EL ESTUDIO DEL EVANGELIO
EN LA VIDA DE FE Y EN LA MISIÓN
Xosé Xulio Rodríguez F
“Permitan que condensemos brevemente en algunos párrafos lo mucho que tenemos en el corazón, para su momento presente y para su próximo futuro… Una orientación espiritual, en primer lugar. Ninguno ciertamente querrá impugnar que nosotros…llamados al ejercicio de la perfección y a la santificación de los demás, tengamos un deber inmanente y permanente de buscar para nosotros mismos la perfección y la santificación… No podemos eximirnos de la práctica de una intensa vida interior. No podemos anunciar la palabra de Dios sin haberla meditado en el silencio del alma. No podemos ser fieles dispensadores de los misterios divinos sin habernos asegurado antes a nosotros mismos sus riquezas. No debemos dedicarnos al apostolado, si no sabemos corroborarlo con el ejemplo de las virtudes cristianas y Sacerdotales.
Dichoso nuestro tiempo atormentado y paradójico, que casi nos obliga a la santidad que corresponde a nuestro oficio tan representativo y tan responsable, y que nos obliga a recuperar en la contemplación y en la ascética de los ministros del Espíritu Santo aquel íntimo tesoro de personalidad del cual casi nos proyecta fuera la entrega a nuestro oficio extremamente acuciante”
Paulo VI homilía inaugural en la II Conferencia del Espiscopado Latinoamericano en Medellín.
El Estudio del Evangelio ha sido una riqueza muy grande y uno de los dones más preciosos que Dios ha tenido a bien regalarme en mi vida de fe y en la vida apostólica.
Mi primer contacto con el equipo pradosiano de mi diócesis, a comienzos de los años ochenta, fue como un aldabonazo o como una iluminación. Hicimos un pequeño Estudio e Evangelio en equipo. Uno de los compañeros dio una breve instrucción sobre lo que es el Estudio del Evangelio y la forma de hacerlo. Lo que a mí me impresionó y me marcó fue el compartir lo que cada uno había reflexionado y meditado, cómo Jesús se nos revelaba y la actualidad del texto en el contexto y situación que cada uno estábamos viviendo. Esa pequeña experiencia fue como el aperitivo a partir del cual me fui introduciendo en este manantial fecundo e inagotable, que alimenta y reaviva el conocimiento y la adhesión a Jesucristo.
1. El Estudio de la Escritura
A primera vista la misma expresión, estudio, remite a un trabajo intelectual, con pequeñas incursiones en la exégesis, o también el estudio de unos textos tanto del Evangelio como del conjunto de las Escrituras que nos hablan de Jesucristo y de algún modo nos van acercando a Él.
Esta forma de estudio es valiosa y fructuosa, pero quizás es insuficiente para el que ha sido llamado a ser verdadero discípulo y apóstol de Jesucristo. Revela nuestro trabajo y nuestra iniciativa para conocer mejor a Jesús, para conocer su palabra, su mensaje, su forma de predicar y de realizar el anuncio del reino de Dios. Se trata de un trabajo y de un conocimiento racional, ilustrado o erudito, que da competencia para el ejercicio del ministerio Evangelizador.
Este estudio y este acceso frecuente a los textos sagrados permiten al estudioso conocer mejor la Escritura, citar y transmitir con mayor facilidad las mismas palabras de Jesús, y contribuye a tenerlas más presentes en el transcurso de la vida diaria.
Por esto mismo, una de las primeras preocupaciones al principio es conocer bien el método y asimilarlo. Para muchos, después de haber oído hablar del Estudio del Evangelio, inmediatamente surge la cuestión: ¿cómo se hace? ¿Cuál es el método?
Es verdad que el Estudio del Evangelio tiene una metodología concreta, aunque flexible, que ayuda a entrar en su originalidad y a alcanzar el gran objetivo, que es el conocimiento de Jesucristo. No toca en este momento hablar del método, pues disponemos de otros espacios y escritos que lo explican. Sin embargo, es muy importante tener en cuenta, que el Estudio del Evangelio, parte de una pregunta que hacemos al Evangelio, que tiene como centro y objetivo fundamental el conocimiento de Jesucristo en la fe.
En este ejercicio es muy importante tener en cuenta esta transición, que es fundamental: el paso del texto escrito a la persona de Cristo resucitado que habita toda la Escritura. Dicho con otras palabras, el paso del estudio de lo que dice un texto escrito, al conocimiento de la persona de Jesucristo, el conocimiento de la fe, lo que implica el encuentro personal, la relación, el diálogo de la fe.
La forma de preguntar al Evangelio va cambiando según nos vamos adentrando en el conocimiento de la persona de Jesucristo. Al principio uno tiende a buscar la eficacia pastoral, encontrar en el Evangelio luces o medios para una acción pastoral más eficaz. Es cierto que algo de esto se encuentra haciendo estudio del Evangelio, pero el punto de partida no es lo que yo tengo que hacer, sino quién es Jesucristo; no es tanto qué dice el texto, sino quién lo dice, es decir, la persona del Maestro a la que busco conocer y dejarme configurar por él.
Lo importante de estos primeros pasos en el estudio de la Escritura es el proceso de cambio en los que inician este camino: de hacer un estudio de las Escrituras a ser un estudioso de Jesucristo. Es el estudio que realiza una persona que se ha apasionado por conocer lo mejor posible a alguien que le ha cautivado, que le ha seducido, que le ha llamado y que vive para él. Se trata de un estudio estrechamente ligado a la dimensión afectiva, a las razones del corazón y del amor. Responde a un atractivo interior y a una verdadera pasión.
2. El conocimiento de Jesucristo
Queda ya bien reseñado que la pretensión y finalidad del Estudio del Evangelio es el conocimiento de Jesucristo. En el Prado hemos acuñado esta expresión, pero su fundador, no habla de Estudio del Evangelio, sino de Estudio de Nuestro Señor Jesucristo. Es muy importante esta precisión. Yo, en mi itinerario espiritual y apostólico, he intentado también incorporar este matiz que es esencial. El Estudio del Evangelio tiene como objetivo fundamental el conocimiento de Jesucristo.
Cuando se inicia un Estudio del Evangelio, cuando se plantea la pregunta es muy importante tener en cuenta y formularla en la dirección que nos permita adentrarnos de una forma más clara y explícita en el conocimiento de Jesucristo, en alimentar y hacer crecer el gran regalo de la fe.
Para el P. Chevrier, todo parte del conocimiento de Jesucristo, tanto en la vida de fe como en la realización de la misión apostólica. Desde esa misma convicción yo también me acerco al conocimiento de Jesucristo estudiando las Escrituras, pero también a partir de la Eucaristía y de la oración. Yo trato también de acoger y asimilar ese principio tan claro y revelador de A Chevrier: “Conocer a Jesucristo lo es todo. Todo se contiene en el conocimiento que tengamos de Dios y de Nuestro Señor Jesucristo… Ningún estudio, ninguna ciencia ha de ser preferida a esta. Es la más necesaria, la más útil, la más importante, sobre todo para aquel que quiera ser sacerdote, su discípulo” (VD 113; DV 25).
Este estudio y esta ciencia del conocimiento de Jesucristo revisten un carácter especial. No se sitúan en el orden académico, racional o discursivo, sino en el orden espiritual y teologal. En el orden espiritual, porque el Estudio del Evangelio es ante todo una experiencia espiritual, es decir, es una obra del Espíritu en nosotros que nos lleva a conocer más plenamente a Jesucristo, como apunta el IV Evangelio: pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho (Jn 14,26). El Espíritu es quien nos conduce a la verdad plena y quien forma a Jesucristo en nosotros, como un día lo formó en María en el misterio de la encarnación. Por esta razón decimos que el Estudio del Evangelio es espiritual, porque se trata de una lectura, de un estudio hecho en el Espíritu que es nuestro maestro interior.
El conocimiento de Jesucristo es obra del Espíritu Santo en nosotros, por esto mismo el carácter pneumatológico del Estudio del Evangelio es fundamental y siempre lo tenemos muy presente, tal como lo subraya A. Chevrier: “He pedido a nuestro Señor y lo sigo pidiendo todos los días que os llenéis de su espíritu, que el estudio de Jesucristo sea para vosotros un estudio muy querido en vuestros corazones, que todo vuestro deseo sea conformar vuestra vida a la del Maestro” (Carta 80; VD 225). Este estudio animado por el Espíritu, nos modela y nos configura con Cristo y hace al discípulo cada vez más semejante al Maestro.
El Estudio del Evangelio está también muy estrechamente ligado a la oración. Los sacerdotes mostramos dificultades y a veces buscamos justificaciones ante el déficit de oración en nuestra vida de cada día. Los pradosianos experimentamos lo mismo no solo respecto a la oración, sino también con relación al Estudio del Evangelio. Fácilmente la falta de tiempo y la acumulación de actividades pastorales corren el riesgo de convertirse en una falsa coartada para justificarnos. Por esto mismo, la práctica del Estudio del Evangelio, como la oración, siempre será un combate.
La oración y el Estudio del Evangelio reflejan la importancia y el protagonismo que le dejo a Dios en mi vida y en la acción pastoral. Cuando la oración o el Estudio del Evangelio son escasos o muy puntuales, quiere decir que estoy muy centrado en mí mismo, en mis iniciativas en lo que yo soy capaz de hacer. Si la oración es frecuente y habitual y el Estudio del Evangelio es constante, eso quiere decir que le estoy dando protagonismo e iniciativa a la acción de Dios. El Estudio del Evangelio está estrechamente relacionado con la oración y es además una experiencia espiritual. Este estudio, pasado por la oración, evita el riesgo de hacer un estudio intelectual o discursivo, para entrar en el diálogo de la fe en el que el Señor se revela y se da a conocer a través de su Palabra.
Yo encuentro una fuerte interacción entre el Estudio del Evangelio y la oración. Esto es algo que encontramos en A. Chevrier. Estudio del Evangelio y oración se reclaman y se fecundan entre sí. La oración, como el Estudio del Evangelio, busca el conocimiento y el encuentro personal con Jesucristo, y se basa en este estudio, es decir, en ese conocimiento espiritual: “En la oración, el conocimiento de Jesucristo debe ponerse antes que todo… La base de la oración es el estudio de Nuestro Señor Jesucristo” (Ms 9/2d). Esto se experimenta en la realización del Estudio del Evangelio. Muchas veces, haciendo este estudio, brota la acción de gracias, la alabanza a Dios, la súplica de la gracia de la conversión o de la intercesión por determinadas personas. La oración, el contacto con Jesucristo lleva a un mayor conocimiento de su persona y a emprender o iniciar nuevos estudios del Evangelio.
3. El Estudio del Evangelio es un trabajo pastoral
El Estudio del Evangelio, el conocimiento de Jesucristo alimentan la fe, la vinculación a Jesucristo y renuevan la decisión de seguirle más de cerca, de ser verdaderos discípulos. Pero el Estudio del Evangelio no tiene únicamente una dimensión individual, ni se ocupa solo de cultivar la fe personal, sino que tiene una dimensión pastoral y apostólica. Se trata de conocer a Jesucristo para darlo a conocer.
La misión que se nos ha confiado es anunciar la Buena Nueva del Reino a todas las gentes, teniendo a los pobres como los primeros y preferentes destinatarios de este anuncio. Este es el gran reto de nuestra misión: ¿Cómo realizar el anuncio del Evangelio en este contexto postmoderno que muchos llaman también postcristiano? Estamos atravesando unos tiempos complejos para la evangelización. En esta encrucijada volver a Jesucristo, enraizarnos cada vez más en él, en su evangelio es, sin duda, una fuente de luz y de dinamismo misionero. Un buen punto de partida para realizar la acción pastoral es el Estudio del Evangelio en íntima conexión con la oración apostólica.
La búsqueda de la eficacia pastoral y apostólica que pretendo obtener tiene su fundamento y su fuente en el conocimiento de Jesucristo, puesto que la acción apostólica, si quiere ser eficaz con la eficacia de Dios, ha de nacer de la escucha, de la oración, del amor, de la conformidad con Jesucristo. Conocer bien a Jesucristo para poder anunciarlo y darlo a conocer, eso es lo único necesario. Esta necesidad es más fuerte y perentoria en estos tiempos que estamos viviendo en los que no nos sirve el modelo de cristiandad, que aún está coleando, y necesitamos abrir caminos nuevos al Evangelio en una sociedad que se presenta como autorreferencial y autosuficiente. En este contexto percibo que para centrame en la misión y en el seguimiento del Maestro, es necesario cuidar mucho la configuración con Jesucristo y dar prioridad a lo que es primero tal como nos recuerda A. Chevrier: “El conocimiento de Jesucristo, la oración, es lo primero que hay que hacer para llegar a ser piedras vivas del edificio espiritual de Dios. Solo puede permanecer lo que tenga a Jesucristo como fundamento” (VD 103). Con unas palabras muy similares Benedicto XVI expresa esta misma experiencia y convicción del fundador del Prado: “Nada hay más hermoso que haber sido alcanzados, sorprendidos por el Evangelio de Cristo. Nada más bello que conocerle y comunicar a los otros la amistad con él (Sacr.Ch 84).
Intento hacer realidad en mi vida esta expresión que en el Prado resulta ya muy corriente y familiar: el Estudio del Evangelio es nuestro primer trabajo pastoral. Siempre hay una distancia o una diferencia entre el deseo, el planteamiento y la realidad concreta. Pero este es el combate permanente que hay que librar cada día para reducir dicha distancia. Además, uno es consciente da la gran riqueza que atesora el Estudio del Evangelio tanto para la vida personal como para la vida de las comunidades a las que servimos este gran don.
El Estudio del Evangelio no es una cosa más entre otras. Para un pradosiano es una cuestión vital, que pide fijar prioridades y hacer opciones. Con cierto temor y temblor afloran estas palabras en mi vida que son un gran desafío: el estudio del Evangelio es el primer trabajo pastoral, pero al mismo tiempo uno experimenta esta contradicción: la multiplicidad de tareas pastorales acapara nuestra atención, nuestro tiempo que sustraemos al Estudio del Evangelio, que consideramos un artículo de primera necesidad. Si el Estudio del Evangelio es nuestro primer trabajo pastoral, el ejercicio de la pastoral no puede estar impidiendo este primer trabajo. Y me doy cuenta que he de ser serio y riguroso para salir de este laberinto o de este Enredo.
La lectura y el estudio asiduo da las Escrituras son algo fundamental para el discípulo y el apóstol de Jesucristo, y no algo puntual u ocasional, pues no se trata de frecuentar el Evangelio de vez en cuando, sino de sumergirse en sus aguas más profundas de la mano del Espíritu.
Este ejercicio y esta experiencia requieren una dedicación y un tiempo considerables para hacer este estudio y en estrecha relación con la oración y la vida de la gente, especialmente la contemplación de la vida de los pobres: “Dedicaremos un tiempo considerable a este estudio personal. Haremos de este estudio un verdadero trabajo que tenga en cuenta la totalidad de la Escritura. Lo haremos en la simplicidad de la fe, según la traición de la Iglesia, sintiéndonos unidos a los pobres, cuya vida compartimos” (Cons 37).
El Estudio del Evangelio no es una devoción piadosa que nos aparta de la urgencia de la misión y de vivir el compromiso en medio de las realidades del mundo. Es la primera acción de apostolado a realizar, pues el conocimiento de Jesucristo no nos separa del mundo, sino que nos envía a él: “Tratamos también de contemplar la vida de los hombres a la luz la Palabra de Dios. Una mirada contemplativa sobre e la vida, continuamente activada y purificada en la oración, es una fuente de conocimiento de Jesucristo y de dinamismo misionero” (Cons 38).
La práctica asidua del Estudio del Evangelio nos introduce y nos especializa en el conocimiento de Jesucristo. De esta manera, al mismo tiempo que configura la vida de fe, también da forma a la manera de ejercer la misión pastoral. El Estudio del Evangelio es la referencia y la luz que me guía en la preparación de las homilías. Es quien inspira los contenidos de charlas y otros elementos de formación. Los retiros y Ejercicios Espirituales los elaboro a partir de diferentes Estudios de Evangelio que voy haciendo. Creo que predico y anuncio al Jesucristo que voy descubriendo y tratando en los Estudios del Evangelio.
Por esto mismo concluyo con esta referencia a A. Chevrier que he citado más arriba y que es algo a tener en cuenta y a realizar como programa de vida: “¿Qué tenemos que hacer nosotros? Estudiar a nuestro Señor Jesús, escuchar sus palabras, examinar sus acciones a fin de configurarnos con él y llenarnos de su Espíritu Santo” (VD 225).
X. Xulio Rodríguez F