SUBSIDIO PARA LA HOMILÍA DE LA SAGRADA FAMILIA
CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO
Domingo 27 de diciembre 2020
“Porque mis ojos han visto la salvación que preparaste”
(Lc 3,30-31)
Lecturas bíblicas: Gn 15, 1-6; 21, 1-3; Salmo 104 (105); He 11, 8.11-12, 17-19; Lc 2, 22-40mo 88 (89); Rm 16, 25-27; Lc 1, 26-38.
Evangelio de Jesucristo según san Lucas
Capítulo 2, versículos 22 al 40
“Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, como está escrito en la Ley: “Todo varón primogénito será consagrado al Señor“. También debían ofrecer un sacrificio un par de tórtolas o de pichones de paloma, como ordena la Ley del Señor. Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías del Señor. Conducido por el mismo Espíritu, fue al Templo, y cuando los padres de Jesús llevaron al niño para cumplir con él las prescripciones de la Ley, él lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo: «Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido, porque mis ojos han visto la salvación que preparaste delante de todos los pueblos: luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel». Su padre y su madre estaban admirados por lo que oían decir de él. Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la madre: «Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos». Había también allí una profetisa llamada Ana, hija de Fanuel, de la familia de Aser, mujer ya entrada en años, que, casa en su juventud, había vivido siete años con su marido. Desde entonces había permanecido viuda, y tenía ochenta y cuatro años. No se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones. Se presentó en ese mismo momento y se puso a dar gracias a Dios. Y hablaba acerca del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén. Después de cumplir todo lo que ordenaba la Ley del Señor, volvieron a su ciudad de Nazaret, en Galilea. El niño iba creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con él.
• Cuando llegó el día
La Biblia es una historia de comienzo y de cumplimiento. Como en nuestras vidas: hay etapas, cambios, rupturas y nuevos comienzos. En Jesús, Dios lleva nuestra humanidad a término. Dios se hace hombre para que el hombre sea hecho Dios; Dios se hace vida para que tengamos la vida. Y esto comienza hoy. Señor, haz que se cumpla el ser que soy y aquello que emprendo.
• El respeto a la Ley
Las cinco referencias al respeto a la Ley del Señor siembran el ambiente. María y José viven bajo la mirada de Dios y le devuelven, en todo, la parte que le corresponde. Sacrificar es aceptar no poseerlo todo y hacer un lugar a Dios. Señor, concédeme soltar aquello que guardo solo para mí.
• La espera de Simeón
Justo y religioso, Simeón esperaba al Consuelo de Israel y el Espíritu Santo estaba sobre él. Distinto a Ana, su edad no se precisa. La tradición dice que es de edad avanzada, pero podría bien tener la edad de cada uno de nosotros. Considero quién es él y su espera. Señor, dispón mi corazón a recibir tu llegada.
• Presentación de Jesús
Qué alegría esta noche: un niño ha nacido. Ana y Simeón vieron en Jesús la salvación preparada por Dios frente a los pueblos. Sin embargo, esto resuena como una promesa: así como el niño deja entrever el adulto que un día será, así lo más pequeño contiene ya lo más grande que va a venir. Señor, concédeme la fe para las pequeñas cosas que nos permiten recibir las más grandes.
• Bendición de Simeón
Para evocar la Navidad, Simeón habla de una luz que resplandece frente a los pueblos. La luz orienta, distingue lo que es bueno, bello y justo. Nos tranquiliza y calienta el corazón, pues ahí habita. Así, podemos “contemplar” el corazón de María. Señor, que tu luz nazca y crezca en mi corazón; que ilumine mis pasos.
• LafedeAna
Al contrario de Esteban, a quien festejamos hoy, Ana vivió mucho tiempo, un poco como esas personas ancianas en nuestras iglesias, fieles a la misa y a la oración cotidianas. Con frecuencia discretas, están en vigilia y en el silencio interceden por el mundo. Señor, haz que siguiendo su ejemplo, yo sea testigo de una fe viva y arraigada en la oración.
• Nazaret o la apreciación del tiempo largo
El tiempo de la narración no expresa el tiempo real. Así, la vida en Nazaret en la que creció Jesús se narra en pocas palabras, contrariamente a la presentación en el templo. Sin embargo, en nuestra vida existen estas dos realidades: por un lado, encuentros o acontecimientos puntuales pero fundamentales, que nos marcaron para siempre y a profundidad. Por otro lado, momentos de crecimiento y maduración, en los que el tiempo es largo o parece no pasar nada. Estas dos realidades son buenas y se complementan. Los encuentros furtivos de Dios en nuestras vidas requieren tiempo para arraigarse en lo cotidiano de nuestra existencia, y viceversa. La vida familiar, social o comunitaria son expresión de ello: fecúndalas, Señor, con tu presencia actuante.
Orar al centro del mundo con el Papa Francisco
Para que nuestra relación personal con Jesucristo se alimente de la Palabra de Dios y de una vida de oración.
¿Quién no se ha enternecido o conmovido en lo más profundo de su ser cuando tiene un bebé en brazos? ¿Quién no ha sentido el corazón transformado cuando este bebé se abandona, en toda su inocencia, a la ternura y amor que le damos gratuitamente? ¿Quién no ha sentido el corazón llenarse de dicha cuando este bebé nos regala una sonrisa de ángel acompañada de un balbuceo de alegría?
Es lo que vivió Simeón cuando recibió al niño en sus brazos: lo bendice y lo reconoce como hijo de Dios. Pero él estaba a la espera, sin pedir nada de inmediato, sino teniendo confianza en el Espíritu Santo que reconocía tener sobre sí mismo. Siguiendo el ejemplo de Simeón, en este tiempo de Navidad, recibamos a Jesús en nuestros brazos pero también dejémonos llevar en brazos, como su niño, abandonándonos a su amor incondicional.