HOMILÍA DE MONS. LUIS MARTÍN BARRAZA
LA EPIFANÍA DEL SEÑOR
2 de enero 2022
Continuamos celebrando el “maravilloso intercambio” entre Dios y los hombres, Dios se hace hombre para que el hombre se haga Dios: “Oh inefable misterio, Dios está con nosotros, Dios ha venido a hablarnos, ha venido a vivir con nosotros para hablarnos e instruirnos…”(Beato Antonio Chevrier). Hasta ahora hemos insistido en lo concreto, discreto y sencillo de este gran acontecimiento de la salvación: una pequeña ciudad llamada Belén, unos padres pobres con dificultades para encontrar una posada, una canoa donde comían los animales, un hecho insignificante. La fiesta que hoy celebramos insiste en la universalidad de la salvación desde la humildad del pesebre. Aquí se cumplen las parábolas del reino que hablan sobre fuerza irrevocable desde la pequeñez, como la semilla de mostaza o la levadura que fermenta toda la masa(Mt 13, 21-33). Ya san Lucas trataba de poner dicho acontecimiento a la altura de la historia oficial, nombrando a los personajes importantes del tiempo: “Por aquellos días, se promulgó un edicto de César Augusto, que ordenaba un censo de todo el imperio. Este primer censo se hizo cuando Quirino era gobernador de Siria.”(Lc 2, 1).
Hoy, san Mateo, también, recoge la universalidad de la intervención de Dios en la historia a la manera de los profetas en el Antiguo Testamento: “Caminarán los pueblos a tu luz y los reyes, al resplandor de tu aurora… tu corazón se alegrará, y se ensanchará, cuando se vuelquen sobre ti los tesoros del mar y traigan las riquezas de los pueblos…Vendrán todos los de Sabá trayendo incienso y oro y proclamando las alabanzas del Señor”(Is 60, 3. 5-6). Con su nacimiento humilde, Jesús, nos da ya una lección del núcleo de su predicación, además del amor de Dios por el mundo(Jn 3, 16), también aquello de que “si alguno quiere ser el primero, que se haga el último de todos y el servidor de todos”(Mc 9, 35). Este episodio de los sabios de oriente también me recuerda las palabras de Jesús: “…porque Dios humillará a todo el que se engrandece a sí mismo, y engrandecerá al que se humilla”(Lc 14, 11).
Actuando de esta manera nos enseña el camino de la eficacia misionera: “…y cuando yo sea levantado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí”(Jn 12, 32). Dice san Juan que estas palabras se refieren a su muerte, pero que en el fondo se trata de la misma situación de despojo que en el pesebre. En última instancia se trata del humilde servidor del Señor: “He puesto mi espíritu sobre él para que manifieste el derecho a las naciones. No gritará, no alzará la voz, ni proclamará por las calles su palabra. No quebrará la caña resquebrajada ni apagará la luz mortecina… No vacilará ni se quebrará hasta implantar el derecho en la tierra, porque hasta las islas esperan su enseñanza”(Is 42, 1-4). El misterio de la Epifanía nos revela el poder de atracción de la simplicidad de vida al servicio del evangelio. Juan el bautista nos enseñará, también, la fuerza de la austeridad, pero no por sí misma, sino siempre subordinada al bautismo con el Espíritu Santo y con fuego(Mt 3, 11).
El testimonio de unidad, pedido por Jesús al Padre para sus discípulos, como condición para que su mensaje sea creído(Jn 17, 21), implica toda la fraternidad enseñada por Él en la última cena: “Pues si yo, que soy su Señor y Maestro, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado ejemplo para que hagan lo mismo que hice con ustedes”(Jn 13, 14-15). Construir la fraternidad exige combatir las actitudes de supremacía que se pretende tener sobre los demás. Jesucristo denunciará la ambición de los escribas y fariseos con las cuales menospreciaban y condenaba a muchos: “Cuídense de los maestros de la Ley, a los que les gusta pasearse con ropas largas y desean se saludados en las plazas, ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los lugares más destacados en los banquetes”(Lc 20, 46).
Actuando de esta forma destruían la comunión y hacían inútil la acción del Espíritu Santo, por lo cual Jesús les reprochaba diciendo: “¡Ay de ustedes, maestros de la Ley y fariseos hipócritas, porque recorren mar y tierra para convertir a uno, y, una vez que lo logran, lo hacen dos veces más dignos de condenación que ustedes!(Mt 23, 15). De estas palabras de Jesús podemos deducir, que toda actividad evangelizadora deberá de llevar cierto sello para que sea evangelizadora. Indudablemente que dicho sello tendrá que ser la marca del Espíritu Santo, reflejada en la unidad de los discípulos.
En un tiempo en el que las comunicaciones sociales eran casi nulas, y las fronteras entre los pueblos estaban en continua disputa, la luz del pesebre llegó hasta los últimos rincones de la tierra. “El bien se difunde por sí mismo”, dicen los clásicos. Es difícil comprender esto ahora en que lo que no se anuncia no se vende. Existe demasiada propaganda y poco contenido. Se divulga cualquier cosa y es conocido rápidamente en todas partes. Nuestro mundo organizado en torno a la apariencia, al tener, al poder ha encontrado en la comunicación rápida una forma de entrar en la competencia y poder vencer a los demás.
Ciertamente que se deben de aprovechar los medios de comunicación masiva, pero sin ceder a sus dinámicas de lucha por el poder, de algún modo. No buscar la fama rápida.
Todo esto, también, nos recuerda las enseñanzas de Jesús sobre lo interior: “Escuchen y entiendan: lo que entra por la boca no mancha a la persona, sino lo que sale de la boca es lo que la mancha”(Mt 15, 10). Y esto queda más claro en las enseñanzas de Jesús sobre el ayuno, la oración y la limosna: “…y tu Padre, que ve lo secreto, te premiará”(Mt 6, 4. 6. 18).Ya conocemos las enseñanzas del P. Chevrier al respecto: “Hay que ocuparse mucho más de lo interior que de lo exterior, inculcar en las almas la vida interior, que lo exterior seguirá siempre. Nada han hecho si comienzan por lo exterior. Se dirá que lo exterior manifiesta lo interior. No siempre. Hay personas que pueden comportarse exteriormente mejor que otras, pero que son menos agradables a Dios que quienes cuidan menos lo exterior y más lo interior… Comenzar por lo exterior es construir en el aire, sin cimientos, es hacer máquinas, veletas. Ante todo es necesario poner la fe, el amor de Dios, la savia interior(VD, 221). “Esto deberían de hacer sin descuidar lo otro”(Lc 11, 42), decía Jesús, para hacernos comprender que no se trata de negar completamente el exterior, sino de cultivar principalmente lo interior.
El P. Chevrier está hablando del “todo”: tener al Espíritu Santo: “El Espíritu Santo es quien ha de producir en nosotros todo lo exterior”… Atender a lo exterior sin el espíritu de Dios es un cuerpo sin alma: “El Espíritu da vida, la carne no sirve de nada”(Jn 6, 63)(VD, 222). El Espíritu Santo nos va a conducir siempre al pesebre, a la cruz, a ser buen pan para los demás. Ahora que tratamos de poner a la iglesia en estado de misión permanente, no habrá que olvidar que la misión se juega en la interioridad del discípulo misionero: “¡Vayan! Yo los envío como corderos en medio de lobos. No lleven dinero ni bolsa con provisiones. No vayan calzados con sandalias ni se detengan a saludar a nadie por el camino”(Lc 10, 3-4).
Sin duda que estas palabras se refieren a la pobreza exterior del apóstol, pero sobre todo a la de espíritu, con la cual se renuncia al propio espíritu y se puede decir: “…pues todo lo mío es tuyo y lo tuyo es mío…”(Jn 17, 10). Renunciar al propio espíritu “es no decir ni hacer nada por cuenta propia, a ejemplo de Nuestro Señor, sino que, antes de hablar o hacer algo, examinar si lo que decimos o hacemos está conforme a los pensamientos y a las ideas de Jesucristo, nuestro Maestro, a su humildad, a su mansedumbre, a su pobreza, a su caridad”(VD, 233).
El pesebre encierra las actitudes requeridas por la “conversión misionera” tan necesaria en nuestro tiempo para continuar con el encargo de Jesús de ir por todo el mundo y hacer discípulos a todos los pueblos…(Mt 28, 19). Esta fiesta de la Epifanía nos pone de manifiesto la fuerza de atracción del pesebre, porque es una obra del Espíritu Santo: “El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra”(Lc 1, 35) y por lo tanto está cargado del amor y la sabiduría de Dios. En el pesebre, Dios ha montado el espectáculo más fascinante y atractivo del amor. La irradiación misionera, el contagio de la fe, debe pasar por la cruz y el pesebre. Toda la tecnología y ciencia en la comunicación que podamos usar, pero el que evangeliza es el testigo de Jesucristo.
Nuevamente el P. Chevrier: “Sin dinero ni bella apariencia los envío como corderos en medio de lobos: “Vayan y enseñen”. Predicar, instruir, curar. “Un poder salía de él”(Lc 6, 19). Los medios exteriores no llegan a nada. La cruz el sufrimiento, la gracia, la paciencia… Hay que darse a sí mismos en espectáculos para el mundo, habitando en establo, viviendo sobre una cruz y dejándose comer todos los días, como Jesucristo. Entonces el mundo se convertirá”(VD, 222-223).