CUADERNO DE VIDA
– Los abrazos del Verbo de Dios hecho carne –
P. Emilio Zaragoza.
Tula.
Llegué a celebrar la Santa Misa a la Capilla de San Mateo Apóstol y Evangelista en Tepeji del Río. A la puerta estaban de pie Josué Magaña, joven del Equipo de Comunicaciones de esta parroquia de San Francisco de Asís, y, una niña de unos 5 años. Josué me dijo, esta niña quiere aprender a persignarse, acto seguido, le dije a la niña, préstame tu mano, se la tomé y con su mano la persigné muy despacito diciendo las palabras en voz alta. Luego le pregunté su nombre, “me llamo Sofía”, ah, tu nombre es muy bonito y famoso.
Al salir de la sacristía para comenzar la celebración la vi sentada junto a su joven papá, quien tenía al otro lado a un niño más pequeño que Sofía. También su papá era imagen de la ternura de Dios. No había mamá. Estaban sentados detrás de todos los presentes. Después me dio la impresión de que el papá era un católico alejado no practicante. No lo sé en Verdad.
Al estar saludando a la comunidad reunida y diciendo el motivo de la celebración, veo a Sofía venir muy sonriente hacia mí, sube al presbiterio con lo brazos en actitud de abrazo, me inclino, recibo su abrazo, abrazándola yo también. Luego, al sentarme para escuchar la primera lectura nuevamente Sofía viene hacia mí repitiendo su abrazo en la misma actitud sonriente. Repitió su abrazo durante la celebración.
De ordinario suelo interrumpir mi conversación con los adultos cuando un niño o niña me dice o me pregunta algo correspondiendo siempre a los pequeños. Cuando toca entrar a la celebración por la puerta principal del templo, saludo especialmente a los niños que veo, aunque sea de lejos y a señas. Saludo a los ancianos en silla de ruedas y a los minusválidos, poniendo mi mano en sus cabezas. En esta ocasión también interrumpí la celebración para atender a Sofía cuando se acercó a mí.
El nombre “Sofía” lo relaciono siempre con la Basílica de la “Santa Sophía”, que existió en Constantinopla, que al caer en poder del Islam fue convertida en mezquita islámica y, ahora biblioteca en el moderno Estambul de Turquía. En otras palabras, el término “Sofía” lo relaciono con Jesucristo nuestro Señor en quien los primeros cristianos vieron a la “Santa Sofía” o Sabiduría encarnada. Entonces para mí esos abrazos que me daba la niña eran dobles, de la niña Sofía y de mi Señor Jesús. Yo estuve muy conmovido y emocionado en esa celebración por esos tiernos e inesperados abrazos. Ni siquiera pensaba nada, sólo vivía la suave ternura y dulzura divinas: “Gusten y vean qué bueno es el Señor…” (Salmo 34,9). En Jesucristo nuestro Señor, Verbo Encarnado podemos gustar la dulzura y ternura del Padre (cf 1 Juan 1,1-2). El Señor Jesús aprendió la ternura contemplando al Padre y recibiéndola de la Virgen María y de san José. A nosotros nos invita a aprender esa dulzura suya cuando nos dice, “…y aprendan de mí que soy dulce y humilde de corazón, y encontrarán descanso para sus vidas” (Mateo 11,29). Recibiendo la ternura del Señor, gozándola y compartiéndola en nuestra vida diaria encontraremos la paz, la alegría y la Felicidad.
Honradamente pienso que lo que yo di fue muy poco, simplemente detenerme a persignar a Sofía respondiendo a su deseo, expresado por medio de Josué. Pero recibí muchísimo. Así es el Señor Jesús porque así es el Padre.
Jesús, en su vida terrena hacía lo que le vio hacer al Padre. Lo dice el Evangelio según san Juan 5: “19…Les aseguro que el Hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino que hace lo que ve hacer al Padre; lo que él hace, el Hijo también lo hace. 20 Porque el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que él hace.”
He aprendido a hacer esto poquito, viendo al Señor Jesús, quien me muestra lo que hace y me enseña en el Santo Evangelio y en aquellos que son su imagen: laicos (de todas las edades), religiosas/os, presbíteros y obispos del pasado y del presente, como el Padre Juanito Gutiérrez y los Obispos Manuel Martín del Campo y Samuel Ruiz García, que conocí en León. Ellos sembraron en mí la semilla del Amor. A los del presente no los nombro para no omitir a nadie. También me ha enseñado cuando me han hecho una corrección directa o una alusión en otra persona.
En mi vida he aprendido que cuando yo he dado algo, el Señor me da muchísimo más, pues no se deja ganar en generosidad. El Señor Jesús, igual que el Padre, da con “liberalidad”, lo da todo: el Padre nos dio a su Hijo, su única riqueza y, el Hijo nos dio su vida totalmente, pues nos ama “hasta el extremo” (Juan 13,1), El “Tomen y coman” (Mt 26,26) de la Institución de la Santa Eucaristía lo realizó hasta el extremo… de su costado traspasado salió lo último que había de sangre, Juan 19,33-34: “33 Pero cuando llegaron a Jesús, al verlo ya muerto, no le quebraron las piernas, 34 sino que uno de los soldados le atravesó el costado con su lanza, y al instante salió sangre y agua.”
Una vez más recibí un enorme y bellísimo regalo de una pequeña y del Señor Jesús, una vez más fui enseñado por el Señor Jesús a través de Josué y la pequeña Sofía, a la que no he vuelto a ver, pues como dije, me dio la impresión que el joven papá era un católico alejado, que quizá fue invitado a esa celebración por quienes pidieron la Misa por su difunto.
“¡Oh Verbo! ¡Oh Cristo!
¡Qué bello y qué grande eres!”
¡Qué dulce y tierno eres!
Tú, “Mi Señor y mi Maestro”,
Enséñame a gustar
contemplarte continuamente,
A vivir volcado a ti,
Como tú vives volcado al Padre
Desde siempre y para siempre,
y, así aprender a transparentarte En
mi vida diaria.
María, Madre de la ternura,
Tómame en tus brazos cariñosos
y enséñame como enseñaste a tu Hijo Jesús, El
Verbo de Dios hecho carne.
Amén.