HOMILÍA DE MONS. LUIS MARTÍN BARRAZA
DOMINGO II ORDINARIO
(Jn 2,1-11)
16 de enero 2022
La liturgia aprovecha, este domingo, el comienzo del evangelio de san Juan para poner la clave de las celebraciones del año litúrgico, en el que celebraremos el misterio del amor de Dios. Durante todo el año estaremos celebrando “la alianza Nueva y Eterna” que Dios ha establecido con su pueblo, bien expresada por la alianza nupcial. La tradición profética utilizaba la imagen matrimonial para expresar el amor de Dios por su pueblo: “Por eso yo la seduciré; la llevaré al desierto y le hablaré al corazón… Aquel día, oráculo del Señor, me llamarás ‘Mi marido’, y no me llamarás ‘Mi propietario’… Te desposaré conmigo para siempre…”(Os 2, 16.18.21; Is 62, 4-5). En el amor esponsal el amante experimenta la plenitud de la vida en la medida en que se niega a sí mismo. Dios llega a ponerse contra sí mismo para mostrar su amor por su pueblo: “El corazón me da un vuelco, todas mis entrañas se estremecen. No me dejaré llevar por mi gran ira…”(Os 10, 8-9). Jesucristo es la prueba de la fidelidad del amor de Dios, ya que en él vino a buscar a su esposa que le ha sido infiel. San Pablo lo pondrá como ejemplo a los esposos porque que “amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella… Se preparó así una Iglesia esplendorosa, sin mancha ni arruga ni cosa parecida…”(Ef 5, 25-27).
La Biblia es la historia de amor que supera cualquier otro romance que se haya escrito. Está lleno de canciones, poemas, himnos, todas declaraciones de amor de Dios para su esposa. Podemos imaginar a Dios Yahvé llevando serenata a su amada y recibiendo a cambio desplantes y, sin embargo, él permaneciendo fiel. Tanto más asombroso este amor cuanto que Dios no necesita nada de sus creaturas. Toda la liturgia de la Iglesia es el diálogo entre el esposo y su amada. María aparece en el texto que meditamos como figura de la Iglesia que presenta a Dios la vida llena de contradicciones de la humanidad.
Me parece válido considerar este pasaje como un texto fundamente del sacramento del matrimonio, no porque haya una institución explícita de dicho sacramento, sino porque recoge bien la intención de Dios de dignificar el amor de los esposos haciéndolo manifestación del suyo por su pueblo. “Gran misterio es este”, nos dice san Pablo, “y yo lo refiero al amor de Cristo por su Iglesia”(Ef 5, 32). Es desde este misterio que Jesús defenderá la indisolubilidad del matrimonio: “lo que Dios unió no lo separe el hombre”(Mt 19, 6). No se atiene a lo que los hombres, por la dureza de su corazón, han hecho de él, “en un principio no fue así, Dios los hizo varón y mujer, por eso dejará el hombre a sus padres y se unirá a su mujer y serán los dos uno solo”(Mt 19, 4-5). Jesucristo es la encarnación del amor de Dios y por experiencia sabe que es un amor fiel, que en él se cumplen las profecías del Antiguo Testamento: “Con amor eterno te amo, por eso te mantengo mi favor…”(Jer 31, 3). “Así, el matrimonio, al mismo tiempo que simboliza el amor divino, dignifica el amor humano”, dice uno de los prefacios del matrimonio.
Será este episodio de las bodas de Caná el signo más elocuente del amor que se ha revelado en Jesucristo, tema fundamental en el evangelio de Juan, “porque tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna”(Jn 3, 16). San Juan insistirá en el amor como sacramento de la obra de Jesús: “Por el amor que se tengan los unos a los otros reconocerán todos que son discípulos míos”(Jn 13, 35). Desde la fe y el amor a Jesucristo cuestionará las instituciones del judaísmo, pero incluso las del cristianismo naciente. Sabemos que en la institución de la eucaristía no insiste en lo místico, podemos decir, sino en lo existencial: “Pues bien, si yo que soy el Maestro y el Señor, les he lavado los pies, ustedes deben hacer lo mismo unos con otros”(Jn 13, 14). A Pedro que era el referente de la Iglesia naciente lo hace pasar, también, por el examen del amor: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?”(Jn 21, 15).
En Juan, el amor a Dios y al próximo son uno solo: “…amémonos los unos a los otros, porque el amor procede de Dios. Todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios, porque Dios es amor”(1Jn 4, 7-8). Lo que en los evangelios sinópticos se decía “semejante”: “El segundo es semejante a este: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’”(Mt 22, 39), san Juan nos dice que se trata del mismo y único amor: “Si alguno dice: ‘Yo amo a Dios’, y odia a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve”(1Jn 4, 19-20). La misma fundamentación del amor al prójimo ya no es “como a ti mismo”, sino “como yo los he amado”(Jn 13, 34). El amor más grande consistirá en dar la vida por los demás: “En esto hemos conocido lo que es el amor: en que él ha dado su vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por los hermanos”(1 Jn 3, 16; cfr. Jn 15, 12).
Nadie da lo que no tiene, este amor debe recibirse primero. Cuando Jesús habla de la fidelidad del amor de Dios presente en el matrimonio, los discípulos responden: “Si tal es la situación del hombre con respecto a su mujer, es mejor no casarse”(Mt 19, 10). Lo mismo nos sucede a nosotros en relación a todas las demás enseñanzas acerca del amor. Por ejemplo cuando Jesús retoma una práctica que había en el pueblo judío de amar al prójimo y odiar o despreciar al enemigo o al que era diferente: “Pero yo les digo: Amen a sus enemigos y oren por quienes los persiguen. Así serán dignos hijos de su Padre del cielo…”(Mt 5, 44). Se trata de un amor que no lo mueve la reciprocidad de recibir alguna gratificación, mucho menos de buscar sólo y únicamente su satisfacción, sino que busca el bien del otro considerándolo uno consigo mismo. Lo ama por sí mismo y no por la gratificación que se pueda obtener del otro: “Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, hermanos, parientes o vecinos ricos… Más bien, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los cojos y a los ciegos. ¡Dichoso tu si no pueden pagarte!”(Mt 14, 12-14).
Sólo desde esta perspectiva es posible una verdadera opción por los pobres, para no instrumentalizarlos y ponerlos al servicio de nuestros intereses. No nada más los liderazgos civiles usan la “piel de oveja” del servicio a los pobres para promover su imagen, también los guías espirituales podemos utilizar a los pobres. Según Jesucristo, la ley y los profetas se resumen en: “Ve y vende todo lo que tienes y da tu dinero a los pobres, después ven y sígueme”(Mc 10, 21). Sólo desde el amor de Jesucristo se puede promover y respetar la dignidad humana hasta sus últimas consecuencias, más allá de la vanidad y la necesidad.
San Juan es experto en hablar de la radicalidad de la vida nueva que se nos ha dado en Cristo, contraponiendo continuamente la fe y el amor en Jesucristo a las instituciones del Antiguo Testamento. Los milagros, llamados signos en Juan para invitarnos a fijar la atención en el significado antes que en el signo, servirán para manifestar la gloria(divinidad) de Jesús. Por eso decimos que el evangelio de Juan es más espiritual, teológico. Tal vez sea una buena forma de continuar, discretamente, el tiempo de las manifestaciones de Jesús, como lo es el de navidad, y de ir abriendo el tiempo ordinario.
Las bodas de Caná tienen un fuerte valor simbólico que plantean el único tema de todo el evangelio: Jesús es el vino, los patriarcas y los profetas son el agua. Las tinajas llenas de agua y el mismo vino de mala calidad representan el Antiguo Testamento, “el vino mejor” es el tiempo del Espíritu inaugurado por Jesús. Ya lo había anunciado Juan: “Yo bautizo con agua…Yo he visto al Espíritu descender del cielo como una paloma y posarse sobre él(Jn 1, 26. 32). Juan evangelista tiene cuidado de traernos a Jesús desde el seno del Padre: “Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios”(Jn 1, 1), no como Mateo y Lucas que lo hacen llegar a través de la historia, por medio de sus genealogías(Mt 1, 17; Lc 3, 22-38). Aunque debemos reconocer que Lucas también lo reporta hasta Dios. A lo largo del evangelio, los judíos estarán reprochando a Jesús desde Abraham y Moisés(Jn 6, 30-31; 8, 33.39). Jesús reinterpretará las instituciones del pasado a partir de su identidad de enviado del Padre: “Es mi Padre el que me glorifica, aquel que ustedes dicen que es su Dios, aunque jamás lo han conocido. Yo, en cambio, sí lo conozco, y si dijera que no lo conozco sería un mentiroso al igual que ustedes”(Jn 8, 54-55).
Que, como María, estemos atentos para reconocer que se ha acabado el vino en la propia vida o en la comunidad y anunciemos a Jesucristo.