HOMILÍA DE MONS. LUIS MARTÍN BARRAZA
Domingo IV de Cuaresma
(Jn 9, 1-40)
19 de marzo de 2023
En este camino cuaresmal, en el que nos proponemos renovar nuestra fe, la liturgia de la palabra( nos hace pensar en el bautismo(la luz, la unción, el agua, la profesión de fe), que es precisamente el sacramento en el que hemos recibido la fe. Para renovarnos, es necesario pasar de las “obras estériles de las tinieblas” a “los frutos de la luz(Ef 5, 8), ser “bautizados” de nuevo en el Espíritu Santo. La curación del ciego que es, más que un milagro porque es la revelación de Jesús y, por tanto, un signo dirá san Juan, ilumina nuevamente el proceso bautismal que toda persona debe recibir para ser plenamente humano y, por lo tanto hijo de Dios: “Yo te aseguro que nadie puede entrar en el reino de Dios, si no nace del agua y del Espíritu”(Jn 3, 5). Visto desde el ciego de nacimiento, el proceso que vivió fue de verdadera reivindicación de toda su persona. Desde el principio queda de manifiesto la situación social en la que se encontraba aquel hombre: “¿quién pecó para que este naciera ciego, él o sus padres?”(Jn 9, 2). El pecado, en aquel tiempo, tenía fuertes implicaciones de marginación. Desde la religión se justificaba todo tipo de atropello a la dignidad de los enfermos, pobres y pecadores. El ciego va recobrando su dignidad al mismo tiempo que va haciendo su profesión de fe: “Ese hombre que se llama Jesús”, “Que es un profeta”, “Creo Señor”. Con su solo testimonio va a resultar una denuncia contra toda la oscuridad metida en el sistema político religioso de su tiempo.
Sin duda que la conversión personal es la más importante, pero desde este texto también se alcanza a ver la necesidad de una conversión institucional. Jesús termina diciendo: “Yo he venido a este mundo para que se definan los campos: para que los ciegos vean, y los que ven queden ciegos”(Jn 9, 39). Esto lo dice precisamente frente a “los judíos”, haciendo referencia a la comunidad(“vecinos”), pero sobre todo a las autoridades que mantenían en la ignorancia a aquel pueblo. Esto se puede corroborar por la discusión que trae Jesús con “los judíos” desde el capítulo siete por las denuncias que hace a la religión judía. Pero en el capítulo diez será más explícita a la clase dirigente, con la imagen del Buen Pastor. Como si se tratara de una catequesis a partir del episodio del ciego, da a entender que mucha de la ceguera procede de los liderazgos que actúan como ladrones que van al rebaño “únicamente para robar, matar y destruir”(Jn 10, 10). Ellos tienen mucha responsabilidad de toda la mentira e injusticia en la que se mueve el pueblo.
Volviendo al bautismo podemos decir que, más que una reacción al pecado es la oportunidad de construir el mundo conforme al proyecto de Dios. Cada vez se entiende menos la justificación del bautismo por causa de un pecado antiguo que, de alguna manera sigue presente en cada ser humano que viene a este mundo. No que haya que renunciar a esta lectura porque esto es así, pero tratar de hacer ver el pecado como un enemigo del hombre y no tanto de Dios y que por lo tanto debe ser combatido desde sus raíces espirituales, no simplemente desde sus manifestaciones. A Dios, en sí mismo, no le afecta el pecado humano, pero para el hombre es muerte. Por lo tanto, hablar del pecado es hablar de los grandes ideales del ser humano de justicia, bondad y verdad(Ef 5, 8). Podemos aprovechar la pedagogía de Jesús de no insistir tanto en la condenación, cuanto en la oportunidad de salvación que hay en toda situación de vulnerabilidad: “Ni el pecó, ni tampoco sus padres. Nació así para que en él se manifestarán las obras de Dios”(Jn 9, 3).
Desde estas consideraciones, tal vez, podríamos presentar más el bautismo como un colmar las aspiraciones más profundas de felicidad que hay en el corazón humano, como la oportunidad para que la gracia de Dios nos ayude a desplegar toda la bondad que él mismo ha sembrado en nuestro corazón. Puede ser este un modelo misionero que reconoce todo lo bueno que hay en cada uno, pero que invita a una vida más plena. Junto con la maldad abierta que mata y que roba, está la mediocridad que se conforma con la sobrevivencia, lo cual es indigno de la vocación divina del hombre. Sería el pecado contra el Espíritu Santo, no abrirnos a las posibilidades de Dios, sino simplemente estar maldiciendo la oscuridad antes que encender una luz. Esto no implica que se deja hablar del pecado, san Pablo nos invita a “reprobarlo abiertamente”: “porque, si bien las cosas que ellos hacen en secreto da vergüenza aun mencionarlas, al ser reprobadas abiertamente, todo queda en claro, porque todo lo que es iluminado por la luz se convierte en luz”(Ef 5, 12-13). Tanto el domingo pasado, en el encuentro de Jesús con la Samaritana como este signo del ciego de nacimiento, nos hacen ver que la renovación de la fe pasa por una conversión a Jesucristo, que nos traza un horizonte interminable y no sólo una conversión moral del pecado. Podemos decir, que se trata más de una conversión espiritual, que de las malas costumbres.
La búsqueda de la renovación de la fe nos envía a Jesucristo, para aprender de él el combate más contundente contra el mal que destruye la vida humana, directa o indirectamente. Jesús no se deja condicionar por el egoísmo humano que vive la lucha contra el pecado como una oportunidad de afianzarse a sí mismo y no de hacer “las obras de Dios”. Parece que en el tiempo de Jesús, y también en el nuestro, la búsqueda de la luz de la justicia está muy contaminada por intereses. Ahí está una gran causa de oscuridad en el mundo. En los lugares donde se dicen administrar las condiciones dignas para cada miembro de la sociedad, hay robo y mentira. Mucha de la oscuridad brota de las mismas instituciones encargadas de iluminar el camino de la humanidad. Una gran fuente de oscuridad procede de que hay una dinámica en el mundo donde unos pocos se van adueñando de los recursos naturales, de la vida de las personas, de los gobiernos, de las leyes, de las instituciones. Cuando en todas las estructuras, encargadas de iluminar el caminar de los pueblos se introduce la oscuridad de los intereses mezquinos, se llena todo de ceguera al servicio de los que manipulan las cosas.
Se trata de la oscuridad que se filtra en las organizaciones encargadas de administrar el bien común, sea espiritual o material. Tal vez de las peores oscuridades sea el cambio de mentalidad que se promueve, no para bien, sino al servicio de intereses oscuros, tratando de cambiar la visión del hombre. Sigámosle la pista a las principales causas de muerte y sufrimiento en el mundo. Está toda la corriente materialista que promueve el consumismo como camino de felicidad, sea por el disfrute al máximo de todo o porque tener cosas es signo de ser importante. Todo esto ha desencadenado una búsqueda desesperada de bienes, a costa de lo que sea, así se tenga que “vender el alma al diablo”. A esto lo consideramos fuente de oscuridad, no porque lo material sea malo por sí mismo, sino porque está a la base de toda la dinámica que ha conducido a la “cultura del descarte”. Todos los que promuevan el relativismo, el libertinaje, la falta de identidad, el individualismo, son fuente de ceguera, de abuso y manipulación. Todo lo que está a la raíz de las migraciones forzadas, de la trata de personas, de las desapariciones, extorsiones y asesinatos, además de las ideologías que se difunden, está, obviamente, la pobreza debida al sistema económico que se tiene, que favorece a los que más tienen y se desentiende de los pobres. Pero, en esta problemática entra, también, el nivel político en cuanto se pone al servicio de los que tiene el poder y se hacen cómplices del crimen. Además, ha sucedido que las instituciones públicas, alguna vez, han hecho mal uso de los recursos que se les confían, desviándolos hacia intereses más particulares. Ha habido robos importantes o desvíos de fondos, que comprometen gravemente los servicios a la comunidad. No se diga de todas las enseñanzas sobre la sexualidad y la familia, que ponen en peligro la vida, tanto en su generación como en el respeto a la vida concebida.
En el proceso de conversión de este ciego se encuentra una fuerte denuncia al orden establecido. En su ignorancia(ceguera), aquel hombre comienza a ver la luz y con expresiones de sentido común, hechas de “puro corazón”, de vida ordinaria, va desenmascarando la ceguera de aquellos guías que “¡cuelan el mosquito y se tragan el camellos!”(Mt 23, 24). Poco a poco se va llenando de la lucidez de Jesús y de la fuerza para proclamarlo: “En la cátedra de Moisés se han sentado los maestros de la ley y los fariseos. Obedézcanles y hagan lo que les digan, pero no imiten su ejemplo, porque no hacen lo que dicen”(Mt 23, 2). Pero queda también al descubierto como todo aquel sistema es posible con la complicidad de todos, porque ninguno se atreve a correr riesgos al lado del proyecto de Jesús.