HOMILÍA DE MONS. LUIS MARTÍN BARRAZA
Domingo XV del Tiempo Ordinario
10 de julio de 2022
“¿Y quién es mi prójimo?”
Jesús no ha venido a abolir la ley sino a darle plenitud(Mt 5, 17). Ahora, frente al cuestionamiento malintencionado de un doctor de la ley, encuentra la oportunidad de releer el mandamiento principal: amor a Dios y amor al prójimo(Mc 12, 29-31). En ellos se resumen la Ley y los Profetas, dirá Jesús(Mt 22, 40). Mateo y Marcos todavía hablan del “segundo” mandamiento(Mc 12, 31; Mt 22, 29). Lucas, en cambio, extrañamente, hace decir al doctor de la Ley el mandamiento de corrido, incluyendo amor a Dios y al prójimo. Los guías religiosos no eran muy atentos a las necesidades de sus hermanos, sino más bien al cumplimiento de los preceptos cultuales. Jesucristo los acusaba de que “no hacían lo que decían,…porque imponían cargas muy pesadas, difíciles de llevar, y las colocan sobre las espaldas de la gente, pero ellos ni con el dedo querían moverlas”(Mt 23, 3-4). Pareciera que todo este pasaje es un “traje a la medida” para el fariseísmo que siempre amenaza a las religiones: mucho “golpe de pecho” y poco compromiso social o fraterno.
Aquel letrado simplemente respondió presuntuosamente algo que sabía de memoria, ya que lo repetía todos los días, o Lucas pone esta respuesta en sus labios para resaltar la unidad del mandamiento. En el fondo los cuatro evangelios se refieren a lo mismo en relación a este mandamiento, pero Lucas hace énfasis en la importancia de amar al prójimo, al grado de que ayuda a saborear el amor a Dios desde el prójimo por medio de una parábola. Sólo Lucas nos habla de esta parábola. Nos presenta a un Jesús muy comprometido con el sufrimiento humano. San Juan llevará al extremo la identificación del amor a Dios y al prójimo. En su evangelio, hay una insistencia particular en el amor al prójimo. Jesús, durante todo su evangelio demuestra que es el enviado del Padre, que es Dios, y esa unción divina la pone al servicio de invitar a “lavarnos los pies unos a otros”(Jn 13, 15). En su carta, san Juan, de plano nos dice que el amor es uno, a Dios y al prójimo(1 Jn 4, 12).
En el Antiguo Testamento Dios se presentó como un Dios celoso(Dt 5, 6-10), que reclamaba un culto exclusivo, pero lo hacía para defender al pobre, al huérfano y a la viuda. Ningún otro Dios era compasivo y misericordioso hacia el desamparado. En el código de santidad se aprecia muy bien la conexión del amor a Dios y al prójimo: “Sean santos porque yo, su Dios, soy santo”(Lv 19, 2). Después irá desglosando lo que significa ser santos, dando vida al prójimo, siempre da como razón última: “Yo el Señor tu Dios”. Dios Yahvé no reclama nada para sí, sino que todo es para bien de sus hijos. Todos los demás “dioses” eran ambiciosos, lujuriosos, sádicos, demandaban cultos ostentosos y sangre humana, permitían la opresión de un hermano contra otro. Sólo los tres primeros mandamientos llaman la atención sobre la imagen de Dios, los demás invitan a respetar y servir al prójimo. Poco a poco se fue descuidando la íntima relación entre amar a Dios y al prójimo. Siempre es más fácil el rito, la ofrenda simbólica, el rezo, la procesión, el culto vacío, que el encuentro con el hermano, sobre todo el más desamparado. Los profetas serán muy agudos en la denuncia del culto idolátrico, porque se hace en medio de la injusticia y el robo: “Pero, en realidad, en el día de ayuno ustedes buscan hacer lo que les da la gana y explotar a sus trabajadores. Ayunan en medio de pleitos y peleas, golpeando salvajemente con el puño”(Is 58, 3-4). Jesús retomará esta denuncia de los profetas cuando los fariseos y maestros de la Ley le reclaman los ritos de purificación para sus discípulos(Mc 7, 6-7). Ahora, provocado por el maestro de la Ley, que presume ponerlo a prueba preguntándole sobre la vida eterna, Jesús, le revelará el espíritu de la ley. Con mucha sencillez le indica que simplemente ponga en práctica estos mandamientos. Lo admirable de Jesús no es que le dé una respuesta muy grandilocuente, para lucirse, sino que sabe indicar el camino para que la persona lo recorra.
Seguramente, aquel gran maestro se sintió desilusionado con aquella respuesta ya que su especialidad era el morbo intelectual y las interminables discusiones con poco compromiso concreto. En cambio, recibe una respuesta que lo orienta hacia el orden práctico, donde al parecer es completamente analfabeta. Como si Jesús le reprochara, amablemente su desconocimiento de las Escrituras, porque en ellas se dice: “todos mis mandamientos están muy a tu alcance, en tu boca y en tu corazón, para que puedas cumplirlos”(Primera lectura. Dt 30, 14), esto implica el no perderse en discusiones estériles.
La sabiduría de Jesús desconcierta a aquel personaje y pone en evidencia sus perversas intenciones o simplemente su ignorancia sobre lo fundamental. Esto hace que aquel hombre quiera justificarse o convencer sobre la pertinencia de su pregunta cuestionando a Jesús sobre el prójimo. Si bien el amor al prójimo venía desde el antiguo testamento y se conectaba con el amor a Dios, Jesús dejará muy en claro que no hay amor a Dios sin servicio al hermano(1 Jn 4, 20). De esta manera, pone las bases para el humanismo más integral que existe. El cristianismo es el mejor proyecto sobre promoción humana, porque, éste, no es una “limosna” que damos al otro con mezquinas intenciones, sino un servicio considerando al otro como uno con nosotros mismos, uno de nuestra misma carne(Is 58, 7). Tal vez esto lo hace más susceptible de incoherencias y de críticas, ya que se le ha dado mucho se le exige mucho(Lc 12, 48).
La novedad en san Lucas del mandamiento principal llega por medio de la comprensión de quién es el prójimo. Sabemos que en el tiempo de Jesús, prójimo era el cercano, el del mismo pueblo, a lo más, el de la misma raza. Jesucristo presenta ahora la universalidad como una propiedad esencial del amor, en el amor de Cristo na hay barreras. Para comprender esto es necesario no ser indiferentes frente al sufrimiento humano. Debemos detenernos ante las situaciones de pobreza, de marginación, de periferia, a donde no llega la caridad interesada. Se trata de una universalidad que se vive desde lo concreto, como lo hace aquel samaritano. De aquel tiempo podemos reprochar la miopía de la comprensión del prójimo. Hoy vivimos los tiempos de los derechos humanos universales, basados en la igual dignidad de cada persona, pero la indiferencia por el hermano herido, por el pueblo maltratado, sigue igual o tal vez peor. En teoría todos somos iguales, pero en nuestro afán de ser los privilegiados del sistema o de disfrutar de sus bondades, pasamos de largo de quien está tirado a la orilla del camino de la vida.
Algo así nos dice el Papa Francisco: “Digámoslo, hemos crecido en muchos aspectos, aunque somos analfabetos en acompañar, cuidar y sostener a los más frágiles y débiles de nuestras sociedades desarrolladas. Nos acostumbramos a mirar para el costado, a pasar de lado, a ignorar las situaciones hasta que estas nos golpean directamente…”(FT, 64). “Los salteadores del camino suelen tener como aliados secretos a los que “pasan por el camino mirando a otro lado”. Se cierra el círculo entre los que usan y engañan a la sociedad para esquilmarla, y los que creen mantener la pureza en su función crítica, pero al mismo tiempo viven de ese sistema y de sus recursos”(FT, 74).
Así las cosas, sólo hay dos opciones, o somos compasivos con el sufrimiento de los hermanos o somos indiferentes. También se puede decir, o somos solidarios de verdad o somos de los que practican la caridad estratégica para protegerse a sí mismos de ser alcanzados después por la cruda realidad. Tratando de simplificar más las cosas, se puede decir, o somos compasivos o somos mercenarios. La actitud del sacerdote y el levita(de aquel tiempo y de hoy) es la de un mercenario, ya que se benefician del atraco en despoblado que se hace de los pobres. En el orden de cosas que vivimos, la insensibilidad ante el bien común es la forma más refinada de la corrupción, ya que se es beneficiario de una estabilidad que se logra a costa de la vida de otros. ¿Pero entonces cuál es la diferencia entre ser creyente y no creyente? El único criterio de la verdadera religión sigue siendo: “tuve hambre y me dieron de comer, tuve sed y me dieron de beber, fui forastero y me recibieron, estuve desnudo y me vistieron, enfermo y me visitaron, en la cárcel y fueron a verme”(Mt 26, 35-36). Claro que para poder vivir esto sin sospechas de intereses mezquinos, se deberá cultivar una profunda intimidad con dios en la adoración y escucha de su palabra.
La promoción humana desde la fe no sólo da al otro lo que le corresponde, sino que da desde lo que lo que se necesita para vivir, como lo hace este buen samaritano. Las ideologías promueven al ser humano en base siempre a intereses personales o de grupo. El cristianismo es un humanismo, a condición de que nos dejemos conducir por Jesús a lo profundo del drama humano con la compasión de Dios. Él es un experto en humanidad, desde que se ha hecho uno de nosotros se metió en el corazón del hombre. Jesús es el único que puede revelar con justeza el hombre al mismo hombre(GS, 22).