EL P. CHEVRIER Y LA ESCUCHA DE LA PALABRA
Artículo de fondo
Ángel-M. García. Prado de España
“Escuchar la Palabra para “adquirir el espíritu de Dios” (VD 227)
“Y nosotros, ¿qué tenemos que hacer? Estudiar a Nuestro Señor Jesucristo,
escuchar su palabra, examinar sus acciones, a fin de conformarnos con él y
llenarnos del Espíritu Santo” (VD 225)
La pregunta de A. Chevrier “¿qué tenemos que hacer?” coincide con la cuestión que plantean a Jesús los judíos: “¿Cuál es la obra que Dios quiere?” (Jn 6,28). Es una cuestión esencial para todo creyente que quiere fundamentar y orientar su vida de modo correcto. La respuesta de Js es sorprendente para sus interlocutores: “lo que Dios espera de ustedes es que crean” Jn 6,29).
En esta línea del evangelio se sitúa Antonio Chevrier: “Ante todo es necesario poner la fe, el amor de Dios, la savia interior…” Este es el verdadero trabajo, lo más importante que hay que hacer en pro de una fecundidad apostólica, pues la fe no es algo artificial o decorativo, sino una realidad vital. Ciertamente se trata de un don, una gracia, pero no es pura espontaneidad ni puro voluntarismo; A. Chevrier subraya que cultivar la fe es una tarea no exenta de dificultad: “Es mucho más fácil hacer un árbol artificial que un árbol vivo, pues el árbol artificial no exige más que un poco de cuidado, de exactitud, de regularidad… mientras que para hacer un árbol vivo, hay que encontrar la savia viva, vivificante, hay que comunicar esta savia… y para comunicarla hay que tenerla… no se da si no se tiene y no se adquiere sin esfuerzo y sin Dios. Es un trabajo espiritual mucho más difícil que el trabajo material. El Espíritu Santo es quien debe producir en nosotros todo el exterior ” (VD 221).
La escucha de la Palabra (A. Chevrier emplea sobre todo la expresión “estudio de Nuestro Señor Jesucristo”) no pertenece, por tanto, a la erudición o a la apologética, para defender determinados presupuestos doctrinales, sino que es la fuente de donde arranca el ser y el hacer del apóstol, pues es el ámbito en el cual se propicia que el Espíritu Santo otorgue el conocimiento de Jesucristo: “El Evangelio contiene las palabras y las acciones de Jesucristo. El espíritu de Dios está extendido en toda su vida, en todas sus acciones. Sus palabras, sus acciones son como otras tantas luces que el Espíritu Santo nos da desde el pesebre hasta el calvario. Cada palabra de Jesucristo, cada ejemplo, es como un rayo de luz que viene del cielo para iluminarnos y darnos vida ” (VD 225).
“Estudiar a nuestro Señor cada día” (VD 226)
Estudiar el Evangelio es para Antonio Chevrier el primer y principal trabajo, tan necesario como el comer “cada día”; de tal suerte que el Evangelio pase a ser sustancia viva, palabra digerida y asimilada, que convierte a quien la escucha en discípulo y apóstol: “Ante todo hay que leer y releer el Santo Evangelio, penetrarse de él, estudiarlo, saberlo de memoria, estudiar cada palabra, cada acción, para captar su sentido y hacerlo pasar a los propios pensamientos y a las propias acciones” (VD 227). Es el discípulo que “mañana tras mañana deja que el Señor abra el oído y así escuchar como los discípulos ” (Is 50,4-5).
El dinamismo que anima este estudio y escucha de la Palabra encuentra sus raíces en la tradición de la lectura espiritual de la Biblia, la “lectio divina”; pero hemos de tener en cuenta que Antonio Chevrier es ante todo un catequista; en este sentido la inflexión apostólica de su estudio del Evangelio es deudora de las intuiciones dominicana (ofrecer a los demás lo contemplado) e ignaciana (contemplación de los misterios de Jesucristo en función de la conversión radical y del apostolado del Reino) (Cf. F. Costa, La divinidad de Jesucristo en el P. Antoine Chevrier , tesis doctoral presentada en la Facultad de Teología de Cataluña).
Percibimos además otros acentos que proporcionan una originalidad en el modo de acercarse A. Chevrier a la Palabra:
En primer lugar, no hace los estudios del Evangelio para su devoción personal, aunque la Escritura sea el alimento básico de su oración, sino en función de una tarea educativa: formar catequistas y apóstoles.
Por otra parte, es una escucha con y desde los pobres. Es desde la vida de los pobres y sencillos de su barrio de la Guillotière y de los niños del Prado desde donde se sitúa “para escuchar como los discípulos” (Is 50,4); no se oye igual desde todos los sitios; las palabras tienen distinta resonancia en función del lugar de escucha. A. Chevrier se sitúa en el pesebre de Belén, “comienzo de todas las obras de Dios ” (Cartas, n. 52).
Otra característica del modo de escuchar está reflejada en el método: desea formar apóstoles pobres, verdaderos discípulos que sean páginas vivas del Evangelio en medio del pueblo. La minuciosidad al tiempo que la sencillez con que invita a entrar en el Evangelio – como quien habita una casa y percibe en cada rincón una personalidad propia, como quien busca plantas en el campo con verdadera concentración en lo que hace (VD 515) – lleva a “no dejar que nada se pierda” (Jn 6,12): escuchar en totalidad, dejarse sumergir e invadir por la Palabra, como quien se halla en el seno materno. La imagen nos la ofrece un clásico moderno en cuanto a la catequesis y la comunicación: “El escuchar es previo al hablar. Comprender por medio del oído, es esencialmente estar en medio de la realidad” (P. Babin. La era de la comunicación, Santander 1990, p. 56).
“Que todas tus palabras sean para mí otras tantas luces…” (VD 108)
La escucha de la Palabra, el estudio del Evangelio, está íntimamente unida a la oración. Hay una mutua relación entre estudio y oración como entre fe y escucha: La fe nace de la escucha (“Fides ex auditu”) y de la fe surge y se amplifica la escucha. Con frecuencia, al hilo de los estudios de Evangelio, A. Chevrier redacta oraciones que constituyen punto de llegada de su reflexión y punto de partida para seguir avanzando en la escucha. Una de estas bellas oraciones, la más conocida y extendida, es la oración Oh Cristo, Oh Verbo” (VD 108). Todas las frases de esta oración son referencia o cita directa de textos bíblicos. Hasta cuatro veces repite “quiero escuchar”. Decir “quiero escuchar” es manifestar el deseo de entrar en la intimidad del Otro; esta intimidad y atención profunda está en la raíz misma de la palabra “escuchar” (=auscultar). La escucha, en este sentido pertenece a la tradición del Pueblo elegido llamado a poner en práctica los mandamientos del Señor: “Escucha, Israel”.
En la oración del P. Chevrier es significativa la expresión a propósito de la Palabra “quiero escucharla, meditarla, ponerla en práctica”; evoca Lc 6,47, donde Jesús expresa el dinamismo del verdadero discípulo: el que “viene, escucha y cumple”. La puesta en práctica de la Palabra nace de la escucha. Pero no cualquier escucha, sino la que nace del don de la fe. Pide a Cristo “pon en mí una gran fe en ti para que todas tus palabras sean para mí otras tantas luces…”; es la oración de los pobres del Evangelio que piden a Jesús el don de la fe (Mc 9,24), de modo que sus palabras puedan convertirse en luz para el camino.
La puesta en práctica no es ya mero voluntarismo, sino fruto de la escucha y de la fe: “Es la Palabra que, sembrada en buen terreno, produce fruto abundante, crece sin que él sepa cómo” (Mc 4,27) y se convierte en anuncio de Buena Noticia y en brazos abiertos para acoger a los pobres en el amor, como las ramas del árbol brotado desde el grano de mostaza acogen a las aves del cielo (Mc 4,32).
“Todo lo que dice y hace se apoya en una palabra o acción de Jesucristo” (VD 228)
Para A. Chevrier el verdadero discípulo se caracteriza por dejar que sea Jesucristo el protagonista de su vida; en esta clave habla de la renuncia al propio espíritu (“morir al propio espíritu” según el tríptico de Saint Fons). Tienen el espíritu de Dios “los que durante mucho tiempo han estudiado el Santo Evangelio” (VD 227), de tal modo que todo en su vida es fruto de este estudio y escucha de la Palabra: es tal la asimilación que el Evangelio brota de modo natural, nada forzado ni artificial (sería lo contrario de “tener el espíritu de Dios”) en lo cotidiano de la vida; el que está a la escucha del Evangelio, podemos decir, todo él transpira Evangelio, en su ser y hacer, en sus palabras y en sus compromisos; es “el verdadero discípulo o el sacerdote (cristiano) según el Evangelio”.
A este respecto un buen indicador de este dinamismo lo encontramos en las cartas que, escritas al filo de lo cotidiano y sin pretensión alguna de publicidad, constituyen una verdadera autobiografía y ofrecen con frescura su experiencia humana y sacerdotal. (Cf Cartas del P. Chevrier, presentación).
Las cartas son pues, un buen indicador del dinamismo de la escucha de la palabra que atraviesa la vida y ministerio de A. Chevrier. Fácilmente percibimos la escucha viva y encarnada, desde la perspectiva del encuentro con la realidad de los trabajadores y los pobres de la Guillotière, los sacerdotes, seminaristas, amigos, Etc.
En medio de una actividad desbordante, las cartas son testimonio del modo de hacer y del largo tiempo dedicado al principal trabajo de la escucha de la Palabra: En muchas de ellas manifiesta esta dedicación prioritaria, al tiempo que se lamenta de no poder disponer de más tiempo para ello:
“Dígale también que me envíe los evangelios reunidos, pues los necesito para estudiar lo histórico de los Misterios y del vía crucis” (c 35).
“Leo el Santo Evangelio. ¡Qué bien dicho está todo…estudiemos siempre este bello libro” (C 64).
“Espero poder ir a Saint-Fons a trabajar alguna temporada, para meterme de lleno en la oración y en el estudio de nuestro Señor y poder comunicar a todo el mundo esta vida divina… Siento que ése es mi trabajo y que a él debo entregarme” (C 142).
“Estoy trabajando en mi Verdadero Discípulo; lo explico todos los días . (C 148).
“Me encuentro bien en mi soledad. Trabajo todo el día en el estudio del Evangelio para enseñárselo luego a los demás” (C 267).
“Cuánto tiempo necesitaría aún para rezar y estudiar, porque para llegar a conocer bien a Dios hace falta un estudio tan grande, tan amplio y al mismo tiempo tan sereno, que nunca sería bastante el tiempo que se le dedicara. A pesar de todo tendré que decidirme a marchar …” (C 268).
“Me he retirado a Saint-Fons unos días, para trabajar y orar tranquilo” (C 285).
Las cartas (que no son homilías), están atravesadas de citas (de memoria) de la Sagrada Escritura. Se verifica la máxima evangélica de que “del rebosar del corazón habla la boca” (Mt 12,34); unas veces son citas expresamente y otras, las más, referencias al hilo del argumento de la carta. Como muestra de este modo de hacer, entresacamos algunos textos de un grupo de cartas:
“Entre usted por la puerta, como dice Jesucristo, y no por la ventana ” (C 58).
“Lleve la cruz cada día y siga a Jesús ” (C 207).
“Las palabras de los hombres son vanas, dice el Espíritu Santo ” (C 218). “El que me sigue no anda en tinieblas; siguiendo a nuestro Señor, uno no se equivoca” (C 239).
“Si escuchara lo que se le dice y supiera ponerlo en práctica…” (C 245). “Recuerde también que para construir una casa sobre cimiento sólido, hay que picar y cavar hondo…” (C 249).
“Quien no está conmigo está contra mí, dice Jesucristo” (C C 250).
“Nuestro Señor ha dicho: Dichosos cuando os odien…” (C 260).
“Sean mansos como los corderos, prudentes como las serpientes” (C 261).
Otras veces son detalles, que dentro de la sobriedad de A. Chevrier, evocan un modo natural, nada forzado de aflorar el Evangelio, a lo cual nos referíamos antes; son como reflejos indicadores de una escucha permanente e interiorizada. Así, por ejemplo, cuando le escribe a Sor Verónica desde Roma: “le envío una hoja de hiedra recogida en los jardines de San Pedro para que se adhieran a Jesucristo y a su Iglesia, como la hiedra del árbol se adhiere al árbol sobre el que vive” (C 190).
O cuando le escribe, en otra carta, de la tarea educativa con los niños: “Sí, esfuércese por merecer ese título de hermana de los niños. Nuestro Señor amaba a los niños y los llamaba junto a sí. Continúe trabajando con ánimo… Los frutos de la siembra no se ven todos los días, sino al final del año, al tiempo de la siega; también usted verá los frutos que Dios le dará a conocer el día de la siega” (C 191).
Quien escucha de esta manera, ve la realidad con ojos nuevos: “Todo en la tierra nos representa a Dios, y todo debe llevarnos a Dios. Tampoco es necesario estar pensando en Dios continuamente…” (C 290).
Antonio Chevrier desea no sólo transmitir lo que él va descubriendo, sino que ayuda a que cada cual se ponga a la escucha, a través de un itinerario personal de estudio del Evangelio:
“Te deseo el verdadero amor de Dios que encontrarás en el estudio de nuestro Señor Jesús” (C 79).
“He pedido a nuestro Señor, y se lo pido todos los días, que los llene de su espíritu; que estimen mucho el estudio de Jesucristo” (C 80).
“Lee frecuentemente su santo Evangelio y saca de allí dentro ese fondo de generosidad y de celo que necesitas…” (C 81).
“Es muy importante para un joven estudiante estudiar a nuestro Señor, a quien debe predicar más adelante y a quien debe imitar sobre todo en su conducta para ser el modelo de los pueblos…” (C 86).
“Estudiaremos a Jesucristo, nuestro Maestro y nuestro Modelo, y nos esforzaremos por avanzar sin desfallecer …” (C 118).
“Estudiad bien vuestro Evangelio y confirmad vuestra vida a la de Jesucristo; eso es el sacerdote.” (C 129).
“Pronto le enviaré un pequeño trabajo sobre el Espíritu Santo, que usted tendrá la amabilidad de hacer” (C 203).
Las cosas necesitan también de proceso, de organización y método adecuado. En las cartas de A. Chevrier aparecen con frecuencia consejos sobre el modo de hacer en concreto. Ponerse a la escucha implica también disciplina:
“Para la Sagrada Escritura seguiréis este procedimiento. Cada uno de ustedes se fijará en una virtud, que estudiarán en primer lugar en el NT…” (C100).
“Copiará cada artículo en un misterio con el siguiente orden: el hecho evangélico; la explicación o resumen; los personajes…” (C 197; 198).
Como conclusión podemos decir que en A. Chevrier todo arranca de la escucha de la Palabra; el ser y el hacer, las intuiciones de fondo, la audacia para las opciones arriesgadas de su vida, la entrega apasionada al servicio de la fe y de los pobres, la actitud ante las realidades cotidianas… Y todo ello desde el modo de hacer no de los sabios y entendidos, sino de los pequeños, que, en actitud de discípulos, se ponen a la escucha a los pies del Maestro:
“Mantengámonos, pues, en espíritu a los pies de Jesucristo, como niños pequeños a los pies de su maestro, con un sincero deseo de escuchar su palabra y de ponerla en práctica ” (VD 127).