En la liturgia del domingo de ramos encontramos la plenitud de la revelación de Jesús como “el Mesías, el Hijo de Dios vivo”(Mt 16, 16), según había reconocido Jesús frente a la confesión de Pedro. Mateo, fiel a su método de presentar a Jesús como el cumplimiento de la Ley y los Profetas de un modo más explícito que los demás evangelistas, nos relee los últimos días de la vida de Jesús a la luz de las profecías del Siervo de Yahvé: “Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que me tiraban de la barba. No aparté mi rostro de los insultos y salivazos”(Is 50, 6; cfr Mt 29, 30); y también de los Salmos 22: “Los malvados me cercan por doquier como rabiosos perros. Mis manos y mis pies han taladrado y se pueden contar todos mis huesos. Reparten entre sí mis vestiduras y se juegan mi túnica a los dados. Señor auxilio mío, ven y ayúdame, no te quedes de mí tan alejado”(Sal 22, 17-18; cfr Sal 69; Mt 27, 35).”Todos los que me ven, de mí se burlan; me hacen gestos y dicen: ‘Confiaba en el Señor, pues que él lo salve; si de veras lo ama, que lo libre”(Sal 22, 8-9; Mt 27, 41-44).
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HOMILÍA DE MONS. LUIS MARTÍN BARRAZA
/ Domingo V de Cuaresma
Estamos cada vez más cerca de la celebración del triunfo de Cristo sobre la muerte y el pecado. La liturgia nos ha conducido, en su proceso pedagógico, al reconocimiento de Jesucristo como el Hijo de Dios, el Mesías, la luz, la vida, en el confronto con el pecado, el demonio, la oscuridad, el mundo. Hoy, al acercarnos a la manifestación suprema del amor, en Jesucristo, por su su entrega en la cruz, se nos invita a entrar respetuosa y conscientemente en este misterio, por medio de la resurrección de Lázaro. El combate final, en el que Jesús se revelará plenamente, está comenzando: “Cuando levanten en alto al Hijo del hombre, entonces reconocerán que yo soy”(Jn 8, 28). La resurrección de Lázaro será el signo con el que Jesús firmará su sentencia de muerte: “A partir de este momento tomaron la decisión de dar muerte a Jesús”(Jn 11, 53). El último de los enemigos en ser destruidos será la muerte, para que todo quede sometido a Cristo(1Cor 15, 25-26), nos dice san Pablo. La resurrección de Lázaro es el séptimo signo, en el evangelio de Juan, y el anuncio del poder que tiene Jesús sobre la muerte, según lo había anunciado anteriormente: “Les aseguro que está llegando la hora, mejor aún, ha llegado ya, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y todos los que la oigan, vivirán”(Jn 5, 25). Jesucristo presenta este argumento en una de las primeras controversias que tiene con los judíos, que lo cuestionan acerca de su autoridad porque hacía curaciones en día sábado. Ya desde ahí apunta a que la última explicación de su misión es venir a dar vida en abundancia(Jn 10, 10).
HOMILÍA DE MONS. LUIS MARTÍN BARRAZA
/ Domingo IV de Cuaresma
En este camino cuaresmal, en el que nos proponemos renovar nuestra fe, la liturgia de la palabra( nos hace pensar en el bautismo(la luz, la unción, el agua, la profesión de fe), que es precisamente el sacramento en el que hemos recibido la fe. Para renovarnos, es necesario pasar de las “obras estériles de las tinieblas” a “los frutos de la luz(Ef 5, 8), ser “bautizados” de nuevo en el Espíritu Santo. La curación del ciego que es, más que un milagro porque es la revelación de Jesús y, por tanto, un signo dirá san Juan, ilumina nuevamente el proceso bautismal que toda persona debe recibir para ser plenamente humano y, por lo tanto hijo de Dios: “Yo te aseguro que nadie puede entrar en el reino de Dios, si no nace del agua y del Espíritu”(Jn 3, 5). Visto desde el ciego de nacimiento, el proceso que vivió fue de verdadera reivindicación de toda su persona. Desde el principio queda de manifiesto la situación social en la que se encontraba aquel hombre: “¿quién pecó para que este naciera ciego, él o sus padres?”(Jn 9, 2). El pecado, en aquel tiempo, tenía fuertes implicaciones de marginación. Desde la religión se justificaba todo tipo de atropello a la dignidad de los enfermos, pobres y pecadores. El ciego va recobrando su dignidad al mismo tiempo que va haciendo su profesión de fe: “Ese hombre que se llama Jesús”, “Que es un profeta”, “Creo Señor”. Con su solo testimonio va a resultar una denuncia contra toda la oscuridad metida en el sistema político religioso de su tiempo.
HOMILÍA DE MONS. LUIS MARTÍN BARRAZA
/ Domingo III de Cuaresma
En este tiempo de cuaresma en el que invitados por la misericordia de Dios nos animamos a emprender un camino de conversión, podemos iluminar este santo deseo con este episodio del encuentro de Jesús con la samaritana. A la luz de este pasaje se puede hablar de varios niveles de conversión. Sin duda que cierta primacía tiene a conversión personal, sin embargo esta exige, de algún modo, la conversión misionera y sinodal de la Iglesia. Porque Dios puede salvar a las personas por cualquier camino, pero el ordinario es la tarea evangelizadora de los discípulos misioneros. Teniendo en cuenta la iniciativa de Jesús de establecer comunicación con esta mujer, podemos hablar de conversión misionera. Parece que este es un tema muy importante en este pasaje, porque Jesús dedica tiempo para explicar a sus discípulos que “está llevando a término la obra de salvación de Dios”(Jn 4, 34), y que “los campos sembrados están maduros para la cosecha”(Jn 4, 35). No se conforma con hacer bien su obra, sino al mismo nivel está la enseñanza hacia los discípulos para que compartan su celo por la misión evangelizadora.
HOMILÍA DE MONS. LUIS MARTÍN BARRAZA
/ Domingo II de Cuaresma
El camino de cuaresma es una gran oportunidad para adentrarnos en el misterio de Cristo, todas las penitencias propias de este tiempo son relativas a esto. Jesús había abierto su corazón a sus discípulos, unos días antes, anunciándoles su muerte en Jerusalén, a lo cual ellos se habían opuesto y escandalizado. Es por ello que les concede la experiencia, en la persona de Pedro, San4ago y Juan, de vivir el testimonio del Espíritu Santo por medio de la Escritura. La Transfiguración es un anticipo de la resurrección, que consistirá en llegar al conocimiento pleno de Jesús, como lo experimentaron los discípulos de Emaús al sentir arder su corazón( Lc 24, 32) y parar el pan. San Pablo, en la segunda lectura, nos dice que “Cristo Jesús, nuestro Salvador, destruyó la muerte y ha hecho brillar la luz de la vida y la inmortalidad, por medio del Evangelio””(2 Tim 1, 10). La Transfiguración no es otra cosa sino el anuncio del Evangelio por parte de Jesús, que consiste en la revelación de sí mismo, es una invitación a “comparar con el los sufrimientos por la predicación del Evangelio”(2 Tim 1, 8). Anunciar a Jesucristo fielmente requiere de algo más que nuestras buenas obras, es necesaria la “fuerza de Dios”.
HOMILÍA DE MONS. LUIS MARTÍN BARRAZA
/ Domingo I de Cuaresma
Hemos iniciado el -empo de cuaresma con un profundo acto de adoración a Dios, como lo fue la imposición de ceniza, el miércoles pasado. Nos hemos postrado rostro en -erra para sen-rnos rescatados por Dios. Arrodillarnos frente a la san-dad de Dios nos alivia de la carga más pesada que llevamos como lo son nuestros egoísmos, y nos pone por el camino de la verdad. Descalzar nuestros pies y nuestro corazón hace de nosotros una ofrenda agradable al Señor: “Un corazón contrito y humillado tu no lo desprecias, Señor”(Sal 50, 19). El símbolo de la ceniza toca las fibras profundas de nuestra condición humana frágil y pecadora, nos sen-mos iden-ficados fácilmente con la simplicidad que ella significa. Resulta una invitación a volver a lo esencial, a “vender todo lo que tenemos, darlo a los pobres y seguir a Jesús”(Mt 19, 21). Esto es saludable cuando lo vivimos frente al Dios misericordioso, que hace fiesta por el pecador arrepen-do. Son ciertas las palabras de Jesús: “el que se humilla será enaltecido”Mt 23, 12). Con este gesto hemos podido experimentar nuestros límites como una oportunidad de sen-r la dependencia radical de que estamos hechos. Somos criaturas que tenemos puesta nuestra mirada en el Señor, para que nos de el alimento del cuerpo y del alma(Sal 145, 15). Estamos hechos de polvo, no somos nada. “Muy a gusto presumimos de nuestra pequeñez, para que habite en nosotros el poder de Cristo”(2 Con 12, 9). Por lo menos significa que nos sabemos necesitados de salvación, ojalá que implique también un profundo deseo de conversión.
HOMILÍA DE MONS. LUIS MARTÍN BARRAZA
/ 7o Domingo Ordinario
Jesús continúa trazando la identidad del nuevo pueblo de Dios, proclamada desde el “monte de las bienaventuranzas. Su credencial de presentación es querer ser hermano de todos a costa de sí mismo. La capacidad de gestionar la enemistad es la inteligencia suprema, según Jesucristo. Tal vez esto nos lleve a pasar por ignorantes, pero será lo que nos haga verdaderamente sabios, nos dirá san Pablo, que nos anuncia, precisamente, la astucia del Espíritu para superar toda división y, por tanto, exclusión que se vivía en la comunidad de Corinto(1 Cor 1, 12-13). Nos dice que la verdadera sabiduría tiene que ver con reconocer al Espíritu Santo, es decir, el proyecto de Dios en cada persona. El Espíritu Santo es el proyecto máximo de fraternidad, porque por un lado nos enseña a reconocer la dignidad de cada hermano y, por otro, infunde la santidad de Dios en el corazón del hombre. El Espíritu Santo es el defensor de la justicia de Dios en el mundo, revelada ahora por Jesucristo.
HOMILÍA DE MONS. LUIS MARTÍN BARRAZA
/ 6o Domingo Ordinario
En el mismo espíritu de las bienaventuranzas Jesús sigue proponiendo la “nueva ley” en el horizonte de la justicia divina y no la de los escribas y fariseos. La vida plenamente feliz viene, precisamente, de anhelar que las cosas funcionen desde la “locura” de Dios, que “es más sabia que la sabiduría de los hombres”(1 Cor 1, 25). Es la sabiduría que nos anuncia, también hoy san Pablo, en la segunda lectura: “…predicamos una sabiduría divina, misteriosa, que ha permanecido oculta y que fue prevista por Dios desde antes de los siglos, para conducirnos a la gloria”(1 Cor 2, 7). Esta sabiduría es signo de la acción del Espíritu en el corazón del hombre(1 Cor 2, 10). Por ello, más que una doctrina, lo que intenta Jesús, hoy, es infundirnos su Espíritu. Lo entenderemos después de su resurrección, pero está anunciado desde el principio. Parece una propuesta descabellada, pero si los analizamos bien es lo único que puede garantizar los sueños de paz y de fraternidad universal. Cualquier otra propuesta es sectaria, discriminadora y por lo tanto generadora de violencia. No se trata de abolir la justicia humana, sino de hacerla más equitativa, verdadera y misericordiosa, de abrirla al perdón. No quiere abolir las posibilidades concretas de la justicia, pero sí invitarla a entrar en la mente del legislador supremo.
HOMILÍA DE MONS. LUIS MARTÍN BARRAZA
/ 5o Domingo Ordinario
Se dice que después del ser sigue el hacer. Jesucristo acaba de constituir el ser del discípulo por medio de las bienaventuranzas, en una palabra es un pobre que cura las heridas de Dios en el mundo. Su alegría consiste en tener los mismos sentimientos de Cristo, no obstante padecer sus persecuciones: “No me glorío en otra cosa que no sea la cruz de Cristo…”(Gal 6, 14). El discípulo no es feliz por decreto, sino que está herido del amor de Dios y esto lo sufre en el egoísmo del mundo. Imposible callar el amor de Dios en él: “No se puede ocultar una ciudad construida en lo alto de un monte…”(Mt 5, 14).
HOMILÍA DE MONS. LUIS MARTÍN BARRAZA
/ 4to Domingo Ordinario
Jesús continúa con el anuncio del reino de Dios desde las actitudes que le corresponden en el corazón del hombre. El reino de Dios es una imagen política y mística a la vez. La buena política tiene que ser contemplativa de la mejor visión del hombre, que no permite en ningún caso que sea tratado como simple medio, sino siempre como un fin. Para lograr esto es necesario mirarlo a través de Dios o de los más altos ideales de la razón…