DOMINGO XVII ORDINARIO
HOMILÍA DE MONS. LUIS MARTÍN BARRAZA
Domingo 25 de Julio 2021
(Jn 6,1-15)
Interrumpimos en este domingo la lectura continua del evangelio de san Marcos, para escuchar a san Juan que nos explica el episodio de la multiplicación de los panes. Todos los evangelistas están de acuerdo en que se trata de un acontecimiento fundamental en la misión de Jesús. San Marcos resalta su importancia narrando dos eventos donde Jesús da de comer a la muchedumbre, una para los judíos(Mc 6, 35-43) y otra para los paganos(Mc 8, 1-10). Aunque no explica mucho no deja de ser un acontecimiento sacramental de toda la misión de Jesús, especialmente de su compasión, que lo lleva a curar a los enfermos y a “enseñarles muchas cosas”; la multiplicación de los panes es el culmen de la intensa labor evangelizadora de Jesús. Sin embargo, será hasta la última cena cuando descubramos el significado eucarístico de dichas comidas, como la forma de entrar en comunión plena con Jesús, con sus sentimientos y estilo de vida.
San Juan es más explícito en establecer la relación del signo de los panes con la eucaristía, con la fe y, por lo tanto, con la palabra que suscita la fe, con la caridad, la justicia y la unión espiritual con Jesús. Y precisamente el texto que meditamos es prueba de ello. Jesús comienza a instituir la eucaristía con una catequesis muy plástica, que consiste en darle de comer a una muchedumbre hambrienta, con cinco panes de cebada y dos pescados. El comer es una de las actividades más concretas y cercanas a la experiencia humana. Hay muchos dichos en relación a esto, alguno de ellos dice que “están más cerca mis dientes que mis parientes”. San Juan va a hacer una resonancia eucarística del episodio de los panes, ya desde el discurso sobre el pan de vida, pero sobre todo en el discurso eucarístico: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré el último día”(Jn 6, 54).
El mismo discurso del pan de vida, que trata más sobre el creer en Jesús lo ilustra con la imagen de la comida. En la eucaristía se esclarece el misterio de Cristo, como los discípulos de Emaús que reconocen a aquel forastero en la fracción del pan(Lc 24, 30-31). La discusión con los judíos en la que Jesús se presenta como el Hijo de Dios, el Mesías, el enviado del Padre, lo hace en términos del pan de Dios, que ha bajado del cielo: “Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no volverá a tener hambre; el que cree en mí nunca tendrá sed”(Jn 6, 35). Aquí creer y comer se confunden, por un lado, el que lo “come” no volverá a tener hambre y por otro, el que “cree” en él no volverá a tener sed, que tomados metafóricamente significan la misma necesidad más profunda del ser humano. Y después de invitar a creer en él, frente a los judíos que lo menosprecian porque conocen a su padre y a su madre, Jesús concluirá diciendo: “Este es el pan que ha bajado del cielo para que quien lo coma no muera”(Jn 6, 50).
Todo comienza con la mirada de Jesús, “al ver que mucha gente acudía a él”. Dejarse afectar por la vida de las personas, es una acción eucarística. San Marcos nos decía el domingo pasado que “al ver una gran gentío, Jesús, sintió compasión de ellos”. Saber “ponerse en los zapatos” del otro, “meterse en su piel”, esto es la compasión: padecer con. Son conocidas las acciones del buen samaritano: sintió lástima, se acercó, limpió las heridas, las vendó, lo montó en su cabalgadura, lo llevó a una posada y cuidó de él, pagó la cuenta(Lc 10, 33-35). Esto se ha cumplido en Jesús, que ha encontrado a una humanidad herida y saqueada, a la cual ha ungido con su Espíritu, pagando por su rescate con su vida, dejándonos como garantía de su obra de amor, la eucaristía. Primero la celebró en el amor al prójimo y después la instituyó solemnemente como sacramento de su amor. A nuestros análisis de la realidad no les deberá faltar el que siempre sean un ejercicio de compasión, que es lo específico de la mirada pastoral. La eucaristía comienza con la solicitud por los hermanos más desamparado: “¿Dónde podríamos comprar pan para dar de comer a todos estos?”(Jn 6, 5).
Vista la eucaristía desde el signo de dar de comer a la multitud, nos ayuda a comprenderla más allá de un ritualismo desencarnado, la celebración de la vida. Existen muchos simbolismos con los que se expresa la alegría de vivir. Cuánto más lo debe ser la liturgia de la Iglesia que significa la vida de los hombres salvada por Jesucristo. Por lo tanto, será una verdadera fiesta y un culto agradable a Dios en tanto sea reflejo del anuncio de la salvación y de relaciones justas y fraternas en las comunidades. La multiplicación de los panes es, de algún modo, una parábola de la obra salvífica de Jesús. Dar de comer al mundo el pan del amor, el pan de la vida, fue justo la misión de Jesús. El hambre física es un buen retrato de la condición necesitada del ser humano. El pan material representa a todos los demás alimentos que el hombre necesita para vivir y cumplir su misión: pan de la cultura, pan de la caridad, pan de la fe, pan de la justicia, etc.
En el pasaje que meditamos, Jesús, aborda su misión desde lo más concreto, tocar la carne del hermano, como invitará a hacerlo en otra ocasión: “Porque tuve hambre, y me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; era un extraño y me hospedaron; estaba desnudo, y me vistieron; en la cárcel, y fueron a verme”(Mt. 25, 35-36). Por ahora “la eucaristía” se trata de amor al prójimo, recordemos que en la última cena, Jesús insistirá en el mandamiento nuevo: “Les doy un mandamiento nuevo: Ámense los unos a los otros. Como yo los he amado, así también ámense los unos a los otros”(Jn 13, 34). Esto le parece tan importante a Juan que “se le olvida” recordarnos el rito de la institución eucarística. No lo olvida, sino que para cuando Juan escribe su evangelio, la cena del Señor, ya estaba bien institucionalizada, más bien se daban abusos, sea por apatía frente a este misterio o por actitudes que contradecían el significado de este sacramento. Hacía falta fe y Fraternidad.
Precisamente, el relato de la multiplicación de los panes quiere recordarnos la solidaridad y justicia que implica la eucaristía. El milagro está en poner en las manos de Dios los bienes de la tierra, como lo hace Jesús con su oración, para que él los reparta conforme a su proyecto. Dios ha dispuesto que los bienes sirvan para todos. La propiedad privada es un derecho, pero siempre sometido al destino universal de los bienes. Sobre ella grava una “hipoteca social”, es decir, el hambre de una inmensa mayoría es el robo de otros. La organización que tenemos nos deja tranquilos a todos, porque enseña que el que tiene se lo merece y el que no es por flojo. Con su oración Jesús nos enseña a adecuarnos a la mentalidad de Dios, que ha dispuesto que los bienes alcancen a todos. Debemos organizar las cosas para que todos “merezcan”, a los ojos humanos, condiciones de vida digna.
Seguramente, algo de lo que corrige Pablo en la comunidad de Corinto, se repetía una y otra vez en muchas comunidades y las de Juan no eran la excepción: “…no puedo alabar el que sus reuniones les perjudiquen en lugar de aprovecharles. En primer lugar, me he enterado de que, cuando se reúnen en asamblea, hay diversos grupos entre ustedes… porque cada cual empieza comiendo su propia cena, y así resulta que mientras uno pasa hambre, otro se emborracha”(1 Cor 11, 17-18.21). Siempre será oportuno estar recordando y profundizando el significado del misterio eucarístico. Por ejemplo ahora, que parece que no han regresado a las celebraciones presenciales todos los que ya están vacunados. Puede ser que por precaución o porque no estaban bien metidas en el corazón. También, la actitud privatizadora está muy presente en las celebraciones. Se piensa que porque alguien “aparta” la misa y da una ofrenda por ella ya es su dueño y los efectos se cumplirán sólo sobre su intención. Algunos hasta excluyen de “sus” celebraciones otras intenciones, pensando, tal vez, que les restará bendición a los “propietarios”. Hay algunos que piensan que porque le ofrecen una misa especial de vez en cuando a Dios, por eso ya cumplen. No quieren aprender más de la palabra de Dios, no se integran a la comunidad, tal vez su vida sacramental tampoco esté en regla, todo se resuelve con una misa especial.
Pero, sobre todo, la eucaristía debe promover el sentido comunitario y fraterno en la vida cotidiana. Tal vez sea uno de los mayores motivos de escándalo cuando nos ven participar en la eucaristía, más aún, comulgar y se sabe que estamos divididos entre hermanos de sangre o de comunidad. También, cuando nos ven que nos creemos muy justos o mejores que los demás, pero sin ser solidarios con el sufrimiento de los hermanos. “Examínese, pues, cada uno a sí mismo antes de comer el pan y beber el vino…”(1Cor 11, 28).