María en su Inmaculada Concepción
El primer sermón del padre Chevrier sobre María se pronunció el 8 de diciembre de 1850 con ocasión de la fiesta de la Inmaculada Concepción. Inicia y concluye con una oración:
Virgen santa, es la primera vez que anuncio tus alabanzas y estoy feliz de hablar del privilegio que constituye tu mayor gloria. Sin embargo, para hablar más dignamente de tu concepción inmaculada, es necesario que vengas en mi ayuda y que, poniendo en mi boca palabras dignas de ti, yo pueda contribuir a que te glorifiquen en la tierra quienes me escuchan. Esto es lo que te pido a través de la oración que vamos a dirigirte. Ave María…
Virgen Inmaculada, que mejor que nadie comprendiste la excelencia de la gracia de Dios, graba con anterioridad en nuestros corazones la lección que Dios nos da hoy en la fiesta de tu concepción inmaculada. Haz comprender a los justos el precio de la gracia que poseen, a fin de que trabajen por conservarla. Haz comprender a los pecadores el precio de la gracia que no tienen, a fin de que trabajen por adquirirla. La gracia es lo que te pedimos mediante tu inmaculada concepción (Sermones, I, p. 34 et 44).
El rosario, camino para ir a Jesús con María…
María ocupó un lugar privilegiado en la vida y en el ministerio del padre Chevrier. A él le encantaba rezarle y hacer que se le rezara con ayuda del rosario y de la meditación de sus misterios:
Amemos rezar nuestro rosario. El rosario es el libro de todo el mundo: es el libro del sacerdote y del pueblo; es el libro del ciego; es el libro del anciano cuyos ojos se cierran a las cosas de este mundo; es el libro del sabio y del ignorante; es el libro de quienes sufren. ¡Oh! Cuando el dolor ha debilitado su cuerpo, extinguido sus facultades, le queda aún un consuelo en su rosario; cuando sus labios inmóviles no pueden decir: Dios te salve, María, todavía lo tiene entre sus manos para recordar a su madre; y cuando la muerte le ha cerrado los ojos, lleva con él a la tumba su crucifijo y su rosario para mostrar que es un hijo de Jesús y de María (Sermones, II, p. 37).
El Rosario fue establecido para recordarnos la vida de Nuestro Señor Jesucristo y mostrarnos las virtudes que él mismo practicó sobre la tierra, a fin de que podamos practicarlas nosotros también, pues él es nuestro modelo… Damos este nombre a ese acto de devoción porque los Padrenuestros y los Avemarías que decimos son como flores espirituales que ofrecemos a Dios a través de la Santa Virgen… La vida de Nuestro Señor se divide en tres partes: su infancia, su pasión y su gloria en el cielo… Como en el primer rosario honramos los misterios de la infancia de Jesucristo, el primer rosario será para nosotros como un mural que nos mostrará todas las virtudes de la vida cristiana; como en el segundo rosario honramos la pasión de Nuestro Señor, el segundo rosario será para nosotros como un mural que nos representará todas las virtudes de la vida penitente; como honramos en el tercer rosario la vida gloriosa de Jesucristo en el cielo, el tercer rosario será para nosotros como un mural que representará la gloria de la que gozaremos un día en el cielo (Pequeño tratado del Rosario).
María en la escena de la Anunciación
“Llena de gracia”: estas palabras expresan todas las grandes riquezas espirituales de las que está llena la Santísima Virgen. No hay nada más bello que la gracia, nada más deslumbrante que la gracia, nada que nos acerque más a Dios que la gracia. Es la exención de todo pecado, de toda mancha espiritual. Es la belleza del cielo. Es lo que vio el ángel en María, es lo que le deslumbró y sorprendió, al ver a esta hermosa criatura privilegiada de Dios. Así, él no puede decir otra cosa, sino que la ve llena de gracia, llena de gracia en toda la fuerza del término. Llena de gracia en su alma, en su corazón, en su cuerpo. Llena de gracia en toda su vida desde el comienzo hasta ese día. Esta palabra expresa toda la belleza de María y encierra el mayor elogio que pueda hacérsele. No hay otros en la tierra que puedan igualarse a éste.
“El Señor es contigo”:es la consecuencia de este estado maravilloso de gracia en el que se encuentra María. Donde hay gracia, hay belleza, santidad, pureza, sabiduría. Ahí están todas las bellezas interiores. Dios reside ahí, pues somos templos de Dios. María es el más hermoso templo en el que Dios pueda residir. El Padre reside en ella como en su criatura privilegiada, el Hijo reside en ella como en una madre querida y el Espíritu Santo como en su esposa amada...
Consentimiento de María: Al haber comprendido María lo que el ángel le había explicado, y segura de que no se atentaría contra su pureza, se inclina ante la voluntad del Dios Todopoderoso y dice: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. María cree en las palabras del ángel, cree en la omnipotencia de Dios, cree en lo que Dios va a hacer en ella, y este acto de fe sublime trae al Hijo de Dios dentro de ella. La fe hace milagros. Todo es posible para quien cree. “Dicha, porque has creído”, dice santa Isabel. Ella cree, acepta con sencillez el título de madre. Acepta la carga de este título, sus consecuencias, sin inquietarse por el futuro, por lo que pensarán de ella. Pone su confianza en Dios para todo” (Rosario del padre Chevrier, p. 76-78).
María en la escena de la Visitación
“María era llena de gracia y cuando llevaba al Verbo eterno en su seno, esta gracia sólo había aumentado y sus rayos brillaban a su alrededor como si del sol brillante se tratara. ¡Qué hermosos somos cuando llevamos a Dios con nosotros y qué buenos efectos produciría él en las almas a las que nos acercamos cuando vamos a visitarlas, si no pusiéramos obstáculos! María lleva la gracia en ella y la esparce a través de todo su ser: sus palabras, sus gestos, sus acciones. Ella es como un sol que lanza sus rayos sobre las aguas puras. ¡Qué buena influencia esparce sobre santa Isabel y qué buenas pensamientos inspira a su corazón!
Esto nos muestra que debemos llevar a Dios con nosotros cuando salimos y esparcir sobre los demás la buena influencia de la gracia, de la fe, del amor de Dios y del respeto a nosotros mismos. Ahí está el buen efecto de la gracia en nosotros y en los demás. ¡Cuántas veces llevamos a los demás, por el contrario, la disipación, la locura, la pérdida de tiempo y las pequeñas pasiones, la búsqueda, el orgullo! Cuidémonos de ir hacia los demás si no les llevamos, como María, la fe, el amor de Dios, la caridad y el Espíritu Santo (Rosario del padre Chevrier, p. 82).
María en la escena del Nacimiento
Gozo y meditación de María: María conservaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón. Esta era la ocupación de María. El niño Jesús presente, acostado en este pesebre; ella, madre de este divino niño; los ángeles, los pastores, los vecinos que llegaban, invitados por los pastores: todo ello ocupaba el corazón de María; ella admiraba la conducta de Dios en todas estas cosas y no podía dejar de adorar, de admirar y bendecir a Dios en todas las cosas.
Este hecho nos enseña que no hay que conformarse con mirar, leer, cantar, conversar; hay que conservar las cosas en el corazón y meditarlas siguiendo el ejemplo de María. ¡Oh! Cómo es útil la meditación y cómo nos hace crecer en la virtud y el amor de Dios! (Rosario del padre Chevrier, p. 95).
María en la escena de la Presentación en el Templo
Daga de dolor que debe atravesar el corazón de María: el corazón de María se verá afligido por las persecuciones que su hijo tendrá que soportar en su vida y en su muerte: en Egipto, a los doce años, y en la Pasión. Simeón agrega que los pensamientos de muchos de los corazones serán revelados, es decir: en las persecuciones y sufrimientos se conoce la verdadera fe, el verdadero amor.
El sufrimiento es el sello con el que reconocemos el verdadero apego, al verdadero amigo, al verdadero cristiano… Si no hemos sufrido, no podemos saber si amamos verdaderamente a Dios. Cuando se ha sufrido, cuando nos ha costado trabajo hacer algo, es cuando damos verdaderas pruebas del amor y de la fe.
Estas palabras nos demuestran que la verdadera prueba de la fe y del amor es el sufrimiento. Así, quienes sufren con Jesucristo son sus verdaderos amigos, sus verdaderos discípulos; quienes sufren para cumplir con su deber. Vemos los pensamientos de su corazón, es decir, su verdadero afecto, su verdadero amor. Cuando nos alejamos de alguien que sufre, cuando no defendemos a quienes sufren, cuando no aliviamos a quienes sufren, es una prueba de que no estamos por ellos ni con ellos, ni por su doctrina ni por sus principios (Rosario del padre Chevrier, p. 110-111).
María en la escena del Reencuentro del Niño Jesús
Ansiedad de María y de José: la ansiedad y el dolor de María y de José se transparentan en estas palabras: “Hace ya tres días que tu padre y yo, en el sufrimiento, te buscábamos” No podemos concebir el dolor de María y de José por el amor que tenían hacia el niño Jesús. Quien pierde lo que ama, no puede estar conforme, y su dolor es proporcional al amor que siente. Tres días, era mucho tiempo para el corazón de María. Tres días de búsqueda. ¡Qué largas parecían las horas, los días, las noches! ¡Cuántas lágrimas vertidas sobre este niño! Añadan a esto las serias aprensiones. María recordaba la masacre de los inocentes, la huída a Egipto, la daga de dolor que Simeón había predicho. Todo esto permanecía en su memoria y aumentaba su dolor, aunque estuviera resignada a la voluntad de Dios y tuviera confianza, porque el ángel le había dicho que era el Hijo del Altísimo y que reinaría eternamente. Ella flota entre la esperanza y el temor.
Este dolor de María nos muestra cuán grande es la pérdida de Jesús para quien lo conoce y lo ama. Jesús se esconde algunas veces para experimentar nuestro amor y nos permite darnos cuenta del grado de nuestro amor por él. Si cuando Jesús se esconde permanecemos indiferentes, esto es una prueba de que nuestro amor es muy débil; pero si de inmediato lo buscamos con dolor, es una buena prueba. Sin Jesús, sólo hay pena y dolor en el alma, pero con Jesús hay paz, alegría y consuelo. Vale más sufrir con Jesús que conformarse sin él (Rosario del padre Chevrier, p. 115).
María en el Calvario
El padre Chevrier veneraba a María bajo la advocación de Nuestra Señora de los Siete Dolores, a quien había dedicado la capilla de El Prado. Para comentar la cuarta estación del viacrucis, escribe:
Presencia de María. Ella viene. No por curiosidad ni por falsa compasión, ni para rescatarlo, ni por ostentación. Viene para ser testigo de los sufrimientos de Jesús, para tomar parte en ellos, unirse a Jesús. Había ya sido una gran parte del misterio de la Encarnación; quiere tomar parte también en la Redención.
En la Encarnación, se rehúsa por humildad, declarándose indigna, porque era una gloria; pero cuando no hay más que sufrir y ser humilde, ella viene, avanza sola. Testigo de todos los misterios de Dios, viene para ser testigo también de nuestra Redención. No había estado en el Thabor; no había estado en la entrada triunfante de Jesús; pero viene al Calvario…
Viene a ofrecer a su hijo como Abrahán. Ya lo había ofrecido el día de la Presentación para obedecer la ley de Moisés, pero entonces lo había rescatado con cinco centavos de plata y se lo habían devuelto. Ahora, ella no lo rescata. No hace ninguna gestión, ni ante Pilato, ni con los jueces, ni con hombres importantes de Jerusalén que habían sido sanados por él. Nada de esto. Ella lo ofrece voluntariamente…
María da a Dios lo que más quiere, a su hijo, por nuestra salvación. María ama a Jesús, su hijo, para Dios y para nosotros, y no sólo para sí misma. Saber sacrificar por Dios lo que más queremos, y por nuestro prójimo, y esto libre, voluntaria y espontáneamente es un acto de virtud. Dios lo quiere, es útil para el prójimo, lo acepto...
Maria viene para recoger la gracia que fluye a borbotones de las heridas del Salvador. Sólo María podía recogerla. La guarda para los pecadores. Ella nos ha dado a Jesús, autor de la gracia, y ahora recoge la gracia para distribuirla a los pecadores. Es la madre de la divina gracia... (Viacrucis, p. 132-133).
María en el cielo
María en el cielo ora por los hombres; esparce sobre la tierra todos los tesoros de la gracia. Lo que pide no puede negársele; es una ley por la que Dios está obligado a ser misericordioso con todos aquellos por quienes intercede María. Es por María que la misericordia se extiende sobre la tierra de generación en generación, porque ella es madre de misericordia y Dios extiende su ayuda porque ella es nuestra madre. Ella se convirtió en madre de todos los hombres al aceptarnos en la cruz; al haberse convertido en madre de Dios, conserva toda la autoridad de su maternidad sobre su Hijo y María no puede pedirle nada que él no le conceda. ¿Acaso Dios puede negar algo a quien le pidió la vida? No, sin duda. Entonces, tenemos en el cielo una fuente certera de misericordia; tenemos en el cielo la fuente más certera de misericordia.
¡Ah! Si la cantidad de nuestros pecados nos asusta, ¡tengan confianza! María es la madre de misericordia. A ella confió Dios que dispensara sus gracias. ¡Oh, María! Cuando pienso que eres tú quien, en el cielo, dispensas todas las gracias, cuando pienso que eres tú quien, en el cielo, posee todos los tesoros de la misericordia, cuando pienso que, en el cielo, tú tienes el reino de la bondad, ¡oh! la confianza renace; cuando sabemos que eres para nosotros, que somos tus hijos, ¡oh! Qué dulce confianza se apodera del alma! Tenemos esperanza, tenemos la dicha. ¡Ah! Ejerce sobre mí, oh María, el imperio de tu misericordia, intercede por nosotros en el cielo, di a tu Hijo que quieres salvarnos y sin duda nos salvaremos (Comentario del Magnificat, Sermones, I, p. 468-469).
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