HOMILÍA DEL DOMINGO XVI ORDINARIO
“Se necesita tener un alma de niño, como Jesús”
Mons. Luis Marín Barraza
Obispo de Torreón
“Jesús expuso todas estas cosas por medio de parábolas a la gente…”(Mt 13, 34). El lenguaje parabólico nos permite seguir entrando en el corazón de Jesús. Alcanzamos a ver un corazón muy optimista de la obra de Dios en el mundo, por lo tanto, lleno de fiesta, de esperanza y de bondad, como el de un niño. En la parábola del sembrador, el domingo pasado, valorábamos cómo Jesús familiariza las cosas del cielo con las de la tierra por medio de las comparaciones(metáforas). La semejanza no es sólo en el discurso, sino que repercute en que Dios está de algún modo presente en toda la vida, en su creación, estas son signo y realidad. Las parábolas suponen que toda la creación es un reflejo del cielo, habrá que encontrar cómo. La forma de decirlo –parábolas- se hace fondo, es decir que contiene ya un mensaje. Este puede ser que la salvación es analógica(personalizada). Así como un mismo significado puede estar presente, de alguna manera, en distintas palabras de un discurso, la única salvación de Dios está presente en las distintas realidades y personas, de alguna manera. A esto llamaba yo el optimismo de la salvación, expresado, además, en los distintos tipos de terreno. Habrá que estar atentos para ver qué está haciendo Dios en cada realidad, porque es seguro que está presente.
Las parábolas suponen que todas las realidades nos pueden hablar de Dios. Claro que el mérito lo tiene el creyente que tiene tal inocencia capaz de descubrir el misterio de Dios presente en todo. Se necesita tener un alma de niño, como Jesús. A los niños les es muy familiar que los animales, las plantas, las cosas hablen, todas participan de la animación y bondad que poseen los seres humanos. Las parábolas no dan vida a las cosas, pero sí
son familiares a los grandes valores e ideales. De entrada suponen el alma inocente de Jesús que se deja sorprender por algo más allá de lo que a simple vista se presenta. ¿Acaso no es la característica de los niños dejarse fascinar por lo que a los adultos nos parece demasiado normal u ordinario?¿Cómo mira Jesús y qué contempla que hace que se “aturdan” sus sentidos y se llene de alegría su corazón? Jesús presentía la presencia de Alguien no sólo de algo en la naturaleza y en los acontecimientos.
Me parece que el común denominador de las tres parábolas sea la absoluta confianza de que el mundo y la historia están inundados por Dios. Podrá haber cizaña, pero el sembrador sembró buena semilla y prevalecerá finalmente. Podrá estar masificado el mundo en torno a criterios estériles, pero hay un fermento de reino presente en la humanidad. Tal vez existan problemas gigantescos, pero ya está sembrada una respuesta muy discreta en el evangelio, que posee una fuerza irrevocable, que es cuestión de irla cultivando. Como si jugara Jesús con los problemas más graves que aquejan a la humanidad y los descifrara, como un niño que juega con las serpientes y las domina por su inocencia que no mide el peligro. Los problemas más difíciles de la existencia humana los despacha de una manera muy fácil. No teme el mal no porque no exista, sino porque él vive desde el proyecto de Dios su Padre. No se trata de ingenuidad, sino de un realismo fundado en el poder y la misericordia de Dios.
Creo que no podemos acusar a Jesús de iluso, porque no evade enfrentar el problema del mal directamente. En todo caso se me puede reclamar a mí de presentarlo demasiado romántico, pero creo que el tono poético de Jesús da para eso. El sufrimiento, la pobreza, la injusticia, la enfermedad, la violencia, etc., no le son ajenas; vive su misión en medio de la
persecución. En esta semana hemos escuchado, en las celebraciones eucarísticas, sobre el conflicto sufrido por Jesús en su misión, hasta el grado de querer acabar con él, el día de ayer. Las “tentaciones diabólicas” son símbolo de la experiencia del mal por parte de Jesús, en ellas probó el absurdo, “la náusea”, la angustia, la irracionalidad, no sólo el mal como carencia, sino como una fatalidad en el sentido de que siempre está ahí(de hecho) y no de que deba estar ahí(de derecho).
En la parábola del trigo y la cizaña, trata Jesús el difícil tema del mal, que nos hace dudar de la existencia de Dios o al menos de su misericordia. Si no puede o no quiere acabar con el mal, entonces no es Dios. Aparece el eterno problema de la retribución, ¿por qué a los malos les va bien y a los buenos, mal? Y como consecuencia de la existencia del mal ¿por qué el sufrimiento de los inocentes? En fin, el tremendo problema del mal que provoca que muchos se dejen arrastrar por él. De una forma casi escandalosa Jesús acepta la existencia del mal, lo sembró el enemigo, no es algo querido por Dios pero es una realidad tolerada por él. En lugar de negar el mal, como los puritanos fariseos, o de caer en el pesimismo total, Jesús, aprovecha al mal para mostrar la misericordiosa paciencia de Dios y la existencia de un proyecto que finalmente triunfará. No se pone a pelear con Dios a causa del mal. Dios tolera el mal para no dañar lo bueno, con lo cual se encuentra mezclado, es un gesto de compasión. No habitamos en la locura, si agudizamos nuestra escucha y nuestra mirada nos daremos cuenta que estamos rodeados de sentido, de bondad y de belleza. Necesitamos una sensibilidad integrada por la fe para contemplar la virtud de la verdad y el sentido del bien, es decir la gloria de Dios en el mundo. Y que nadie se engañe, habrá
discernimiento, tarde que temprano, en favor de la buena semilla. La corrupción deberá ser enjuiciada.
Pareciera que Jesús nos dice que no hay que obsesionarse con el mal o los límites, sino absolutas sólo son las posibilidades de Dios y de su amor. La misión de Jesús no consiste en acabar con el mal o superar todos los límites, sino en dar testimonio de la fuerza trasformadora del evangelio. A pesar del mal y en medio de los límites habrá que centrar nuestra atención en un movimiento de vida, de justicia, de bondad, que sin hacer ruido va avanzando: “No discutirá, ni gritará; no se oirá en las plazas su voz…hasta que haga triunfar la justicia”(Is 42, 2.4). Es más importante aprender a escuchar el poder del reino de Dios que trabaja silenciosamente, que sólo querer experimentar violencia contra la maldad. Obviamente que donde se enciende la luz desparecen las tinieblas. La fe no es primeramente una estrategia de lucha contra el mal, es primeramente una experiencia de Dios, de su belleza, de su vida. Como si tuviéramos que hacernos merecedores de indignarnos contra el mal llenando nuestra vida de la luz o de los grandes ideales, pero manifestados en la integridad de vida. Ser gente que sólo sabe maldecir la oscuridad pero nunca enciende una luz no contribuye más que a la violencia: “porque miras la pelusa en el ojo ajeno y no la viga que llevas en el tuyo…”
Sin embargo, nadie ha combatido con tanta eficacia la cizaña que como lo ha hecho Jesús, precisamente. Perseguir el mal no siempre significa amar el bien, puede tratarse simplemente de la fuerza instintiva del desquite, de la venganza. En realidad no se va desde un proyecto integral de justicia, sino desde la “justicia” propia. En este caso, los “buenos” de hoy serán los “villanos” de mañana. Es necesario estar convencidos de la vida, de la solidaridad, de la dignidad de las personas, de la trascendencia
del ser humano, de la justicia, de la verdad, de la humildad, del servicio, de la fe, del amor, del Evangelio.
Sucede que se quiere “arrancar la cizaña” y no se tiene un compromiso total y decidido con la vida. Bien hecho que se pidan cuentas a los que disponen de la vida de los demás, pero ¿tu compromiso con la vida es integral? ¿Respetas la que todavía no nace?¿La que está gravemente enferma? Jesús extiende el mandamiento del no matarás a no insultar, no menospreciar, no humillar. A veces se defiende una vida visible, “honorable”, “importante”, como debe de ser, pero se pisotea la vida invisible, anónima, humilde, o se amasan riquezas a costa de la vida de los pobres. Este es el problema de ser tan celosos defensores de la justicia, sin estar cautivados por el reino de Dios. El peligro de cumplir la justicia propia siempre estará latente.
Es lo que está en cuestión, también, ante la pena de muerte. Además de que la vida es sagrada, como se expresa en el mandamiento “no matarás”, eliminar a un hermano supone una sociedad que antepone con toda claridad la cultura de la vida sobre la muerte. Pero esto está en cuestión. ¿Cómo puede una sociedad asesina pedir la pena máxima para un fruto suyo? Si adoptamos la pedagogía del “arrancar” simplemente alimentaremos la espiral de violencia y la ley del más fuerte. Si no nos dejamos fascinar continuamente por el misterio del amor de dios que grita a través de toda la vida y nos convencemos de su dinamismo infalible, seremos “revoltosos” que pelean sus propios pleitos y se la dan de profetas.