HOMILÍA DE MONS. LUIS MARTÍN BARRAZA
DOMINGO XXIV ORDINARIO
Domingo 12 de Septiembre 2021
(Mc 8, 27-35)
“ quién dice la gente que soy yo”?
(Mc 8, 27)
La curación del sordo-tartamudo, el domingo pasado, nos planteaba el problema de la comunicación. Se trata de un buen retrato de la fe, que consiste en escuchar-creer y proclamar con los labios(Rom 10, 9). Desde ahí aparece una cierta denuncia de la falta de comprensión que, sobre todo, los discípulos han tenido de Jesús. La fe depende completamente de la escucha de la palabra de Dios: “La fe procede la de la predicación y la predicación de la palabra de Dios”(Rom ). Enseñar a escuchar, a ser discípulo es la misión del apóstol. En la primera lectura, el Servidor de Yahvé, reconoce que Dios le ha hecho oír sus palabras. Jesús vino a salvarnos, a anunciar el reino de Dios o, lo que es lo mismos, a enseñarnos a escuchar a Dios.
Jesús hace suyo el pleito que Dios trae con su pueblo desde hace tiempo: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. Es inútil el culto que me rinden, pues las doctrinas que enseñan son preceptos humanos”(Is 29, 13). Se trata de una especie de diálogo de sordos. Precisamente, unos versículos antes, Jesús acaba de evocar estas palabras de Isaías, con motivo de la piedad externa y legalista que le han cobrado los maestros de la ley, porque sus discípulos comían sin haberse lavado las manos, cuando Dios lo que les pide es la bondad que nace del corazón(Mc 7, 6-15). Ha experimentado la falta de comprensión hacia su persona: “¿Por qué son tan cobardes? ¿Todavía no tienen fe?(Mc 4, 40). Una incapacidad que se va haciendo cada vez más grave:“¿Aún no entienden ni comprenden?¿Siguen con la mente cerrada? Tienen ojos y no ven, tienen oídos y no oyen”(Mc 8, 17-18). La complejidad de la comunicación cotidiana, pero sobre todo la distorsión que el hombre ha hecho siempre de la palabra de Dios, hace que Jesús quiera verificar su enseñanza, porque “la vida eterna consiste en esto: en que te conozcan a ti único Dios verdadero, y a Jesucristo tu enviado”(Jn 17, 3).
Hasta este momento de la misión de Jesús, todo ha sido duda, admiración, sospecha, confusión: “¿Qué es esto? ¡Enseña de manera nueva, y con plena autoridad”(Mc 1, 27). “Este expulsa a los demonios con el poder de Satanás”(Mc 3, 22); “¿Quién será este, que hasta el viento y el mar le obedecen?”(Mc 4, 41; 7, 37). Estas y otras preguntas con relación a Jesús circulaban entre el pueblo, en las casas, en las aldeas, sinagogas, caminos y hasta en el palacio: “El rey Herodes oyó hablar de Jesús, cuya fama había corrido por todas partes… Herodes decía: Es Juan, a quien yo mandé cortar la cabeza y ahora ha resucitado”(Mc 6, 14-16). Las opiniones eran muy diversas. Los doctores de la ley decían: “¿Cómo puede este hablar así? Es un blasfemo. ¿Quién puede perdonar los pecados sino sólo Dios?”(Mc 2, 7). También decían: “Lleva dentro a Belcebú y expulsa a los demonios con el poder del jefe de los demonios”(Mc 3, 22). Sus familiares pensaban “que estaba fuera de sí”(Mc 3, 21). Sus paisanos con envidia y asombro comentaban: “¿De dónde saca éste todo eso?, ¿qué clase de sabiduría se le ha dado? ¿Y esos milagros que salen de sus manos?¿No es éste el carpintero, el hijo de María, el hermano de Santiago y José, Judas y Simón?(Mc 6, 2-3).
¿Quién es Jesús de Nazaret? es la pregunta que resuena veladamente en toda la primera parte del evangelio de Marcos, y que ahora se hace patente en el interrogatorio que Jesús hace a sus discípulos. Los primeros ocho capítulos, los dedica a preparar la revelación que hará Jesús de sí mismo en la segunda parte, a partir del capítulo 8 versículo 31. La respuesta está dada desde el principio, pero se debe profundizar en ella: “Comienzo de la buena noticia de Jesús, Mesías, Hijo de Dios”(Mc 1, 1). Hasta ahora, sólo los demonios han reconocido a Jesús como el Mesías: “¿Qué tenemos nosotros que ver contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? ¡Sé quien eres: el Santo de Dios!(Mc 2, 24). “Qué tengo yo que ver contigo, Jesús, hijo del Dios altísimo?”(Mc 5, 7).
Precisamente estas confesiones de fe “diabólicas”, desde un mal espíritu, hacen sentir la necesidad del verdadero conocimiento de Jesucristo que lleve a adoptar su estilo de vida. Hay una forma de conocer a Jesús y a los demás, con criterios humanos, donde imponemos nuestros prejuicios y, en el caso de Jesús, no nos dejamos moldear por sus actitudes(2Cor 5 16). Se trata de un acto de poder sobre aquellos a quienes definimos para aniquilarlos. Seguramente esto correspondía a ciertas actitudes que se daban en la comunidad de Marcos y que pueden darse en nuestro tiempo: una fe teórica en corazones egoístas, como lo denuncia Santiago. Lo mismo vuelve a aparecer en el texto que meditamos, parece que todo se encamina a preparar la denuncia del “correcto” conocimiento diabólico acerca Jesús: “¡Apártate de mí, Satanás! Porque tú no juzgas según Dios, sino según los hombres”(Mc 8, 33). Lo grave del asunto es que el desconocimiento de Jesús se da en sus discípulos más cercanos, en Pedro, que según Mateo acaba de ser constituido en “roca” de la Iglesia: “…tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia…”(Mt 16, 18).
El problema del desconocimiento de Jesucristo tiene otra cara en el resto de la gente. Ellos, simplemente, han aparecido como espectadores curiosos, asombrados, interesados: “Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; y otros, que uno de los profetas “¿Qué es esto?”(Mc 8, 28). Jesús es simplemente el “santo de su devoción”, como hoy se puede decir que es un monje tibetano, el santo Niño de Atocha o un revolucionario. La gente echa “vino nuevo en odres viejos”(Mc 2, 22). Este conocimiento parece más inocente, en relación al de los demonios que quieren acabar con Jesús. Sin embargo, ambos, ponen de manifiesto que el conocimiento de Jesucristo es la ciencia más elevada, es todo, es un don que debemos invocar con humildad porque “nadie sabe quién es el Hijo, sino el Padre…”(Lc 10, 22).
Sin embargo, pareciera que Marcos nos quiere decir, en el trasfondo de la confesión de fe de los demonios y de la gente, que lo más diabólico es el autoengaño de querer agotar a Jesucristo en nuestras formulas doctrinales y litúrgicas, para quitarle lo peligroso de ser “signo de contradicción” desde la cruz. Marcos denuncia la mala costumbre que hay en el corazón del hombre de negar o acomodar la realidad a la propia conveniencia, para anunciarnos el acontecimiento fundante de nuestra fe. Todos conocemos como podemos o como nos conviene. El gran problema de la comunicación está, además de las limitaciones propias de nuestra condición, en la voluntad de poder, como decíamos el domingo pasado, por la cual ponemos la verdad a nuestro servicio. Esto nos lleva a continuos mal entendidos que no acabamos nunca de aclarar.
El conocimiento de la fe se enfrenta al gran prejuicio de ser religioso por naturaleza, de tal forma que si no hay un Dios se tiene que inventar. No le hacemos mucho favor a Dios con creer en él, necesitamos creer, dar un punto de apoyo vital a la existencia es indispensable. Creyentes a la medida de nuestros deseos todos lo podemos ser, pero auténticos discípulos, sólo el que acepta al Jesús crucificado. La vida verdadera pasa por la renuncia de sí mismo, no hay otro camino por el que pueda llegar la salvación para todos. Si no hay personas que acepten amar muriendo a sí mismas, no habrá vida plena en el mundo. “Quien quiera salvar su vida la pierde, el que la pierda la encontrará”(Mc 8, 35), decía Jesús. Querer salvar la propia vida a costa de otra vida, será la peor contradicción que se de en el corazón humano, es una enfermedad de raíz que pone en peligro la convivencia humana. Mientras haya quien esté dispuesto a derramar sangre inocente nunca cicatrizaran las heridas de una sociedad.
Ubicar en la fe verdadera es lo que pretende hacer Santiago, ir más allá de la fe vanidosa que se adorna con poses religiosas “para que los vea la gente”, como reprochaba Jesús a los escribas. La fe verdadera deberá conducir a las obras, lo cual supone cargar la cruz de Jesús y seguirlo. El Servidor de Yahvé, de la primera lectura, también nos recuerda que la verdadera escucha de Dios nos conduce al conflicto con el mundo y, al mismo tiempo, a una confianza absoluta en él: “El Señor es mi ayuda, ¿quién se atreverá a condenarme”(Is 50, 9).
Frente al conocimiento, lleno de prejuicios, los discípulos cercanos se sentían mucho mejores que el resto. Probablemente había en la comunidad de Marcos personas que seguían con sus tradiciones judías o la espiritualidad del Bautista y se hacían llamar discípulos de Jesucristo. El verdadero conocimiento de Jesucristo es una gracia, un trabajo del Espíritu Santo en nuestros corazones(Jn 16, 12). De cualquier forma, san Marcos, insiste en la necesidad de recomenzar desde Jesucristo, no fiarse de la idea que tenemos de Jesús, sino verificar si nuestra vida coincide con su evangelio. Mientras cada uno funciona desde su idea sobre Jesús, hay lugar para que unos se sientan autosuficientes, pero cuando es él quien que se presenta a sí mismo, todos somos unos ignorantes.