SEXTO DOMINGO ORDINARIO, Ciclo B.
HOMILÍA DE MONS. LUIS MARTÍN BARRAZA
Domingo 14 de febrero de 2021
Mc 1, 40-45
Hasta ahora, Jesús, ha enfrentado las expresiones más feroces del mal: demonio, fiebre, lepra. Estos son signos de las miserias más profundas del corazón humano y de la corrupción de las estructuras sociales. Todas estas enfermedades tenían algo de diabólico, también la fiebre se asociaba a fuerzas maléficas. El domingo pasado escuchábamos que Jesús “levantó” a la suegra de Pedro, lo cual es una clara alusión a su resurrección, en la cual Jesús se levanta del sepulcro, vence a la muerte. Ahora, en la curación del leproso, Jesús le “manda con severidad”, como a los espíritus malignos, que no se lo cuente a nadie y que se presente ante los sacerdotes. La marginación en que vivían los leprosos equivalía a la de muertos en vida. De este modo, Marcos, muestra el poder sobrenatural que hay en la persona de Jesús, cuya irradiación nadie puede contener, ni su misma prohibición. Si en cualquier tiempo alguien duda de Jesús, deberá ir al evangelio para ser testigo de su poder.
La manera de proceder de Jesús irá provocando que, un poco más adelante, lo acusen de tener pacto con el demonio: “Con el poder del príncipe de los demonios expulsa a los demonios”(Mc 3, 22). Sus familiares creerán que está trastornado y van por él para recogerlo(Mc 3, 20-21). Esto sólo servirá para que, de razón de que un poder superior está actuando en él: “Nadie puede entrar en la casa de un hombre fuerte y saquear sus bienes, si primero no ata al fuerte; sólo entonces podrá saquear su casa”(Mc 3, 27). Si él expulsa a los demonios quiere decir que los puede atar y, por lo tanto, es más fuerte que ellos. Satanás no puede estar contra sí mismo, porque “si un reino está dividido contra sí mismo, va a la ruina”(Mc 3, 24). Atribuir las curaciones a satanás es un pecado contra el Espíritu Santo, el cual es imperdonable (Mc 3, 29).
De este modo, Marcos irá esbozando la presentación de Jesús como Mesías, Hijo de Dios, como es su intención desde el principio(Mc 1,1): ¡Jesús de Nazaret, el crucificado, es el Hijo de Dios!(Mc 15, 39) ¡Él resucitó y está vivo!(Mc 16, 6) Por tanto, ¡vale la pena asumir las cruces por la causa del Evangelio, porque el resultado es la resurrección y la vida!(Mc 8, 34-36). Vale la pena testimoniar esa Buena Noticia(Mc 16, 5).
Sin duda que la lepra era una enfermedad terrible que causaba miedo, asco, repugnancia. Esto hacía que se interpretara como castigo de Dios y, por lo tanto, como algo que tenía que ver con la bondad o maldad moral de las personas. Era una enfermedad que sólo Dios podía curar. Por su capacidad de contagio era de las que más ofendía las leyes de la pureza. Algo muy profundo del hombre deberán reflejar las normas de la pureza que adquirieron tanta importancia en las religiones antiguas. Tal vez por el poder mortal del contagio, como lo estamos experimentando en esta pandemia. Pero parece que también debido a “bajos instintos” de dominio. Por ello, los leprosos vivían afuera de los pueblos y no se podían acercar demasiado a la demás gente. A cierta distancia debían advertir que estaban impuros. Se entienden estas medidas como cuidado de la salud, pero lo que no se entiende es la marginación social y la condenación eterna, que eran las otras lepras que se cargaban sobre los ya de por sí leprosos.
El instinto primario de conservación, con el que se elaboraban los criterios de pureza, se convirtió en la medida de la salvación. Con aquello con lo que los animalitos se van seleccionando y descartando, para la sobrevivencia del más fuerte se fue apoderando, también, de las prácticas religiosas. La pobreza y las enfermedades fueron siendo signos de maldición de Dios. Le fuimos atribuyendo a Dios nuestras “nauseas” hacia cierto tipo de gente: si es de tal color, huele así o tiene tal aspecto, entonces será bueno o malo, más aún, grato a los ojos de Dios o despreciable. Esto es lo que cuestiona Jesús con su forma de proceder, las reacciones tan instintivas de superioridad.
Claro que debemos cuidarnos de todo lo que amenaza la vida y la salud, como lo estamos haciendo en esta pandemia. Pero las lepras y pandemias dependen, también, de las actitudes que hay en el corazón de cada uno. Las enfermedades de raza superior, discriminación, puritanismo siempre han amenazado el corazón del hombre. En nombre de un “nervioso” cuidado de sí mismo o de una pretensión de supremacía, se condena a todos los que parecen peligrosos o defectuosos según los propios intereses. Podemos hasta justificar excesos para defendernos o deshacernos de “los malos”: calumniarlos, aislarlos, maltratarlos, construir muros, etc.
Es admirable, también, la humildad y la confianza que revelan las palabras del leproso: “Si tú quieres puedes curarme”. Viniendo de una persona tan lastimada por la enfermedad, pero sobre todo por el trato que se les daba en nombre de Dios: discriminación, maltrato, condenación, no puede uno menos que conmoverse. Cuántas veces nos sentimos justificados desde nuestro sufrimiento para poner en tela de juicio la existencia de Dios o su misericordia; proferimos reclamos, blasfemias contra él. Sin embargo este hombre pone de manifiesto la pureza de su corazón, su belleza interior, dirigiéndose a Jesús con todo respeto, como asegurándole su lugar de enviado de Dios a pasar de todo. No lo amenaza, no lo manipula, ni chantajea. No toma de pretexto su precaria existencia para convertirse en “profeta del desastre”, tratando de llenar su entorno de pesimismo y de todos los “ismos”. Expresa su necesidad y deja en completa libertad a Jesús. Esto es un modelo de oración y de fe.
Y como “en el pedir está el dar”, Jesús se la juega por él, arriesga todo, su salud, su buena fama, su misión. La profesión de fe de aquel leproso sirvió para que todos nos asomemos a los sentimientos de Jesús, en favor nuestro. Es como una prueba explícita del amor de Jesús por cada uno de nosotros: “¡Sí quiero: sana!”. Jesús es el sí de Dios, “pues todas las promesas de Dios se han cumplido en él”(1Cor 1, 20). A un corazón contrito y humillado, el Señor no lo desprecia(Sal. 50) siempre le responderá “¡sí quiero: sana!” Busquemos a Dios, hagamos oración con la firme convicción de que Dios sí quiere de antemano. A partir de este momento comenzarán las grandes discusiones de Jesús con los escribas y fariseos.
Con su manera de proceder, Jesús, denuncia la “lepra del corazón” humano. Mucho del sufrimiento y marginación que existe en el mundo depende más de las actitudes con que enfrentamos ciertas problemáticas. Aparentemente, Jesús, trasgrede la ley existente: “El que haya sido declarado enfermo de lepra, traerá la ropa descosida, la cabeza descubierta, se cubrirá la boca e irá gritando: ‘¡Estoy contaminado! ¡Soy impuro!’”(Lv 13, 45-46). Tal vez Jesús exagera en generosidad, se arriesga más de la cuenta al “sentir compasión, extender la mano y tocar” al leproso. Frente a cualquier reclamo, por su forma de proceder, Jesús podría contestar desde su lógica: “¿No puedo hacer con lo mío lo que yo quiero? ¿O te vas a enojar porque soy bueno?”(Mt 20, 15). En todo caso, está haciendo uso de lo suyo, de su libertad al servicio de la compasión y no ofendiendo el espíritu de la ley.
“Trasgredir” la ley en beneficio de una justicia mayor que la de los escribas y fariseos(Mt 5, 20), va a ser una constante en la actuación de Jesús. Esto es mejor que burlar los mandamiento de Dios con preceptos humanos(Mc 7, 6; Mt 15, 7-9). No sirve de nada cumplir materialmente los mandamientos, siempre hará falta “una cosa”(Mt 19, 21): el amor(1 Cor 13, 1-3), que siempre nos conducirá a los hermanos más frágiles, para hacer como Jesús con el leproso. El cumplimiento superficial conducirá, tarde que temprano, a la mediocridad. De aquí se sigue el buscar la observancia más para afirmarse sobre los demás que para prodigar toda la vida que hay en la ley. Todas las instituciones tienen el riesgo de ser puestas al servicio del poder y no de la vida o de la dignidad de las personas.
El próximo miércoles de ceniza, escucharemos cómo cuestiona Jesús las instituciones pilares de toda religión: ayuno, oración, limosna, porque no se viven desde la pobreza de espíritu, como la del leproso, sino desde las ambiciones humanas, “para que los alabe la gente”(Mt 6, 1-6.16-18).
Nuevamente la “pureza” compasiva de Jesús contrasta con la lepra del egoísmo humano, que va produciendo “la cultura del descarte”. Habiendo logrado conquistas muy grandes en favor de los derechos humanos, que han quedado plasmadas en artículos e instituciones, sin embargo el proceso de producción de gente “sobrante” y “desechable” continua. Se pelean desesperadamente derechos imaginarios o secundarios y se descuidan derechos fundamentales, como las condiciones de vida digna.
Jesús vino a curar la “lepra” más infecciosa que es el pecado. El afán de dominio o de descarte del prójimo es de los pecados que sí hacen impuro al hombre: “Escúchenme todos y entiendan esto: Nada de lo que entra en el hombre(nada exterior)puede mancharlo. Lo que sale de su interior es lo que mancha al hombre”(Mc 7, 14-15). Dejémonos purificar por la misericordia de Jesús en esta cuaresma.