PÁGINA DE CUADERNO DE VIDA
“CUANDO “ES EL SEÑOR JESÚS” QUIEN LLAMA A LA PUERTA”
P. Emilio Zaragoza
Arquidiócesis de Tula
La cabecera municipal y parroquial de Tepeji del Río, Hidalgo, está a ambos lados de la carretera Querétaro-Ciudad de México, a 70 km de la entrada a esa ciudad, por eso es paso de personas de municipios de Hidalgo y del vecino Estado de México, pero también de migrantes de otros estados del país. Desde que estuve como párroco en 1987 y siguientes años, venían hombres y mujeres con necesidades económicas a pedir apoyo. Ahora son también los migrantes centroamericanos que vienen a las puertas de la casa parroquial.
Hace como dos semanas, ya oscura la noche, tocaba alguien el metal de la reja de acceso a la “huerta-estacionamiento” y su voz de “bueeenas noooches”. Yo pensé, si persiste en tocar iré a ver… procedí como san Ignacio antes de su conversión, cuando iba de camino y enojado contra un moro que insultó a la Virgen María; el moro se adelantó y tomó uno de los dos caminos en una “Y”, cuando Ignacio llegó a ese punto pensó, dejaré a la mula sin dirigirla, si toma el camino por el que se fue el moro, lo mataré… la mula tomó el otro camino. Quiere decir que estoy “¿antes de mi conversión? ¡Vaya que necesito conversión y mucha! Finalmente fui a ver, era un muchacho que traía en un diablillo tres cajas con papas, cebollas, chiles, verduras y frutas para nosotros los sacerdotes y las religiosas, que enviaba don Manuel. ¡Qué vergüenza!…
El lunes 20 de julio de 2020 escuché el timbre de la puerta, fui a abrir. Era un hombre que me pareció joven y simple, que me dijo
– “soy yo, Isidro” (como si yo lo conociera)
– ¿a quién buscas?
– “al padre Miguel Ángel, soy Isidro de Tlaxcoapan, el papá de Adán”, – ¿qué haces tan lejos de Tlaxcoapan, pagando pasaje hasta acá?
– El padre Miguel Ángel me apoya desde que él estaba en Tula.
Fui a buscar al padre Miguel Ángel y le dije. Él se estaba preparando para salir fuera de Tepeji, y no podía atenderlo. Me dijo que le diera $ 100.00. Le di un poco más de 200 pesos.
Ayer miércoles 22 tocó el timbre un niño, me ofreció semillas tostadas y me pidió si tenía una despensa. No le pregunté de dónde venía; pero seguro era de Jilotepec, Estado de México, de donde vienen a ofrecernos distintas cosas niños y niñas, mientras sus madres venden en las banquetas del centro de Tepeji. Les hemos comprado lo que ofrecen y otras veces les hemos dado despensa. Ayer no le di, pues no tenemos despensas. Debí haberle dado algo de lo que tenemos para comer. Le recibí sus semillas, le di un billete de 20 pesos, él me devolvió 10, le dije que se quedara con todo.
Otras veces viene Lucerito que nos pide apoyo al padre Miguel y a mí para comprar dulces y venderlos. Otras veces para la comida de ella y su hijita. Dice que su marido no le quiere dar nada.
También viene Elizabeth, que era empleada del estacionamiento para preguntar que cuándo o si ya pronto se reestablecerá el trabajo. La primera vez que vino le pregunté ¿necesita dinero? Yo mismo me corregí y le dije “hasta la pregunta es necia, ¿verdad?” y le di 100 pesos. La segunda vez sin preguntarle nada le di $ 200.00.
Así como don Manuel nos ofrece despensa grande, también otras personas nos han dado dinero en una fuerte cantidad o en pequeñas cantidades, a lo largo de estos meses de confinamiento por la pandemia del Covid-19. También otros, como Aurelio, ofrecen su “ofrenda dominical”, aunque no haya Misa dominical presencial.
Desde hace tiempo el Estudio de Evangelio del Capítulo 21 de San Juan me llamó a la conversión con la expresión del Apóstol amado a san Pedro: “¡Es el Señor!” me hizo el llamado claro y contundente a ver en toda persona que viene a mí o que encuentro, al Señor Jesús, y decirme a mí mismo: “¡Es el Señor!”. Pero se ve que este llamado y convencimiento no ha permeado en todas las capas de mi ser, porque algunas son impermeables. Las llamadas, que a veces son muchas para distintos asuntos y me toca salir para atender, me lleva también al llamado del Señor Jesús en el Apocalipsis 3,20: “Mira que estoy a la puerta y llamo, si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaremos juntos.”.
Llamada fuerte de la carta al ángel de la Iglesia de Laodicea, cuya comunidad cristiana pensaba que lo tenía todo y estaba del todo convertida al Señor Jesús. ¡No era así! Por eso Jesús “el Amén” del Padre llama con tanta severidad a esa comunidad tibia que se cree santa: “15 Conozco tu conducta: no eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! 16 Pero, como eres tibio y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca.” ¡Tremendas palabras del Señor Jesús! Sí, porque “19 a los que amo, yo los reprendo y corrijo: ¡sé fervoroso y arrepiéntete!”
Gracias, Señor Jesús por tu llamada, por tu reprensión y corrección. Concédeme hacerte caso y cambiar mi sentir, mi pensar, hablar y actuar al modo tuyo, como me exhortas en Filipenses 2,1-11. Amén.