HOMILÍA DE MONS. LUIS MARTÍN BARRAZA
Domingo XXXI del Tiempo Ordinario
30 de octubre 2022
El domingo pasado Jesús nos ponía de ejemplo a un publicano, en cuanto a la humildad de su oración: “Dios mío, ten compasión de mí, que soy un pecador”(Lc 18, 13), por medio de una parábola. Ahora Lucas nos presenta un hecho de la vida real donde un publicano muestra su deseo sincero de conocer a Jesús. Se trata de Zaqueo, que era de baja estatura, y manifiesta signos extraordinarios de conversión. En su comportamiento podemos ver que a pesar de toda un “caparazón”, que lo hacía ver como un hombre fuerte y despiadado, que daba la impresión de no necesitar de nadie y menospreciar a todos, tenía cierta inocencia original. Al parecer, sufría también en la función que desempeñaba de recaudador de impuestos al servicio del poder que ejercía Roma sobre los judíos, al menos no la vivía con total descaro y cinismo. Los romanos lo utilizaban sacando provecho de sus habilidades administrativas y los judíos lo odiaban por sentirlo un traidor y un corrupto. Sin duda que estos personajes se ganaban a pulso la opinión que se tenía de ellos.
Para cuando Zaqueo se sube al árbol para ver a Jesús, debió haber vivido una dolorosa soledad en medio de relaciones llenas de intereses y de apariencias, donde de frente era el hombre honorable y respetable, y a sus espaldas se hacía planes de acabar con él y de mandarlo al infierno. Tal vez su familia lo comprendía, pero había poco tiempo de convivir con ella, cuando no simplemente se sirvieran de él para disfrutar de sus riquezas. Sólo un escenario semejante explica este gesto de honestidad en el que Zaqueo se revela contra la mentira de su vida, como si viviera una traición a una vocación más profunda de solidaridad y fraternidad. Podemos imaginar que dentro de él había un niño secuestrado por toda una serie de condicionamientos que lo chantajeaban prometiéndole la felicidad por el camino del poder y la fama. Hace tiempo se venía dando cuenta que no era él realmente aquel funcionario satisfecho de su vida, que dentro de él había sufrimiento por no ser fiel a un deseo profundo de bondad que había en su corazón. Estaba muerto en vida, aunque continuaba fingiendo autosuficiencia. Había en su interior una vocecita insobornable frente al poder que ostentaba que, tal vez, le decía como a san Pablo: “¿Por qué das golpes contra el aguijón?”(Hecho 26, 14).
Sólo así se puede comprender que Zaqueo haya aceptado “hacer el ridículo” en la forma como lo hizo. El gesto de subirse al árbol para un hombre tan bien posicionado en la escala social, tendría que ser un tanto humillante. A Zaqueo no le importó el qué dirán o los obstáculos que se interpusieran entre él y Jesús, aquello era un asunto de vida o muerte para él. Además, dejarse impresionar por aquel predicador insignificante, no certificado por los guardianes de las buenas costumbres, sino que era simplemente el amigo de publicanos y de gente de mal vivir(Lc 7, 34), podría ser peligroso para un hombre que ha construido un nombre. Que la plebe lo siguiera era de esperarse, son ignorantes propensos al fanatismo, pero alguien con cierta inteligencia, se pondría en entredicho. Aquello, era probable, que se interpretara como un gesto de debilidad, muy contrario a lo que sus bienhechores esperarían de él, uno que defendiera sin escrúpulos sus intereses, como de hecho lo hacía. Seguramente también él estaría muy condicionado por la opinión que se tenía acerca de los publicanos desde la religión, no había ninguna posibilidad de salvación para él. Sin duda que fue decisiva la persona y el mensaje de Jesús, pero, al mismo tiempo, lo lastimaba la mentira de su vida. No es fácil renunciar a las contradicciones e incoherencias sobre todo cuando estas sostienen nuestro capital social, económico o religioso. Hay quien prefiere “sangrar”, “llorar” la denuncia de su conciencia que replantearse a fondo su vida. Hasta puede darse el autoengaño, donde se pierde la capacidad de darse cuenta del error en el que se está y empezar a creerse el personaje que se desempeña. Parece que Zaqueo en ningún momento se instaló en el rol que jugaba, sino que se mantuvo vigilante para no conformarse, de otro modo no se hubiera dejado seducir por Jesús.
Es admirable la actitud de Zaqueo porque lleva a cabo algo esencial para todo ser humano, la necesidad de replantearse continuamente su vida desde los cimientos. Ciertamente que estamos frente a un caso complicado, pero hacer el movimiento de conversión lo necesitamos todos, necesitamos salir una y otra vez de nosotros mismos al encuentro de Jesús y de nuestro hermanos. Mantener la inocencia del llamado de Dios a la santidad sin duda que es una gracia, pero también implica colaborar con este don. Zaqueo no se dejó domesticar por las apariencias y vanidades de su ambiente, sino que conservó la pureza del llamado original de Dios, al que se refiere san Pablo: “Oramos siempre por ustedes, para que Dios los haga dignos de la vocación a la que los ha llamado, y con su poder, lleve a efecto los buenos propósitos que ustedes han formado, como lo que ya han emprendido por la fe”(2 Tes 1, 11).
No obstante toda la disposición de Zaqueo, el protagonista de este pasaje es Jesucristo, que por su manera de ser y su predicación atrae a los pecadores tras de sí. Zaque debió tener noticias de Jesús, seguramente de las parábolas de la misericordia, donde Jesús anuncia que “hay más alegría en el cielo por un pecador que se convierte que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse”(Lc 15, 7.10). Tal vez hubiera escuchado lo que sucedió en casa de Simón el fariseo, donde “una mujer, pecadora pública, al saber que Jesús estaba comiendo en casa del fariseo, se presentó con un frasco de alabastro, enjugo los pies de Jesús con sus lágrimas, los secaba con sus cabellos y los ungía con perfume”. Pero sobre todo cómo la había defendido de la crítica de Simón(Lc 7, 44-47). Era la compasión de Jesús, pero también su honestidad, que no se dejaba sobornar ni amedrentar por las opiniones y tradiciones dominantes. Se notaba en él la ortodoxia del Espíritu de Dios.
Jesús se acerca a Zaqueo sin la ambigüedad de quienes lo adulaban y lo odiaban, de quienes lo utilizaban para sus intereses, no iba tras su dinero. Tampoco va desde el resentimiento social, por proceder de una clase social pobre, no está encauzando su deseo de venganza contra los ricos. No utiliza a Dios para desahogar sus odios y rencores. Jesús ha sido criado desde la abundancia del amor de Dios, su herencia es el Señor. A pesar de que hace una denuncia muy fuerte contra los que ponen su confianza en las riquezas, jamás condena a quien está dispuesto a seguirlo y a ser solidario con sus hermanos: “¡Qué difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas! Es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que para un rico entrar en el reino de Dios…Lo que es imposible para los hombres es posible para Dios”(Lc 18, 24-25.27). Zaqueo debió experimentar que en Jesús no había ningún interés mezquino en absoluto. Por fin alguien le regalaba una mirada serena, no contaminada ni de miedo, ni de odio, ni de envidia, se sentía amado por sí mismo. Cultivado bajo la mirada de Dios, que “es un juez que no se deja impresionar por apariencias”(Eclo 35, 15), Jesucristo pudo remontar todas las corazas y máscaras con las que Zaqueo cubría su fragilidad, no se “enganchó” de sus soberbias y vanidades. Le brinda la oportunidad de salir de sí mismo sintiéndose seguro de no ser atacado de alguna forma. Sabía que Jesucristo no lo iba a traicionar para quedar bien con la opinión pública o con las autoridades. Todos se avergonzaban de genta como él públicamente, aunque tuvieran tratos en privado.
Todos huían de los publicanos, prostitutas y demás pecadores como unos apestados, en cambio, Jesucristo, se detiene ante él frente a todos los que lo escuchaban y se invita a quedarse en su casa. ¿Quién es este que no teme arriesgar su buena fama, su misión, su santidad para acercarse a él? Es claro que Jesús no se invita por que no tenga otra opción, seguramente habría muchas más, no va tras sus cosas, sino que lo busca a él. Zaqueo tuvo que darse cuenta inmediatamente que Jesús se estaba poniendo en peligro por él. Inmediatamente se dejó sentir la crítica: “Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador”(Lc 19, 8), lo cual le da la oportunidad a Jesús de dar razón de una convicción muy profunda: “el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que se había perdido”. Ya lo había expresado en otras ocasiones y ahora lo reitera. Y desde este principio declara la salvación sobre aquel hombre que desde la interpretación de la ley estaba condenado.
Jesucristo nos da testimonio de cómo se debe aprovechar cualquier detalle para ofrecer el mensaje de salvación. El gesto de parte de Zaqueo de subir a un árbol resultó un grito de auxilio muy fuerte para Jesús, capaz de merecer toda su atención y entrega. Evangelizar también es escuchar la fe de la gente y declararle la salvación de Dios, a costa de sí mismos