COMENTARIO EXEGÉTICO-ESPIRITUAL
DEL 6o DOMINGO DE PASCUA.
“Un Paráclito para entrar en el Ministerio del Amor…”
14 de mayo 2023
P. Raúl Moris,
Prado de República de Chile
EVANGELIO
Durante la última cena, Jesús dijo a sus discípulos: “Si ustedes me aman, cumplirán mis Mandamientos.
Y yo rogaré al Padre, y Él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes: el Espíritu de la Verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce. Ustedes, en cambio, lo conocen, porque él permanece con ustedes, y estará en ustedes. No los dejaré huérfanos, volveré a ustedes. Dentro de poco, el mundo ya no me verá, pero ustedes seguirán viéndome, porque yo vivo y también ustedes vivirán. Aquel día comprenderán que yo estoy en mi Padre, y que ustedes están en mí y yo en ustedes. El que recibe mis mandamientos y los cumple, ése es el que me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo lo amaré y me manifestaré a él”. (Jn 14,15-21)
(Jn 14,15-21)
COMENTARIO
Este Evangelio recoge una de las cinco palabras de envío del Espíritu Santo que el Evangelista Juan pone en labios de Jesús en los discursos que anteceden al relato de la Pascua. Lo primero que habría que hacer para entrar en la interpretación de este pasaje es mirar las coordenadas que estructuran este pasaje que se presenta en forma de una inclusión simétrica:
Comienza y termina con la mención del Agape, del vínculo de amor, en donde se fundamenta el anuncio que va a realizarse: la recomendación a cumplir los mandamientos del Maestro, como exigencia, respuesta y prueba del amor que une a los discípulos con Jesús; en ambos versículos, el cumplimiento de los mandamientos aparece inmediatamente ligado a la relación de permanencia en el amor que une a Cristo con el Padre y con la comunidad de discípulos, la Iglesia.
En el centro del discurso, la promesa: no los dejaré desamparados, no los dejaré huérfanos; promesa que tiene su sustento en el anuncio, que conlleva a su vez una segunda promesa: el Padre le dará otro Paráclito, el Espíritu de la Verdad…
La primera pregunta que el texto nos puede suscitar, en una lectura superficial, es la siguiente: ¿Está condicionando Jesús el amor que Él nos tiene y que nos tiene el Padre, a la práctica de los mandamientos por parte nuestra?
Nada más lejano al espíritu del texto que interpretar la práctica de los mandamientos como una condición previa, que nos haga merecedores del amor de Dios; sin embargo, no basta con decir: yo creo en Jesús, ese creer en Él, ha de ir seguido con un creerle a Él, creerle cuando nos dice que efectivamente su actuar, íntimamente conectado con sus palabras, es el camino certero y fiel que nos conduce tras sus huellas a la Vida; para tomar la decisión de ponernos en camino por su misma senda.
La segunda pregunta apunta al significado del término “Paráclito” y por qué el Evangelista nos habla de un otro Paráclito, (si habla de otro, es que ya considera que existe uno primero).
Paráclito es una palabra griega de amplia traducción, sustantivo verbal del verbo parakaleo; literalmente podría traducirse como el que habla en lugar de, o a favor de alguien, o bien, el que sale a dar la cara por uno, o nos consuela con su cercanía; la figura que lo podría representar es la de alguien, que poniéndose al lado nuestro, nos cobija con su abrazo, y alza la voz en nuestra defensa; de aquí las traducciones posibles: Abogado, Defensor, Consolador, Contenedor, etc., la esperanza puesta en alguien que se empeñe en esta tarea, va más allá de este texto del Nuevo Testamento, hunde profundamente sus raíces en el Antiguo.
En el pueblo de Israel desde el tiempo de los profetas comienza a aparecer una misteriosa figura que ilumina el esperar del pueblo, el esperar de los pobres, se trata del Go-él. En su origen, el Go-él designaba a aquel pariente poderoso, que sale a la defensa del honor de la familia, aquel que puede vengar las afrentas hecha a los más débiles de la tribu familiar, afrentas que, golpeando al más débil, deshonraban a la tribu entera. La pregunta que surge en esa época es: ¿Y para los pobres, para los desheredados, para los huérfanos, para las viudas, para los despreciados, para el exiliado en tierra extraña, ¿quién será el Go-él?, ¿Quién sale a su defensa? ¿Quién los protege y venga sus humillaciones? ¿Quién restaña sus heridas? ¿Quién los consuela?
La respuesta contundente de los profetas será: Dios mismo. El Go-él comienza a ser así una figura para el anuncio del Mesías, del Redentor: los pobres no tienen en la economía del mundo quien los defienda, Dios mismo entonces es y habrá de ser su Go-él; “El auxilio me viene del Señor”, cantará el salmo 120; “Sé que Mi Defensor vive, y que Él al final triunfará”, gritará Job en medio de la angustia extrema (Jb 19, 25).
La promesa del otro Paráclito, en Juan, se hará eco de esta tradición: hemos visto ya el cumplimiento de la promesa en Jesús, Él es el primero, el Redentor, el primer y principal intercesor de la humanidad ante el Padre; y esta acción redentora, ha de seguir poniéndose de manifiesto en el misterio de su presencia en la Iglesia; el Espíritu Santo, será así el Otro, el que nos abra los ojos para seguir contemplando a Cristo en el misterio, el que nos abra el corazón para seguir sintiendo su presencia viva en nosotros; el que nos manifieste con fidelidad, porque es el Espíritu de la Verdad.
Recordemos en este punto que la Alétheia, la Verdad, para el pueblo de Israel, el primer destinatario de las palabras de Jesús, no es tanto des-velamiento (a-letheia), de aquello oculto que tenemos y que podemos descubrir y poner de manifiesto a la luz de la razón, naturalmente capacitada para este efecto, sino Revelación, aquello que escucho con oído atento y fiel, porque sé que viene de la boca y del corazón de alguien que no quiere ni puede decir mentiras, la Verdad es ‘Emunah: Fidelidad, que se construye en la relación entre uno que siempre es fiel, y otro, que aprende a ser fiel en la constante compañía del primero, que aprende a confiar en la voz, que aprende a ejercitarse en el Creer.
El Espíritu Santo es el Espíritu de la Verdad, porque no es otra cosa sino ese vínculo dinámico, intenso soplo del amor, del Agape, que circula en todas las direcciones en el seno del Dios Uno y Trino, y desde Él: que se efunde del seno del Padre, que se infunde todo entero para dar plenitud de vida al Hijo, y se difunde sobre la creación, sobre la íntegra obra del Dios de amor, a través de los innumerables cauces, por los que fluye la Iglesia, que ha nacido y acoge esta corriente de amor incontenible, para inundar de vida al mundo.
Y la Verdad, que nos viene a revelar, capacitándonos para acogerla y comprenderla, es que Cristo no se cansa de ser fiel a la Iglesia; que es Él mismo -por medio de Su Espírituel que nos abre los labios y nos pone las palabras precisas en la boca para proclamar la obra de Dios en medio nuestro, para dar razón de nuestra esperanza a quien nos la pida, para anunciar la buena noticia de la salvación a todos los pueblos; y nos da la inteligencia que precisamos para comprender que las exigencias de seguimiento que nos propone Jesús, sus mandamientos, no son una carga adicional, una suerte de impuesto agregado a su llamada de amor, sino, la expresión y el camino que conduce y que nos sumerge en ese amor que anima la vida misma Dios, que nos hace entrever, anhelar y finalmente participar del misterio de la Trinidad.
Cristo no ha dejado huérfano al Pueblo de Dios, su presencia permanece viva entre nosotros, y es el Espíritu Santo el que nos permite entrar en comunión con esa presencia, reconocerla en los sacramentos, reconocerlo en la fracción del pan, descubrirlo incluso en estos tiempos de Pandemia, en donde todo parece trastocado, en donde todo parece inestable o amenazante, caminando en medio de los que sufren, y en medio de los que trabajan arduamente para seguir anunciando al mundo la esperanza.
Raúl Moris G. Pbro.