HOMILÍA DE MONS. LUIS MARTÍN BARRAZA
DOMINGO XIII ORDINARIO
26 de junio de 2022
Ahora san Lucas, en el evangelio, se encarga de describir al verdadero discípulo de Jesús.
Detrás de la pregunta de Jesús: ¿quién dicen que soy yo?, del domingo pasado, está la invitación a seguirlo, porque no se puede dar razón de Jesús más que caminando detrás de él; no basta responder con alguna fórmula. En el plan de Lucas, a partir del capítulo 9 comienza la revelación más explícita de Jesús, con el primer anuncio de su pasión: “El Hijo del hombre debe padecer mucho, ser rechazado por los ancianos, por los sumos sacerdotes y los maestros de la Ley…”(Lc 9, 22). A partir de aquí comienza un camino de discipulado más intenso. Como que la respuesta más adecuada a la pregunta de Jesús es ser un discípulo suyo. Y ahora san Lucas se encarga de describir al verdadero discípulo de Jesús.
Para empezar se debe entrar en el movimiento de Jesús que toma “la firme determinación de emprender el viaje a Jerusalén”. Esto no significa otra cosa sino decidirse con todo su ser, mente y corazón al proyecto de Dios. Esto quedará de manifiesto en las condiciones que pone a quien llama o quieren seguirlo. De entrada ataca el problema de raíz, que lo echa a perder todo: el afán de poder, que trata de poner todo, también su relación con Dios, al servicio de sus ambiciones personales. Los discípulos se muestran muy celosos en defender a Jesús de los samaritanos, que no lo habían querido recibir. Pero no habían manifestado el mismo celo para actuar en coherencia con la revelación que Jesús les hace de sí mismo, con su humildad, entrega y obediencia hasta la cruz. Frente a Jesús que les abre su corazón lleno de santidad, ellos dan el espectáculo vulgar de pelear por quien sería el más importante(Lc 9, 48). De igual modo, pretenden controlar la acción de la gracia de Dios prohibiendo a unos expulsar demonios, porque no era discípulo de Jesús(Lc 9, 49- 50). Y ahora está esto de querer imponer con violencia la presencia de Jesús ¿Por qué tanto celo contra los de fuera y no contra sí mismos?
Es fácil querer poner el seguimiento de Cristo al servicio de nuestros intereses. Me parece que es lo que denuncia el Papa Francisco como mundanidad espiritual, “que se esconde detrás de apariencias de religiosidad e incluso de amor a la Iglesia, es buscar, en lugar de la gloria del Señor, la gloria humana y el bienestar personal… En algunos hay un cuidado ostentoso de la liturgia, de la doctrina y del prestigio de la Iglesia, pero sin preocuparles que el Evangelio tenga una real inserción en el Pueblo fiel de Dios y en las necesidades concretas de la historia… En otros, la misma mundanidad espiritual se esconde detrás de una fascinación por mostrar conquistas sociales y políticas, o en una vanagloria ligada a la gestión de asuntos prácticos, o en un embeleso por las dinámicas de autoayuda y de realización autorreferencial…”(EG, 93. 95). En todos los casos se trata de un celo aparente por Jesús, por la Iglesia, por la Virgen, para resaltar la propia imagen.
El fanatismo religioso proviene, precisamente, de usar el nombre de Dios para imponer las propias ideas o creencias. Esta manipulación es muy sutil porque en apariencia se trata del santo celo por las cosas de Dios, pero en el fondo son intereses políticos, económicos, sociales. En este siglo, que debe ser místico o no será, el fanatismo religioso sigue latente, tanto más cuanto las religiones se apartan de su espíritu de amor a Dios y amor al prójimo y se vuelven instrumentos de poder. Tanto del mundo religioso como del mundo laico hemos dado motivos para que Dios sea manipulado y utilizado contra su proyecto de fraternidad universal. Jesús corta de tajo la raíz de la violencia como recurso para darlo a conocer. Extrañamente las guerras por motivos religiosos parecen ser las más sangrientas. Lo peor es que se puede hacer una guerra contra todos en defensa de Dios, pero no estar agradándole en lo secreto del corazón o con las propias obras. Hay muchos que defienden apasionadamente la religión católica o a la Virgen de Guadalupe, pero no participan en nada o muy poco en la vida de la Iglesia. O puede ser que defiendan a Dios, pero no conozcan nada de sus enseñanzas, mucho menos vivan lo que él nos manda. La violencia siempre será una señal inconfundible de que estamos peleando nuestra propia causa y no la del evangelio.
Después de dejar en claro esta actitud fundamental, vendrán otras más específicas en el confronto con algunos que Jesús encuentra en su camino. Primero está uno que le ofrece seguirlo adondequiera que vaya. Muy en consonancia con lo anterior, Jesús, conocedor del corazón humano que siempre es calculador y estratégico, le cuestiona toda pretensión. En este camino no hay seguridades, garantías, derechos, no hay paga prometida. La necesidad de seguridad es básica en el ser humano, pero aún esto deberá ser incomodada desde los intereses del evangelio. Si mi deseo de seguridad pone en tela de juicio mi confianza en Dios, que “alimenta a las aves del cielo que no siembran ni cosechan” y “cuida de las flores del campo, que ni se cansan ni tejen”(Mt 6, 26-27), entonces no somos dignos de Jesús. Si la necesidad legítima de seguridad debe ser arriesgada, cuánto más las seguridades creadas. El mundo inculca la seguridad de éxito, poder, fama. El hombre puede traicionar su vocación humana o el proyecto de Dios por adquirir falsas seguridades, vender su conciencia por hacer pacto con quien le asegure sus ambiciones.
En esta propuesta está en juego la pregunta: ¿quién es Jesús? No se trata de un limosnero al que todos le hacemos la caridad de creer en él o de seguirlo como se nos antoje. Jesucristo, y con él el reino que anuncia, tiene su dignidad. No le hacemos el favor de darle la limosna del tiempo y atención que nos sobra. No somos nosotros quienes ponemos las condiciones, sino él. En realidad él no nos necesita, nos hace el favor de revelarnos el sentido de nuestra vida. Con la advertencia de no tener dónde reclinar la cabeza, Jesús, está pidiendo el centro de nuestro corazón. Mientras haya cosas mundanas en el centro, la polilla y el moho se las comerán. El único principio incorruptible es Jesucristo, no por la rigidez de sus enseñanzas, sino por el amor a toda prueba que nos hace sentir. Sólo Jesús nos ofrece la amistad que no traiciona(Jn 15, 14), toda otra madriguera amenaza ruina.
A lo largo de los siglos cuando la Iglesia se ha apoyado en los poderes temporales para llevar a cabo su misión, se ha atraído la persecución y no siempre por el evangelio. Animémonos ahora a fiarnos sólo de los criterios del evangelio, como dijo el Papa a los obispos de México, en el 2016: “no pongan su confianza en los carros y caballos de los faraones modernos, sino en la columna de fuego que parte dividiendo el mar, sin hacer mucho ruido”. No se trata de no meternos en los asuntos temporales, sino hacerlo de tal manera que quede claro dónde está nuestro tesoro y nuestro corazón(Mt 6, 21). Podremos encabezar muchos procesos, desde muy espirituales hasta muy sociales, pero mientras huela a poder temporal tarde que temprano se caerá. Jesucristo debe ser todo, realmente “¡El Mesías de Dios!”(Lc 9, 20), conocerlo, amarlo y seguirlo a él es todo.
Más adelante, otro tuvo el privilegio de ser invitado por Jesús a seguirle, el cual se dio el lujo de pretender hacerlo esperar, lo puso después de su familia. Con su respuesta, Jesús, le da a entender que frente a la vida que él ofrece todas las demás “vidas” son muerte. Obviamente que no se enfrenta Jesús al cuarto mandamiento, que en otra ocasión defiende, sino que simplemente está diciendo que, por encima de la familia, está su llamada. Podrán parecer muy duras estas palabras de Jesús, pero, siendo honestos, no es Jesús el que destruye a las familias en nuestro tiempo, son muchas otras cosas. En realidad, del seguimiento de Jesús, la primera que sale beneficiada es la familia. Con Jesús se aprende a anteponer el bien común, la familia, antes que a sí mismo. Precisamente es lo que hace ahora Jesús, curar del afán de dominio. Un poco antes, después del segundo anuncio de su pasión, ha llamado la atención a sus discípulos invitándolos a ser humildes y sencillos para ser importantes(Lc 9, 47). Lo único que quiere decir Jesús es que nunca se pierda de vista la vida y la dignidad que Dios quiere dar al mundo y a las familias, que colaboremos con su causa a costa de todo.
Por último, otro, también, se ofreció a seguir a Jesús, pero parece que como se sintió muy generoso por esto, pone sus condiciones. Aunque se trata de una condición menor en relación a la anterior, Jesús le denuncia el peligro de mirar hacia atrás. Pudiera parecer que es el que menos inconvenientes tiene y que es al que se le aplica la mayor exigencia. El Señorío de Jesús reclama toda la vida del discípulo, no acepta ningún titubeo, mirar hacia atrás, descalifica. Se puede pensar que Jesús nos quiere esclavizar, aniquilar, en realidad nos hace entrar en una relación más sana, gratuita, y espontánea con Dios que nos libere de toda idolatría en su seguimiento.