HOMILÍA DE MONS. LUIS MARTÍN BARRAZA
2º DOMINGO DE ADVIENTO
(Lc 3,1-6)
Domingo 5 de Diciembre 2021
En la liturgia de la Iglesia nos encontramos en el tiempo de preparación a la navidad, acontecimiento central de nuestra fe. En ella se cumple el sueño de “la armonía universal”, anunciada muchos siglos atrás en el pueblo de Israel, pero siendo, también, un anhelo profundo de la humanidad entera: “Habitará el lobo junto al cordero, la pantera se echará junto al cabrito, el ternero y el leoncillo comerán juntos y un niño pequeño cuidará de ellos…”(Is 11, 6). Para los creyentes este sueño se ha cumplido en el nacimiento de Jesús. Isaías y Jeremías habían anunciado el cumplimiento de esta gran esperanza con la imagen del nacimiento de un niño: “Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado. Sobre sus hombros descansa el poder, y su nombre es: ´Consejero prudente, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de la paz’(Is 9, 5; cfr. Jr 23, 5; 33, 15). Pareciera que se trata de arquetipos inscritos en el corazón del hombre, que se detonan a propósito de situaciones adversas. Como si en el fondo se tratara de la búsqueda de “una inocencia perdida”, que con pretexto de acontecimientos históricos se manifiesta, o de “rituales pre establecidos” para responder a la realidad difícil que se vive.
Lo mismo sucede con “el camino” que se invita a preparar para que tiempos nuevos puedan surgir en el horizonte. Es como el delirio de todos los tiempos de que algo radicalmente diferente surja en la vida personal o social: “Dios ha ordenado que se abajen las montañas y todas las colinas que se rellenen todos los valles hasta aplanar la tierra, para que Israel camine seguro bajo la gloria de Dios”(Jer Bar 5, 8; Is 40, 3-5). Quien escucha su corazón siempre encontrará un motivo para luchar por la transformación del orden de cosas establecido y, más aún, si escucha el corazón de Dios, como lo hicieron los profetas y muchos otros en el pueblo de Israel. Quien se deja “domesticar” por la vertiginosidad de los cambios, por las modas, por la superficialidad, dejará sin redimir su propia vida y la de su entorno, se aburrirá y buscará ahogar el deseo de novedad en pasa tiempos fugaces. Caerá en lo que el Papa Francisco llama la acedia egoísta: desilusionado de sí mismo y de los demás caerá en el conformismo de una “tristeza dulzona”, elixir preferido del demonio, sacrificando sus sueños por las “migajas” del mundo. La vida mediocre es más diabólica que decidirse abiertamente por el mal. Sea dicho esto de paso.
Dejarse molestar por las utopías de una convivencia más pacífica y justa, fraterna y solidaria, una vida reconciliada con Dios, los hermanos y la creación, es el gran testimonio de los profetas y hombres de Dios, que aparecen en la biblia, que provocaron saltos cualitativos, “giros copernicanos” en su tiempo. Inspirado por todos los hombres y mujeres de fe del Antiguo Testamento, especialmente los profetas, Juan se fue al desierto para dejarse interpelar, herir y consolar por el gran sueño de Dios sobre la humanidad. Tuvo la osadía de escuchar la palabra de Dios a lo “pelón”, como coloquialmente se dice, para dar a entender que sin razonamientos que le pudieran quitar su “filo tajante” de espada, que “discierne los pensamientos y las intenciones del corazón… y pone al desnudo y al descubierto todo, a los ojos de aquél a quien hemos de rendir cuentas”(Heb 4, 12-13), Juan se dejó sacudir.
¿Dónde comenzó toda esta agitación, que se traducirá en el deseo de Juan el Bautista de dejarse acrisolar en el fuego de la “utopía” del reino de Dios, y a la postre en este acontecimiento paradigmático de hacer surgir la esperanza en la novedad radical, como lo fue y sigue siendo el nacimiento del Hijo de Dios? Sin duda que la iniciativa es de Dios, siempre ha sido de Dios. Los evangelistas nos han narrado el misterio de la encarnación de tal forma que no quepa duda de que se trata de una intervención portentosa de su parte. Desde que el arcángel Gabriel resuelve la dificultad de María de cómo ser madre sin contacto con varón: “El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra…”(Lc 1, 35), queda de manifiesto que estamos frente a algo inédito que procede de lo alto. Es tan humilde la colaboración de todos los que abrieron la puerta de la historia al salvador, que no cabe duda que esto es obra del Altísimo. En el caso del Bautista la gente que intuyó que la mano de Dios estaba con él, por cómo habían sucedido las cosas: papás anciano, madre estéril, cambio de nombre, dan razón de esto. Todos se preguntaban: “¿Qué llegará a ser de este niño?(Lc 1, 66). Un signo muy claro de la precedencia de Dios en la inquietud de Juan será el encuentro de María e Isabel, donde, podemos decir, que fue bautizado por Jesús en el vientre de Isabel: “Porque apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno”(Lc 1, 44). El gozo, en el evangelio de Lucas, es un indicador inequívoco de la presencia del Espíritu Santo.
Al centro del texto que meditamos está “la palabra de Dios que vino sobre Juan, hijo de Zacarías”. Ha comenzado el tiempo de la gracia, el misterio de salvación escondido desde antes de la creación del mundo le ha sido revelado a Juan, “un plan que no fue dado a conocer a los hombres de otras generaciones y que ahora ha sido revelado por medio del Espíritu a sus santos apóstoles y profetas…”(Ef 3, 5). En el desierto, Juan se expone a “la braza viva” de la Buena Nueva de la salvación. Seguramente, repitió en muchas ocasiones la quinta confesión del profeta Isaías: “La palabra del Señor se ha convertido para mí en constante motivo de insulto y burla… era dentro de mí como fuego ardiente encerrado en mis huesos; me esforzaba en sofocarlo, pero no podía”(Jer 20, 8-9). En un tiempo en que la palabra de Dios era rara, como en los tiempos de Samuel(1 Sam 3, 1), el Señor instruyó al Bautista en lo secreto de su corazón, para que gritara desde las azoteas(Mt 10, 27). Y Juan fue un excelente discípulo de dios(Jn 6, 45): “Raza de víboras, ¿quién les enseñó a escapar del juicio inminente? Den frutos que prueben su conversión…”(Lc 3, 7).
En este texto, san Lucas nos localiza muy bien en la historia oficial las coordenadas espacio temporales de la estremecida sufrida por Juan de parte de la palabra de Dios. Como buen historiador nos ofrece referencias objetivas, que coinciden con la historia universal, como argumento en favor de los acontecimientos que narra. Sus lectores están más allá del judaísmo, así es de que necesitan un panorama más amplio al del pueblo de Israel. La historia de salvación y la de Jesús de Nazaret no eran tan visibles desde el mundo griego o romano, había que ponerles algunos señalamientos más objetivos. Los episodios que nos narra san Lucas valen casi sólo para un creyente, sólo él los logra ver el protagonismo de estos acontecimientos; fuera de ahí son muy insignificantes. Con esto Lucas nos quiere decir que estos hechos marcan la plenitud de los tiempos. Dios entra en la historia de los hombres de una manera muy discreta y viene a caminar en medio de ellos. Nos narra la predicación de Juan el Bautista invitando a la conversión. Juan era hijo de Zacarías y por lo tanto pertenecía a la familia sacerdotal que servía en el templo de Jerusalén. El nacimiento de Juan fue anunciado durante el servicio litúrgico que prestaba Zacarías en el templo(Lc. 1, 8-9). Sin embargo, no continuó con esa tradición. En su juventud sintió el llamado de Dios a escuchar su palabra y para ello se retira al desierto, como ya se ha dicho. En la sociedad de Jerusalén y en el culto que se ofrecía en e l templo no se escuchaba la palabra de Dios. Puro ritualismo, superficialidad, vanidad, negocio. Nadie tomaba en serio la Ley y los Profetas, por ello no pasaba nada nuevo, todo había envejecido al ritmo de “cumplir bien”, como “el gris pragmatismo” de nuestro tiempo que está reclamando la conversión misionera. No cabe duda de que la mano de Dios estaba con él, porque no era fácil romper con aquella inercia y la seducción de aquel ambiente. ¿Cómo renovar las esperanzas de aquel pueblo desilusionado por la opresión de los fuertes y cuya religión consistía en el cumplimiento de algunas costumbres? ¿Cómo renovar hoy nuestra fe?.
Juan se deja conducir por el Espíritu al desierto para llenarse de la espiritualidad de los profetas. El desierto es cualquier lugar donde uno pueda ser seducido por el amor de Dios, en tal modo de ser vencidos por su consuelol(Jer 19, 7); sólo así seremos apóstoles de la esperanza cristiana que no defrauda, como lo hizo el Bautista. La navidad es la irrupción de algo totalmente nuevo llevado a cabo por Dios, con la colaboración de los humildes de la tierra. Nos pide reparar el camino por el cual no pueden llegar los hermanos a nuestra vida, porque es el mismo camino por el que él se acerca a nosotros. Habrá algo verdaderamente nuevo si dejamos de autoengañarnos para abrir una senda al Señor.