HOMILÍA DE MONS. LUIS MARTÍN BARRAZA
La Epifanía del Señor
8 de enero 2023
Celebramos hoy la fiesta de la Epifanía, que consiste en la Navidad permanente de la fe. Es la fiesta de la respuesta del hombre ante la manifestación de Dios en el pesebre. Frente a Dios que quiso revelarse el hombre responde con la fe. En realidad hay Navidad donde se reconoce la presencia de Dios. San Juan evangelista no narra el nacimiento histórico de Jesús, sin embargo habla de la encarnación de la Palabra divina y de que a quienes creyeron en ella se les concedió llegar a ser hijos de Dios: “Estos no nacieron de la sangra ni por deseo y voluntad humana, sino que nacieron de Dios” (Jn 1, 13). Habla del nacimiento de Jesús sin ofrecer nada al “folclore” humano, ni pesebre, ni animalitos, ni pastores, etc., lo importante es abrir nuestro corazón a la Palabra, “que es luz verdadera que ilumina a todo hombre”(Jn 1, 9). No es que no asuma la historia, porque habla de la encarnación(Jn 1, 14), pero, también, de la encarnación en el corazón del hombre por medio de la fe. Mateo, con un relato aparentemente histórico nos habla de esta Navidad que consiste en acoger a Jesús.
Qué imagen tan más elocuente para llamar la atención sobre la grandeza de Jesús que el interés que muestran en él todas las naciones, según san Mateo. Al mismo tiempo no hay mejor testimonio de fe que unos que saben encontrar a Dios en lo más escondido de la existencia. A Dios lo puede encontrar no sólo quien lo busca por medio de la religión, sino también a través de toda causa justa, como la búsqueda de la verdad o de los derechos humanos o de la creación. En este caso, los de la religión del templo y las tradiciones son tomados por sorpresa por los de la búsqueda más natural, en los acontecimientos de la vida a la luz de la razón. Claro que no se trata de menospreciar la fe religiosa, sino de proclamar el Señorío del Hijo de Dios sobre todas las cosas. El Dios más verdadero es el que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad(1 Tim 2, 3). Para poder integrar a todos en la fiesta de la vida y la dignidad es necesaria la verdad. Y la verdad tiene que ver con ser solidario con los hermanos, como lo fue Jesús en el pesebre. Es muy sospechosa una práctica religiosa que encierra en sí mismo y que más bien busca afianzarse sobre los demás. La mayor herejía de cualquier religión es tener dogmas que se orienten a promover una cierta supremacía o discriminación de los otros. Los sabios venidos de oriente tuvieron que superar “el escándalo de la cruz”(1 Cor 1, 23), hecho presente desde el pesebre. Ellos tendrían su religión y cosmovisión de las cosas y, sin embargo, son capaces de ir a buscar en otro pueblo y otras creencias lo que se les impone en su búsqueda. Su honestidad se vuelve una denuncia contra quienes pretendían adueñarse de Dios.
Mateo escribió su evangelio pensando en judíos convertidos al cristianismo. En las primeras comunidades el mensaje cristiano de la universalidad de la salvación siempre encontró resistencias por parte del judaísmo, que reivindicaba su exclusividad, y se deja sentir desde el principio de este evangelio. Es un evangelista que conoce muy bien la Ley y los Profetas. Esto puede explicar un poco por qué transmite esta narración de los así llamados “reyes magos”, que los demás evangelistas no cuentan. Es un pasaje elaborado desde el Antiguo Testamento con las imágenes, por ejemplo, del profeta Isaías: “Caminarán los pueblos a tu luz y los reyes, al resplandor de tu aurora…Te inundará una multitud de dromedarios, procedentes de Madián y de Efá. Vendrán todos los de Sabá trayendo incienso y oro y proclamando las alabanzas del Señor” (Is 60, 2. 6). También el salmo 71 nos habla de un rey ante el que se inclinarán todos los reyes: “Los reyes de occidente y de las islas le ofrecerán sus dones. Ante él se postrarán todos los reyes y todas las naciones” . Todo el evangelio de Mateo estará lleno de testimonios del Antiguo Testamento acerca de Jesús, porque este es el nuevo Moisés que viene a promulgar la nueva Ley: “Porque la Ley fue dada por medio de Moisés; la gracia y la verdad nos han llegado por Jesús, el Mesías” (Jn 1, 17).
En el Antiguo Testamento estos pasajes eran dichos para referirse a la grandeza de Israel, Mateo, sin embargo, parece desvirtuar su sentido aplicándolo a aquel humilde “espectáculo”. Es una relectura del Antiguo Testamento a la luz del misterio de Cristo, que siempre contrarió la expectativa mesiánica del pueblo judío. Desde el nacimiento de Jesús queda claro una gran verdad enseñada por Jesús: “el que quiera ser más importante que se haga servidor de ustedes, y el que quiera ser el primero que se haga su esclavo, así como el Hijo del hombre, que no vino a que lo sirvieran, sino a servir y a dar su vida para rescatar a todos” (Mt 20, 26-28). La universalidad de la salvación de Dios pasa por la pequeñez del pesebre. No hay nada más universal que la simplicidad de la verdad y del amor. El poder mundano siempre descarta, como lo hizo Herodes con los niños inocentes, en su afán enfermizo por el poder ve enemigos en los más indefensos. En su fanatismo por el poder llegó a ver amenazas al interior de su familia y mandó asesinar a su esposa y a algunos de sus hijos. Este será siempre el problema de todo fanatismo, sea este religioso, político, ideológico, comienza ambicionando y termina matando(St 4, 1)
Nos ayuda a comprender esto el Papa Francisco: “Hoy todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al más débil. Como consecuencia de esta situación, grandes masas de la población se ven excluidas y marginadas: sin trabajo, sin horizonte, sin salida. Se considera al ser humano en sí mismo como un bien de consumo que se puede usar y luego tirar. Hemos dado inicio a la cultura del “descarte”. Los excluidos no son “explotados” sino desechos, “sobrantes”(EG, 53).
Una vez nacido en la carne viene el nacimiento de Jesús en el corazón del hombre, primero los pastores representantes del pueblo de Israel, después estos personajes –los sabios de oriente- que simbolizan a la humanidad entera. Todo esto implica la acción misionera “¿porque cómo creerán en aquel de quien no han escuchado hablar? Y cómo escucharán hablar de él si nadie les anuncia? ¿Y cómo lo anunciarán si nadie es enviado?” (Rom 10, 14). En la Navidad se han cumplido las palabras del salmista: “A toda la tierra ha llegado la voz de los mensajeros y hasta los extremos del mundo sus palabras” (Sal 19, 5). San Juan nos interpreta el nacimiento de Jesús en el pesebre, como “la Palabra que ilumina al mundo y se ha encarnado”(Jn 1, 9. 14). La fe viene de la escucha del mensaje, nos dice san Pablo, “y la escucha, por la palabra de Cristo” (Rom 10, 17). De esta manera Pablo espanta toda sospecha de discriminación de los no judíos, porque “Dios los hizo justos, en virtud de la fe” (Rom 9, 30). La epifanía nos revela que la navidad es un acontecimiento esencialmente misionero, porque “no se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte” (Mt 5, 14). “La piedra de toque de la evangelización es que, quien está evangelizado evangeliza”(EG, 24). La visita de los sabios de oriente es una prueba de que “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”(Ef 3, 6). Es casi imposible que la visita de los “reyes magos” a Belén sea un acontecimiento histórico. Sin embargo, es totalmente cierto que Dios que se ha encarnado en Jesús, no es propiedad exclusiva de nadie; queriendo la salvación de todos funda la igual dignidad de todos.
Esta fiesta explícita el significado de la Navidad, en ella se cumple el “plan salvífico…revelado por medio del Espíritu a sus santos apóstoles y profetas, que consiste en que todos los pueblos comparten la misma herencia, son miembros de un mismo cuerpo y participan de la misma promesa en Cristo Jesús por medio del evangelio…” (Ef 3, 5-6). Convergen en estas palabras las dimensiones esenciales de la iglesia, como son la sinodalidad y la misión, como relativas una a la otra. San Pablo se presenta como el enviado a anunciar el plan salvífico nunca antes dado a conocer y ahora revelado por medio del Espíritu. El contenido del anuncio es que “todos los pueblos comparten la misma herencia…”. El contenido de la misión consiste en poner los cimientos de la fraternidad universal; sólo en Jesucristo los hombres podrán ser hermanos. Este sueño de Dios para la humanidad está plasmado en el evangelio. La luz que ha brillado en Belén es la que puede hacer que los pueblos, y los creyentes, caminen juntos: “A tu luz caminarán los pueblos, y los reyes al resplandor de tu aurora” (Is 60, 3). La Iglesia debe ser sacramento de esta comunión(LG, 1). Es necesario que el acontecimiento de Belén resuene por toda la tierra, siguiendo el dinamismo de la insignificancia(Miq 5, 2).