HOMILÍA DE MONS. LUIS MARTÍN BARRAZA
DOMINGO VIII ORDINARIO
(Lc 6, 39-45)
27 de febrero 2022
Jesús continúa enseñando a sus discípulos en la llanura. Aparentemente se trata de unos comentarios desconectados entre sí y de lo que ha dicho anteriormente, sin embargo suponen todo lo dicho anteriormente. Las bienaventuranzas contienen el Espíritu del amor a Dios y al prójimo. Estas enseñanzas sapienciales nos ayudan a comprender que estamos en el corazón del evangelio, todo actuar del discípulo es relativo al espíritu de estas palabras. A la luz de ellas se podrán hacer denuncias de otros supuestos fundamentos, incluida cierta observancia de la Ley. Por el momento Jesucristo cuestiona ciertas acciones que tienen que ver con la vida religiosa: la relación guías discípulos, la intención de corregir a otros y la necesidad de dar frutos buenos. Tal vez sean cuestionamientos como los que hace Jesús al ayuno, la limosna, y la oración en el evangelio de san Mateo(Mt 6, 1-6). Estas son dimensiones importantes que según se vivan revelan quienes son verdaderos o falsos profetas(Mt 7, 16).
El sermón de la llanura trata la constitución de la identidad profunda del discípulo desde la cual se puede discernir toda su proyección. En el evangelio de Mateo, inmediatamente después de las bienaventuranzas viene la enseñanza sobre la irradiación de la vida bienaventurada: “Ustedes son la sal de la tierra…Ustedes son la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de una montaña”(Mt 5, 13-14). Del ser sigue el hacer, dicen los clásicos. Una vez que se ha marcado el corazón, es decir el centro de nuestro ser, con el espíritu de pobre, no podrá evitarse que tarde que temprano salga la verdad profunda. Esto es importante ahora que hablamos de conversión misionera, se deberá cuidar sobre todo el testimonio que da razón de lo que creemos en realidad. La misión debe ponerse en el corazón antes que en ciertos eventos. Evangelizadores con espíritu, dice el Papa Francisco.
“Cada árbol se conoce por sus frutos”. Para Jesús no hay pierde, nuestras obras nos delatan. Podremos guardar la apariencia un tiempo pero no toda la vida: “No hay nada oculto que no llegue a descubrirse, nada secreto que no llegue a conocerse”(Mc 4, 22). Decía esto para explicar algo que había dicho: “Acaso se trae la lámpara para cubrirla con una vasija de barro o ponerla debajo de la cama?(Mc 4, 22). De aquí depende la naturaleza misionera del discipulado, si es verdad que Cristo ha sido buena noticia para nuestra vida, no lo podremos ocultar. El testimonio es la “prueba de fuego” de la evangelización y de toda educación. Se podrán refinar las técnicas para “hacer picar” a los demás acerca de una propuesta, pero más pronto que tarde saldrá a la luz la verdad de las cosas: “haciéndolos más dignos de condenación que ustedes mismos”(Mt 23, 15). Nadie da lo que no tiene, decimos. Podremos poner muchos “trucos” en nuestras pedagogías, pero pronto se sabrá y quedaremos Exhibidos.
El domingo pasado escuchábamos la invitación a ser constructores de paz. La condición fundamental para esto es estar en paz con nosotros mismos. Esto no es fácil porque somos nosotros los que nos conocemos mejor a nosotros mismos y con ello nuestras inconsistencias. Ahí comienza la violencia al estar inconformes con nosotros mismos o al hacer una alianza cómplice, reflejo ambas actitudes de inestabilidad. El pleito principal está dentro de nosotros. El amor a los demás supone el amor a sí mismo. El perdón a los que nos ofenden supone el saber estar en paz consigo mismo. Todas estas enseñanzas encaminadas a superar los deseos de venganza y a inculcar misericordia, parecen más bien orientadas a poner paz primero en nuestro interior para luego llevarlo a cabo hacia afuera. Si queremos saber quiénes somos, la calidad de persona que hay dentro de nosotros, revisemos nuestra forma de reaccionar ante las ofensas. Aunque se dice que san Lucas no habla tanto de la pobreza espiritual, sin embargo la supone para poder dar frutos buenos.
Desde el discipulado propuesto por Jesucristo, que nace en el interior, hay un juicio muy severo contra los guías ciegos, que por el momento parece una sentencia muy genérica pero que en el desarrollo de la misión de Jesús irán clarificándose sus destinatarios y en qué sentido lo dice: “¡Fariseo ciego! Limpia primero el vaso por dentro para que también quede limpio por fuera”(Mt 23, 26). Para muestra un botón de por dónde va la denuncia de Jesús: ¡Ay de ustedes, guías ciegos, que afirman: ´Jurar por el Santuario no obliga´, pero jurar por el oro del Templo sí obliga. ¡Necios y ciegos! ¿Qué es más valioso, el tesoro o el Santuario que santifica el tesoro?(Mt 23, 16-18). No parece que la ceguera tenga que ver con alguna ignorancia intelectual, sino con la incoherencia entre el conocimiento que se posee y las actitudes del corazón: “Lo escribas y los fariseos se han sentado en la cátedra de Moisés: ¡ustedes hagan y obedezcan todo lo que ellos dicen, pero no actúen conforme a sus obras, porque no hacen lo que dicen”(Mt 23, 2-3). Sentarse en la cátedra de Moisés significa que se han apoderado de la enseñanza, se han hecho la medida de la ortodoxia. Parece que Jesús les respeta toda la autoridad que reclaman sobre la Ley y los profetas, pero dónde los desacredita definitivamente es en sus obras: “Porque ellos atan cargas pesadas, difíciles de llevar, y las colocan sobre las espaladas de la gente, pero ellos ni con un dedo quieren moverlas”(Mt 23, 4).
Seguramente estas actitudes amenazaban a las comunidades cristianas de aquel tiempo, y continúan siendo un riesgo. Esto tendría que afectar más a quienes prestaban un servicio pastoral dentro de las comunidades, la tentación de poner al servicio de afanes protagónicos u otros intereses mezquinos la misión que se ha recibido sin mérito propio: “Lo que han recibido gratis, entréguenlo también gratis”(Mt 10, 8). El cobro del servicio pastoral se puede hacer de muchas formas nos sólo económicamente. Jesucristo reprocha tanto la ambición como la vanidad de los guías de su tiempo: “Les gusta pasearse con largas túnicas, que los saluden en las plazas, que les den los primeros lugares en las sinagogas y los puestos de honor en los banquetes mientras devoran los bienes de las viudas haciendo ostentación de largos rezos”(Mc 12, 38-40). El que busca la gloria personal no puede creer en Dios: “¿Cómo van a creer si buscan gloria unos de otros y no buscan aquella gloria que viene solo de Dios?”(Jn 5, 44). Los guías ciegos son lobos con piel de oveja(Mt 7, 18). Esto es más criminal que ser lobo simplemente porque las ovejas se confían, se utiliza la buena imagen para obtener ventaja, no porque interese realmente servir.
Otra actitud muy arraigada en el corazón humano y ésta extendida a toda la comunidad no sólo a los dirigentes, que queda denunciada al trasluz de las bienaventuranzas, es la crítica destructiva. “Sacar la garra” “comer prójimo” es una práctica muy común, que se antoja imposible de erradicar, que, sin embargo Jesús invita a cuestionar; tal vez no se logre pero se debe combatir. Recordemos que las bienaventuranzas antes que una ética es la sabiduría de Dios obrando en nosotros por medio de su Espíritu, si le permitimos. Se trata de la vida nueva en Cristo, imposible para los hombres pero no para Dios(Mt 19, 26). Naturalmente se impone el juzgar los defectos del otro; las fallas de los demás son siempre más graves que las mías. Podemos estar en la misma situación de pecado y aun así me sigo sintiendo con derecho de criticar al otro. Esto es así, y si a esto le añadimos algún prejuicio la situación se complica. Que debemos enseñar, corregir, denunciar, no cabe la menor duda, pero debemos de estar atentos de que esto no sea más que una autoafirmación por encima de los demás. Hay quien necesita ver al otro caído, derrotado, destruido para nivelar su autoestima o llenar sus anhelos de superioridad.
Para que la corrección sea edificante es indispensable infundir la confianza de que no es una artimaña de dominio sobre el otro. No es fácil demostrar lo contrario, porque la violencia está al orden del día. Lo más seguro es que, quien sea confrontado o corregido, se sienta atacado. Y si a esto le sumamos que la intención no es muy sana. El que vive en la bienaventuranza de la gracia transmite con sus actitudes y obras que está más interesado en acusarse a sí mismo que en repartir culpas. Existen demasiadas críticas destructivas, considerando que no hay el mismo compromiso con la corrección personal, con la justicia y el bien común. A quien no se le ve arrepentirse y enmendarse de sus culpas es difícil que se le crea que es fraterna su corrección.
Además, el que sabe arrepentirse de sus pecados da razón de que sabe doblegarse, ponerse límite frente a la santidad de Dios. Y quien sabe adorar a Dios reconociendo sus fragilidades es de fiar para curar las heridas espirituales de sus hermanos. Quien vive en la inconsciencia de la misericordia divina es un peligro para los demás, será implacable en sus juicios, simplemente hará críticas destructivas sin compromiso real con la justicia y con la vida. El sermón de la llanura funda la primacía del interior en el discipulado de Jesús.