COMENTARIO EXEGÉTICO-ESPIRITUAL
“CUANDO NOS URGE EL HOY DE DÍOS”
Domingo XXXI del Tiempo Ordinario
30 de octubre de 2022
P. Raúl Moris,
Prado de República de Chile
Jesús entró en Jericó y atravesaba la ciudad. Allí vivía un hombre muy rico llamado Zaqueo, que era jefe de los publicanos.
Él quería ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la multitud, porque era de baja estatura.
Entonces se adelantó y subió a un sicómoro para poder verlo, porque iba a pasar por allí.
Al llegar a ese lugar, Jesús miró hacia arriba y le dijo: «Zaqueo, baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu casa».
Zaqueo bajó rápidamente y lo recibió con alegría.
Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: «Se ha ido a alojar en casa de un pecador».
Pero Zaqueo dijo resueltamente al Señor: «Señor, yo doy la mitad de mis bienes a los pobres, y si he perjudicado a alguien, le doy cuatro veces más».
Y Jesús le dijo: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa, ya que también este hombre es un hijo de Abraham, porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido».
Comentario
El relato del encuentro de Jesús con Zaqueo está marcado por dos notas íntimamente conectadas: el “hoy” de la salvación que nos viene de Dios –que viene para todo aquel que esté dispuesto a acogerla- y la urgencia que imprime la experiencia de ese “hoy” irrumpiendo incontenible en nuestra vida.
Una vez más va a insistir Lucas, ahora en este pasaje, en que la buena noticia del Señor no admite exclusiones; una vez más el protagonista de la acción salvífica va a ser uno de aquellos que en la mentalidad de su cultura sólo pueden integrar el número de los rechazados; por esto, el retrato que el Evangelista hace de Zaqueo es elocuente y detallado hasta la saciedad:
Zaqueo no es un Publicano cualquiera, es el jefe de los Publicanos del pueblo, si es digno de desprecio ante los ojos de su comunidad por ser un funcionario de la opresión, lo es más por la principalía de su cargo; se nos dice además que es rico; lo que no constituye en el relato una caracterización neutra del personaje, sino una acusación: el modo de enriquecerse de los Publicanos era haciendo “bien” su trabajo, es decir cobrando despiadadamente el tributo a Roma, haciendo sentir el peso y la humillación de la dominación sobre los más indefensos, sobre el pueblo sencillo, sobre los que en su pobreza tenían que arrebatarle dolorosamente lo poco que la tierra y el trabajo artesanal les proporcionaba para el magro sustento, y ver luego impotentes como esa mezquina ganancia pasaba a manos de quienes se hacían ricos a costa del temor que acompaña a la indigencia. Y como si no bastara lo ya dicho para subrayar la pequeñez moral del personaje, su carencia de honor, Lucas añade, a modo de refuerzo, el dato de su estatura física: tal es la falta de honor de un hombre como Zaqueo, que su estatura desmedrada y sus esfuerzos por tratar de ver por sobre las cabezas de la multitud, van a dar un toque de comicidad a la gravedad del asunto que se está tratando, pero, asimismo, va a ser el pretexto para hablar de la valiente y decidida actitud del Publicano, quien no va a detenerse a considerar si es apropiado o no para un funcionario de su rango el subirse a un árbol para paliar su pequeñez, con tal de ver con sus propios ojos al que ha de ser su salvador.
Allí precisamente es donde radica la grandeza del pasaje y del personaje: Jesús viene desde Galilea en su camino de ascenso a Jerusalén, viene cruzando campos y aldeas, anunciando la buena noticia de la salvación; haciéndola realidad eficaz con los signos y milagros que viene realizando: sanando a los enfermos, consolando, llamando al discipulado, con claridad y decisión -sin eufemismos ni concesiones- a este discipulado, sobre el cual comienza a cernirse ominosa y nítida la sombra de la cruz.
Jesús viene en camino, ya ha atravesado las puertas de Jericó, ha sido reconocido por el mendigo ciego que dejando el manto también se ha incorporado a la procesión gozosa y exaltada de seguidores; la fama de Jesús viaja más rápido que Él mismo, ha llegado de hecho a oídos de Zaqueo, quien se siente llamado a verlo, al punto de partir corriendo a su encuentro -porque está llegando- al punto de -sin dudarlo- subirse al árbol para poder verlo -porque está a punto de pasar-; el texto adquiere una urgencia que se expresa en las menciones explícitas a la velocidad y en las implícitas; el publicano no solo se adelanta, sino lo hace corriendo; no se tarda en consideraciones sobre lo conveniente o bien visto: se sube de inmediato y de prisa al árbol, porque Jesús no sólo va a pasar por allí, sino que –el texto griego es insistente- está a punto de pasar…
El relato a su vez se acelera; la mirada de Jesús a Zaqueo es inmediata; su reconocimiento también; no es un hombre anónimo al que se dirige perentoria Jesús, es a uno que tiene un nombre… si el nombre de Jesús ha llegado a oídos de Zaqueo traído por los presurosos vientos de la fama, el nombre de Zaqueo ocupa el corazón de Jesús desde el comienzo de su misión; para esto ha venido hasta Jericó; para buscar a este hijo de Abraham, a este amado del Padre, a este heredero de la promesa de salvación que se encontraba perdido. Las palabras de Jesús continúan acelerando la narración: son una orden apremiante, y la declaración de una decisión salvadora: no es casual que Jesús se aloje en casa del Publicano, Jesús es muy claro: es preciso hacerlo; el apremio lo imprime el Hoy… es la inmediatez del encuentro lo que impulsa a Zaqueo a subirse al árbol, es la inmediatez del hoy de la salvación lo que lo hace bajar de prisa y con alegría abrir las puertas de su casa al Señor; y la rapidez del relato no cesa; el versículo 6 marca el cambio súbito de escenario; hasta su primera parte estamos en la vía publica, junto al árbol; en la segunda, la escena se ha desplazado a la casa del publicano; Jesús –nos hará ver el Evangelista mediante el recurso a la murmuración de los vecinos de Jericó en el v 7- se ha alojado ya donde Zaqueo.
Esta murmuración merece por su parte, un comentario; al igual que en 15, 2 (en la introducción a las tres parábolas acerca de buena noticia de la desproporcionada misericordia de Dios) el verbo que transmite los comentarios de los bien-pensantes fariseos y escribas, como de los bien-pensantes vecinos, es el mismo: gonguizo (rezongar).
Las acciones de los Jesús y los pecadores llamados a la conversión son abiertas y expansivas: Jesús habla a viva voz, los gestos de los llamados son elocuentes en su expresividad, el encuentro con el Señor es una fiesta en la que no se guardan las apariencias, se ha encontrado de nuevo la senda que conduce a la vida, el cielo y la tierra resuenan de gozo, la fiesta de los ángeles en el cielo no es menor que la que se celebra en las casas de los salvados; sin embargo, de quienes cabría esperar acogida, de quienes dicen conocer la palabra justa, el gesto apropiado, el rito preciso, sólo surge en sordina el rezongo, el cobarde murmullo que no se atreve a alzar la voz, porque tampoco es bien visto poner así, sin más al descubierto la propia y estridente mezquindad, que corroe implacable los cimientos de toda convivencia humana.
En casa de Zaqueo comienza a vivirse el Hoy de Dios; si la estatura física del Publicano había sido mencionada al comienzo para subrayar su retrato, queda superada en este momento, no necesita Zaqueo de un árbol para alzarse delante de Jesús y delante de los que están rezongando afuera; se yergue resuelto y da cuenta del fruto de la acción de la misericordia de Dios para con él; la solidaridad con los más pobres y la reparación a quienes han sido víctimas de su explotación no se anuncian en boca de Zaqueo como una acción propuesta para el futuro; es en presente como se enuncian los verbos en el discurso: «Señor, yo doy la mitad de mis bienes a los pobres, y si he perjudicado a alguien, le devuelvo cuatro veces más». El fruto de la presencia re-creadora de Jesucristo se saborea de inmediato; por eso culmina el relato con una nueva mención en labios de Jesús del “Hoy”; hoy ha sido preciso que Jesús se aloje en casa del publicano, hoy es precisamente cuando acontece la salvación para él y los suyos. La salvación que no ha alcanzado a los que murmuran afuera, justamente porque el rumor del rezongo ha terminado de embotar sus oídos al punto de escuchar lo que Jesús ha venido diciendo y no alcanzar a oír su palabra que nos salva.
El Evangelio nos imprime urgencia, urgencia de purificar nuestro corazón de las mezquindades que lo ocupan y no dejan lugar para que se anide en él la novedad del amor de Dios que no está esperando encontrarse a su paso con devotos practicantes de ritos, que en su correcta y medida devoción se olviden de la desmesura con la que Él nos ama; sino con aquellos que conociendo con lucidez la hondura de su pecado, no duden de ese amor que sale a nuestro encuentro hoy; urgencia de estar atentos a la llamada actual de ese amor, urgencia de salir a anunciar con premura y alegría ese hoy de la salvación.
Raúl Moris G. Pbro.