EL PRÓLOGO DE SAN JUAN
Estudio de Evangelio
3a parte:
REVELACIÓN INCÓMODA
Juan Olloqui, Chihuahua.
“¡Dios está con nosotros!”
exclama A. Chevrier.
Dios es Misterio; escapa a nuestras previsiones, y esto nos incomoda, pues el hombre vive el deseo de controlar, y en ello no existen límites. Ante la Luz es posible la cerrazón. El diálogo Jesús-Nicodemo en Jn 3 ya dibuja los caminos por los que el hombre se resiste a dejarse encontrar por la Verdad. Parece que, al final de cuentas, Jesús se ha quedado dialogando consigo mismo; no han resistido a sus palabras.
No es casual que este Evangelio de Juan inicie con “la Palabra”; con esta expresión él no se refiere a una palabra más, entre muchas que han sido dirigidas por Dios a su pueblo. Desconocer la Palabra y no querer escucharla, es privarse de la “Buena noticia” que ella misma es. Uno de los hombres más representativos del grupo de discípulos, Pedro, reconoce que dar la espalda a Jesús es caminar sin rumbo: “Señor, ¿donde quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios” (Jn 6,58-69; ver Jer 2,13). Esto lo dice en un contexto de crisis, en la que muchos que ¡ya eran discípulos!, dejan de andar con Él, porque es “duro” lo que la Palabra les ha comunicado: dejarse hacer, renunciar a sí mismos y “comer” la “carne” del Hijo, que está ahí, en su condición visible, temporal, humana.
Es en un ambiente de intimidad cuando el Resucitado lanza estas palabras a los Once: “…les echó en cara su incredulidad y su dureza de corazón” (Mc 16,11.13). Pero por ello no les abandona. Igual interés muestra por los suyos al acompañarles pacientemente, sin prisas por darse a conocer a ellos, en Lc 24. 13-35.
¿Es pesimista el Prólogo por el hecho de insistir en el rechazo a la Palabra? Aquí sí es necesario subrayar su gran realismo, que buena falta nos hace a quienes deseamos que el Evangelio sea nuestro principal trabajo. La cerrazón no se da por no importa qué creaturas; el Prólogo afirma: “En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron” (vv. 10-11). Esto debería formar parte esencial de nuestro conocimiento, adhesión, seguimiento y anuncio de Jesucristo. Ni es evidente a la razón que el hombre deba creer que en la figura de Jesús esté la Vida eterna de la criatura humana; ni Dios violenta la libertad del hombre aun cuando éste mismo Dios le salga al paso para invitarlo al camino de la fe. Con todo, el anuncio de la Palabra es necesario. Dios envía al Hijo al mundo conociendo a la humanidad.
El cuarto Evangelio hace del binomio fe-incredulidad un asunto que recorre todo el conjunto. Ante Jesús el hombre toma partido en una u otra dirección. Todos estamos llamados a la fe; y todos, aun los más cercanos a Jesús, estamos en la posibilidad de dudar y de ya no andar con el Señor. Pero esto no le impedirá a Dios mostrar la gracia de la verdad que se nos revela en la persona de su Hijo, y que se encarna en el Hijo, y que va más allá de un asunto de “doctrinas”. La obra de Dios es la fe en Aquel que Él ha enviado al mundo (ver Jn 6, 28-29).
“…y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron” (v. 5). Apenas ha iniciado el Evangelio y ya las “tinieblas” hacen su aparición. La luz vence, pero la lucha es infranqueable. Las “tinieblas” van adquiriendo nuevos matices en las diferentes etapas de la historia. Nosotros estamos experimentando con especial fuerza el endiosamiento del hombre, expresado en arrebatar la vida de los demás, dejando el sentimiento de que la vida mía en cualquier momento puede ser cortada.
San Juan se atreve a manifestar una convicción, propia de la comunidad creyente: las tinieblas no vencieron a la Luz. Las tinieblas ahí están, pero la Luz no deja de brillar. El discípulo vive arraigado en esta esperanza.
“La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre” (vv. 9-12). En el transcurso del Evangelio, encontramos capítulos que traducen esta afirmación, tanto en lo que se refiere al rechazo como en la acogida de la Palabra. Bastaría releer capítulos como el 5; 6; 8; 10; 12, que apuntan hacia un clímax de cerrazón a la Luz; pero igualmente podríamos leer el cap. 9 de Juan, que es un bello testimonio de lo que hace la Palabra en quienes tal pareciera que no esperar ninguna novedad en sus vidas. Pero la Luz les ha iluminado y la han recibido. Recibir la Palabra y creer en la Palabra, son en el v. 12 equivalentes. “Recibir” la Palabra es una manera muy dinámica de aludir a la fe; creer en ella es la forma más importante de recibirla; ahí el hombre ejerce de una manera única su libertad. El ser hijos de Dios empieza ya, y ello es don de Dios. No recibirla es igualmente una manera muy consciente de mostrarle el rechazo.
Tal parece que la luz no tiene sentido más que frente a una realidad de oscuridades. Atreverse a hacerlo es dejarse guiar por el Espíritu que condujo al Señor. No hay duda, la Palabra eligió aquel espacio en donde los riesgos eran palpables; no podía “brincarse” los lugares de mentira y de muerte, porque la misión era ofrecer la Vida. Buscar evangelizar la cultura de hoy es posible para quien lo hace permitiendo que la Palabra vaya “por delante”.
Desconocimiento, cerrazón (v. 10) y rechazo (v. 11), son maneras como el hombre se puede plantar ante la Revelación de Dios en la persona del Hijo. El evangelio de Juan no dejará de ir especificando las diferentes maneras en que el Verbo sufre el rechazo… hasta la muerte en cruz. Pero no son definitivas ambas posturas, pues la acogida de la Palabra desde el don de la fe, es igualmente posible (v. 12). Con todo, las puertas de la salvación (acogida de la Verdad) permanecen abiertas: “Mientras tengan luz, caminen, para que no les sorprendan las tinieblas” (Jn 12, 35). El apóstol reconoce que Dios abre la “puerta de la fe” ahí donde parece que no es posible que ésta surja (Hech 14,27); igualmente se da cuenta que “la fe no es de todos” (2 Tes 3,2).
No ser del mundo pero… sí entrar en el mundo: esta tensión es propia del discípulo. Jesús suplicaba al Padre para que los discípulos comprendieran su tarea (ver Jn 17, 15-16). El Maestro entró en las tinieblas y quiso ser luz ahí, arriesgando su propia existencia por amor a los hombres que habitaban circunstancias de esclavitud y de muerte. “…y las tinieblas no la vencieron” (no vencieron a la Luz) (v. 5). Este espíritu de esperanza anida en el alma de muchos hombres y mujeres de hoy; saben hondamente que el mal puede ser vencido, porque Dios lo ha dicho, y porque en ello trabaja yendo por delante. La necesidad de evangelizar desde esta esperanza se hace hoy más urgente; muchos lo esperan.
Trabajo individual y en grupo:
*Podríamos dejar espacios para tomar conciencia de los lugares donde hoy la Luz y la Vida se hacen presentes, constatando que ahí el Espíritu del “más grande evangelizador” sigue trabajando. Estos signos… ¡agradecerlos!
**- ¿Cómo nuestras comunidades y su pastor se atreven a mirar, orar y discernir las “tinieblas” de su entorno, así como las iniciativas que el Espíritu nos invita a asumir frente a ellas?
***- Ante situaciones constantes de violencia, no dejamos de percibir un ambiente de perplejidad y aun de miedo en muchos evangelizadores, podemos dejar reposar en nosotros Heb 12,1-4.