DOMINGO XVI ORDINARIO
HOMILÍA DE MONS. LUIS MARTÍN BARRAZA
Domingo 18 de Julio 2021
(Mc 6, 30-34)
Después de salir a evangelizar, los discípulos regresan a reunirse con él. El domingo pasado recogíamos las condiciones que Jesús les pide a sus apóstoles en la pobreza del enviado, es decir, nunca debe olvidar que el protagonista es otro, va en nombre de otro. Regresar a Jesús es un gesto discipular, un rendir cuentas al dueño de la obra, discernir, dejarse conducir. Ser enviado a evangelizar no corresponde a alcanzar autonomía y agarrar la misión por su cuenta. Más importante que salir a hacer cosas es verificar la autenticidad de que estamos haciendo la obra de Dios, “para no construir en vano”(Gal 1, 2). Permanecer en la tradición de lo que se ha recibido es de suma importancia(1 Cor 11, 23), para no engrosar las filas de los pastores “que dispersan y dejan perecer a las ovejas…”(Jer 23, 1). Ofrecer el “pasto” de la comunión a las multitudes que andan como ovejas sin pastor, es el gran gesto de compasión por ellas. De otro modo, las estaremos llevando detrás de nosotros y nos mereceríamos el reproche de Yahvé, por boca de Jeremías: “Ustedes han rechazado y dispersado a mis ovejas y no las han cuidado”(Jer 23, 2). Las más brillantes iniciativas serán distractores, división, si no hacen entrar en el rebaño del Señor.
Resulta muy valioso el pastoreo de la unidad dado que vivimos en la “cultura del fragmento”, del individualismo: “Es frecuente que algunos quieran mirar la realidad unilateralmente, desde la información económica, otros desde la información política o científica, otros desde el entretenimiento y el espectáculo. Sin embargo, ninguno de estos criterios parciales logra proponernos un significado coherente para todo lo que existe…”(DA 36). Todo esto también causa la sensación de “ovejas sin pastor”. Hace falta el pastoreo que ayude a encontrar el sentido que da unidad a todo lo que existe y nos sucede en la experiencia, y que los creyentes llamamos el sentido religioso. También hacia el interior de la Iglesia debemos trabajar la comunión. Frecuentemente la acción pastoral, al interior de ella, es una suma de iniciativas muy buenas pero sin la identidad de la única misión de Jesús.
Después habrá que decir con el Papa Francisco que “la intimidad de la Iglesia con Jesús es una intimidad itinerante, y la comunión esencialmente se configura como comunión misionera. Fiel al modelo del Maestro, es vital que hoy la Iglesia salga a anunciar el Evangelio a todos, en todos los lugares, en todas las ocasiones, sin demora, sin asco y sin miedo(EG. 23).
Estar con Jesús y salir a evangelizar no son dos cosas diferentes, son dos momentos de la única obra. El Papa Benedicto, comentando el texto de la llamada para enviarlos(Mc 3, 13- 14) dice que, salieron a predicar sin salir de Jesucristo, es decir sin perder contacto con él; desde el interior de la intimidad salen al encuentro de los hombres. Así las cosas, podemos interpretar este regreso como un cultivar la permanencia que siempre tuvieron con Jesús. Ser evangelizadores ante todo es cultivar una profunda comunión con Jesús y desde él ser constructores de paz.
Desde la carta a los Efesios(segunda lectura) podemos reconocer el ejercicio de la compasión más profunda en el servicio de la reconstrucción de la paz: “Porque él es nuestra paz; él hizo de los judíos y de los no judíos un solo pueblo;…para crear en sí mismo, de los dos pueblos, un solo hombre nuevo, estableciendo la paz, y para reconciliar a ambos, hechos un solo cuerpo, con Dios, por medio de la cruz, dando muerte en sí mismo al odio”(Ef 2, 14-16). La cruz es el distintivo del pastoreo de Jesús, es el precio de la reconciliación de las comunidades. El pastor se ofrece como alimento para engendrar lazos de comunión en el corazón de las ovejas.
El Papa Francisco, que insiste tanto en la Iglesia misionera, habla de “evangelizadores con Espíritu”. Nos dice que “siempre hace falta cultivar un espacio interior que otorgue sentido cristiano al compromiso y a la actividad. Sin momentos detenidos de adoración, de encuentro orante con la Palabra, de diálogo sincero con el Señor, las tareas fácilmente se vacían de sentido, nos debilitamos por el cansancio y las dificultades y el fervor se apaga. La Iglesia necesita imperiosamente el pulmón de la oración…Al mismo tiempo, se debe rechazar la tentación de una espiritualidad oculta e individualista, que poco tiene que ver con las exigencias de la caridad y con la lógica de la Encarnación”(EG 262).
Vista la fe como espacio de oración, contemplación, escucha de la palabra de Dios, en dirección a una acción más integrada y dignificante, habrá que proponerla como oportunidad de descansar nuestro ser en el proyecto original de Dios. Desde siempre la religión judeocristiana, nos ha enseñado que debemos dignificar la vida y la actividad del ser humano y para esto es necesario detenernos, de algún modo, en el camino, para darnos cuenta de que no somos simplemente “animalitos de carga” o “máquinas”, sino seres libres para buscar el bien. Por ello, desde el principio, Yahvé Dios impuso un día de descanso al ser humano, en memoria del día de su descanso al concluir la creación. En realidad quería dar al hombre un espacio de recreación no solamente física, sino total de su ser en el encuentro con Dios, consigo mismo, con los demás y con la naturaleza. Qué interesante debió ser esta práctica en el pueblo de Israel, en medio de pueblos que tiranizaban a su gente con la esclavitud; y el mismo pueblo de Dios tenía esta tentación. Tuvo que ser un signo profético contra estas culturas del sometimiento y la explotación. Este fue el verdadero sentido del descanso sabático, ayudar al hombre a tomar conciencia de su identidad y de su misión, y no aquella “cadena” que encontró Jesús, con la que lo quisieron amarrar(Mt 12, 2.8).
No faltará quien diga que es un lujo, una pérdida de tiempo todo eso de la oración, la búsqueda de la fe, que no debemos distraernos en alucinaciones que nos distraen del arduo trabajo de transformar el mundo. Sin embargo, la fe, el evangelio quiere ser un recordatorio constante de que somos hijos en Jesucristo y no esclavos. Frente a esta cultura de la eficiencia, de la ganancia, del éxito, donde todo se va haciendo amablemente inhumano, Jesús nos invita a estar con él, a ir a un lugar apartado para descansar. Ojalá nuestras vacaciones, si hay oportunidad, sean una experiencia de estar con Jesús, de algún modo. La “cultura del fierro y del cemento” amenaza con hacer de las relaciones humanas estructuras frías, estáticas donde todo está bajo control, donde la compasión y la misericordia no tengan cabida. Más aún, continuar con un sistema donde los frutos del trabajo humano no se distribuye equitativamente, sino se va acumulando en pocas manos.
Hoy, Jesús nos invita a buscar la espiritualidad de la vida, para rescatarla de ser inmolada a los ídolos. Sólo así podrán seguir siendo posibles estos gestos más que humanos de solidaridad y compasión, como el de Jesús en el evangelio. La compasión es la que ha hecho entrar la salvación a este mundo, la justicia humana no basta.
Esto es necesario para poder sostener la mirada de pastor. Se pueden hacer muchas lecturas sobre las comunidades o grupos de personas: violentos, peligrosos, viciosos, flojos, ignorantes, rebeldes, incrédulos, irresponsables, etc. Abandonada a sí misma, la realidad de nuestra gente casi no se va a escapar a estos adjetivos, tal vez sean pocos los que sean amables. Contemplar a la gente como “ovejas sin pastor” es una gracia para quien la ha pedido. Supone un corazón trabajado en el seguimiento de Jesús. Cada vez es más difícil sostener esta mirada bondadosa sobre la realidad en donde parece que van en aumento los lobos rapaces.
En el caso de Jesús ver a las personas como “ovejas sin pastor” no dependió de la bondad de la gente, aunque la hubiera buena a su alrededor. Seguramente también había mucha gente interesada, convenenciera, tramposa, mentirosa, violenta, impura según la ley etc., de todos modos Jesús siente compasión por ellos. El evangelio de Juan, al narrar este episodio, nos comenta sobre una confrontación que tuvo Jesús con los judíos(Jn 6, 26). Desde allí se ve que Jesús no es ingenuo, no idealiza a la gente, sabe que la raíz del egoísmo está en su corazón y, sin embargo, esto no obsta para que los mire con benevolencia. Siempre vamos a encontrar fallas en las personas con que justificar nuestro egoísmo y falta de solidaridad con ellas. La compasión de Jesús va más allá de amar a quien es amable, también los pecadores aman a quienes los aman. Si hacen el bien a quien los trata bien a ustedes, ¿qué mérito tienen? También los pecadores hacen lo mismo… Ustedes amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada a cambio…”(Lc 6, 32-35).
Ser garante de la dignidad de la persona humana más allá de las ideologías y de la opinión pública, que desalientan y persiguen a quienes defienden a los vulnerables de las sociedades, hace necesario cultivar la mirada de Jesús continuamente. Frente a la crisis antropológicocultural, que desdibuja y mutila la figura humana, negando la primacía del ser humano, frente a la cultura del descarte, nos urge a empaparnos del evangelio de la compasión de Jesús.