DOMINGO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD
HOMILÍA DE MONS. LUIS MARTÍN BARRAZA
Domingo 30 de mayo 2021
En el credo comenzamos diciendo que creemos en un solo Dios verdadero. Luego afirmamos que es Padre Todopoderoso… Un solo señor Jesucristo, Hijo único de Dios… En el Espíritu Santo, Señor y dador de vida… En cada eucaristía adoramos y glorificamos al Padre por la obra que ha realizado en favor de la humanidad y de toda la creación en la persona de su Hijo Jesucristo por la acción del Espíritu Santo: al Padre, por Cristo, en el Espíritu Santo. Todas las oraciones litúrgicas tienen más o menos esta conclusión.
En cada eucaristía celebramos el misterio de Dios, como se nos ha revelado en Jesucristo por medio del Espíritu Santo. Este misterio contiene el anuncio del kerygma, es decir, de la buena noticia del amor de Dios: “El kerygma es trinitario. Es el fuego del Espíritu que se dona en forma de lenguas y nos hace creer en Jesucristo, que con su muerte y resurrección nos revela y nos comunica la misericordia infinita del Padre”(EG. 164). Es el anuncio que hace Moisés al pueblo de Israel: “¿Qué pueblo ha oído sin perecer, que Dios le hable desde el fuego, como tú lo has oído? ¿Hubo algún dios que haya ido a buscarse un pueblo en medio de otro pueblo, a fuerza de pruebas, de milagros y de guerras, con mano fuerte y brazo poderoso?(Dt 4, 33-34). Dios es amor, que sale a buscarnos en Jesucristo, para recrearnos con la fuerza de su Espíritu. Amor(que toma la iniciativa), más amor(muerte y resurrección), más amor(forma de lenguas). Es una amor a tres tiempos, siempre el mismo y creativo a la vez, siempre nuevo. ¿Quién puede rechazar esa oferta? ¿Qué más da que no lo entendamos?
Por ello, es un misterio que nos invita a la adoración. Nuestra inteligencia racional sólo alcanza a balbucear algunos términos sin comprender a fondo: “un solo Dios… no en la singularidad de una sola persona, sino en la Trinidad de una sola sustancia… sin diferencia ni distinción… tres personas distintas, en la unidad de un solo ser e iguales en su majestad”. Unidad de tres personas distintas, sin diferencia ni distinción. Dios no es aburrido, sino una novedad continua, nos entrega la totalidad de su amor de una manera totalmente diferente cada vez. Así como en la creación ha implicado todo su ser, lo ha hecho nuevamente en la redención, siempre igual y original a la vez, y lo continua haciendo en su obra de santificación de la historia, por la misión de la Iglesia. Dios no nos da nunca más de lo mismo y siempre nos ama en plenitud. No se nos vuelve a entregar porque algo le falto de dar, sino porque su amor es creativo, espléndido sin límites. Es por ello que lo que es imposible para los hombres es posible para Dios(Lc 18, 27). Jamás se le acabarán las ideas para dar vida a sus creaturas. Inventará “pruebas” y “milagros”, hasta podrá ir contra sí mismo, como ha sucedido en Cristo, con tal de rescatar a sus hijos.
No nos queda sino admirar, alabar, adorar, bendecir, agradecer, santificar la inmensa gloria de Dios, con muchos salmos y cánticos de la biblia, como el cántico de Daniel: “Bendito seas, Señor, Dios de nuestros padres. Bendito sea tu nombre santo y glorioso. Bendito seas en el templo de tu santa gloria. Bendito seas en el trono de tu reino”(Dn 3, 52-53). Este misterio nos convoca a vivir nuestra vocación de adoradores de Dios en espíritu y en verdad, la cual es nuestra dicha y felicidad más profundas. Es la mejor manera de acoger el misterio de la Santísima Trinidad, regocijarnos en que sea así como es, antes que reclamarle por qué es tan complicada para nuestra mente.
Jesucristo nos enseña a adorar, aun en los momentos muy difíciles: “Te alabo y te bendigo Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y prudentes, y se las has dado a conocer a los sencillos. Sí Padre, así te ha parecido bien”(Mt 11, 25-26). Parece que algunos no han querido aceptar el mensaje de Jesús, pero tampoco eso se escapa a la voluntad del Padre. Glorificar y bendecir a Dios nos hace mejores personas si lo hacemos de corazón y nos mostramos dóciles. La adoración a Dios es sanadora de las heridas del corazón: “Santos y humildes de corazón, bendigan al Señor, glorifíquenlo por siempre con cánticos”(Dn 3, 87).
Esta experiencia mística correspondería al “estar, de los discípulos con Jesús, para enviarlos a predicar”(Mc 3, 14). Desde la experiencia de Cristo resucitado, que es la experiencia de comunión con él, más fuerte, por obra del Espíritu Santo, Jesús envía a los apóstoles a hacer discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre de la Trinidad y enseñándoles a cumplir su palabra. La misión fue una prueba contundente de la resurrección, ungidos con el Espíritu del resucitado hablarán en lenguas y con toda verdad(Hech. 2, 11). El Papa Francisco nos dice que “la intimidad de la Iglesia con Jesús es una intimidad itinerante, y la comunión esencialmente se configura como comunión misionera. Fiel al modelo del Maestro, es vital que hoy la Iglesia salga a anunciar el Evangelio a todos, en todos los lugares, en todas las ocasiones, sin demora, sin asco y sin miedo”(EG. 23).
No hay otra manera de conocer a Dios más que por medio de sus intervenciones en la historia, sobre todo, en Jesús: “A Dios nadie lo ha visto jamás; el Hijo único, que es Dios y que está en el seno del Padre, nos lo ha dado a conocer”(Jn 1, 18). Según san Ireneo, el Hijo y el Espíritu Santo son las dos manos con las que el Padre ha llevado a cabo su obra en el mundo. En este domingo nos asomamos a la intimidad de la vida divina: “Dios es amor”(1 Jn 4, 8). El amor no puede darse en solitario, sino que sugiere relación de personas, es una comunidad de iguales. En la comunidad trinitaria se supera el mal genio del solterón, el despotismo del monarca y la monotonía del que vive encerrado. Dios no siempre es bien entendido. Frecuentemente es el “bonachón” que yo puedo manipular y poner a mi disposición, o es el “monstruo” que aterroriza, cuya ira trato de aplacar con ritos vacíos y apariencias de bondad.
La revelación que Dios ha hecho de sí mismo es que es una familia compuesta por tres personas. En el Antiguo Testamento se insiste mucho en la unidad, más aún, unicidad de Dios, frente al peligro del politeísmo. Los antepasados de Abraham fueron politeístas. Sin embargo, podemos descubrir vestigios de una incipiente diversidad de personas en Dios, por ejemplo, en “el espíritu de Dios que aleteaba sobre las aguas” en el principio(Gn 1, 2). También aquellas palabras: “hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza”(Gn 1, 26), sugieren una comunidad. Por el prólogo de san Juan nos damos cuenta de que el “dijo Dios”(Gn 1, 3.6.9.11.14.20.24), es su Palabra, por “la cual fueron hechas todas las cosas”(Jn 1, 3).
En la creación, también, podemos encontrar huellas de la Santísima Trinidad, principalmente en el ser humano, hecho a “imagen y semejanza” de Dios, en él resplandece con mayor claridad la vida divina. La libertad es una dimensión fundamental que asemeja al hombre con Dios, esta se debe vivir entre el “yo” y el “nosotros”, somos individuos y somos comunidad. Esto resulta una experiencia cotidiana de la Trinidad. Nos movemos entre lo “mío” y lo “nuestro”, como sucede en la vida divina: tres personas(individuos), una naturaleza(comunidad). Ellos conjugan lo “mío” y lo “nuestro” en total armonía. Prueba de ello es la belleza y el orden de la creación, es majestuosa. La redención en Jesucristo irradia la gloria de la comunión(Jn 12, 28).
Hay la percepción de que es más fácil que defendamos lo “mío” que lo “nuestro”. La vida comunitaria siempre ha quedado como una utopía, un bonito deseo inalcanzable. Siempre está el riesgo de quedarnos encerrados en nosotros mismos, además de que, frecuentemente, en las comunidades hay problemas. El individualismo ha provocado, también, problemas no menos graves o peores que los que hay en las comunidades. La “cultura del descarte”, la pobreza, el hambre, muchas de las muertes, son producto de la clausura del hombre en sí mismo. Es cierto que, también, existen experiencias comunitarias, familiares posesivas.
El misterio de la Santísima Trinidad ilumina nuestra vida concreta, hay personas y es una comunidad. La identidad propia de cada persona coincide con lo comunitario, cada uno antepone el bien común a sus intereses personales y de esta forma promueven su identidad personal. La comunidad promueva a la persona. Herejía contra el dogma de la Santísima Trinidad lo cometemos cuando negamos la unidad de Dios en tres personas, pero también cuando tenemos actitudes egoístas que afectan al bien común, por activa o por pasiva, ya que se trata del bien de cada uno. Será una herejía práctica contra la Trinidad, por ejemplo, no salir a votar el próximo 6 de junio, en el que está en juego el futuro de todos y de cada uno. Nuestro culto trinitario será verdadero si lo honramos en la construcción de una sociedad que le dé su justo lugar a lo “mío” y a lo “nuestro”, donde cada uno tenga condiciones dignas de vida.