HOMILÍA DE MONS. LUIS MARTÍN BARRAZA
FIESTA DE CRISTO REY
(Jn 18, 33-37)
Domingo 21 de Noviembre 2021
Celebramos en este domingo a Jesucristo como rey del universo. Por un lado, Jesús asume su condición de rey frente a Pilato: “Tú lo has dicho. Soy rey”. Pero al mismo tiempo se deslinda de la realeza de este mundo: “Mi reino no es de este mundo”. Así las cosas, pareciera que el título de rey es meramente simbólico y que la muerte de Jesús se debió a una confusión de términos. Como si Jesús se hubiera metido en un terreno minado al llamarse rey. Tal vez hubiera bastado no haberse presentado como tal y se hubiera escapado del conflicto. Pudiéramos pensar que, acostumbrado Jesús a aplicarse títulos: el buen pastor, la puerta del redil, la vid verdadera, el pan de vida, etc., que permanecían más al interior del ámbito religioso, se le hizo fácil un título más, el de rey. La reiteración del “yo soy” ya venía molestando a las autoridades judías, pero al llamarse rey Jesús se mete con los poderosos del mundo, el más poderoso de aquel tiempo, César Tiberio. Los Herodes no le pudieron echar mano en sus treinta y tres años de vida, pero al presentarse Jesús como rey se sirvió en “bandeja de plata”. Sus enemigos “religiosos” aprovecharon la oportunidad para presentarlo como un enemigo muy peligroso para los intereses del imperio. Ya después no bastaba con decir que “mi reino no es de este mundo”. El dinamismo de los poderes de este mundo es de matar o morir.
¿Acaso Jesús fue ingenuo al autoproclamarse rey? Su muerte fue debida a una imprudencia ingenua, a un juego de palabras. Claro que no. Ciertamente algo hay de metafórico en el título de rey utilizado por Jesús, así lo podemos entender cuando él mismo aclara que lo es no en el sentido como se usa este concepto en la tierra, sino que es de otro ámbito. El evangelio de Juan es especialista en la analogía, comenzando con el diálogo con Nicodemo(“es necesario nacer de nuevo”), pasando por su presentación como el pan de vida, hasta ahora que dice que es rey. Así como en las demás “semejanzas” no hubo un nominalismo vacío, mucho menos ahora. Jesús sabía perfectamente lo que estaba diciendo y por qué lo decía.
Si algo le interesa a Juan, el evangelista, es presentar a Jesús como alguien perfectamente dueño de sí mismo, plenamente libre: El Padre me ama, porque doy mi vida para recobrarla de nuevo. Nadie me la quita, sino que yo la doy voluntariamente”(Jn 10, 17). Al punto de que su conciencia y libertad nos dará problemas para comprender la invitación a Judas para consumar la traición: “Les aseguro que uno de ustedes me va a entregar… Lo que vas a hacer, realízalo cuanto antes”(Jn 13, 21. 27). Interpreta su muerte, a sus discípulos como una exaltación: “Cuando Judas salió, Jesús dijo: ‘Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en él”(Jn 13, 31). Más aún, hablará de la conveniencia de su muerte: “Les conviene que yo me vaya, porque, si no me voy, el Paráclito no vendrá a ustedes”(Jn 16, 7). Así puede deducirse, también, del porte digno frente al sumo sacerdote que lo interroga: “¿Por qué me preguntas a mí? Pregunta a los que han oído lo que he dicho”(Jn 18, 21). Del mismo modo la increpación que hace al sirviente abusivo que lo reprende: “Si he hablado mal, prueba qué está mal; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?(Jn 18, 23). Una cosa es que Jesús esté sometido por los caprichos del poder y otra que él esté derrotado.
El diálogo, que nos presenta el evangelio, de Jesús con Pilato, se da en la elegancia de la supremacía de la realeza de Jesús sobre los poderes del mundo. Es una demostración de lo que es el reino de la verdad, que se sitúa por encima de todos los demás reinos. ¡Qué lucidez la de Jesús cuando rebate a Pilato: “¿Eso lo preguntas por tu cuenta o te lo han dicho otros?”(Jn 18, 33). Desde el reinado temporal es claro quién es el esclavo y quién el rey. Pero desde el reino de los valores espirituales no queda claro que Jesús sea sometido. Seguramente esta forma de responder de Jesús le hubiera ganado otra bofetada, si hubiera estado frente a los “sabuesos” del sumo sacerdote. Ellos eran muy sensibles a cualquier cosa que pudiera ofender a sus amos, así agradecían las migajas que recibían de Ellos.
Pero volviendo al interrogatorio que hace Pilato a Jesús. ¿Quién enjuicia a quién? Pilato le pregunta que si es rey de los judíos. Desde sus categorías, tal vez, puede juzgar a Jesús un poco loco, porque no se le ve ningún signo de poder real. Sin embargo, la respuesta de Jesús no parece la de un loquito, sino que es portadora de una inteligencia mayor que la del gobernante. Puede haber muchas interpretaciones de las palabras de Jesús. A mí me hace pensar que lo cuestiona acerca de su autoridad, si él es el que va conduciendo aquellos acontecimientos o es un simple títere de los intereses de los demás. Si esto fuera así, estaría Jesús golpeando a Pilato en donde más le dolía. Él era un gobernante muy celoso de su autoridad. Se había sentado en su trono derramando sangre, y se sostenía en el poder a punta de espada(Lc 13, 1). La autoridad basada en la caridad y en la verdad sentencia a la autoridad fincada en la violencia, en la fuerza económica, en la prepotencia.
Ciertamente es hábil la respuesta del gobernante, al quererse desmarcar de las intrigas del pueblo judío, como diciendo es asunto de ustedes, no es de mi competencia, pero consciente de que evade su responsabilidad, que su autoridad está en entredicho. De todos modos Pilato, al final, terminará “lavándose las manos” de todo aquello, aunque esto signifique una derrota para la justicia, resulta una buena negociación para sus intereses. Es la misma historia de siempre no hay poder de este mundo que no traicione, tarde que temprano, sus principios para saciar sus ambiciones y al hacerlo se humilla a sí mismo. Por más arrogante y prepotente que se presente para tratar a los demás, a la hora de intereses muy particulares suyos se vuelve un esclavo de ellos. En la historia de los reyes de este mundo podemos encontrar hombres muy pequeños, que casi dan lástima, como el rey Herodes que mandó matar a Juan Bautista. Y en la historia de los esclavos, gente con dignidad de reyes, como es el caso de Jesús y de mucha otra gente.
Todo esto es un buen “botón de muestra” de la historia de la humanidad que ha tenido muchos conflictos por no aceptar la dimensión trascendente de la existencia como se ha revelado en Jesucristo. También otras visiones de fe han sufrido la incomprensión del orden temporal de su tiempo. Es cierto que también a las visiones religiosas les ha faltado comprensión del orden natural de las cosas. Una manera de enfocar el conflicto fundamental que se juega en el diálogo entre Jesús y Pilato, es la relación tortuosa entre la fe y la razón. Primero la fe ha dominado a la razón y la ha tiranizado y después la razón, traducida en ideologías, ha puesto en tela de juicio la revelación. De hecho, debe existir armonía entre ambas, porque las dos proceden de Dios, pero cuando se pierde esta referencia a la voluntad divina, ambas se desvirtúan y es cuando más se destruyen entre Ellas.
Si Jesús da su vida por el título de rey, no es porque quiera un homenaje como lo exigen los reyes de la tierra, ni fama, ni riqueza, sino porque quiere defender al ser humano integralmente. Esto es lo que quiso expresar con su entrada triunfal a Jerusalén, montado en un burrito, un animal de carga(Lc 19, 35). Mientras los reyezuelos de este mundo promueven el descarte de los indigentes, los hambrientos y todas las personas vulnerables, Jesús anuncia el reino de la fraternidad, la solidaridad, la amistad social. Sólo el amor político de Jesús alcanza a percibir la dignidad de las personas donde la sensibilidad meramente humana no alcanza a reconocerla: los migrantes, los pobres, los enfermos, los no nacidos(antes de las doce semanas), los ancianos. La realeza de Jesucristo no es meramente nominal, no fue presunción poética, sino que realmente participaba de la caridad social. El mandamiento del amor al prójimo, lo llevaba a amar al próximo que vive en comunidad. El término rey implica la administración, de algún modo, del bien común. Jesús hizo su propuesta muy original de amor al próximo, hasta el punto de dar la vida en la cruz.
El antiguo conflicto entre, judío y paganos, razón y fe se ha resuelto en Jesús(Ef 2, 14). Jesucristo es un rey “testigo de la verdad” única que puede congregarnos en un solo pueblo: “restableció en sí mismo la paz, y de los dos pueblos creó una sola y nueva humanidad, reconciliándolos con Dios en un solo cuerpo mediante la cruz, y así puso fin en sí mismo a la enemistad”(Ef 2, 15-16). El invaluable servicio del reinado de Jesús, en cuanto testigo de la verdad, es el de la comunión, que ahora se nos está invitando a vivir haciendo un camino sinodal.