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La Familia del Prado

La Familia Espiritual del Prado

Una familia para evangelizar a los pobres

“Como recordaba Juan Pablo II en la capilla del Prado: “Vosotros, id a los pobres”. La vocación del Prado es para evangelizar a los pobres y no solamente para una ayuda mutua espiritual o apostólica.

En el seno del pueblo de Dios, el Prado ha recibido una misión del Resucitado tal como la ha sancionado la Iglesia. Por ello, la familia del Prado existe para evangelizar a los pobres. Tiene la obligación de caminar en esa dirección y los pradosianos han de exponer su disponibilidad a iniciativas en el seno de sus presbiterios e Iglesias para que los pobres escuchen la Buena Nueva del Evangelio. En la línea del P. Chevrier tenemos que elaborar una palabra de fe para los pobres de hoy, a fin de que puedan escuchar una palabra seductora y amen a Jesús, marchando con alegría tras sus huellas. Una familia para evangelizar a los pobres, supone unas características que yo quisiera recordar ahora:

a) Una familia que tiene la preocupación de que la comunidad cristiana viva su responsabilidad hacia los pobres y adquiera progresivamente “la inteligencia” del pobre en el designio de Dios. No somos un grupo de especialistas, que conducirían una acción en favor de los pobres. Tampoco somos un grupo con un análisis determinado sobre los pobres, que quisieran hacerlo pasar a los demás. Vivimos en la perspectiva de Cristo que ha venido a comer con los pobres para conducirles y darles en heredad el Reino del Padre. Así, trabajamos para recordar con nuestra existencia y con nuestra palabra, que los pobres están y deben estar en el centro de la comunidad apostólica.

Buscaremos con todos los otros, la verdadera inteligencia del pobre en la historia de salvación. Con el tiempo, la comunidad apostólica corre el peligro de olvidar la “inteligencia” del pobre. Ahora bien, esta inteligencia es una gracia que no suele concederse más que a los pobres. Y si un rico llega a recibirla, pronto se hará pobre.

Esta inteligencia del pobre hay que buscarla incesantemente en las Escrituras, leídas con el pueblo pobre y humilde que los profetas y los apóstoles reunieron en el nombre del Señor (cf. Sof 3,12; 1 Cor 1,26 ss). Efectivamente, las Escrituras no son asunto de interpretación privada. Han sido dadas en un pueblo, por mediación de un pueblo, para el crecimiento del mismo. Y ese pueblo de Yahvé es un pueblo pobre y humilde. A él ha dado Dios sus profetas y apóstoles para que lo conduzcan a la posesión de la promesa del Reino, pues son sus herederos directos y primeros.

b)La familia del Prado debe configurarse de tal manera que escuche y ausculte continuamente la evolución de los pobres, de sus condiciones de vida, de sus expectativas y de su esperanza. La “escucha” del pobre es primordial. Y no hay escucha sin “proximidad”, sin un auténtico “compartir”. Y no iremos a los pobres sí no estamos convencidos que ellos son los herederos, los que tienen una palabra que decirnos. Dicho con otras palabras: La familia del Prado debe desarrollar las actitudes del discipulado, también con relación a los pobres. Así debió aprenderlo la comunidad apostólica: “Los niños”, “la Samaritana”, “el ciego del camino”, “el centurión romano”, “Zaqueo”, “la pecadora”, “la pecadora y los publicanos”, les mostraron a los apóstoles el camino del Reino, antes que ellos proclamaran el Reino en el nombre del Señor. El “apóstol”, llamado a hablar en el nombre del Señor, se cimienta en la Palabra que Dios le dirige de una manera especial a través de los pobres (Is 40,1-11; 50,4-9). Para dirigir una palabra de aliento hay que recibirla en la fatiga; para gritar la luz, hay que velar la noche; para “corregir” al caído, hay que vivir en comunión con todos los que son víctimas del misterio de iniquidad (cfr. Mt 7,1- 5;6,22-23;2 Cor 11,23-29); para marcar la dirección a seguir, hay que entrar y salir a la cabeza del pueblo (cfr. Núm 27,17). El “apóstol” necesita ser formado en el contacto directo y solidario con los pobres y los pecadores.

El Prado no ha de hablar de oídas, ni ha de edificar teorías para hablar de los pobres, si quiere ser fiel a su vocación. Es la frecuentación de la Palabra y de los pobres lo que le permite hablar y le va configurando. Por ello, la familia del Prado está siempre haciéndose. Nuestro reglamento es dinámico: ven, escucha y ve, luego sígueme.

Nuestro texto de las Constituciones deberá ser cambiado el día que nos impida comunitariamente seguir el único reglamento: Ven, sígueme en medio de los pobres para anunciarles la Buena Nueva del Reino. En la redacción de las Constituciones tuvimos esta preocupación: elegir la manera y forma que me vincule más estable, libre y radicalmente a Jesucristo, a la Iglesia y a los pobres en nuestra condición de sacerdotes seculares. Esta vinculación -era mi convicción- nos daría audacia y humildad para inventar, pues nos estábamos apoyando, como quería el P. Chevrier, en Jesucristo, en la Iglesia y en los pobres. Las inevitables dificultades que lleva toda vida, las iremos resolviendo desde esta “seguridad de fe”, pues la seguridad viene de aceptar el riesgo con serenidad y confianza en el Otro y en los otros.

c) La “experiencia” de la vida de los pobres y la “experiencia” de la Palabra de Dios, han de hacernos buscar “una palabra” de fe simple, sencilla, cálida y directa para nuestro pueblo pobre y humilde. El ministerio de la Palabra debe ser revisado en profundidad en nuestra vida. Es una de mis convicciones. El P. Chevrier quería que trabajásemos personalmente nuestro propio catecismo. Cierto, la fe eclesial es una, pero la transmisión exige de todos nosotros creatividad. En tiempos del P. Chevrier se insistía en “hacer la salvación”. El contacto con los pobres, le conducirá a insistir en la iniciativa de Dios que ha optado por los hombres, sus hijos y amigos. Tenemos que ser competentes para elaborar esta palabra de fe. No podemos vivir de ensayos sobre la fe. Debemos “poseer” (en el sentido de conocer familiar y profundamente una lengua) la fe eclesial que transmitimos. Hemos de reflexionar a partir de la escucha del pueblo y de la fe del pueblo de Dios, pero no tanto para elaborar una teología desde una categoría central, a la cual queda sometida la interpretación de la misma persona de Jesús, cuanto para dar a conocer y a amar, para suscitar el gusto y el deseo de seguir la persona de Jesús en su totalidad de vida, palabra y misión. En la transmisión de la fe, la liberación y la libertad han de aparecer como un don y una seducción irresistible provenientes del encuentro “dado”, “incondicional” y “gratuito” con la persona del Hijo amado, que el Padre ha enviado para darnos la Vida, revelarnos la Verdad y mostrarnos el Camino.

d) Finalmente, la evangelización de los pobres requiere de nosotros que formemos “apóstoles pobres para los pobres”Trabajaremos para que los pobres sean apóstoles de los pobres; para que haya pobres que puedan acceder al ministerio y permanecer pobres al servicio de sus hermanos; para que ciertos laicos puedan acceder a un auténtico ministerio de evangelización y de solidaridad entre los pobres. En ciertos países, el suscitar catequistas y otros ministerios será de suma importancia para la edificación de la Iglesia. Tampoco debemos olvidar a todos aquellos que sienten una especial vocación para trabajar con los pobres. Les debemos ayudar y recibir su ayuda. La fraternidad entre los apóstoles de los pobres es de suma importancia, pues los pobres necesitan descubrir comunidades y no sólo individuos”.

(Antonio Bravo, 1988).

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