HOMILÍA DE MONS. LUIS MARTÍN BARRAZA
1er DOMINGO DE ADVIENTO
(Lc 21, 25-28.34-36)
Domingo 28 de Noviembre 2021
En la liturgia católica iniciamos, este domingo, el ciclo C de las celebraciones del misterio de Cristo. Y seremos conducidos a contemplar los diferentes momentos de la vida de Jesús por el evangelista san Lucas. Lucas le escribe en un tiempo en que amenazaba la división entre judeocristianos, con su insistencia en mantener las tradiciones judías y los cristianos venidos del paganismo. Lucas, formado en la cultura griega buscará traducir la Buena Noticia de Jesús para el mundo pagano, tratando de darle su lugar a las tradiciones judías. Desde este evangelio se podrá apreciar lo más universal del cristianismo, que es la centralidad de Jesucristo: la alegría de la salvación, el don del Espíritu Santo, la compasión por los pobres, la misericordia con los pecadores.
Frente a esta situación, Lucas les dirá que Cristo es el verdadero Señor. El único en quien vale la pena creer, el único que puede dar sentido a la vida del hombre. Les anuncia que Jesús es el único que salva y libera. Pero su salvación no se realiza desde el poder ni desde el tener, ni desde una presencia avasalladora. Jesús es el Señor que salva desde la misericordia y la ternura con los pobres y los débiles: “Desplegó la fuerza de su brazo y deshizo los planes de los orgullosos, derribó a los poderosos de sus tronos y elevó a los humildes…”(Lc 1, 51-52). La misericordia, la ternura de Dios es el tema fundamental en este tercer evangelio. En este sentido el capítulo 15 es central, y en él de modo especial la parábola del hijo pródigo o del padre misericordioso: “¡Traigan el ternero más gordo, mátenlo y festejemos! Porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida…”(Lc 15, 24).
De este Dios, que “derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes”(Lc 1, 52) y que “ se alegra más por un pecador que se arrepiente que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentirse”(Lc 15, 7), da testimonio el Espíritu Santo produciendo una inmensa alegría en el corazón de los sencillos, porque a Dios le ha parecido bien así: “…Jesús se llenó de alegría en el Espíritu Santo y exclamó: ‘Yo te alabo Señor del cielo y de la tierra porque has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a la gente sencilla. ¡Gracias Padre, porque así te ha parecido bien”(Lc 10, 21). Muchos se estremecerán de alegría por el anuncio de la salvación de Dios en Jesucristo(Lc 1, 44.47.68; 2, 10; 13, 13; 15, 9; 19, 38).
Comenzamos hoy el tiempo de adviento, tiempo de preparación a la celebración de la navidad. En los siguientes domingos celebraremos cómo fue la espera de la llegada del Dios niño que nació de la manera más humilde. Se puso totalmente a merced del trato que el mundo le quiso dar. Podemos decir que esta venida no sólo fue preparada pasivamente por quienes esperaban, sino que ellos mismo provocaron que los tiempos fueran propicios para el nacimiento del hijo de Dios. Pero ahora este texto nos sitúa en la espera nuestra, no la de Isaías, María o Juan el Bautista. Nosotros ya no esperamos el nacimiento en la carne del hijo de Dios, sino que esperamos el juicio definitivo. Aquel que en su primera venida se sometió a nuestro escrutinio vendrá a juzgar todas las cosas.
Y aunque está dicho de una forma muy dramática, en realidad se trata de una muy buena noticia: Dios vendrá a poner en su lugar todas las cosas. El reinado de Cristo, del que hablábamos el domingo pasado, se llevará a cabal cumplimiento. En otras palabras, es hablar de las aspiraciones de amor y de verdad que existen en el corazón del hombre, pero descritas con un lenguaje misterioso que es el único que puede respetar toda la inmensidad del misterio de la salvación. Pero más allá del “truco” de estas palabras que quieren revelar una esperanza, está la actitud de fe que suponen. ¿Quién se atreve a pensar las cosas de manera radicalmente diferente a como son ahora, como lo hace Jesús?
En realidad, Jesús, simplemente está expresando una resistencia que hay en el ser humano a resignarse a que las cosas sigan siendo como están. Nos está invitando a no dejar de soñar en la “gran conversión” de todo el orden establecido. Establece un tribunal desde el proyecto de amor de Dios para este mundo. El lenguaje tremendista utilizado por Jesús no es sino el reflejo de la convicción de que el reino de Dios está por encima de todo lo creado. Esto no es algo que se impone objetivamente. Más bien hay muchas señales contrarias, pareciera que la cultura de la muerte se impone. Sin embargo, el creyente nunca debe de perder de vista “la fuerza de salvación” que Dios ha suscitado en Jesucristo, “como lo había predicho desde antiguo por boca de sus santos profetas”(Lc 1, 70).
La primera lectura nos recuerda el anuncio del profeta Jeremías, frente al asedio que sufría la ciudad por parte de los caldeos. Cuando todo estaba perdido para la ciudad y, cuando él mismo estaba en la cárcel, se atreve a decir: “En aquellos días y en aquella hora, yo haré nacer del tronco de David un vástago santo, que ejercerá la justicia y el derecho en la tierra. Jerusalén estará segura y la llamarán ‘el Señor es nuestra justicia’”(Jer 33, 15-16). En realidad la ciudad fue invadida, pero estás palabras de Jeremías alentarán siempre el deseo de liberación del pueblo, hasta su regreso tiempo después. Desde esta esperanza, Jeremías mantuvo una actitud muy digna como para denunciar a su pueblo que lo que le sucedía se debía a su rebelión contra los mandamientos de Yahvé, pero, al mismo tiempo sostenía a su gente en la esperanza de reivindicación. De este modo contribuyó a alentar la esperanza mesiánica, que se cumplió en Jesús.
De forma diferente, Jesús anunciando el final de los tiempos, Jeremías hablando de un “vástago santo” del tronco de David, buscan lo mismo: sostener la esperanza de un pueblo que lucha por una convivencia pacífica y fraterna. Ser animadores de la esperanza debe ser la especialidad de los creyentes. Se supone que Jesucristo nos ha dado los motivos para mantenernos firmes por el camino del bien y, de esta forma no negociar el evangelio. Por el lenguaje catastrófico pareciera que el discípulo de Jesús es un pesimista que le apuesta al fracaso, a la derrota, antes que al optimismo de la existencia. Pero, precisamente porque está convencido de la belleza y la bondad de la vida, no renuncia a defenderla. Hace una juicio universal contra todo lo que amenaza la vida, sobre todo la más vulnerable. Al escuchar estas palabras de Jesús, el hombre humilde sabe que se acerca la “hora de su liberación”.
Gente que vende ilusiones falsas hay por todos lados, lo cual encuentra terreno abonado en la superstición. Nos gustan las soluciones de buena suerte o de buena estrella, y no tanto las que comprometen nuestra libertad y responsabilidad. Jesús comete la osadía de salir hacia las realidades futuras y más definitivas, no por el camino de las soluciones mágicas, sino por el de la esperanza cristiana. La fe nos permite encontrar las salidas que tiene el momento presente hacia el futuro, no por evasión, sino por el compromiso que tenemos con el día de hoy. Jesús somete a juicio a este mundo, para revelarnos las realidades definitivas y ayudarnos a sostener los combates de cada día.
La dignidad del ser humano es deudora en absoluto de la esperanza, sin ella las personas se abandonan a la “rapiña” de todos los demonios que hay en el mundo. Todos conocemos hermanos que han perdido los fundamentos más valiosos de la vida, porque se dejaron robar la esperanza. Se abandonan a los vicios, la embriaguez, el descuido y las preocupaciones, como dice Jesús en el evangelio. Pienso que estos términos están dichos en un sentido más amplio, que el meramente literal, y se refieren a todo lo que adormece el amor de Dios y hace que bajemos la guardia. Se trata más de un anuncio que de una denuncia. Se trata del mismo Jesús del que hablábamos al principio, que ha venido “a anunciar el año de gracia del Señor”(Lc 4, 19). No acusemos a Jesús de ser un moralista, que le gusta fijarse en los errores de la gente y acusar. Jesús habla de los vicios no con amargura o por que sea un espiritualoide que ve pecados por todos lados. Él contempla la grandeza de la vocación del ser humano, y se indigna contra lo que envilece la imagen de Dios en él. No está contra el placer, la fiesta o la alegría, sino contra un “cáncer” provocado libremente. No tiene problemas, Jesús, con la bebida, la comida o la fiesta, lo sabemos, él supo disfrutar de la vida. Su problema es contra lo que hace que el hombre pierda la conciencia de sí mismo, de su dignidad y lo lleva a “echar sus perlas a los cerdos”(Mt 7, 6).
Al final, Jesús, recoge toda su enseñanza con una invitación a la vigilancia, es decir a la fe. La certeza de que Dios camina con nosotros y la búsqueda de su voluntad nos ayudará a superar cualquier adversidad.