HOMILÍA DE MONS. LUIS MARTÍN BARRAZA
Domingo XVI del Tiempo Ordinario
(Lc 10, 38-42)
17 de julio de 2022
Hemos escuchado muchas veces las palabras del Papa Benedicto, en el sentido de que “no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”. Qué mejor escenario para hablar de la fe como encuentro personal de amistad e intimidad con Dios, que la visita de Jesús a Marta y María, donde Jesús encuentra un “oasis” de recreación total en su travesía por el desierto espiritual del camino hacia la cruz. Aquí podemos ver más allá de los afectos humanos – también estos-, un encuentro de salvación. La respuesta de Jesús a Marta, que se queja, espantan la sospecha de una amistad cerrada, exclusiva, y pone la actitud de María como un modelo de discípulo: “María escogió la mejor parte y nadie se la quitará”. Jesús da a entender que aquello que hace María no es un hobby, un gusto personal, sino algo a lo que estamos llamados todos. Como si Jesús hiciera una defensa frente al mundo del activismo, la oración, la escucha de la palabra, la meditación, el mismo descanso. San Juan pondrá a estas mujeres y su hermano Lázaro, como entrañables amigos de Jesús(Jn 11, 3,5) y en relación a ellos tratará el tema central de la resurrección de los muertos, más aún, él mismo se revelará como Resurrección y Vida, corazón de la fe(Jn 11, 25). Además, Jesús, comparte con ellos los últimos días de su vida(Jn 12, 1). Esto tal vez sugiera que donde está esta familia hay una enseñanza fundamental.
Después de enseñar que la vida eterna depende de las obras, según la parábola del buen samaritano, era bueno dejar en claro que la salvación viene por la fe en Jesucristo, un tema que las comunidades de Lucas deberían de tener muy presente por la influencia de san Pablo. La fe en Jesucristo por encima de todo como nos lo anuncia hoy la segunda lectura: “…que Cristo vive en ustedes y es la esperanza de la gloria; ese mismo Cristo es el que nosotros predicamos…”(Col 1, 27-28). Ha trascurrido tiempo y espacio después del diálogo con el doctor de la ley, sin embargo, narrativamente, la visita de Jesús a sus amigas sucede inmediatamente, por lo tanto, no se puede evitar relacionarlos. La parábola está tan bien dicha que parece que la fe consiste sólo en amor al prójimo y resultara una crítica mordaz contra toda actividad piadosa. Los representantes de la religión cultual quedan totalmente desacreditados por su falta de compasión concreta. Hasta parece darles la razón a los que hacen y hacen cosas por sus hermanos sin discernir la voluntad de Dios. Hay quienes viven pacíficamente esta manera de proceder, pero hay otros que lo hacen en conflicto con los del mundo de la oración, los acusan siempre de religiosidad vacía. En el texto que meditamos hoy queda clara la condición con la que las obras se pueden escapar de la apariencia o la vanidad. Alguna vez Jesús reclamaba la caridad que se hace para ser vistos por la gente(Mt 6, 2). Para poder llevar a cabo lo que significan las palabras de Jesús: “…que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu derecha…”(Mt 6, 3) será necesaria la escucha del maestro.
Ahora, Lucas, parece dar el bandazo hacia el extremo contrario, hacia la vida contemplativa. Pero conociendo a Jesús nos damos cuenta que no siempre sus énfasis significan cancelación de lo contrario. En cuántas ocasiones Jesús, aparentemente, afirma cosas contradictorias con la intención simplemente de resaltar la importancia de algo. Por ejemplo, hablando del interior y exterior afirma: “Esto deberían de hacer(interior) sin descuidar lo otro(exterior)”(Mt 23, 23). No le haríamos justicia a este pasaje si lo interpretamos como oposición entre vida activa y contemplativa. Bajo esta óptica, la responsabilidad, la laboriosidad, la vida práctica, quedarían regañadas por Jesús. Los buenos serían los que se apartan del mundo, de la vida diaria para no contaminarse de los ruidos y fallas que se dan en ella. Nada más apartado del mensaje de Jesús, que lo que más fustigó fue la falta de frutos(Mc 11, 12-14). No se puede reprochar a Marta que sea ella la que tuvo el gesto hospitalario de recibir a Jesús, la que dispone el lugar para que sea acogedor, además de que se dispone a preparar la comida. ¿Qué haríamos sin la gente activa que produce bienes y servicios, que cura, que alimenta, que protege. Seríamos unos malagradecidos si criticáramos a las personas que proyectan, construyen, transforman. El mundo se hace cada vez más técnico, más emprendedor. Además, la mitad de la humanidad o más está del lado del mundo obrero, del trabajo físico, manual. No sería justa una fe que dejara fuera de la salvación a buena parte de las personas porque fuera laboriosa.
Jesús no tiene problemas con el mundo del trabajo, con los que sostienen a la humanidad con su esfuerzo, con los que atienden las necesidades de sus hermanos. El Dios que le encargó al hombre transformar la tierra(Gn 1, 28) no podía contradecirse condenando la actividad encaminada a ello. Él mismo se presentó como un trabajador incansable, un obrero: “Mi Padre trabaja siempre y yo también trabajo”(Jn 5, 17). El problema de Jesús es la idolatría del activismo. Jesús se mete con Marta porque ella antes ha profanado con su afán o malestar el espacio santo del ejercicio espiritual de la existencia, en la escucha de María. El discipulado de la escucha del maestro es sagrado y Jesús lo defiende contra todo. En este momento parece que Jesús pierde ecuanimidad y hace prevalecer la vida contemplativa sobre la activa. Tal vez, pero la escucha de Jesús implicará siempre la verdadera acción caritativa. No se trata de compromiso temporal contra misticismo; se trata de activismo, de tiranía contra sí mismo, de cumplimiento, de apariencia, tal vez, de pretensiones no sanas, etc. contra recreación de sí mismo. Si Marta no hubiera “explotado” hubiera quedado como excelente anfitriona, tal vez hubiera combinado las tareas domésticas con la escucha del maestro o, tal vez, hubiera promovido la corresponsabilidad para convivir trabajando. Pero su malestar revela que su corazón está herido, esto es lo que arroja sombra sobre su proceder. Hay por ahí otros intereses o problemas, ¿acaso alguna rivalidad entre Marta y María?
Escenarios semejantes se presentan en nuestro tiempo cuando se sirve a través de la mediación de cosas y no del encuentro personal. El dinero, las cosas son fruto del trabajo, pero si lo entregamos impersonalmente se deforman las relaciones y con ellas las personas. Trabajar para sólo ofrecer bienes materiales puede contribuir a promover relaciones de dominio: “el que paga manda”. Seguramente se terminará reprochando la hospitalidad, como parece que lo hace Marta. No es raro que alguien termine “echando en cara” todos los sacrificios que se han hecho por alguien y que no ha sido agradecido.
Si en la cultura moderna tan acelerada, que frecuentemente empuja a atropellar personas, valores, espacios, no hubiera signos de malestar podríamos dejarla continuar su marcha sin cuestionar, pero esta prisa es a costa de la espiritualidad, de la moral y, a veces, de la vida. Hay demasiada violencia, muertes, divisiones, enfermedades, pérdida del sentido de la vida. Mientras que, por un lado, se pueden presumir todos los avances científicos y tecnológicos, por otro, hay más descartados de las condiciones dignas de vida. La actividad humana es sagrada porque da la oportunidad de contribuir con el creador a continuar, sin pausa, creando y, por lo tanto, un medio para la propia realización. Pero debe de ser redimido el trabajo de las dinámicas de explotación para que puedan rendir sus frutos para todos. Sería ideal encaminarse a no condicionar la actividad desde la economía, sino que cada uno cultive sus talentos sin temor a morir de Hambre.
Queda claro que no es el mundo laboral, emprendedor al que denuncia Jesús, sino la actividad que destruye al ser humano. La perversión de la actividad humana puede venir de muchos lados: puede proceder de la tiranía de sí mismo por motivos ambiciosos como el querer tener o ser más; por la explotación del trabajo por jornadas excesivas o salarios injustos o por ambas razones; por la inequidad de género, por las condiciones inseguras de trabajo, desempleo, etc. Desde una sensibilidad más creyente podemos decir que el trabajo resulta alienante, también, cuando no se abre al proyecto de Dios, cuando se pone al servicio simplemente del propio proyecto que casi siempre tiene que ver con acumular, disfrutar, afirmarse a sí mismo por el tener, conduciendo esto, muy seguramente a la falta de solidaridad. Jesús no defiende la religión, el culto o la intimidad con él por el valor que esto tiene en sí mismo, sino por la imagen que refleja del ser humano, tanto del que así vive como de quienes sufren sus consecuencias. La valoración del ser humano por su productividad o por su tener es una amenaza para todos, especialmente para los más vulnerables.
Jesús aborda en este pasaje la unidad de vida desde una actitud más orante y de escucha de la palabra. Sólo el que reconoce el conocimiento de Jesucristo como lo único necesario podrá vivir la verdadera caridad.