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Experiencias Parroquiales

El Trabajo Pastoral de un Joven Presbítero

En proceso de Primera Formación  en el Prado

Cesar Gerardo Castillo Soto

Torreón

 

Les saludo con sincero afecto, admirando en su formación continuada, cómo la semilla de la Palabra revelada sembrada en su corazón, no sólo a germinado y crecido, sino también se encuentra dando frutos abundantes.

Mi nombre es César Gerardo Castillo Soto, pertenezco a la Diócesis de Torreón, en el Estado de Coahuila. En agosto del año 2008, inicié una experiencia pastoral en la parroquia del Inmaculado Corazón de María. Es una parroquia que cuenta sólo con el templo parroquial, y está conformada por tres colonias, en cuya diversidad radica su riqueza. Las colonias son de estrato social distinto: Lucio Blanco de clase baja, conformada en su mayoría por gente obrera; Jardines de California, de clase media y con formada de profesionistas, que en su mayoría son jubilados o ejercen su profesión; y Torreón Jardín, de clase alta conformada por gente adulta que en su etapa productiva fueron empresarios. Desde este espacio, compartiré con mucho gusto y alegría mi experiencia pastoral vivida desde la pastoral en las colonias, que es la expresión pastoral más significativa de la parroquia.

Mi llegada a la parroquia, siendo aún seminarista, tenía como finalidad, tener una experiencia cercana con mi familia (que radica en la colonia Lucio Blanco, ahí fue en donde yo crecí); atender algunos aspectos propios de mi persona acompañado de un terapeuta y; llevar un acompañamiento formativo cercano por parte del P. Aurelio González, párroco en la comunidad y del P. Rodolfo Reza Palomares, rector de nuestro Seminario Diocesano en aquel momento. Ahora, el P. Rodolfo Reza es párroco en esta comunidad en la que continúo ejerciendo mi vocación bautismal ahora desde el sacramento del orden.

La convivencia con mi familia fue muy profunda e intensa, pues tuve el privilegio vivir en casa de mi madre junto con mi hermana aún estando en formación; ello me permitió ser existencialmente consciente de mi propio origen, y de responder a la llamada de Dios, por una parte, desde todas mis carencias, limitaciones, defectos e inconsistencias; y por otra, desde la responsabilidad antes los dones y carismas que el Dios de la vida me ha confiado y que se encarnan en mis cualidades, convicciones, virtudes, hábitos y potencialidades.

A lo largo del primer año, se me encomendó iniciar el trabajo evangelizador de parte de la parroquia en la colonia Jardines de California; el cual se realizó con gran responsabilidad acompañado de un grupo de agentes de pastoral de dicho sector de la parroquia. Atendiendo a la realidad presente en dicha colonia, la finalidad fue trabajar en su propia identidad eclesial y de colonia. La forma de llevar a cabo este objetivo fue mediante una sectorización en Jardines de California; formación en torno a la Palabra dominical (Lectio Divina); y un acompañamiento a las pequeñas comunidades, de las cuales a la fecha resultaron 11.

Ciertamente, Dios tiene en claro nuestro propio proceso conforme a su proyecto, y seguro estoy de que esta experiencia de magisterio dependió sólo de la acción del Espíritu Santo; en ello fue fundamental, tanto del Seminario como de mi parte, tener como eje principal, un discernimiento en el Espíritu y una actitud dócil a su conducción. Verdaderamente, caí en la cuenta de que el Seminario ha informado mi persona afectando en lo profundo de mi ser. Pero la comunidad parroquial, le ha dado forma a mi corazón de pastor, colaborando así en la intención de la institución.
Los dos siguientes ciclos pastoral, los realicé en la colonia Torreón Jardín, realizando la misma tarea pastoral que en Jardines de California. Obviamente, adecuados a su propia realidad, respondimos también con un grupo de agentes de pastoral a construir la comunidad. Inicié esta etapa siendo ordenado diácono y al siguiente año sacerdote. A la fecha el trabajo no se ha concluido. Es la colonia con mayor extensión territorial. Sin embargo se cuenta con 14 comunidades activas.

Esta nueva experiencia, vivida en el contexto del “Año Paulino”, caló mi ser esta expresión de Pablo: “… pero en cuanto a mí, sólo me gloriaré en mis flaquezas” (2Co 12, 5). De igual modo esta afirmación: “Pero él me dijo: «Mi gracia te basta, que mi fuerza se realiza en la flaqueza». Por tanto, con sumo gusto seguiré gloriándome sobre todo en mis flaquezas, para que habite en mí la fuerza de Cristo” (2Co 12, 9). El encuentro con la Palabra revelada escrita en actitud de escucha, discernimiento y respuesta, me hizo claramente consciente de la insuficiencia de mis propios recursos para iniciar el camino permanente a la libertad plena y verdadera.

Día a día, en la experiencia de responder al llamado de Dios en su Hijo, llevo conmigo algo que valoro mucho: mi debilidad, de quien he decidido hacer mi compañera de camino. Además le he ido amando poco a poco, porque con ella, reconozco que esta historia de salvación es posible. En ella, distingo con claridad el paso que aún no termina de Dios en vida.

En el año 2011, tomó posesión el P. Rodolfo Reza. Se me encomendó continuar con el trabajo iniciado en la colonia Torreón Jardín y acompañar a la colonia Lucio Blanco en sus 12 comunidades. Fue verdaderamente una experiencia intensa y hermosa. Vivida desde la tensión de lo que soy en mi origen y la tendencia superficial de todo ser humano de llegar a ser o poseer lo que no se es ni se tiene.

A lo largo de este tiempo, considero que el encuentro personal y comunitario con el Evangelio, me trajo como don, el vivir –no siempre fácil– una actitud de discernimiento y vida en el Espíritu en confrontación con lo que ahora soy, mi propia historia y las decisiones que voy tomando. A la luz de la Iglesia, en su esencia ministerial, se fortaleció muchísimo la propia identidad existencial del bautismo, ahora desde ella, afirmo que soy discípulo desde la escucha de la Palabra y apóstol desde el esfuerzo en vivir la misma. Así pues, estoy convencido que el sacerdocio –al que me siento llamado por Dios y deseo responder desde su propia gracia, siendo consciente de todas mis limitaciones y potencialidades–, como especificidad ministerial del bautismo, es un itinerario a la santidad.

Consciente de mi propia responsabilidad en la formación continuada, y teniendo en cuenta que la vocación sacerdotal es una vocación divina en su origen y finalidad; eclesial en su función y beneficio; colegial en la fraternidad sacerdotal; esencialmente ministerial en cuanto actitud; y de encarnación en medio de la realidad; es una vocación a la felicidad. Vocación que en sí, requiere sólo vivirse para ser feliz.

En los parroquianos con quienes comparto esta historia salvación, puedo contemplar la pobreza como una actitud fundamental. Es la actitud de pobreza la que en el encuentro con la Palabra: descubre la desnudez del propio ser ante Dios (Gn 3, 10); hace consciente del paso de Dios en la historia de cada persona (Gn 18, 3); hace caer en la cuenta del total conocimiento y omnipresencia de Dios para con cada quien (Sal 139); de que todo tiene su momento y cada cosa su tiempo (Qo 3, 1-15); su llamado responde a su plan aunque en la respuesta existan limitaciones (Jr 1, 4-12); su llamada siempre es personal (Mt 4, 18-22; 9, 9); llama para estar con él y participar de su misión (Mt 10, 1; Mc 3, 13-15; Lc 9, 1-2); misión que se realiza con su presencia en la fidelidad (Mt 28, 19-20); fidelidad que se vive en el amor (Jn 15); viviendo como Él vivió (1Jn 2, 6).

Si la llamada es un don que Dios renueva día a día, implica una respuesta también día a día (2Tm 1, 6), en el que se vive la aventura de la fe como un combate (1Tm 1, 18b.19a), uniendo lo que se profesa con lo que se vive (St 2, 14-24).

Entender la pobreza como una actitud en la vida, es descubrir una de tantas formas contemporáneas de la encarnación de Dios en la historia de la humanidad, con dimensiones globalizadoras. La alegría de llevar a Jesucristo a los pobres como experiencia, siempre resulta fecunda en cualquier ambiente que se vive. Es la pobreza de muchos, la que me ha concedido contemplar a Dios que sacia el hambre y la sed de Él; que devuelve la salud; que reanima en la esperanza; que se hace compromiso responsable en medio de las dificultades y limitaciones; que es participación en la construcción del reinado de Dios; que es signo de paz en un clima de violencia e inseguridad; de solidaridad en medio de injusticias; de comunión en la diversidad.

Esto sólo es algo de la historia de salvación que ha iniciado, pero que aún no termina…

«…te doy gracias por tantas maravillas:

Prodigio soy, prodigios tus obras» (Sal 139, 14).

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