EL PRÓLOGO DE SAN JUAN
Estudio de Evangelio
Primera parte
Juan Olloqui, Chihuahua.
“¡Dios está con nosotros!”
exclama A. Chevrier.
1.- UN CAMINO HACIA LA FE
Si se trata de presentar a Jesús, para Juan esto deberá comenzarse con el Prólogo. Ahí empieza la vida de Jesús, en sus más hondos orígenes. El prólogo inicia mencionando el “seno” del Padre, y así termina (v. 18). Es lo que el grupo de discípulos ha contemplado en la condición terrena de la Palabra.
San Juan nos abre una puerta, y al hacerlo nos muestra lo que hay en esta casa que es el Evangelio, allí donde él ha entrado. Pero lo hace para que, echando una mirada detenida y amplia en esta “casa”, nos sintamos motivados a recorrer su interior. Desde esta puerta abierta que es el Prólogo, estamos ya avisados de lo que podremos encontrar en el fondo. Los comentarios al Prólogo insisten en que éste encierra todo el Evangelio; pero el mejor camino para recibir una comprensión mayor al respecto, es abrirnos a la totalidad del Evangelio Mismo.
Tengo muy presente a Antonio Chevrier cuando él habla del Evangelio comparándolo con una mansión. Él dice: “¿Para qué sirve el Evangelio si no se le estudia?” (VD 516). ¿Para que sirve el Evangelio si no entramos en él sin prisas, y sí, en cambio, con la paciencia propia de quien no busca adueñarse de nada de lo que hay en su interior? Tenemos que dejarnos conducir por el “Dueño”. Si entramos de la mano del Espíritu, podremos vivir la experiencia de ser discípulos; y saldremos con la necesidad obligada (ver I Cor 9,16) de contar a otros lo que ahí se nos enseñó a mirar. ¿No es a partir de un “ver”, de un “oír” y un “tocar” como se forma el apóstol? De hecho, el final del Prólogo el lector se ve invitado a permitir con humildad que la Palabra se despliegue en su persona, en la historia del mundo y en la vida de cada comunidad: “A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha contado” (v. 18). Es el Hijo de Dios hecho carne quien está habilitado para formarnos en el Misterio.
Quien es adentrado en “la casa de la sabiduría” (VD 516), igualmente es impulsado a salir. ¿No evoca esto aquel binomio que el documento de Aparecida menciona machaconamente: discípulos-apóstoles, para que descubramos los nuevos (y viejos) caminos por donde el Espíritu ¿sopla?
El cuarto Evangelio nos va haciendo recorrer la riqueza que es Jesucristo; no pretende dejarnos a la entrada, en el umbral. Y lo hace para que experimentemos lo que él mismo, junto con los demás apóstoles y su comunidad, ha vivido: I Jn 1,1-4. Al final me detendré sobre este texto de la Ia. Carta de Juan, tan iluminador en estos tiempos, donde no es fácil concentrarse en lo esencial de la misión y el dinamismo que la impulsa y la funda. Muchos, muchos, por quedar a la entrada de la “casa”, nos hemos perdido… de algo que es la Vida misma. Si el discípulo se resiste a dejarse cautivar por el Evangelio, ¿qué otro rumbo podríamos tomar?, ¿qué tipo de “buena nueva” podríamos testimoniar al mundo? Tengamos presente que aun varios de los que ya eran discípulos (¡!) porque andaban con Jesús, sucede que llegaron a echarse para atrás, dejaron de andar con Él (ver Jn 6,60.66).
Al iniciar con la Palabra, san Juan nos invita a conocer a Aquel que es la Palabra. Podríamos sospecharnos que por algo comienza de esta manera. El Evangelio quiere hablar, expresarse, darse a conocer; y al mismo tiempo espera oídos que estén dispuestos al diálogo y al encuentro con su realidad de Misterio.
Son varias las claves que nos ofrece el Prólogo, para desde ahí entrar en el resto del Evangelio. Anoto las siguientes. Ojalá otros hermanos se detengan en aspectos que en este estudio de Evangelio no tomo en cuenta.
2.- JESUCRISTO Y SU MISTERIO
La realidad que va dando cuenta de la riqueza insondable de Jesucristo es la comunión. Se trata del lazo que él mantiene con Dios y que lo extiende hacia los hombres. Jesús supo dar buen alimento a los hombres porque vivía de su Padre. El Prólogo menciona no un hecho, ni un momento, sino la vida misma de Aquel que es la Palabra. En el lenguaje nuestro, solemos relacionar espontáneamente la Palabra con la voz, con el decir algo; pero en el prólogo somos remitidos primeramente a otra cosa: Ahí La pre-existencia de la Palabra aparece ligada a Dios: “En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio con Dios” (vv 1-2). Otras traducciones se expresan así: “… y la Palabra se dirigía hacia Dios”; la Biblia Latinoamérica, tan difundida mayoritariamente en nuestros pueblos, dice: “ante Dios”. “Con” Dios y “ante” Dios, así expresa san Juan la realidad más íntima de aquel que es la Palabra. No existe ahí relación creatura-Creador; se trata de una relación en el mismo plano divino: Dios-Verbo o Palabra de Dios. Es una relación de vida y comunión.
Jesucristo no solamente se expresó con hechos y palabras, sino que él es la Palabra. Aun cuando los profetas sean fieles en la transmisión de una palabra que oyen de Dios, no son la Palabra. Jesús es la Palabra definitiva y eterna de Dios, y es Dios, con el peso que tiene esta expresión cuando hablamos de Dios.
La Palabra nos muestra una intimidad con Dios que, en el transcurso de su manifestación al mundo, nos deslumbra por su “estar” ante Dios. No, no es posible que nuestras categorías y vocablos expresen el Misterio divino; pero permanecer vuelto hacia Dios, ¿no es una bella manera de asomarnos a lo que significa ser verdadero discípulo? De Jesús se dice que él es el Enviado o Apóstol del Padre, y precisamente el cuarto Evangelio dejará hablar a Jesús para que éste nos diga que, efectivamente, Él es el Enviado del Padre; pero san Juan mismo nos va adentrando en una dimensión que tiene que ver con su ser de Discípulo: el Enviado, todo lo recibe del Padre. La gloria de Jesús era también vivir escuchando, vivir buscando al Padre, y dejándose encontrar por Él, hasta el punto que Jesús hace solamente lo que ve hacer al Padre (no ofrezco textos al respecto; cada uno puede echar un vistazo al cuarto Evangelio). La comunión de la Palabra con Dios no solamente está señalada como un simple “estar con”, sino también de un “estar vuelto hacia”, lo cual da cuenta de un misterio de Vida, de dinamismo, de amor, en una palabra.
La preposición “pros” no sugiere algo estático; tiene el sentido de “estar en movimiento” respecto de alguien. Podríamos decir que vive dirigiéndose hacia otra persona.
Como sucede con todo “misterio”, el del Hijo que revela al Padre se muestra a quien respeta los tiempos y los caminos de Dios. “En aquel tiempo, tomando Jesús la palabra, dijo: “Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar” (Mt 11,25-27; ver Jn 6,44). El Evangelio de Juan va presentando diferentes encuentros en los que Jesús experimenta la incredulidad, pues no todos aceptan los caminos de la revelación; en cambio otros, como el ciego de nacimiento (cap 9), hablan de un Dios que se revela a quien Él quiere. “La ciencia y el razonamiento a menudo matan… y destruyen la sencillez y el buen sentido que viene directamente de Dios y del Espíritu Santo. Hay almas que sienten la verdad naturalmente y la aceptan con alegría y dicha desde que la ven. Estas almas tienen más espíritu de Dios que los grandes teólogos que no son capaces de llegar allí si no es por raciocinios y deducciones interminables. Dios ha puesto en ciertas almas un sentido espiritual y práctico que encierra más sentido común y espíritu de Dios que cuanto hay en la cabeza de los más grandes sabios” (VD 218).
“Y la Palabra era Dios”. No hay ahí, en el Prólogo, una identificación de Palabra y Dios, una sola entidad, la misma y única cosa. La Palabra y Dios mantienen su singularidad, sin olvidar que la unidad entre ambos viene de su intimidad. Quizá esta observación nada diga a alguien, pero es importante anotarlo.
Reflexionemos individualmente y dialoguemos en nuestro equipo
- ¿De qué manera la búsqueda y la contemplación del Misterio de Jesús alientan nuestros estudios de Evangelio?
- ¿Cómo en mis iniciativas pastorales los laicos son formados en el conocimientomisterio de Jesucristo?