a llamar la atención del Señor y de dejarse interpelar por Jesús, para poder Crecer.
La visita de Jesús a esta casa no genera el ambiente tenso que produciría alguien ajeno; extraño a las minucias cotidianas que pueblan los quehaceres domésticos, uno, frente al cual, estas hermanas se sintiesen obligadas a asumir complicados gestos protocolares, a practicar la hospitalidad, gravándola con fórmulas y ritos de acogida; la visita de Jesús es una acción liberadora en la vida de estas mujeres; especialmente en la vida de María, que no tiene reparos en sentarse a sus pies como discípula; puesto vedado a las mujeres del pueblo de Israel –y vedado también hasta hace muy poco en nuestra Iglesia y en nuestra cultura- María no teme que el Señor la aparte de su lado recordándole las restricciones odiosas que pesaban sobre el rol histórico asignado a la mujer; ella descubre en Jesús al Maestro acogedor que reconocerá en ella el oído, la capacidad y la inteligencia dispuesta del discípulo, al Maestro que no mide ni restringe la amplitud de su palabra alentadora y salvífica sometiéndola a consideraciones ni de clase ni de género: la buena noticia es para pobres y ricos, habrá una enseñanza oportuna y precisa para los pequeños y los grandes, habrá de pronunciarse con claridad para levantar a los oprimidos, e iluminar las sombras del corazón de los opresores, habrá de proclamarse ocupando todos los registros de la voz humana para hacer plena la vida de hombres y mujeres llamados por el Señor a constituir un pueblo nuevo, una nueva alianza.
Por su parte, la llamada de atención de Marta a Jesús, su petición de auxilio, no oculta la carga de cansancio que está anidándose en ella, el peso que genera la sensación que en ella se incuba, de que su situación es incomprendida, de que sus esfuerzos no son acompañados –como ella cree que corresponde- por su hermana, Marta quiere una respuesta, y es capaz de exponerse, de mostrarse vulnerable, capaz de hablar desde sus necesidades, capaz de pedir ayuda con la violencia que se permite la urgencia; reconoce en Jesús al Señor, pero su señorío no la intimida, no la inhibe; requiere confianza para expresar su molestia, y la encuentra.
La réplica de Jesús goza de la misma transparencia, no hay aquí dobles sentidos, no hay sobreentendidos, no hay acusaciones veladas ni desautorizaciones, sólo la palabra precisa, la que revela una absoluta misericordia, un saber ponerse en el lugar del otro, sólo esa palabra clara, directa, que es una invitación a hacerse mejor, a crecer en el seguimiento, ha ponerse también ella en el puesto del Discípulo; esas palabra capaz de construir comunidad en la verdad y en la madurez del amor.
Raúl Moris G. Pbro.