EN CRISTO RESUCITADO VENCEDOR DE LA MUERTE
TESTIMONIO Y MEMORIA FRATERNAL
Rubén Medrano Gordillo
1951 – 2020
“Ya conocen la generosidad de nuestro Señor Jesucristo que, siendo rico, se hizo pobre por nosotros, a fin de enriquecernos con su pobreza” (2Co 8, 9).
P. Emilio Zaragoza Lara
Equipo de Sacerdotes del Prado de la Diócesis de Tula
Rubén Medrano Gordillo
Conocimiento, acercamiento y convivencia mutua
Conocí a Rubén al llegar yo a Tula el 9 de diciembre de 1967. Él cursaba tercero de Secundaria y había cumplido ese año 16 de vida. Simplemente lo vi junto con otros de su rumbo salvaterrense del Estado de Guanajuato. Quizá de pronto nos dirigimos algunas palabras, pues él no era de mucho trato en ese tiempo para con los desconocidos. Hasta ya posteriormente en los primeros meses de 1968 me dirigió una pregunta sobre algo que a él le interesaba, se la respondí. Allí descubrí su interior de investigador. Yo había cumplido ese 1967, 24 años, y llegué a Tula procedente de León, Gto., en cuyo seminario había terminado en 1966 Primero de Teología, aceptado a prueba por el primer Obispo de Tula, Don Jesús Sahagún de la Parra, colocándome como ayudante del Rector del Seminario, Padre Tomás Nava Cendejas, mientras el Obispo me conocía con la finalidad de aceptarme o no, para seguir mis estudios de Teología (segundo) en Montezuma Seminary, como seminarista de la Diócesis de Tula.
El trato corriente entre Rubén y yo comenzó cuando fue Ordenado Presbítero el 14 de octubre de 1978 en Atotonilco de Tula, Hidalgo, aunque yo lo seguía un tanto de lejos, pues él hacía ronda con los padres Froylán Gutiérrez Arias, Alberto Rivera Rivera, Bernardo José Guízar Sahagún (Diácono célibe permanente hasta el presente) y otro. Cuando él estaba estudiando Teología en la Universidad Pontificia de México acudió a mí por algo que no recuerdo y lo atendí, quizá fue en 1982. Pero el trato más franco y abierto con Rubén comenzó cuando, estando yo en Tetepango, Hidalgo, como párroco, me pidió que lo admitiera en la parroquia, pues había huido de Tepeji, donde se sentía no bien tratado. Allí convivimos y nos tratamos muy de cerca en la vida y ministerio. Ya había comenzado la cercanía de trato cuando, invitado por Alberto Rivera, formé parte de un Grupo sacerdotal, quizá en 1982, que fue creciendo en número hasta 9, donde estaban él y los antes nombrados. Este grupo, al que se sumó Víctor Manuel Castillo Vega, una vez Ordenado Presbítero el 11 de diciembre de 1985, fue donde comenzamos a cultivar la espiritualidad del Prado en 1986, con la Asesoría del Padre Manolo Medina de Las Canarias.
Enseñanzas que recibí de Rubén por sus cualidades y valores humanos y cristianos
Después de pasar yo por Tepeji del Río (6 años), mi Año Pradosiano, Atotonilco de Tula (4) y San Nicolás, Ixmiquilpan (2.5) lo sucedí en Ajacuba (separada de Tetepango en 1987). Allí las personas me comentaban cómo convivía con los feligreses en sus casas, platicando, comiendo lo que tenían, bebiendo una copita o un pulquito, jugando ajedrez, visitando a los enfermos… para esto dedicaba tiempo ilimitado. La gente que me platicaba esto, lo recordaba como algo muy grato.
Cuando posteriormente estuvo como Vicario en Ajacuba en 2007, palpé su cercanía con los enfermos en primer lugar conmigo, que caí en cama el 18 de enero de ese año, víctima de una neumonía, causada por Coccidioidomicosis, que me diagnosticaron el 21 de Febrero de ese año en el INER. Los 10 días que estuve recluido en la casa parroquial, pasaba a visitarme mañana y tarde y me llevaba la Sagrada Eucaristía por la mañana. Al INER iba también a visitarme.
En esos años en Ajacuba dedicaba todo un día a visitar a los Enfermos para platicar con ellos, con su familia y darles, claro, los auxilios espirituales de la Penitencia y Unción de los Enfermos. Aunque en toda mi vida siempre atendí a los enfermos a los que me llamaban, aun de noche y, luego de una manera programada con los Ministros Extraordinarios de la Comunión. Sin embargo, Rubén, con su ejemplo, me impulsó a acrecentar mi atención y celo pastoral hacia ellos, afectivo y efectivo.
Víctor Manuel Castillo, en la Misa Exequial este miércoles 23 de diciembre de 2020, señalaba cómo Rubén invertía tiempo en convivir con los feligreses de los poblados de la parroquia de Alfajayucan sin prisas con una gran paciencia. También hizo notar Víctor su cercanía y conocimiento personal de los feligreses de los poblados con motivo del reparto de Despensas que él repartía personalmente, gastando con mucho gusto tiempo en ello.
Pienso que en esa convivencia era donde Rubén se sentía libre y era él auténticamente, el hombre cristiano sacerdote alegre que daba vida y felicidad a los feligreses y las recibía de ellos. Esto hizo en todas las parroquias que recorrió como párroco o como vicario. En Misa en cambio, exigía disciplina y, el exceso de ella quizá le minaba la alegría y la libertad a él mismo.
Su regreso al Prado y sus enseñanzas
No recuerdo en que año dejó de asistir al grupo de simpatizantes del Prado en el que estábamos ya como miembros del Prado, Froylán quien hizo su Compromiso Temporal a finales de 1988 y yo, mi Compromiso Definitivo el 16 de noviembre de 1990. Pero regresó Rubén en 1995 con motivo del Retiro Espiritual de una semana que nos dirigió el padre Antonio Bravo Tisner, General del Prado, en agosto de 1995 en Casa Saulo de Torreón, Coahuila, donde al final del Retiro, Antonio Bravo le recibió a Froylán la emisión de su Compromiso Definitivo.
De allí en adelante Rubén comenzó a participar en el Equipo pradosiano Tula-Tlalnepantla formado por Yves Perraud, Jacques Lancelot (después Juan Navarro al regresar Jacques a Francia), Federico Loss, Froylán Gutiérrez y Emilio Zaragoza. Así éramos seis miembros estables incluido Rubén. En 1998 hizo su Mes Pradosiano en Quito, Ecuador, concluyendo así su primera formación. Posteriormente hizo su Compromiso Temporal.
Le entró muy fuertemente el convencimiento de vivir el carisma del Prado poniendo en práctica los medios pradosianos. Tomó la iniciativa de exigirnos disciplina en el Estudio de Evangelio fijando días y hora de Estudio de Evangelio en común entre él y yo, e igualmente en el Equipo Tula de los cuatro: Víctor, Froy, Rubén y yo.
Con él aprendí también a dejar limpia la cocina después de cenar, lavando los trastes que habíamos utilizado. No dejando nada para el día siguiente.
En Tecozautla como Vicario parroquial y Asesor de Pastoral Social en esa parroquia promovió con mucho gusto invirtiendo mucho tiempo con los laicos en su organización, formación y promoción de medicinas alternativas y tradicionales, aprendiendo él mismo a elaborar productos alternativos.
Formó parte también de la Comisión Diocesana de Pastoral de Pueblos Originarios (antes, Pastoral Indígena), donde se entregó de lleno a la gente con entusiasmo y pasión, siendo luego el Asesor diocesano. Lo llegué a ver actuante en dos Encuentros Festivos de Pueblos Originarios como presentador, vestido de hñähñu de una forma muy natural. Esto me decía y dice mucho de él sobre su cariño a estos pueblos.
Señor Jesús, siento que Rubén y yo recorrimos juntos un buen trecho de vida, aunque no siempre cerca físicamente ni convergente. Ignoro cuándo se sintió recibido por mí y yo por él, aunque no coincidíamos en ideas sociopolíticas; pero sí coincidíamos en nuestro amor a ti y a tu Evangelio. Y, por tanto, en nuestro interés de darte a conocer y hacerte amar por los hermanos de nuestro pueblo. Ahora, Señor Jesús, que has regresado el 21 de diciembre por él, según tu promesa (ver Juan 14,1-7), para llevarlo a la Primavera Eterna del Amor del Padre, colócalo en sus brazos paternales para que reciba Rubén el cariño paternal sin final, como hijo muy amado, pues el amor de nuestro Padre es eterno. Amén.
EN LA CASA DE MI PADRE HAY MUCHAS MANSIONES … VOY A PREPARARLES UN LUGAR.
Juan 14,2
“DEN GRACIAS AL SEÑOR, PORQUE ES BUENO, PORQUE ES ETERNO SU AMOR” Salmo 136 (135),1.
Emilio Zaragoza Lara,
Equipo de Sacerdotes del Prado de la Diócesis de Tula.