MI EXPERIENCIA PERSONAL COMO PRADOSIANO
P. Carlos Pérez,
Arquidiócesis de Chihuahua
(Lc 3,1-6)
5 de Diciembre 2021
Este testimonio personal fue presentado a un grupo de simpatizantes vía zoom. Hubo una gran resonancia…
Me presento: soy Carlos Pérez Barrera, presbítero de la arquidiócesis de Chihuahua, desde hace 42 años. He estado en 10 parroquias, en tres como vicario y en 7 como párroco. 21 años en parroquias urbano-rurales y los otros 21 en la ciudad de Chihuahua, en 4 parroquias de la periferia. Me han pedido que les comparta la experiencia que he vivido en el Prado. Para comprender cómo llegó el Prado a mi vida y ministerio, necesito comentarles el contexto personal y eclesial en que éste se dio. No pretendo hablar de mí mismo sino del Prado y su lugar en la Iglesia.
Yo vengo de una familia católica tradicional, de misa de domingo, de rezos y devociones. Así entré al seminario a los 12 años, y así transcurrieron mis primeros años en él, en la religiosidad tradicional. Sin embargo, yo entré en el año que terminó el concilio Vaticano II, en 1965. Gracias a la constitución dogmática Dei Verbum sobre la divina revelación, sobre la Palabra de Dios, puedo decir que me encontré muy pronto con la Biblia ahí en el seminario. Varios compañeros empezamos a leerla desde el principio, y nos dimos nuestras buenas aburridas al pasar por varios libros del antiguo testamento. Poco a poco fuimos llegando a los santos evangelios, poco a poco nos fuimos encontrando con la persona de Jesucristo, poco a poco fuimos sintiendo un contraste muy pronunciado entre su persona y la religiosidad que veníamos viviendo, y que vivía toda la gente. No era el mismo el Jesucristo de los evangelios y el Jesucristo de la devoción y de la liturgia.
En los últimos años del latinado empezamos a sentir inquietudes por una Iglesia distinta, a partir de nuestro conocimiento de Jesucristo en los evangelios, y también impulsados por el espíritu del concilio. Después nos daríamos cuenta que estos son los caminos del Espíritu. Ya en las etapas de filosofía y en teología nuestras inquietudes eran más claras: queríamos que el seminario fuera más abierto, más abierto a la pastoral, Menos encerrado y más cercano a la vida de la gente. En mi tiempo se vivieron varias experiencias de grupos de seminario viviendo en alguna parroquia o en alguna colonia de la ciudad. Incluso un grupo vivió la experiencia de trabajo civil combinado con los estudios en grupo pequeño en la casa donde habitaban. El seminario era regional (Torreón, Chihuahua, Cd. Juárez y otras diócesis), pero finalmente los obispos no quisieron continuar con esta experiencia y todos volvieron al edificio del seminario en vida de encierro, con pocas salidas. Pero las inquietudes se quedaron en nosotros.
Al terminar la formación, al irnos ordenando de presbíteros, quisimos los de varias diócesis, seguirnos reuniendo para encontrar una espiritualidad más evangélica y más cercana al pueblo. Comenzamos siendo ex alumnos del seminario regional del norte. Vislumbrábamos que la vida de Carlos de Foucauld y los hermanitos de Jesús, podría inspirar para nosotros una espiritualidad más de los pobres. Estas inquietudes son las que queremos reavivar en nuestros jóvenes sacerdotes y seminaristas hoy día.
Fue en estas reuniones de ex alumnos que nos llegó el Prado. Unos seminaristas, compañeros nuestros, fueron a una reunión latinoamericana en Medellín, Colombia. Ahí conocieron a Federico Carrasquilla, recomendado por una religiosa de aquí de Chihuahua. Conocieron también a Manolo Medina, sacerdote de Canarias que estaba de misionero del Prado en Colombia. Fue este sacerdote que nos coordinó unos ejercicios espirituales en Chihuahua a los que acudimos de varias diócesis del norte, como en 1982. Manolo nos entusiasmó por esa centralidad de Jesucristo, por la evangelización de los pobres, porque se trataba de una espiritualidad propia de sacerdotes diocesanos, porque nosotros no queríamos pertenecer a una orden o congregación religiosa sino seguir siendo seculares. Así sucedió que nos fuimos involucrando con la familia del Prado, teníamos nuestras reuniones anuales a nivel nacional y más frecuentes a nivel regional.
Así es que, prácticamente toda mi vida sacerdotal ha transcurrido en el Prado. ¿Qué he encontrado en el Prado, por qué he seguido aquí? Porque éste es el sentido del ministerio sacerdotal. Encontramos a Jesucristo y su envío a evangelizar a los pobres, y lo seguimos cultivando, en el seno de esta Iglesia que muchas veces no favorece esto que es tan propio de todo cristiano y de todo sacerdote: seguir a Jesucristo.
En el Prado hemos encontrado la manera práctica, sencilla, orante de conocer a Jesucristo más de cerca, de la mano del padre Chevrier, de sus escritos, de su carisma, de su espiritualidad tan impactante como sencilla: el Verdadero Discípulo, las Cartas, los Escritos espirituales. Para mí es muy iluminadora esta verdad de sentido común pero de gran profundidad del p. Chevrier: “es el conocimiento de Jesucristo el que hace al sacerdote” y que yo utilizo para animar a la gente a conocerlo en los santos evangelios: sólo el conocimiento de Jesucristo hace al cristiano. ¿Acaso es alguna devoción, idea, nombre, vestidura, etc., la que nos hace cristianos? Claro que es la persona de Jesucristo la que nos hace tales. Él es el que nos ha llamado en su seguimiento, y al seguirlo en las páginas de los santos evangelios es él mismo el que nos va educando, formando, conduciendo, corrigiendo como discípulos, no como nosotros queremos, sino como él mismo nos quiere. Y ésta es la labor que hemos de hacer con todos nuestros católicos, que busquen a Jesús en los evangelios para que se dejen hacer por él. Escuchar al Maestro es un deleite para un verdadero cristiano, y para escucharlo no hay como ir a los santos evangelios (y poco a poco al resto de la Sagrada Escritura). Jesucristo mismo, el santo Evangelio es nuestra escuela, nuestro seminario, y lo es de toda la Iglesia, de todos los que formamos la Iglesia. Toda la Iglesia tiene que caminar muy de cerca de su Maestro.
Actualmente, y desde hace años, estamos empeñados en hacer una Iglesia, me refiero a todos los católicos, que estudia a Jesucristo en los santos evangelios. Pero desgraciadamente no nos cae el veinte a los demás apóstoles, clérigos y laicos. Y decimos que es tan fácil que vayamos pidiéndole y convenciendo a nuestros católicos a que lean, como un primer momento, una página diaria de los santos evangelios. ¿Cómo van a conocer a Jesucristo, la persona central de nuestra fe y de nuestra vida cristiana, si no lo estudian en el Evangelio? El Papa Francisco sí nos ha pedido en repetidas ocasiones que lo hagamos todos, como estas frases que les comparto y que he pepenado en diversos momentos:
Ángelus dominical. El 3 de enero de 2016, dijo:
“Os recuerdo también este consejo que os he dado a menudo: leer todos los días un pasaje del Evangelio, un pasaje del Evangelio para conocer mejor a Jesús, para abrir nuestro corazón a Jesús, y así es como podemos hacer que sea más conocido por los demás. Tener un pequeño evangelio en el bolsillo, en el bolso: nos hará bien. No lo olvides: ¡lee todos los días un pasaje del Evangelio!”
Este es el tweet del Papa Francisco de este 15 de julio de 2018.-
“Trata de leer el evangelio por lo menos cinco minutos al día. Verás que cambia tu vida”.
8 abril 2020, Catequesis del Santo Padre, audiencia general de los miércoles.-
“Hermanos y hermanas, abrámosle todo el corazón en la oración, esta semana, estos días: con el crucifijo y con el evangelio. No os olvidéis: Crucifijo y Evangelio”.
Regina Coeli, 26 abril 2020.-
“Lo he dicho muchas veces y me gustaría repetirlo, lo importante que es el hábito de leer el Evangelio, todos los días. Llevémoslo en el bolsillo. Que siempre esté cerca de nosotros y leer un poco cada día”.
Ángelus del 16 de agosto de 2020.-
“Y siempre vuelvo al consejo que les doy: lleven siempre un pequeño Evangelio de bolsillo y lean un pasaje cada día. Y allí encontrarán a Jesús tal como es, tal como se presenta; encontrarán a Jesús que nos ama, que nos ama tanto”.
TESTIMONIO
Pablo Aaron Martínez

El estudio del Evangelio, o el estudio de la Persona de Jesucristo en los santos evangelios y en el resto de la sagrada Escritura, es un ‘método’ que aprendimos del padre Chevrier. Después de convencer a nuestros católicos de que lean diariamente páginas de los evangelios, lo que sigue es que vayamos aprendiendo a hacer estudio de evangelio. En otro momento podemos compartir cómo hacemos nosotros ‘Estudio de Evangelio’.
En el Prado hemos encontrado esa luz de la vida de equipo, que también es para los sacerdotes diocesanos, como parte integrante de nuestro ser sacerdotal, en las modalidades que podemos ir encontrando, con creatividad, al no poder vivir en una misma casa en vida de equipo, porque dependemos del envío que nos confía el obispo. No tenemos otra autoridad más que él.
En el Prado hemos encontrado una familia grande, de muchos países, una familia que nos enriquece con su vida, con su ministerio, con sus aportes, con su discernimiento, con sus estudios de evangelio, con sus notas pastorales, tanto en reuniones, encuentros, como con sus escritos y comunicados, con sus culturas tan diversas. Yo en verdad los veo como hermanos. Oro frecuentemente por ellos, y sé que cuento también con su apoyo. Somos 1,100 sacerdotes a nivel internacional.
Jesucristo mismo nos va conduciendo a los pobres. Es el signo de su auténtico mesianismo (ver Mateo 11,5). Es en los pobres, los pecadores, los últimos, los excluidos, donde resplandece con más intensidad la misericordia divina. Los pobres son el púlpito desde donde resuena con más claridad el evangelio. Por algo el Hijo de Dios escogió encarnarse en ellos, para ser Buena Noticia de salvación para toda la humanidad. A todos los católicos Jesucristo nos va conduciendo a la primacía de la caridad en la vida cristiana. También el Papa Francisco nos ha estado insistiendo en que tenemos que ser una Iglesia pobre y para los pobres, no hay otro camino para ser eficaces en la salvación de nuestro mundo. Otra Iglesia no le sirve a Jesucristo, una Iglesia poder, una Iglesia de honores, una Iglesia de riquezas. En palabras de san Pablo, queremos ser vasijas de barro que sean portadoras de la inmensa riqueza que es Jesucristo (ver 2 Cor 4,7). Él mismo tomó este camino al encarnarse en la pobreza, ser un artesano pueblerino y un predicador y sanador itinerante, y finalmente un crucificado, nunca un hombre humanamente poderoso. La vida de los pobres, del pueblo sencillo, es para nosotros, y así lo cultivamos en el Prado, un lugar de la revelación divina. Nuestra espiritualidad es contemplativa, porque contemplamos la presencia y la obra de Dios en la vida de nuestras gentes. Puedo asegurar que el ambiente popular – campesino y suburbano -ha sido mi hábitat natural. Sería muy largo comentar los innumerables momentos de comunión que he vivido con Jesucristo y con los pobres. Algunos los tengo anotados en mi cuaderno de vida, otros sólo en mi corazón.
(Les compartía que moverme entre las gentes, andar a pie en las calles, en los barrios, entrar a las casas, compartir con familias muy de cerca, ha sido parte importante de mi labor pastoral. Ahí la evangelización deja de ser un rollo académico, una pieza de oratoria, para ser esa buena noticia que cae directamente en la vida de las personas, en sus corazones, que no llega con generalidades y se queda en el exterior. Cuántos rostros, cuántas vidas han llegado también a mi corazón).
El Prado no tiene un diseño de pastoral popular propio. Los pradosianos trabajamos en muy diversas pastorales, pero encontramos aquí la espiritualidad que nos fortalece, ilumina, Enriquece.
Me tocó vivir el año pradosiano o año de formación en 1989, con varios sacerdotes de Brasil, Chile, España, Italia, Francia, México. Éramos como 8 sacerdotes viviendo en dos parroquias rurales de nuestra diócesis de Chihuahua. Fueron 10 meses de vida en equipo, de estudio de la persona de Jesús en los santos evangelios, de oración, de vida evangélica, pradosiana, de convivencia, de experiencia pastoral compartida. Un verdadero año de gracia. Gustamos lo que queríamos vivir como sacerdotes diocesanos, compartiendo el pan con nuestros campesinos.
Me preguntan si es necesario que los sacerdotes diocesanos tengamos una espiritualidad específica, si no es suficiente con la que ya tenemos. Mi respuesta, muy personal, es ésta:
Hay una diversidad muy grande de espiritualidades y religiosidades en nuestra Iglesia: Hay quienes se conforman con lo mínimo, sólo cumplir con lo administrativo. Hay sacerdotes y laicos que cultivan su devoción al Sagrado Corazón, según las revelaciones de santa Margarita María Alacoque. Sacerdotes y laicos que pertenecen al movimiento mariano de Fátima, con los mensajes ahí recibidos. Hay sacerdotes y laicos que encuentran en el movimiento carismático su lugar de espiritualidad. También los hay quienes prefieren seguir siendo tradicionalistas, con la misa en latín y de espaldas al pueblo. En nuestra diócesis hay sacerdotes que simpatizan con el Opus Dei, pero no quieren dejar de ser diocesanos. Etc. Todos tenemos que cultivar, no vivir de rentas, la espiritualidad que sea más cercana o esté en sintonía con la espiritualidad que nos dejó Jesucristo, aquella que responde mejor, según nosotros, a los empujes del Espíritu en nuestros tiempos. El p. Antonio Chevrier nos comunicó esta gracia tan particular de colocar al Jesucristo de los evangelios en la base de nuestra vida y la misión de ir a los pobres. Y este carisma lo tenemos que trabajar con nuestros medios específicos del Estudio del Evangelio, de la Revisión de Vida (contemplación de la vida de los pobres), del cuaderno de vida, de la vida de equipo.
P. Carlos Pérez
Chihuahua