DOMINGO XXII DEL TIEMPO ORDINARIO
“Las traiciones que proceden del interior de la comunidad de creyentes es lo que Jesús quiere evitar con su: “Apártateme de mi Satanás”
30 de agosto del 2020
XXII DOMINGO ORDINARIO
Mt 16, 21-27
“Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Se debe confesar con la boca que Jesús es el Señor y creer con el corazón que Dios lo resucitó de entre los
muertos (Rom 10, 9). El domingo pasado escuchamos que la gente no proclamó a Jesús como Señor, sino como alguno de los profetas, en cambio los discípulos por boca de Pedro sí; pero en el evangelio que ahora meditamos, nos damos cuenta que frente a la “insondable riqueza de Cristo”(Ef 3, 8) unos y otros no creen en su corazón. Tal vez los discípulos podrían reírse de lo extraviado de la gente, porque ellos sí saben expresar bien la identidad de Jesús, sin embargo, desde la verdad profunda de Jesús, todos necesitamos hacernos sus discípulos.
Creer con el corazón sigue siendo una deuda frente al misterio de Cristo, como es él verdaderamente, tanto de “cercanos y alejados”. La gente y los discípulos ya han dicho quién es Jesús para ellos. Y todos se sienten muy fervorosos discípulos. Pero ahora él nos dice quién es: el Siervo de Yahvé que por obedecer a su Padre y amar hasta el extremo a sus hermanos, va a padecer por el capricho de los poderes de este mundo. Pedro haciéndose portavoz de los doce, le muestra su desacuerdo, y le pide que ajuste su identidad a la expectativa de todos. A esto Jesús responde con mucha firmeza, calificando de diabólica aquella pretensión, como cuando en el desierto el tentador quiso apartarlo del camino de Dios. Que nadie se equivoque, el amor a Dios y al prójimo no es negociable en Jesús.
Hasta parece una reacción desproporcionada: “¡Apártate de mi Satanás…!” Pedro simplemente había dicho: “No lo permita Dios, Señor. Esto no te puede suceder a ti”. La segunda frase es la que es un poco más inoportuna. La primera, es como cuando decimos: “Que ni lo mande Dios”, simplemente se trata de un buen deseo. No suena a amonestación. En cambio en el evangelio de san Marcos dice que Pedro “lo tomó aparte y se puso a reprenderlo” (Mc 8, 32). Tal vez este Pedro sí mereciera la reprimenda de Jesús, pero no el de Mateo. De cualquier forma, vemos que no se ha entregado al discípulo un poder absoluto, sino siempre relativo a la persona de Jesús.
Ya habíamos establecido una comparación entre este diálogo, de Jesús con sus discípulos, con el de unos esposos, tomando motivo de que en el Antiguo Testamento Dios-Yahvé había utilizado esta imagen para comunicar el amor que sentía por su pueblo. Para dar a entender con esto que estamos frente a un diálogo muy íntimo y verdadero, constitutivo de la Iglesia. Ahora aparece, Jesús, como un esposo fiel que no se deja seducir por “cantos de sirena” que amenazan con apartarlo del proyecto de amor por su esposa. Es en este contexto que Jesús “truena” contra quien pone en tela de juicio su identidad para manipularlo.
Una reacción semejante tuvo Jesús cuando atribuían sus milagros a Satanás. Después de dar una explicación muy puntual de la contradicción que supone que él expulse a los demonios con el poder de satanás: “Todo reino dividido va a la ruina”(Mt 12, 25), concluye diciendo algo muy fuerte: “…se perdonará a los hombres todo pecado y blasfemia; pero la blasfemia contra el Espíritu no se les perdonará”(Mt 12, 31).No existe nada más blasfemo y satánico que negar el Espíritu Santo en Jesús, confundirlo con satanás es la peor de las calumnias. De tener imágenes falsas de Jesús casi no nos confesamos.
No es que Jesús sea muy sentido porque lo confunden o no lo aceptan tal cual es, no es por él, sino porque conocerle a él es la condición para dar frutos y alcanzar la vida eterna. La herejía de la esterilidad o de frutos venenosos es de lo peor. Es difícil superar el divorcio que hay entre la fe y la vida sin un encuentro verdadero con Jesús. La vida nos tiene que ser dada por el Espíritu, que revela a Jesucristo en nuestros corazones. Generar vida nueva es un don que viene de lo alto, por medio de Cristo y de su Espíritu. Las ideas, los ritos, las costumbres, las devociones no alcanzan a dar vida plena, pueden hasta ser distractores, como les sucedió a los discípulos, que sabías decir cosas muy bonitas de Jesús, pero su corazón estaba poseído. Él ya lo había advertido alguna vez: “no todo el que me dice: ¡Señor, Señor! Entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos”(Mt 7, 21).
No se sabe que es más peligroso, si el “gris pragmatismo” en el que todo transcurre con normalidad, de los expertos en religión o “los disparates” que se dicen de Jesús por parte de los incrédulos. Hace poco se decía de Jesús, que estuvo casado con María Magdalena y tuvo hijos, y la Iglesia vive de guardarle su secreto para presentarlo como el Dios hecho hombre. Años más atrás se decía que Jesús había sido un monje tibetano que vino a América, etc.
Pero parece que lo peor que le ha sucedido a la fe y a la Iglesia ha venido de los “expertos” en Jesús, de los que sabemos recitar el credo muy bien. Judas es el modelo de todos ellos, de tal modo que ha quedado como signo de la peor traición que procede del seno de la comunidad de discípulos. Las grandes divisiones de la Iglesia han sido provocadas desde el interior. El peor mal que le sucede hoy a la Iglesia viene de dentro. Las traiciones que proceden del interior de la comunidad de creyentes es lo que Jesús quiere evitar con su: “Apártateme de mi Satanás”. Tal vez estas palabras libraron a Pedro de
la gran traición, y por ello, habiéndolo negado tres veces recapacita. Judas no aprendió la lección.
Desde el principio del cristianismo hasta hoy, una de la herejías ha sido negar al crucificado, es decir al que tuvo que “ir a Jerusalén para padecer allí mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas, que tenía que ser condenado a muerte y resucitar al tercer día”. No se trata de ser pesimistas presentando una visión trágica de Jesús, sino de hablar del Cristo total, resucitado porque ha pasado por la cruz. Y sobre todo las repercusiones que esto tiene para nuestra vida: “Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí, la encontrará”. Estas palabras de Jesús traducen a la vida concreta de sus discípulos su entrega en la cruz. La peor herejía es práctica y no tanto de palabras. La gente del tiempo de Jesús decía “barbaridades” de él: “es Juan el Bautista, es Elías, Jeremías o alguno de los profetas”. Hoy, también, nuestra gente tiene muchas imprecisiones teológicas de la fe, pero lo que más daño hace son las “herejías” del comportamiento de los creyentes, empezando por los actuales escribas, fariseos y doctores de la ley.
El Papa Francisco nos dice que “no nos preocupemos sólo por no caer en errores doctrinales, sino también por ser fieles a este camino luminoso de vida y de sabiduría (de amor fraterno, servicio humilde y generoso, de justicia y misericordia con el pobre). Porque a los defensores de ‘la ortodoxia’ se dirige a veces el reproche de pasividad, de indulgencia o de complicidad culpable respecto a situaciones de injusticia intolerables y a los regímenes políticos que las mantienen”(EG 194).
Y hacia dentro de la Iglesia, nos dice el Papa, que por no llevar “el sello de Cristo encarnado, crucificado y resucitado, se encierra en grupos elitistas, no sale realmente a buscar a los perdidos ni a la inmensa multitudes sedientas de Cristo”. Esto es la que ha conducido a la “mundanidad espiritual”: “un cuidado ostentoso de la liturgia, de la
doctrina y del prestigio de la Iglesia, pero sin preocuparse que el Evangelio tenga una real inserción en el Pueblo fiel de Dios y en las necesidades concretas de la historia”(EG. 95).
Muchos que defienden celosamente la recta doctrina han sido cómplices del orden de cosas establecido donde se oprime al más débil. Y, también, mucha religiosidad vacía, que no se traduce en honradez, sobriedad, familia, solidaridad, comunidad, porque no se acepta la cruz de Cristo en la vida. No descartemos que muchas de esas personalidades tristemente célebres por su corrupción y muchos a su alrededor, eran de buena doctrina o liturgia cristiana, pero que no aceptaron crucificar con Cristo su codicia, se escandalizaron del evangelio que les pedía perder su vida al servicio de sus hermanos y quisieron salvarse a sí mismos. Un criterio fundamental de ortodoxia debe ser el que le pidieron los Apóstoles a Pablo, que no se olvidara de los pobres(Ga 2, 10). “Este gran criterio, para que las comunidades paulinas no se dejaran devorar por el estilo de vida individualista de los paganos, tiene una gran actualidad en el contexto presente, donde tiende a desarrollarse un nuevo paganismo individualista. Hay un signo que no debe faltar jamás: la opción por los últimos, por aquellos que la sociedad descarte y desecha”(EG. 195). En última instancia esto es lo que defiende Jesús con su “Apártate de mi Satanás…”