JESUCRISTO ES EL CENTRO HACIA EL QUE TODO DEBE CONVERGER
ALEGRÍA DEL MINISTRO DE LA NUEVA ALIANZA
Guía para un Estudio de Evangelio
– Del libro de Antonio Bravo, Retiros para Sacerdotes –
El ministro del Evangelio, extraído de la cantera de los pobres, comparte su alegría y esperanza. Inserto en la comunidad apostólica vive de su alegría, de Cristo muerto y resucitado. Al servicio de los pobres y de la comunidad, encuentra su gozo y alegría en el hecho de estar particularmente asociado a la misión y obra del Enviado del Padre. Pablo nos enseña a entrar en el gozo del ministro de la nueva Alianza.
Pablo había conocido a Cristo según la carne. Por su misericordia pasó a conocerlo según el Espíritu. Su vida cambió. De fanático de unas tradiciones, se convierte en testigo de Jesús muerto y resucitado: “Cuando fui a vosotros, no fui con el prestigio de la palabra o de la sabiduría a anunciaros el testimonio de Dios, pues no quise saber entre vosotros sino a Jesucristo, y éste crucificado” (1 Cor 2, 1-2).
A la comunidad de Corinto, en busca de prestigio y de reconocimiento social, el Apóstol le recuerda: “El que se glorié, gloríese en el Señor”, “El que esté orgulloso, esté orgulloso en el Señor” (1 Cor 1, 31; 2 Cor 10, 17; Jer 9, 22-23). Y nadie está orgulloso de alguien si no ha puesto su confianza y alegría en él. No es el prestigio humano ni el goce efímero del mundo la fuente de la perenne alegría. Estar orgulloso es desbordar de alegría y no ceder ante otras propuestas de bienestar.
En la lucha con los gálatas, tentados de volver a las prácticas y seguridades de la ley, Pablo les desvela la fuente de su gloria con palabras incisivas: “¡Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por la cual el mundo es para mi un crucificado y yo un crucificado para el mundo! Porque nada cuenta ni la circuncisión, ni la incircuncisión, sino la creación nueva” (Gal 6, 14-15). La alegría de la salvación brota del crucificado. Esta experiencia funda su afirmación “Con sumo gusto seguiré gloriándome sobre todo en mis flaquezas, para que habite en mi la fuerza de Cristo” (2 Cor 12, 9). Se complace en lo que soporta por Cristo. No son las funciones, ni las relaciones, sino la experiencia de Jesús la que proporciona libertad y audacia al ministro del Evangelio. Él es su tesoro y alegría. El apóstol vive en el mundo, colmado de tribulaciones, pero también de gozo. Su vida está unificada y dinamizada por una corriente subterránea: la acción del Espíritu.
Estar orgulloso de Cristo y de sus debilidades no es una contradicción, sino la paradoja misma del místico en la acción apostólica. Desarrolla en la acción, aquella novedad que constituía la esperanza de su pueblo y de todos los pueblos de la tierra. Está alegre con la esperanza de los pobres de Dios. Vive en y desde la novedad del Hombre Nuevo, que ya no está sujeto a la corrupción o a la vanidad de la muerte. Ésta es la experiencia que contagia y comunica, desde la que le nacen alas a la libertad.
La experiencia de la salvación florece en la alegría de haber sido asociado, elegido y enviado a la obra misma de la salvación en favor de todos. El apóstol sabe de quién se ha fiado y a quién sirve. Los sufrimientos de la misión se convertirán en caudal de gloria. No quiere que sus comunidades se entristezcan con sus sufrimientos, antes las invita a compartir su gloria y alegría. “Y aun cuando mi sangre fuera derramada como libación sobre el sacrificio y la ofrenda de vuestra fe, me alegraría y congratularía con vosotros. De igual manera también vosotros alegraos y congratulaos conmigo” (Fil 2, 17-18). Como un padre y una madre experimenta gozo en la entrega por sus hijos, así el apóstol. No busca que se apiaden de él, sino que compartan su alegría en las tribulaciones Apostólicas.
Estar asociado a la obra de Dios, estar en comunión con la misión de Jesús, es su honor y su alegría. “Ahora me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia, de la cual/ he llegado a ser ministro, conforme a la misión que Dios me concedió en orden a vosotros para dar cumplimiento a la Palabra de Dios, al Misterio escondido desde siglos y generaciones, y manifestado ahora a los santos, a quienes Dios quiso dar a conocer cual es la riqueza entre los gentiles que es Cristo entre vosotros, la esperanza de la gloria” (Col 1, 24-27). Esta visión grandiosa del Plan de Dios es la alegría del creyente y del apóstol, en cuanto se le da participar en su desarrollo. Sus combates nacen de la experiencia gozosa y la consolidan. Es una alegría difusiva.
Engendrar, dar a luz y desarrollar a Cristo en las comunidades no puede hacerse sin dolor, pero también colma la alegría de quien ve el fruto maduro, el Hombre nuevo formado en judíos y gentiles. Es la alegría de ver aniquilado el muro de la separación y la aparición del pueblo de la nueva Alianza; “¡Hijos míos! -exclama el apóstol-, por quienes sufro de nuevo dolores de parto, hasta ver a Cristo formado en vosotros” (Gal 4, 19). La vida apostólica, tal como lo habla anunciado Jesús, entraña siempre sufrimiento y alegría. Sufrimiento, pues es el combate del alumbramiento de la vida. Alegría, pues una vida nueva y definitiva va apareciendo, aunque nunca esté exenta de ambigüedades y oscuridades.
La oración del apóstol al igual que su acción, reflejan el sufrimiento y la alegría, que viviera el Maestro. Pablo insiste en sus sufrimientos, pero ante todo en la preocupación por sus comunidades. “Y aparte otras cosas, mi responsabilidad diaria: la preocupación por todas las Iglesias. ¿Quién desfallece sin que desfallezca yo? ¿Quién sufre escándalo sin que yo me abrase?” (2 Cor 11, 27-29). Pablo sufría a causa de las divisiones, contiendas, infidelidades, pecados de sus comunidades. Le entristecían las rivalidades y las descalificaciones de que era objeto, pero sobre todo, el que la Palabra de gracia no fuera acogida.
Su alegría era desbordante ante el avance del Evangelio en el corazón de los creyentes y comunidades, incluso en el mundo entero. La fecundidad de la gracia le llenaba de alegría y se expresaba en una continua acción de gracias. “Doy gracias a mi Dios cada vez que me acuerdo de vosotros, rogando siempre y en todas mis oraciones con alegría por vosotros, a causa de la colaboración que habéis prestado al Evangelio, desde el primer día hasta hoy, firmemente convencido de que, quien inició en vosotros la buena obra, la irá continuando hasta el día de Cristo Jesús” ( Fil 1, 3-ó).
Pablo es el prototipo del ‘místico apostólico”. Su vida desbordaba de alegría pascual, pues sabia que Dios, con sus sufrimientos, engendraba vida nueva. Feliz de haber sido considerado digno de confianza, se fía plenamente del Señor; convocado a colaborar en la obra de Dios, lo vive como un honor y ejerce el servicio con amor y diligencia; enviado a compartir la misión de Jesús, encuentra consuelo y gozo, en medio de las resistencias, conflictos y contradicciones; destinado a llevar el Evangelio de la paz ante reyes y tribunales, se hará todo a todos. Es un místico urgido por la caridad de Cristo, que va hasta el don de su vida. Liberto de Cristo, se hace esclavo de todos, para ganar a los más posibles y participar de la gloria dei Resucitado.
Para Orar
El ministro del Evangelio, extraído de la cantera de los pobres, comparte su alegría y su esperanza. Al servicio de los pobres y de la comunidad, encuentra su gozo y alegría en el hecho de estar particularmente asociado a la misión y obra del Enviado del Padre.
•¿Cómo compartimos la alegría de Maria y de los pobres según Dios ante la llegada del Salvador? ¿Podemos comunicar la Buena Nueva con aire entristecido?
• Dejamos todo con alegría y nos pusimos en camino tras el Mesías, pero no vemos el cumplimiento de nuestras expectativas. ¿Nos agobia el cansancio, la tristeza, la frustración? ¿Estamos abiertos a la esperanza?