
Si el Prado no tiene un fin en sí mismo, sino que es un carisma para que la Iglesia, toda ella, recuerde y actualice su misión de evangelizar con particular esmero a los más pobres, es necesario que hoy el Prado sume su servicio místico-apostólico, a las intuiciones plasmadas en el Documento de Aparecida.
“Hoy queremos ratificar y potenciar la opción del amor preferencial por los pobres hecha en las conferencias anteriores” (DA 396). Este “es uno de los rasgos que marca la fisionomía de la latinoamericana y caribeña” (DA 391).
Aparecida, siguiendo el discurso inaugural del Papa, ha querido fundamentar y motivar esta opción en el acto mismo de la fe para mostrar claramente que no es algo marginal sino que “está implícita en la fe cristológica, en aquel Dios que se ha hecho pobre por nosotros para enriquecernos con su pobreza” (DA 392). La opción por los pobres no es un “derivado ideológico” de una determinada filosofía ni un optimismo político-social sino que “nace de nuestra fe en Jesucristo, el Dios hecho hombre, que se ha hecho nuestro hermano” (DA 392).
Jesucristo y los pobres son rostros inseparables, uno se refleja en los otros. Contemplamos “en los rostros sufrientes de nuestros hermanos, el rostro de Cristo que nos llama a servirlo en ellos” (DA 393) y “en el rostro de Jesucristo…, en ese rostro doliente y glorioso, podemos ver, con la mirada de la fe, el rostro humillado de tantos hombres y mujeres de nuestros pueblos” (DA 32). “Todo lo que tenga que ver con Cristo, tiene que ver con los pobres y todo lo relacionado con los pobres reclama a Jesucristo” (DA 393).
La opción por los pobres no es “de libre elección” según carismas, vocaciones o “gustos”, sino que es obligatoria para todos los discípulos y misioneros de Jesucristo, con la obligación que nace de la fe y del amor. “Interpela el núcleo del obrar de la Iglesia, de la pastoral y de nuestras actitudes cristianas” (DA 393), “atraviesa todas nuestras estructuras y prioridades pastorales” (DA 396).
ASAMBLEAS
Asambleas
Útima Asamblea:
Cali, Colombia. Enero 2012
CARTA A NUESTROS HERMANOS PRADOSIANOS DE
AMÉRICA LATINA – CARIBE Y A LOS HERMANOS EN ESTADOS UNIDOS
Cali, Colombia. 30 de enero de 2012
Acabamos de terminar nuestra VIII Asamblea Latinoamericana y Caribe, que ha tenido como tema: “Carisma del Prado y su encarnación en América Latina”. Hemos participado 34 pradosianos de diferentes países: Brasil, México, Colombia, Haití, Chile, Ecuador, Perú y Venezuela. Además tuvimos la alegría de tener entre nosotros a Robert M. Beirne de Estados Unidos. El Responsable General del Prado Robert Daviaud y su asistente Aristeu Vieira también nos acompañaron.
Esta Asamblea se realiza exactamente a los 30 años de la primera que tuvo lugar en 1982, aquí mismo en Colombia. Fue una alegría tener con nosotros a tres de los que participaron en esa Asamblea fundante: Federico Carrasquilla y Hernando Pinilla de Colombia y Luis Mosconi, de Brasil. Es para nosotros además particularmente significativo que la Asamblea se realice también en el 50 aniversario del Concilio Vaticano II.
El tema de esta Asamblea fue escogido para profundizar en nuestra identidad, en sus dos vertientes: a) el caminar doloroso, martirial y profundo de nuestra iglesia latinoamericana y b) la riqueza espiritual heredada del P. Chevrier.
Para hacer ese trabajo quisimos invitar también las hermanas del Prado, vino del Consejo General Nora Roco con dos hermanas más: Magaly Rebolledo y Sofía Mafi Luna; y a Katie Van Cauwelaert responsable general del Instituto Femenino del Prado y Gloria Cañas que está en su proceso de acogida. Su presencia y aportes han sido muy enriquecedores para nosotros.
El desarrollo de la Asamblea tuvo tres partes, según la tradición de Medellín, Puebla y Aparecida: ver, juzgar y actuar.
VER:
Habíamos pedido a los diferentes prados nacionales que recuperaran la memoria de su caminar; esto era algo necesario hacer al cumplirse estos 30 años de vida pradosiana. Fue importante conocer cómo llegó el Prado a nuestros países y cómo lentamente fueron surgiendo los grupos nacionales. Luego un especialista vino a hablarnos de la realidad sociopolítica de nuestro continente. Luis Mosconi nos hizo ver cómo la Opción Preferencial por los pobres nació entre nosotros con la
conferencia de Medellín y cómo el Papa Benedicto XVI en Aparecida la confirmó diciendo “la opción preferencial por los pobres está implícita en la fe cristológica en aquél Dios que se ha hecho pobre por nosotros para enriquecernos con su pobreza” (DA 392).
Vemos con preocupación que esta memoria tiende a perderse en nuestras iglesias locales y quizá corresponda a nuestro Prado colaborar para mantener viva esa memoria. Aparecida morirá si nadie habla de ella ni se inspira en ella. Deseando ser seguidores de Jesucristo pobre según el carisma de Chevrier ¿no será para nosotros un deber mantener vigente esa dimensión esencial de discipulado?
I. | ITINERARIO DEL PRADO COLOMBIA | IV. | HISTORIA DEL PRADO EN MÉXICO | |
II. | HERMANAS PRADO CHILE | V. | PRADO PERÚ | |
III. | CHILE Y EL CARISMA DEL PRADO | VI. | PRADO RETRATO USA |
JUZGAR:
La intuición tan profunda del P. Chevrier en la visión de Navidad de 1856 coincide con los documentos de Medellín, Puebla y Aparecida. Jesús pobre es la revelación de Dios, según Juan 1, 18. Esa revelación es céntrica en la vida cristiana y, debemos confesar cuan difícil ha sido y es comprenderla, acogerla y orientar nuestra vida y pastoral en consecuencia. Las enseñanzas del P. Chevrier y de nuestro magisterio latinoamericano son una gran riqueza que nunca terminaremos de comprender y vivir en profundidad. Por todo eso nos sentimos, como Pablo confundidos y agradecidos por tan gran regalo que hemos recibido!
ACTUAR:
Al final de nuestra semana nos dimos algunas orientaciones importantes que pronto recibirán a través de sus delegados. Sin embargo aquí nos permitimos mencionar tres acuerdos: a) tomar en serio la profundización de nuestra formación en el prado para la calidad de nuestros equipos y para hacer posible la pastoral vocacional; b) la decisión de mantener viva la memoria del magisterio latinoamericano, tan importante para el caminar de nuestra iglesia y c) poner la espiritualidad del P.
Chevrier en manos de laicos en búsqueda de un camino que les fortalezca en su discipulado y su acción en el mundo. Esto supondrá tomar en serio como presbíteros lo que nos dice la ‘Christifidelis Laici’ n. 9: “Los fieles, y más precisamente los laicos, se encuentran en la línea más avanzada de la vida de la Iglesia”.
Pedimos, por la intercesión del Padre Chevrier, de los mártires latinoamericanos y de la Virgen María, que este encuentro produzca frutos que nos permitan ser mejores discípulos y misioneros de nuestros pueblos para que tengan vida.
Comité Latinoamericano del Prado
2008 – 2012
I. | APORTES DE LA ASAMBLEA LATINOAMERICANA | IV. | INTEGRANTES DEL COMITÉ LATINOAMERICANO DEL PRADO | |
II. | INFORME DEL COMITÉ SALIENTE | V. | DIRECCIONES | |
III. | FUNCIONES COMITÉ | VI. |
CARTA A NUESTROS HERMANOS PRADOSIANOS DE AMÉRICA LATINA – CARIBE Y A LOS HERMANOS EN ESTADOS UNIDOS
APORTES

“Padres do Prado” é um Grupo de Espiritualidade de Padres Diocesanos [padres ligados à uma (Arqui)Diocese], que buscam viver o seu ministério presbiteral tendo como orientador o Bem Aventurado Pe. Antonio Chevrier, que faleceu em 02 de outubro de 1879.
O Instituto Secular “Associação dos Padres do Prado” foi fundado na França e tem sua sede internacional em Lyon, França. No Brasil o Prado está presente nos seguintes estados: ES, SC, MG, BA, PB, RN, PE, CE, MA, PA, RR, AC.
O Papa João Paulo II na celebração de Beatificação do fundador do grupo, Pe. Antonio Chevrier disse aos membros do Prado em seu discurso: “Ide ao encontro dos pobres para fazer deles verdadeiros discípulos de Jesus Cristo”; “Que o vosso sinal distintivo seja sempre a simplicidade e a pobreza”; “Falai de Jesus Cristo com a mesma intensidade de fé como o Padre Chevrier”; Apoiai-vos sempre em Jesus Cristo e na Igreja” (discurso de 7 de outubro de 1986).
¡ENTRA!

Éste fue el origen de Jesucristo: María, su Madre, estaba comprometida con José y, cuando todavía no habían vivido juntos, concibió un hijo por obra del Espíritu Santo. José, que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto. Mientras pensaba en esto, el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: “José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús, porque salvará a su pueblo de todos sus pecados”. Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por el Profeta: “He aquí que la Virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrán el nombre de Emmanuel”, que significa “Dios con nosotros”. Al despertar José hizo lo que el ángel le había ordenado, llevó a María a su casa”.
(Mt 1, 18-24)
Para tener en cuenta…
Por al menos dos portales podemos ingresar a la reflexión que nos propone el Señor en su Palabra durante este último domingo del tiempo del Adviento: una de ellos es el anuncio del Emmanu-El y el sorprendente modo en que esta promesa antigua del Señor acontece en Jesús; el otro es la Justicia de José; uno de los pocos varones que en el Nuevo Testamento recibe solo un calificativo, el más contundente para la mirada del Pueblo de Israel: Hombre Justo. Estas dos puertas se abren y conducen a una sola Buena Noticia; por donde entremos entonces, la convergencia con la otra puerta será inminente.
Emmanu-El; no es un nombre propio, es un título mesiánico; así lo usa por primera vez y lo entiende quien acuña el término, el profeta Isaías, (Is 7, 14); es un título que llega como la culminación de un proceso de espera, de lenta maduración y decantación en la fe del contenido de la tercera promesa –la más importante- hecha por Dios a Abraham al comienzo de la historia de la salvación: la de la intimidad y la de la Presencia del Señor en la historia de Su Pueblo: Tú serás mi pueblo y Yo seré tu Dios.
Qué va a significar, cómo se va a concretar esta promesa, que da sentido pleno a las dos primeras: la de la descendencia innumerable y la de la tierra propia desbordante de frutos, va a ser la cuestión que orientará la esperanza de Israel desde el tiempo de los patriarcas hasta los días del Evangelista. Esta será la promesa que dará sentido al signo del Arca de la Alianza y a la Tienda del Encuentro de los tiempos del Éxodo: detrás del signo de un pueblo que marcha llevando consigo el lugar de la Presencia, la Tienda que Dios, como un peregrino más, planta junto a su pueblo en las diversas etapas y jornadas de camino; detrás del signo de la Tienda que constituye el centro del campamento y de la Nube del Señor que se posa sobre y dentro de ella, señalando con su presencia las etapas de camino y de descanso, de asentamiento provisorio en un sitio y de reanudar la marcha (Ex 40, 36-38), detrás de este signo se encuentra la convicción de que Dios no olvida su promesa y de que esta presencia simbólica convoca realmente al Señor que ha elegido vivir la vida de su pueblo, acompañarlo en sus marchas, celebrar sus triunfos y sufrir con él sus derrotas, incluso la de la persecusión y el destierro.
Cuando Israel ya se ha asentado en la tierra de la promesa y Jerusalén se convierte en la ciudad cabeza del territorio, la ciudad del rey, el signo de la Presencia va a sufrir una modificación, la nota característica será en esta etapa de la historia la solidez del Templo, la velada fuerza que late en el corazón del Templo: el Sanctasanctorum; en el recinto central rodeado por las maderas preciosas del Templo de Salomón y –en los últimos tiempos- por la majestad de la piedra del templo construido por Herodes, se oculta, palpita, y sostiene a su Pueblo el Dios que ha querido hacer su morada entre los hombres.
En los tiempos del exilio, destruido el primer Templo, desaparecida definitivamente el Arca de la Alianza, la promesa de la Intimidad, el signo de la Presencia comienza a tranformarse en la espera del Mesías: llegará el momento en que el Señor suscitará un descendiente legítimo del Rey David, que conducirá a su pueblo al lugar que le corresponde sobre la cima de los pueblos; llegará el momento en que la promesa de la Presencia del Dios que camina con su pueblo, se hará carne en medio de Él… ése es precisamente el significado del título Emmanú-Él, el con nosotros-Dios…
La novedad aportada por los Evangelios a esta historia de esperanza, es el modo como acontece el cumplimiento de esta promesa: el esfuerzo de aprender a reconocer en el niño pobre que nace en la oscuridad de la noche de Belén, que vive su infancia y adolescencia en la oculta aldea de Nazareth, al Mesías esperado, que, sin embargo, ha venido carente de las glorias y aparejos del poder, para afirmar lo que también los profetas venían proclamando desde antiguo: que Dios ha tomado partido por los pobres, que camina del lado de los desvalidos; que esa opción de amor ha sido tan radical en Él que no solo ha querido favorecer desde lo alto a los excluídos de la tierra, sino que en un gesto que no puede comprenderse más que desde la más extrema lógica del amor, que sobrepasa toda otra lógica, ha querido desafiarnos haciendose Él mismo uno de los excluidos, encarnándose en el corazón de la humanidad expuesta a su mayor fragilidad.
Y es tan radical el movimiento de la Encarnación, que ella no acontece sin contar con el asentimiento del hombre, sin la colaboración activa y obediente de los pobres. Los dos Evangelios de infancia que nos ha transmitido la tradición de la Iglesia dan cuenta de este asentimiento sin garantías, sin reservas; el de Lucas nos trasmite el sí de María; el de Mateo, el asentimiento en la fe de José, el Dikaiós, el varón justo.
Dikaios, el título que recibe José en este relato, es un título que los Evangelios entregan con extrema reserva; significa no lo que para nosotros quiere decir actualmente la palabra “justo”, sino aquello que entendemos por la palabra “santo”, el dikaios es aquel que ha sabido ordenar su voluntad por entero a la voluntad de Dios, aquel que logra hacer del pensar y el querer de Dios su propio pensar, su propio querer, aunque el pensar y el querer de Dios le quede absolutamente grande, rebase por completo su propia capacidad de comprensión, se alce inmenso por sobre los umbrales de la inteligencia humana.
Así obra José: porque es un Justo, es que no puede sino ser obediente a la Ley, como nos dice el comienzo del relato, que es para él hasta ese momento la expresión indudable de la Voluntad de Dios, y esta Ley ordenaba al marido repudiar a la mujer que se encontrase embarazada antes de la legal consumación del matrimonio; pero también porque es un Justo; es capaz José de leer más allá de la letra de la Ley, e intentar obrar según la norma no escrita de la misericordia, ajustandose al corazón de Aquel de quien ha brotado la Ley: el repudio será en secreto, para salvaguardar la integridad física –la vida- de María.
Pero también porque José es un varón Justo es que puede estar dispuesto a dejarse sorprender por un Señor que no se deja atrapar por la ligazón de la letra de la Ley que en última instancia ha sido codificada y actualizada por los hombres y reclama siempre para sí su integérrima libertad.
José es un hombre de sueños, como aquél del cual lleva su nombre, el José, hijo de Jacob, quien por los sueños proféticos que le envía el Señor, despierta la envidia de sus hermanos y termina siendo el sorprendente salvador de la frágil estirpe escogida por Dios para ser portadora de la promesa, cuando desde Egipto, desde la patria del destierro, es capaz de perdonar y socorrer a aquellos de los cuales podría haber tomado –según el obrar de su época- legítima venganza.
José, el esposo de María obedece también al sueño del Ángel, reconociéndolo como enviado por Dios, y se hace cargo de la Voluntad de salvación que ha querido hacer las cosas de esta manera, haciendo de esta Voluntad que lo supera con creces, su propio querer, su propia vocación: el relato se transforma al final precisamente en esto, un relato vocacional; el gesto de imposición del nombre al hijo que se está gestando sin su concurso en el vientre de María, es el gesto de asentimiento ante la soberana Voluntad del Señor, el Hijo de María habrá de ser su hijo, el Plan de salvación del Señor habrá de transformar por entero el plan que José habrá querido desde su juventud para conducir su vida de sencillo carpintero en la oculta aldea de Nazareth.
Si la llamada de la primera semana del Adviento era de la de la atenta espera, la de la lúcida vigilia del centinela; si la de la segunda semana era la de la Conversión proclamada por Juan a orillas del Jordán, si la tercera semana insistía en aprender a leer signos del actuar salvador de Señor en medio de la historia de los pobres; en esta cuarta semana de Adviento, a las puertas de la Navidad habremos de aprender de la Obediencia de José; habremos de beber de las fuentes de su Justicia -de su santidad- para así abrirnos también nosotros al sorprendente modo de hacer las cosas que tiene el Señor, para así poder reconocer que es Él quien ha venido intensamente cercano en la precariedad del Pesebre, en el silencio de la noche de Belén.
Raúl Moris G. Pbro.
“Juan el Bautista oyó hablar en la cárcel de las obras de Cristo y mandó a dos de sus Discípulos para preguntarle: “¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?” Jesús le respondió: “Vayan a contar a Juan lo que ustedes oyen y ven: que los ciegos ven y los paralíticos caminan; los leprosos son purificados y los sordos oyen; los muertos resucitan y la buena noticia es anunciada a los pobres. ¡Y feliz aquel para quien yo no sea motivo de tropiezo!”.
Mientras los enviados de Juan se retiraban, Jesús empezó a hablar de él a la multitud diciendo: “¿Qué fueron a ver al desierto? ¿Una caña agitada por el viento? ¿Qué fueron a ver? ¿Un hombre vestido con refinamiento? Los que se visten de esa manera viven en los palacios de los reyes. ¿Qué fueron a ver entonces? ¿Un profeta? Les aseguro que sí y más que un profeta. Él es aquel de quien está escrito: “Yo envío mi mensajero delante de ti, para prepararte el camino”. Les aseguro que no ha nacido ningún hombre más grande que Juan el Bautista; y sin embargo el más pequeño en el Reino de los Cielos es más grande que él”.
(Mt 11, 2-11)
Para tener en cuenta…
El encuentro entre la embajada de los mensajeros del Bautista y Jesús, que en el ciclo litúrgico que estamos comenzando ilumina el Tercer Domingo de Adviento; es una invitación y un desafío; tanto para los Discípulos del Bautista, como para la multitud a la que se dirige el Señor, en la segunda mitad del pasaje, como para nosotros que llegamos a él después de dos milenios de marcha, de dos milenios del éxodo de la Iglesia peregrina en dirección al adviento de Dios.
Es una invitación a aprender a reconocer los signos de la presencia vivificante del Señor en medio de la humanidad, su opción inquebrantable por los más débiles de entre los hombres, por aquellos que no han tenido oportunidad o sistemáticamente se les ha negado. Es una invitación que corre de ida y vuelta entre la figura del Bautista y la del propio Jesús.
No es desde un espacio de tranquila contemplación desde donde con urgencia lanza la pregunta Juan a través de sus Discípulos; es desde el apremio de la cárcel, desde la consciencia de que se está agotando su tiempo, que su tarea está concluyendo y que necesita confirmar el signo del cual él es el precursor, para saber que la misión profética que le ha correspondido de parte del Señor ya está realizada.
Es una interrogante hecha por Juan a Jesús a tavés de sus discípulos, no tanto para saber que el que le ha correspondido como misión anunciar ya está en medio de su pueblo, y por tanto su tarea está ya cumplida, sino más bien en vista de sus propios discípulos, para redireccionar su seguimiento; en un último acto de entrega absoluta a la misión que ha recibido de lo alto: para que su eclipse sea completo, ha de entregar a quienes lo han seguido en las manos del Señor, cuyo es su servidor, ha de desprenderse del natural deseo de reconocimiento, del natural cobijo afectivo que produce el saberse seguido, escuchado, amado; precisamente por amor a esos discípulos, que, cuando él ya no esté, cuando el vaso de su vida haya sido brutalmente derramado, han de continuar su aprendizaje, ahora con el verdadero Maestro, con Aquel esperado por la historia, con el que ha constituído el sentido del peregrinar del pueblo que se ha sabido convocado y conducido por el propio Dios hacia la madurez del tiempo.
La pregunta de Juan, por su parte, asume y sintetiza la siempre punzante y mil veces repetida interpelación de los pobres, la de los excluidos, la de los perseguidos, la de los postergados; la de los que claman por la justicia, la de los que a punto de desfallecer aún se aferran a la esperanza.
La pregunta de Juan por un signo de confirmación viene precisamente de aquel que es él mismo, en sí mismo un signo de un tiempo nuevo, de una economía nueva: un tiempo de conversión, un saber y declarar que es necesario abandonarse en las manos del Señor; no es otra cosa lo que Juan, que delante de sus contemporáneos parece emerger desde lo profundo de las mareas del tiempo, que parece venir desde el remoto pasado del nomadismo que ha salido a recoger lo que Dios ha querido sembrar por las planicies del desierto, quiere representar.
Y desde este hombre completamente entregado al designio salvador que sólo conoce el Padre, surge la pregunta perentoria que ha de desgarrar el velo de la historia: ¿Eres tú el que ha de venir o debemos todavía seguir esperando?
La respuesta de Jesús se inscribe tambien en la economía de los signos: la presencia del Señor se deja ver precisamente en medio de aquellos que siguen esperando, en medio de los pobres, de los enfermos, de los excluidos; la presencia del Señor no se anuncia con signos espectaculares, en medio de la parafernalia palaciega, con grandes discursos, sino acontece de uno en uno, en esos ciegos que ahora ven, en esos enfermos sanados, en los leprosos reintegrados al tejido social, en los pobres que son destinatarios y testigos del Reino, del plan de Dios que se alcanza a palpar allí en donde la solidaridad y la justicia se entretejen en el urdido de la trama de la sociedad.
Pero como todo signo, para descubrirlo hay que estar esperándolo, para reconocerlo hay que estar prevenidos, hay que salir a buscarlo, saber mirar, saber escrutar e interpretar; podemos pasar entre la gente y no darnos cuenta de lo que el Señor está haciendo en medio de su pueblo, podemos persistir con la mirada embotada por el pesimismo, y pasar al lado de la novedad sin verla.
Por eso es que la invitación del Señor es un desafío: desafío a que los Discípulos del Juan el Profeta se conviertan ellos mismos en profetas: ¡Vayan a contar lo que ustedes oyen y ven! Y convirtiéndose en profetas se hagan así Discípulos Misioneros del propio Jesús; Discípulos capaces de rastrear incansables la huella del paso del Señor, dondequiera que ésta se imprima; Misioneros que lleven esta noticia que ha de ser anunciada a los pobres, hasta donde quede un pobre que pueda sostener en ella su esperanza.
Pero es también un desafío en el orden de la acción; no se puede anunciar la liberación, la justicia, la misericordia de Dios, el Reino brotando y floreciendo allí donde están los postergados, si los Discípulos Misioneros no se convierten ellos mismos, -nosotros mismos- en agentes de liberación, de misericordia, de justicia; en ciudadanos del Reino, que con su inteligencia, con su voluntad entregada, con sus manos, descubran los brotes, los alienten y los hagan florecer.
Este Evangelio es por último también una invitación y desafío en modo de advertencia; y esta última de cara a la multitud que ha sido testigo de la pregunta de los Discípulo de Juan y la respuesta de Jesús; los signos hay que salir a buscarlo, pero cuando los encontramos hay que saber reconocerlos y leerlos como tales; podemos buscar lo que nuestros sueños de grandeza y de poder porfían en urdir: (la caña agitada por el viento y el hombre vestido con refinamiento en el palacio son alusiones en el Evangelio a la figura de Herodes) pero así no encontraremos al Señor, pasaremos de largo, desconoceremos sistemáticamente su forma de actuar; o al contrario, podemos salir al desierto para que en él nos sorprenda la novedad de Dios, dispuestos a dejarnos renovar, a recoger el desafío, a recibirlo con alegría, a colaborar con empeño para multiplicar y diseminar la esperanza en el Dios que viene para quedarse con nosotros.
Raúl Moris G. Pbro.
El ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María. El ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: ” ¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo. Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo. Pero el ángel le dijo: “No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin. María dijo al ángel: “¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?. El ángel le respondió: “El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios. También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes, porque no hay nada imposible para Dios?. María dijo entonces: “He aquí la esclava del Señor, que se haga en mí según tu Palabra”. Y el ángel se alejó.
(Lc 1, 26-36)
Para tener en cuenta…
El relato de la Anunciación del Señor a la Virgen María, que el Evangelio según San Lucas nos transmite, nos presenta de modo admirable el Misterio de la Encarnación, centro de nuestra fe, centro de nuestra historia, de esta historia que para el creyente es Historia de Salvación. Este relato va a ser también la pieza clave para poder situar en ella el papel de María, la Madre del Salvador, y la fuente primordial desde donde la Tradición beberá para fundamentar y definir la dogmática en relación a María.
Lo primero a tener en cuenta es el género del relato: Lucas se enraíza en la tradición literaria bíblica al escribir este texto, para redactarlo en forma de relato vocacional, del mismo modo como Ex 3; Is 6, 1-8, o en el mismo Evangelio de Lucas (5, 1-11); el Relato de la Anunciación es el del encuentro de Dios con el hombre para anunciarle su plan de salvación y para invitarlo a ser parte activa en él; y como tal se encontrarán en el texto de la Anunciación los elementos propios del género, los mismos que aparecen en los otros relatos mencionados: una teofanía, la respuesta temerosa, y la objeción de parte del hombre, la misión y el signo confirmatorio de parte del Señor, la acogida obediente a la vocación.
Comienza el relato con la Teofanía: al modo acostumbrado en la literatura bíblica que conoce el Evangelista, esta irrupción del Señor, el Altísimo –uno de los títulos que recibe en el mismo discurso del Ángel Gabriel- ocurre a través de una de sus mediaciones tradicionales: como en el Antiguo Testamento es el Ángel del Señor, (eufemismo usado para salvar su trascendencia, inaccesibilidad, y majestad de su Nombre, que no puede llegar y ser pronunciado) el que se comunica en Su Nombre, y se hace portador de Su Voluntad, aquí también, único lugar, junto con el relato del anuncio del nacimiento del Bautista a su padre, Zacarías en donde el Ángel recibe un nombre propio: Gabriel.
La reacción de María, será la esperada en los relatos vocacionales: Ella reconoce que en el ordinario de su vida cotidiana está aconteciendo lo extraordinario: en nuestro continuo del tiempo ha irrumpido la discontinuidad de la Eternidad del Padre; por tanto, no puede sino sentir un profundo temor, que se manifiesta en la turbación que experimenta ante el saludo (el original griego utiliza el verbo tarasso, que hace relación con un grado de temor y turbación, que se manifiesta incluso físicamente: María queda estupefacta, trémula al escuchar la voz del Ángel), esta actitud se ve reforzada por su parte por la advertencia de Gabriel, que repite el “no temas”, habitual para indicarle al lector de que va a ser testigo de la Presencia divina.
El temor ante la irrupción sacra, no obstante, no será óbice para que María manifieste una objeción razonable: la clave de un relato vocacional en la Sagrada Escritura, consiste en manifestar el carácter de invitación que posee la irrupción de la Gracia, que no viene a arrasar la voluntad del sujeto a quien Dios ha escogido y se dirige, sino viene humildemente a solicitar su libre y consentida anuencia para desplegarse en todo su esplendor en la vida y en el espacio humano.
Aquí, Lucas manifiesta, por cierto, una buena noticia sorprendente y provocadora: en la inmensa mayoría de los relatos vocacionales, las partes involucradas son Dios que sale en búsqueda de su elegido, y un varón, que reconociendo su fragilidad acoge la llamada de su Señor, en este relato, la escogida es una mujer, una mujer pequeña, casi una niña, de una aldea insignificante, que ni siquiera había dejado su huella en la cartografía del Imperio Romano; una mujer que no habría sido considerada en la tradición israelita como un interlocutor válido para ningún tipo de alianza (ni siquiera en la alianza matrimonial, en donde la novia normalmente era el objeto a negociar entre los padres o entre el padre y el novio, sin ella tener derecho a réplica alguna); una mujer, que, sin embargo, en este relato tiene voz, valentía para objetar, libertad y decisión.
Podría objetarse a esta observación el hecho de que evidentemente habría de ser una mujer el interlocutor del Señor, puesto que la vocación a la que María está siendo convocada es a ser Madre del Salvador; sin embargo, en los parámetros culturales del mundo antiguo, incluso la maternidad es cuestión a tratar dentro de las negociaciones patriarcales, no una decisión de la mujer, considerada como simple receptáculo de la simiente humana, (al punto de que bastaba la evidencia de la esterilidad, para que una mujer pudiese ser repudiada por su marido) María, de manera absolutamente inédita asume sobre sí misma, responsablemente y bajo su propia cuenta y riesgo la maternidad redentora.
En este punto aparece en toda su hondura el contrapunto, que la tradición de la Iglesia desde antiguo rescató, entre las dos figuras femeninas decisivas en la Historia de la Salvación: Eva, la madre de los vivientes; María, la Madre de la Salvación. Aquí cobra central relevancia la fe de la Iglesia que en las postrimerías del segundo milenio creyente encontró su definición en el Dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, en la Bula Ineffabilis Deus, del Papa Pío IX en el año 1854.
Qué proclama este dogma: Que María, y solo ella, fue preservada del pecado original, desde su misma concepción, por singular privilegio, en vista a ser la Madre de Cristo, (el dogma, por cierto, no trata sobre la extraordinaria concepción virginal de Jesús en el seno de María, sino de la propia concepción de María como creatura; convicción de la Iglesia que se asienta, en el mismo peculiar y único título que el Ángel pronuncia en el saludo a María: Kekharitomene, es decir, la que está gozando desde el comienzo y para siempre de la plenitud de la Gracia).
Qué está detrás de este artículo de fe de la Iglesia: a saber, la prístina libertad que había de tener María para responder a la vocación del Señor. Libertad análoga a la que tuvo Eva para precipitarse en la tentación y darle la espalda al querer del Creador: Allí en donde Eva dijo: No, y con ese No se abrió la puerta para el pecado y la muerte en nuestra historia, y la responsabilidad humana frente a sus propias decisiones quedó dañada (en efecto, en el relato del Génesis, ni Adán, ni Eva asumen responsablemente su parte en los sucedido: Adán le enrostra la culpa a Eva, Eva, a la Serpiente); Ahí mismo y con la misma entera libertad, María dice: Sí, que se haga en mí según tu Palabra, y con este asentimiento responsable y creyente, tomando sobre sus propios hombros el peso de su libre decisión, solo confiada en el poder de Dios, (que en el relato de la Anunciación se subraya con el signo confirmatorio de la maternidad extemporánea de Isabel) se abre para siempre la puerta de la salvación y de la vida sin fin, designio original del Padre para la humanidad.
Un desafío quedaba para Lucas en la tarea de relatar este momento singular de la Historia de la Salvación: el de purificar de elementos míticos el Misterio de la Encarnación, de modo de que no apareciera como uno más entre los frecuentes relatos de cohabitaciones de dioses con mortales, expedientes de genealogía divina a reyes y héroes sobrehumanos o semidioses, relatos que poblaban las diversas religiones de Mediterráneo. El Relato de la Anunciación es cuidadoso al extremo en evitar esta confusión; no se encontrará en él ninguna alusión a esas floridas mitologías: la imagen escogida será la del Arca de la Alianza, la acción del Señor en María no será una fecundación milagrosa, María no será Esposa en su papel de Madre del Salvador, Ella será el Templo inhabitado por Dios.
Si la Tienda del Encuentro albergaba y ocultaba el Arca de la Alianza, signo de la Presencia del Señor, ahora, en el tiempo de la Encarnación, cuando el Señor decide hacerse uno de nosotros para siempre, el Templo del Dios-con-nosotros debía también abrirse en seno de la humanidad: ser parte de esa humanidad redimida, nueva; el Sí perfectamente libre, intensamente lúcido y valiente de María hizo posible este Misterio para siempre.
Raúl Moris G. Pbro.
Jesús dijo a sus Discípulos: cuando venga el Hijo del hombre, sucederá como en los días de Noé. En los días que precedieron al diluvio, la gente comía, bebía y se casaba, hasta que Noe entró en el arca; y no sospechaban nada, hasta que llegó el diluvio y los arrastró a todos. Lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre. De dos hombres que estén en el campo uno será llevado y el otro dejado. De dos mujeres que estén moliendo en el molino, una será llevada y la otra dejada. Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor. Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora va a venir el ladrón, velaría y no dejaría perforar las paredes de su casa. Ustedes también esté preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada. (Mt 24, 37-44)
Para tener en cuenta…
Llega para la Iglesia el tiempo de Adviento; el tiempo de recordar que hemos sido convocados para estar despiertos, para estar atentos, para mantener la tensión que fortalece el tono muscular del caminar, para animarnos unos a otros a prepararnos para el encuentro con el Señor que es el fin de la marcha de la Iglesia.
Son tantas las cosas que nos proponemos hacer cuando estamos comenzando el año, pero a medida que avanza, la fatiga de los días nos comienza a pasar la cuenta; se acumulan sobre nuestros hombros las huellas que han dejado las apreturas por las que hemos pasado, las angustias que han ido carcomiéndonos el ánimo, las desilusiones, los proyectos abortados o truncados, las largas jornadas de reuniones, las interminables vigilias de trabajo o de estudio en noches que se hacen cortas para dormir y poder despertarse medianamente lúcido al otro día para seguir funcionando, la fatiga de levantarse día tras día con los dientes apretados sabiendo que hay que poner en marcha la máquina de la nueva jornada; es natural el caer entonces en la tentación de marcar cansinamente el paso, comenzar a bajar la guardia…
Por eso es tiempo de recordar que la Iglesia no ha sido dejada por Jesús en medio del mundo para marcar el paso por la historia, sino para enseñar al mundo a vivir en la tensión de la esperanza, urgida y urgiéndolo a vivir despierto, en permanente vigilia; evitando el rodar rutinario por el riel del tiempo, del Khronos, que se desgrana uniforme, gota a gota, segundo a segundo, inexorable y mecánico, que se desplaza sin mayor asombro a través del carril que le signa el ciclo de las estaciones, de los siglos, de los milenios, para aprender a vivir según la rutina militante del vigía, liviano el sueño, las armas prontas, con la ligereza que exige la inminencia del kairós, del momento de Dios, pletórico de su presencia, repleto de significado, que resplandecerá definitivo en el triunfo final del plan salvador de Dios, pero que llena de sentido los distintas estaciones del tránsito de la Iglesia por la historia, las estaciones gozosas, plenas de entusiasmo constructor, henchidas de entusiasmo santificador, pero también las estaciones dolorosas, las de los tiempos de acoso y persecución, como también las sombrías, las que parecen sumergidas en el gris de la desesperanza, del sinsentido, de la sensación de rutina que invade la mirada del que de pronto alza la vista a su derredor para descubrir tan solo ruinas.
Las comunidades a las que Mateo dirige estas palabras están viviendo también el agotamiento que sobreviene a las largas jornadas de entusiasta seguimiento; al comienzo, marchaban con presteza las iglesias que habían nacido convocadas por la fuerza del anuncio gozoso del kerygma que proclamaba lo inédito, lo inaudito: que ya no era preciso seguir esperando el cumplimiento de la antigua promesa hecha al pueblo de Israel, que ésta se había cumplido como nadie hubiese podido siquiera imaginar, que la tierra había conocido ya el hollar de los pasos del Dios-con-nosotros; que el aire había sostenido y transportado los sonidos de su voz, que los enfermos habían sentido en sus cuerpos la fuerza de sus manos sanadoras, re-creadoras, que los pobres lo habían reconocido como uno de ellos, que los pecadores habían sabido de la alegría de saberse también invitados al sencillo gozo de la fiesta de los justos; que pese a no haber sido acogido por los poderosos y a su empeño de acallarlo brutalmente clavándolo en la cruz, con su Resurrección había instalado para siempre en medio nuestro el proyecto de Dios ya inaugurado y sellado con su sangre: el Reino, Alianza nueva, Don generoso y Misión exigente que no admite espera.
Al comienzo, las comunidades nacidas de este anuncio, impulsadas por el soplo fresco, inflamadas del ardor incendiario del Espíritu Santo, colmadas de la abundancia de carismas nuevos y sorprendentes que animaban su andar, habían brotado con fuerza, se habían diseminado por el mundo sin reconocer fronteras, estaban dando frutos por todo el Mediterráneo, pero este impulso abrasador original poco a poco scomenzaba a ralentizar, pasaban las décadas y la Presencia triunfante del Señor -la Parusía- se hacía de rogar; el clima de exaltación inicial al ir entrando en los cauces de la repetición de los gestos, de las palabras, de las promesas una y otra vez formuladas, se iba enrareciendo, enfriando; el paso se iba haciendo forzado, entorpecido primero por la rutina, luego por la persecución que desde la mitad de la década del 60 empezaba a cernirse amenazante sobre las diversas comunidades.
Estaban asomándose los tiempos de la tibieza; el éxodo que la Iglesia había emprendido para salir al encuentro del adviento final, se hacía cada vez más arduo, cuando se tiene la sensación de que el camino se extiende y se extiende más y más cuanto más hemos marchado, nos empieza a fallar el paso, los tropiezos se hacen más frecuentes… las comunidades contemplaban con estupor que los mejores de entre ellas, entregaban su vida por el anuncio del Señor… pero el Señor no venía en su rescate; que se enfriaban poco a poco los ardores carismáticos iniciales y la gente volvía a su vida de siempre, a los viejos conformismos, a los pactos ingenuos con los que jugamos tantas veces a conjurar a la suerte, a la muerte… y el Señor se demoraba; que en este clima de desazón, de inseguridad se erigían líderes que aprovechándose de los remanentes de fervor los querían instrumentalizar para sus propios fines… y el Señor tardaba tanto.
De allí la fuerza del llamado que Mateo hace en su Evangelio: despertar del sopor religioso que acontece cuando las palabras y los gestos de la fe han sido alcanzados por la rutina; despertar y, si es preciso, forzar la vigilia, la atenta y nerviosa espera del dueño de casa que lucha contra el sueño aguardando con ojo avizor y oído ligero los más mínimos rumores, las más difusas sombras que delatan la llegada del ladrón nocturno; la mirada atenta y esperanzada del vigía que de pie en lo alto de la atalaya escruta la impenetrable sombra para ser el primero en dar la voz de alerta, para ser el primero en correr por las calles despertando a los que han sido vencidos por el cansancio, dando voces de que el Señor está de regreso, de que las primeras luces de la aurora se han instalado imbatibles en el horizonte sobre la línea de los montes. Despertar, para que, tanto si habremos de perecer en la espera, o continuar hasta llegar a ser testigos oculares de esa presencia triunfante anhelada, el Señor nos encuentre lúcidos, preparados, dispuestos a responder por aquello que nos encargó hacer antes de su partida; con esta herencia que Él depositó en nuestras manos, en esta Iglesia frágil, pero capaz de ser fuerte en la espera enamorada.
Sin embargo, cómo permanecer en la atenta vigilia y al mismo tiempo vivir con normalidad el día a día, cómo transitar por nuestra vida sin que parezca que nos mantenemos en un constante estado de sitio, sin que el temor de que la llegada del Señor nos pille desprevenidos, se cierna sobre nosotros como una amenaza; porque el pasaje que habla de los que serán tomados y los que serán dejados, en el centro de este Evangelio, no puede ser leído de manera fatalista, ni como un oscuro anuncio de predestinación, sino como lo que realmente es: una invitación perentoria a estar dispuestos a acoger al Señor, ya sea que se demore, ya sea que venga hoy mismo. Estar preparados es saber que las armas, los implementos y las instrucciones para la marcha nos han sido ya dados: son los gestos y palabras del Señor registradas por los testigos que nos legaron los Evangelios, pero que éstos hay que tomárselos en serio y aprender a vivir en consecuencia.
Este es el tiempo del Adviento que ahora volvemos a comenzar, ahora que acaba el año y que nuestras fuerzas están debilitadas, este es el Adviento que nos recuerda que éste es el verdadero ritmo y compás de la Iglesia, que comenzó a andar al mismo tiempo que profería la plegaria que aún no cesa, el primer grito apasionado con que la esposa reclamó y sigue reclamando la Presencia amada: Marana Thá: ¡Ven pronto, Señor! ¡Ven, Salvador!
Raúl Moris G., Pbro.

Próximamente

P. Wilson Ferney,
de Caldas, Colombia
Soy Wilson Ferney Cuervo Yepes, nací en un municipio del suroeste cercano de Medellín, Antioquia, llamado Caldas, me formé a lo largo de 8 años en el seminario Mayor de la Santa Cruz, me llamaron al diaconado el 4 de septiembre del 2011 y al orden presbiteral el 24 de marzo de 2012, estos dos años como presbítero me han ayudado para conocer y configurarme con Jesucristo, el sentido de nuestro estilo de vida, y la espiritualidad del Prado me ha ayudado en mis búsquedas y discernimiento. Desde que estaba en el seminario y servía en la hospedería, me tocaron algunos encuentros de sacerdotes del Prado y desde esa cercanía con este servicio empecé a interactuar y conocer más de cerca la espiritualidad y ya como diácono inicié como simpatizante y actualmente estoy en el primer año de formación; el Prado se ha convertido para mi ministerio en un espacio para oxigenar mi vida de presbítero, encontrando la novedad de Jesucristo en lo sencillo de la vida.
EN JESÚS HAY PUENTES QUE SE UNEN PARA GENERAR SOLIDARIDA
Mirar el cuaderno de vida y compartir una página de él, es poder descubrir el paso de Dios por la vida y la historia de la humanidad, el paso de Dios por mi vida de presbítero y el ministerio confiado, el cuál está lleno de novedades y vitalidad, otorgada por el don de Dios, así lo identifico cuando escribo estas cortas líneas, fruto del la contemplación y mirar la realidad que acontece en el entorno.
Hace 3 años, desde que era diácono, me nombraron para la parroquia la Inmaculada Concepción, la cual este año cumplió 30 años de historia, lugar donde he podido contemplar la cercanía de Dios con los hombres y mujeres y prestar mi servicio en una capellanía de un Colegio que se llama Tercer Milenio, lugar donde en el contacto con los niños, adolescentes, maestros y todos los que lo conforman, puedo aprender de Jesús que educa al mundo de hoy y darlo a conocer como maestro, que con su vida es capaz de permear la vida de los seres humanos.
Estas líneas del cuaderno de vida la quiero resaltar de una manera especial en dos acontecimientos que han marcado mi vida como presbítero, tanto en la experiencia de la parroquia como la experiencia del colegio.
1. Me uno a las Palabras del beato Antonio Chevrier, que en sus búsquedas y en dos de sus tres todos nos dice: “conocer a Jesucristo lo es todo” y “anunciar a Jesucristo a los pobres lo es todo“, esta totalidad las he podido descubrir en el contacto con las personas que tienen sed de Dios y sed de conocer más en profundidad la persona de Jesús, pues bien, en nuestra diócesis de Caldas hemos optado por un plan pastoral que da respuestas a las búsquedas de la humanidad, plan cuyo objetivo es la Nueva Evangelización a través del método SINE, que pretende en sí fomentar pequeñas comunidades que caminen en la búsqueda y conocimiento del Jesucristo creciendo en fraternidad, pues bien, allí radica mi primer aporte al cuaderno de vida, acompañar a hombres y mujeres en el barrio de el Porvenir y la Inmaculada, después de la misión kerigmática, en su proceso y crecimiento de fe, reuniéndonos semanalmente para encontrar en Él la novedad que transforma, este espacio me ayuda a renovar el ministerio y comprender que hoy siguen habiendo hombres y mujeres sedientos de una fuente confiable.
Son dos de los barrios donde socialmente hay algunos conflictos sociales, fruto del crecimiento urbanístico, pobreza, exclusión, invasión, presencia de bandas y flujo de micro tráfico, en fin, es una realidad donde Jesús también debe ser anunciado y proclamado desde la cercanía y la esperanza, donde ellos, los pobres y marginados de nuestro tiempo y que valen mucho para Jesús, son dignos de encontrar en su vida la riqueza que Él viene a traer a la vida, ver hombres y mujeres que quizá no son muy ilustrados o adinerados, pero ver su alegría por descubrir que Dios viene a su encuentro, a su ayuda y que camina con ellos es una riqueza invaluable.
2. En contraste con la experiencia anterior, me encuentro con otra realidad, un colegio privado donde estudian hijos de padres adinerados y con algo de recursos, donde la gran mayoría han tenido cierta seguridad económica, sin embargo, espiritual y vocacionalmente también están en búsqueda, la cuál no la da ni el dinero y la vida cómoda, este espacio es la oportunidad para rejuvenecer el ministerio con los infantes y jóvenes, y tener contacto con el saber y la diversidad, nunca pensé iniciar el ministerio en un colegio, pero Dios me ha puesto acá, por tal motivo, en el colegio se genera un puente de solidaridad, que no es solo recoger ayudas en mercados, o kit escolares o implementos de aseo, sino que lo que se pretende es generar solidez de vida a aquellos que quizá no la tienen, es por esto que en la institución se hacen en diferentes momentos del año algunas campañas que generan nuestra solidaridad y compartir, tales como:
- A principio de año, se recogen algunos kits escolares, que se destinan para las escuelas de escasos recursos.
- En el marco de la celebración de Nuestra Señora de las Mercedes, patrona del colegio, se hace una colecta en mercado o en kits de aseo, donde los mismos estudiantes y maestros nos trasladamos a alguna cárcel a compartir con los que allí viven.
- En el marco de la navidad, hacemos la colecta de regalos y aguinaldos, para compartir con algunos niños.
En fin, estas dos experiencias que la vida ministerial me ha dado, me permiten tener un contacto con diferentes escenarios: los que tienen unas seguridades económicas y los que quizá no la tienen, esto reflejan la vida del ser humano, en un lugar u otro, siempre estaremos en necesidad de buscar sentido de vida y caminar con otros, riqueza del evangelio, viendo claramente que esta riqueza espiritual hace un puente que une a una esfera con otra, por este motivo, las campañas que se realizan en el colegio, apoyado por directivos y maestros del área de axiología, crean un vínculo y puente con aquellos que quizá no tienen las mismas posibilidades, y lo simpático es que lo único que separa una realidad de la otra es una malla y unas cuantas cuadras, Dios no tiene límites ni fronteras, esto lo hemos creado los seres humanos…
Seguiré encontrando en el Prado una respuesta a mi vida ministerial, donde caminando con otros y otras, podemos encontrar a un Dios actuante en la vida cotidiana de la humanidad.

P. Víctor Manuel Yanangómez
El P. Juan Cristóbal Espinosa Pereira nació el 11 de agosto de 1938. Y fue ordenado sacerdote el 28 de junio de 1964. Aquí les comparto algunos testimonios de su vida sacerdotal.
Modelo de pastor: El P. Cristóbal, estudió en Canadá, habla el francés y el inglés, fue educado en la mentalidad del Concilio Vaticano II, quien dijo que Cristo hizo partícipes a los presbíteros “de su consagración y misión” (PO 2). Por consiguiente, el P. Cristóbal, no solo se dedicó a los sacramentos, como se subrayaba antes del Concilio, a construir templos materiales, casas parroquiales, (aunque esto también lo ha hecho por añadidura), sino, sobre todo, a evangelizar: ejerció la pastoral del encuentro, de salida, de los caminos y de la calle, la pastoral de la escucha; y, para encontrarse con la gente recorría pueblos y caseríos. Realizaba, por lo tanto, una pastoral de presencia en todos los lugares en donde viven los hombres, especialmente ahí donde se toma las decisiones que marcan la vida de los pueblos; y, ahí también ejercía la pastoral de la misericordia. Fue un gran predicador, con su palabra culta, profunda, teológica, directa y sencilla, con su fino buen humor llegaba a la gente, nada de vulgaridades y groserías; era un buen consejero, y tenía palabras espirituales para levantar las esperanzas de la gente. Aprovechaba la celebración de los sacramentos para evangelizar, fiel a las normas litúrgicas, pero sin caer en ritualismo y en acciones mágicas, y siempre con creatividad. Tenía un gran amor al Santísimo, lo demostraba cuando llevaba a los enfermos, jamás lo tuvo al Santísimo tirado en el bolso, sino del Sagrario al enfermo.
Con la pastoral, el P. Cristóbal, promovió las pequeñas comunidades, los frentes de solidaridad, los movimientos laicales, como la Legión de María. Realizó una pastoral profética, organizando al pueblo y acompañando a las organizaciones populares en su promoción humana, como tiendas comunales y en la defensa de sus derechos, cuando realizaban los paros. No tanto hizo una pastoral social de asistencia, sino liberadora, que el pueblo se valga por sí mismo para su vida y su desarrollo; promovió el diálogo fe y cultura, sociedad, por eso, era invitado a muchos diálogos en la academia, en la política y en temas sociales y de moral; y, muy hábil, preciso y claro para las entrevistas en los Medios de Comunicación social. Para que su pastoral responda a la realidad siempre estaba atento a lo que pasaba en la realidad del pueblo y del país. Y fue un gran educador de la gente en la manera de cómo deben vivir y actuar. Siempre subrayaba que el atraso de la gente se debe a la falta de educación.
Comunión eclesial: El P. Cristóbal fue muy fiel a la Iglesia, optó siempre trabajar en equipo, con un plan de pastoral, la pastoral de conjunto fue su prioridad, puso mucho énfasis en la vida fraterna tanto en el clero como en los laicos, no cayó en los chismes eclesiales, en las envidias ni en el carrerismo, nunca tuvo ambiciones por una mejor parroquia (económicamente), para él todas las parroquias eran importantes, pues su prioridad era como hacer que crezca el Reino en donde lo pongan; fue un gran conocedor de la realidad eclesial del Loja profundo. Su fidelidad a la Iglesia, también, la expresó siendo crítico a ella, no tanto con palabras, sino con estilo de vida. Muy respetuoso con sus obispos, por eso, para no incomodarlos, mejor pedía salir de la diócesis e irse de misionero.
Pobre para los pobres: El P. Cristóbal siguió el nuevo estilo de Iglesia que propuso Juan XIII y la Iglesia de América Latina: “la Iglesia pobre para los pobres” y como sacerdote pradosiano siguió la espiritualidad del Prado que propone: “sacerdotes pobre para los pobres”. Por eso, él jamás ha gastado su vida haciendo dinero en las fincas de la Iglesia o en otros negocios para tener más de lo necesario a nivel personal: solo ha tenido lo estrictamente necesario para vivir con dignidad y para evangelizar. Él, toda su vida ha evangelizado, llevando una vida pobre, sencilla, austera y con medios pobres, así como lo quería Jesús. Por eso, el P. Cristóbal no se hacía problema para hacer la misión viajando en acémila, en el bus; nunca tuvo un vehículo particular. Y si tenía el vehículo de la parroquia lo trataba de cuidar al máximo para no ser carga de la gente y usarlo solamente para el servicio pastoral de la parroquia; y, nunca dudó de llevar en el vehículo a gente que encontraba en el camino. Y ahí aprovechaba para evangelizar. Fue muy prolijo para llevar las cuentas económicas de la parroquia y de gastarlo en lo estrictamente necesario, nada de lujos. Pero no se preocupó de “salvar la economía” (porque para vivir con lo necesario había lo suficiente), sino en la “Economía de la Salvación”.
Formación permanente: El P. Cristóbal ha puesto prioridad en su pastoral la formación permanente. Consideraba todo curso, todo encuentro de formación diocesana, nacional e internacional, como parte de su pastoral. Pero como sacerdote pradosiano, desde los años ochenta, consideró a la formación, no tanto, intelectual, sino como configurarse más a Cristo cada día. Para configurarse a Cristo hay que conocerlo, amarlo y seguirlo. Y para conocer a Cristo, el Prado propone el Estudio del Evangelio. El único trabajo del pradosiano es el Estudio del Evangelio. Y el P. Cristóbal fue por esa línea: configurarse más a Cristo y formar a Cristo en los fieles. También se conoce a Cristo, dice el Prado, en la Iglesia, en las comunidades cristianas. Por el P. Cristóbal estuvo atento a las enseñanzas de la Iglesia y a la vida de las comunidades cristianas, pues, desde ahí nos forma Cristo. Y así fue con el P. Cristóbal, en un comienzo era muy crítico con la religiosidad popular, pero la vida de fe de la gente pobre le fue cambiando. También, nos habla Cristo, dice el Prado, en la vida de los hombres, a través de la realidad del pueblo. Para escuchar a Cristo en el pueblo, el Prado nos enseña a practicar el Cuaderno de vida, ahí se anota lo que pasa en la vida del pueblo para luego, ir descubriendo a Cristo. Por eso, el P. Cristóbal cultivó mucho: un oído con el pueblo y otro oído con la realidad. La oración es un gran medio para conocer a Cristo. Y el P. Cristóbal cultivó mucho la oración, sobre todo, la liturgia de la Horas; pero una oración que parte de la realidad y para la realidad. El Prado propone a la vida fraterna como un medio de formación, pues ahí se discierne juntos, se confronta, se corrige y se ayuda a configurarse más a Cristo. Por eso, el P. Cristóbal trató siempre de cultivar la vida fraterna entre sacerdotes y laicos. Finalmente, el Prado propone sacerdotes pobres para los pobres. Y por esa línea fue el P. Cristóbal, con sus luces y sombras, propio de la condición humana.
Hay muchas cosas que quedan en el tintero, pero habrá otro momento para decirlo.
Quiero darle gracias al P. Cristóbal, por todo el bien que ha hecho a nuestra Iglesia de Loja, sobre todo, por su testimonio de vida. Por un lado, me apena que se nos vaya de la diócesis. Pero, por otro lado me alegra por su testimonio de vida, que a pesar de sus años, se va de misionero con mucha alegría y disponibilidad al nuevo obispo, no tanto a buscar buenas parroquias, sino a donde el obispo vea lo más necesario su servicio pastoral. Bien dice un refrán: así como es la vida se es en la vejez. El P. Cristóbal toda su vida ha hecho pastoral de salida y así lo es ahora en sus bodas de oro sacerdotales.
Quiero darle gracias, porque él fue quien preparó y motivó para que Orianga sea parroquia eclesiástica.
Pero, sobre todo, quiero darle gracias porque con el P. Cristóbal entró el Prado al Ecuador y él fue el que me introdujo a la Asociación de Sacerdotes del Prado, nacido en Francia, con el Beato Antonio Chevrier. Y gracias al Prado me mantengo fiel a Cristo, me siento más Iglesia, me siento con orgullo del clero diocesano, porque el Prado nos ayuda a ser más diocesanos, y me siento más interpelado a vivir el evangelio. Y esta acción de gracias quiero darlo a nombre de los pradosianos del Ecuador, pues el P. Cristóbal ha sido responsable del mismo por muchos años.

Próximamente

Próximamente
