HOMILÍA DE MONS. LUIS MARTÍN BARRAZA
Domingo XXV del Tiempo Ordinario
(Lc 16, 1-13)
18 de septiembre 2022
“En resumen, no pueden ustedes servir a Dios y al dinero”. Jesús continúa revelando el verdadero rostro de Dios. Así como con las parábolas de la misericordia corrige la imagen del Dios que condena y aniquila en favor de los beneficiarios de aquel sistema religioso; ahora nos hace contemplar a Dios desde la forma de relacionarnos con las riquezas. Nuevamente Jesús nos da una cátedra de teología desde la vida. Podemos ser muy ortodoxos teóricamente, pero muy herejes desde la forma como vivimos. Me refiero a lo que dice el Papa Francisco: “Porque a los defensores de “la ortodoxia” se dirige a veces el reproche de pasividad, de indulgencia o de complicidad culpable respecto a situaciones de injusticia intolerables y a los regímenes políticos que las mantienen”(EG, 194). Podemos simplificar estas palabras del Papa diciendo que a ciertas ortodoxias se les olvida denunciar la idolatría del dinero, manifestado en corrupciones e injusticias, siendo esta herejía más grave que la teórica. Es obvio que a Jesús no lo podemos acusar de esto, porque nos habla de Dios denunciando toda relación idolátrica con las cosas. Se trata de un criterio muy elemental para medir la fe en Dios: ninguno que ponga su confianza en las riquezas puede ser un buen creyente: “No hay criado que pueda servir a dos amos, pues odiará a uno y amará al otro…”(Lc 16, 13); y lo dirá más delante de otra manera: “qué difícil será para los que confían en las riquezas entrar en el reino de los cielos”(Mc 10, 23; Lc 18, 24).
Amós es muy elocuente al describir las consecuencias de la idolatría de las riquezas: la explotación del pobre. El pueblo de Israel, rodeado como estaba de ídolos, era muy consciente de las injusticias auspiciadas por los “dioses” paganos. El mandamiento de amar a Dios sobre todas las cosas significaba la adoración directa a Dios, pero también, poner la condición indispensable de las relaciones fraternas y solidarias. Si no está Dios por sobre todas las cosas, algunos hombres se pondrán encima unos de otros: “Escuchen esto los que buscan al pobre sólo para arruinarlo…: Disminuyen las medidas, aumentan los precios, alteran las balanzas, obligan a los pobres a venderse; por un par de sandalias los compran y hasta venden el salvado como trigo”(Am 8, 4. 6).
Algo de razón existe cuando nuestra gente atribuye a las cosas materiales la capacidad de ser un obstáculo para acercarnos a Dios. Parece inocente esta afirmación pero contiene una gran verdad: las cosas pueden apartarnos de Dios. Es cierto que si se satanizan sin más las cosas materiales es muy probable que se caiga o en el materialismos o en el espiritualismo, ninguno de los cuales hace un recto uso de las riquezas. Idolatrarlas o satanizarlas no está en lo justo. Las cosas materiales están ahí para contribuir a que el hombre cumpla con su misión de transformar el mundo y la humanidad en una familia. Jesús es muy claro en dar a entender que el problema está en que se “cambia la gloria de Dios por representaciones de hombres corruptibles, e incluso de aves, de cuadrúpedos y de reptiles”(Rom 1, 23). Esto conduce a “todo tipo de injusticia, malicia, codicia y perversidad”(Rom 1, 29).
No obstante la idolatría del dinero, san Pablo nos dice que “Dios, nuestro Salvador, quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad…”(1 Tim 2, 4). Es por ello que en el evangelio aparece Jesús, como expresión de la creatividad salvífica de Dios invitando, a través de unas enseñanzas un tanto extrañas, a no desfallecer en la búsqueda de la gracia de Dios, tanto personal como para los demás. Lo hace poniendo de ejemplo la astucia de un administrador corrupto que robaba a su jefe. Sigue dando señales Jesús de que conoce muy bien el corazón del hombre, tomando una imagen muy elocuente de la administración de bienes ajenos, sean estos públicos o privados, donde es muy común que haya corruptelas. Desde la elección del ejemplo ya Jesús nos deja una enseñanza. Habrá que preguntarnos por qué elige un hecho de la vida administrativa de recursos ajenos: ¿acaso ahí suceden muchas trampas? ¿O es porque la opinión pública casi siempre es mal pensada en estos asuntos? En Jesús no hay desperdicio, todo tiene efecto saludable sabiéndolo descifrar. Ya desde aquí, es un ejemplo de lo que está enseñando, haciendo gala de una astucia insuperable con tal de proponer caminos de salvación. Siempre es mayor el anuncio que la denuncia.
Pero, sobre todo, será con el argumento de su parábola donde Jesús mostrará su genio magistral para dar razón de que Dios quiere que todos los hombres se salven. Esto es ya un anuncio anticipado de la resurrección, que prefigura el triunfo de la vida sobre la muerte, de la caridad sobre el egoísmo. Frente al crimen y pecado del “enriquecimiento ilícito”, propone devolverle su “inocencia” a las riquezas: estar al servicio de la dignidad humana, ante todo de los más pobres. “¡El dinero debe servir y no gobernar!.. Los exhorto a la solidaridad desinteresada y a una vuelta de la economía y las finanzas a una ética en favor del ser humano”, nos dice el Papa Francisco. Esto ha debido de ser siempre, pero ya que se cayó en la avaricia y la idolatría, se trata simplemente de convertirse a Dios y al prójimo, de dejar de subordinar la dignidad humana a los intereses económicos. Esto evitará el riesgo de que, en adelante, se pretenda acallar la conciencia con unas limosnitas, utilizar la caridad como fachada para sacar provecho o hacer negocio con la pobreza. Convertirse a un manejo justo constante de los recursos materiales, sin pretensiones de poder político o económico, abre las puertas de la salvación.
Para nada está Jesús dando el mal consejo de remediar una injusticia con otra, o justificando aquello de que “el fin justifica los medios” y legitimar una dinámica perversa de explotación. Esto, aunque haya explicaciones que tratan de salvar que se trate de otra injusticia contra el propietario, porque el administrador simplemente estaría renunciando a su “moche”, oficializado por la costumbre, para que él hiciera buenas gestiones frente al dueño, en favor del solicitante. Así las cosas, todos los que entraban en estos negocios salían ganando en detrimento de quienes eran defraudados en sus salarios. Si esto fuera así seguiríamos admirándonos de lo bien que conoce Jesús los “tejes y manejes” de este mundo. Pero continua siendo un mal consejo, porque hay afectados. De cualquier modo, estamos ante todo, frente a una verdad de salvación antes que técnica o práctica. Lo que debemos apreciar es cómo “Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se arrepienta y viva”. Pareciera que Jesús abarata la salvación y al no encontrar la respuesta deseada se conforma con una solución pragmática. Esto pudiera dar la impresión de una especie de fracaso del evangelio que se termina ajustando a las posibilidades humanas. Pero si nos fijamos bien en el corazón del evangelio se encuentra la creatividad salvadora de Dios, que nunca se da por vencido. Resuenan en este texto las posibilidades salvíficas de Dios como lo afirmará Jesús frente al hombre rico: “Lo que es imposible para los hombres es posible para Dios”(Lc 18, 27):
“Dios no se cansa nunca de perdonar, somos nosotros los que nos cansamos de acudir a su misericordia. Aquel que nos invitó a perdonar “setenta veces siete”(M t 18, 22) nos da ejemplo: Él perdona setenta veces siete. Nos vuelve a cargar sobre sus hombros una y otra vez. Nadie podrá quitarnos la dignidad que nos otorga este amor infinito e inquebrantable. Él nos permite levantar la cabeza y volver a empezar, con una ternura que nunca nos desilusiona y que siempre puede devolvernos la alegría. No huyamos de la resurrección de Jesús, nunca nos declaremos muertos, pase lo que pase”(EG, 3). Sólo este mensaje de la fidelidad del amor de Dios justifica el que Jesús se arriesgue a presentar una especie de plan B. Espera de nosotros una correspondencia a la audacia de su misericordia. De los malos sólo aprender su astucia y arrojo para alcanzar sus objetivos. El camino de Dios merece mayor intrepidez.
No podemos negar la agudeza de la denuncia contra el “dinero mal habido, tan lleno de injusticias” por parte de Jesús. Ciertamente hay una denuncia contra la injusticia que seguramente se comete y que pisotea la dignidad de los pobres. Pero pareciera que sobre todo es una denuncia de la idolatría, que esto supone. Las imágenes de “las cosas pequeñas” y “lo que no es de ustedes” para referirse a las riquezas, parece ponernos en el horizonte del amor absoluto a Dios. Sólo para quien Dios es su riqueza puede darle su justa dimensión al dinero y las cosas materiales y llamarlas “pequeñas”. De igual modo, sólo desde el tesoro del reino de Dios, se pueden invertir los planos y considerar las cosas de este mundo como pasajeras, sobre las que no podemos tener posesión permanente y, por lo tanto no son nuestras. La maldad no está en el dinero por sí mismo, sino en la confianza que ponemos en él y, por lo tanto, en la mentira con que nos relacionamos con él. Por eso Jesús termina enemistando a Dios y el dinero.