– LAS SANTAS MISIONES POPULARES–
EL PÁRROCO MISIONERO
Tras las huellas de Jesús de Nazareth
P. Luis Mosconi
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Nota: El texto que sigue forma el primer capítulo de la nueva edición (53ª) del libro: Santas Missões Populares (2021), del P. Luis Mosconi. OSMP (Belém-PA). Con algunas adiciones. El texto en español es provisional.
PARROQUIA:
FRATERNIDAD DE PEREGRINOS HACIA LA PATRIA DEFINITIVA
Un asunto importante
El asunto merece ser examinado con mayor profundidad. Hoy surgen interrogantes sobre el presente y el futuro de la parroquia, sobre su vigencia o no. Se insiste en la planificación pastoral participativa, se buscan nuevas técnicas pastorales parroquiales. Algunos consideran que una ‘parroquia viva’ es aquella que tiene una larga lista de pastorales diversificadas, que lleva a cabo varias actividades llamadas ‘misioneras’. Todo esto revela el deseo de algo nuevo. Y realmente hay grandes esfuerzos para hacer las cosas bien, para seguir adelante. La necesidad de la renovación de la parroquia es evidente y urgente.
La mejor propuesta, que ha aparecido hasta ahora, es transformar la parroquia en una “comunidad de comunidades” (o una red tejida de comunidades), como insisten el documento de Aparecida y las Directrices de la CNBB (documento 100). En el origen de esta propuesta está la hermosa experiencia de las comunidades eclesiales de base (CEB), muy viva en los años 60 – 70 – 80 – 90 del siglo pasado. Son, sin duda, una de las experiencias más significativas de la pastoral latinoamericana. Nacieron en tiempos difíciles, entre los pobres. Despertaron una multitud de personas valiosas, jugaron un papel importante en el proceso de democratización de Brasil. Hay hermosos testimonios, incluso de mártires, que sembraron y fecundaron tanta esperanza en América Latina. Las fallas ocurridas en las CEBs no les restan importancia y belleza, sólo piden que continúen en un proceso de revisión y conversión permanente.
En este afán de renovación de las parroquias, se vislumbran algunos peligros. Existe el peligro, por ejemplo, de caer en un gran activismo pastoral, sin caminos audaces, sin mística. La renovación de las parroquias no consiste, en primer lugar, en nuevas técnicas pastorales. Debe ser algo más profundo, capaz de responder a las aspiraciones más verdaderas, que forman parte de nuestra naturaleza humana. Es importante preguntarse: en todo este proceso de renovación, ¿cómo se sienten las personas involucradas? ¿Felices? ¿Dónde está Jesús de Nazaret, Maestro y Señor? ¿Dónde está la espiritualidad del seguimiento de Jesús en la vida de las parroquias y comunidades? Después de todo, ¿de dónde viene la palabra “parroquia”? ¿Cuál es el “espíritu” de la parroquia, es decir, cuál es la fuerza y las motivaciones que deben animarla?
Estas son preguntas importantes. El desafío es redescubrir el verdadero sentido místico-popular-existencial de la parroquia. En las Santas Misiones Populares (SMP), reflexionamos mucho sobre el tema, porque no se entienden sin pensar en las parroquias, aún con todas las limitaciones que encontramos en ellas. Y de estos reflejos van apareciendo luces que iluminan nuevos horizontes; nuevos caminos que llenan de esperanza y ardor misionero. Queremos compartirlos, sabiendo que nada ha terminado. Queremos valorar todo lo que hay de bueno en la vida de las parroquias; al mismo tiempo discernir y avanzar.
Y, desde ya, queremos agradecer al autor sagrado y a las “parroquias” de la primera carta de Pedro, fuente principal de nuestra investigación bíblica.
En la primera carta de Pedro
El contexto histórico de la primera carta de Pedro es muy importante para comprender mejor sus mensajes. La carta comienza así: “Pedro, apóstol de Jesucristo, a los que están esparcidos como extranjeros en el Ponto, en Galacia…”. De hecho, no fue el apóstol Pedro quien escribió la carta. Cuando apareció, Simón Pedro ya había sido martirizado hace unos 40 años. Fue un discípulo suyo, presbítero de la comunidad de Roma (1P 5,1). Buscó actualizar la memoria viva de Simón Pedro. Pablo de Tarso y Simón Pedro, ambos martirizados en Roma en la época del emperador Nerón, fueron los líderes más conocidos y queridos de todas las iglesias cristianas del Imperio Romano, Oriente y Occidente. En torno a cada uno surgieron hermosas escuelas de formación de presbíteros misioneros (as), que se pusieron a disposición de las comunidades repartidas por todo el Imperio.
El autor sagrado de esta carta participó en la escuela misionera que se refería a Pedro, el líder de los primeros discípulos, el grupo de los Doce. El autor sagrado revela que estaba pasando por los mismos sufrimientos que Cristo (1 P 5, 1). Vive en Roma, a la que llama ‘Babilonia’ (1P 5,13), símbolo de un imperio opresor y violento, al que fueron exiliados miles de judíos, casi 600 años antes que Jesús. A fines del primer siglo después de Cristo, en Roma y en otras partes del Imperio Romano, hubo persecuciones, incluso violentas, contra los discípulos de Jesús de Nazaret.
Los destinatarios eran cristianos de comunidades dispersas en Asia Menor, la actual Turquía. Eran vistos con sospecha por el mundo pagano circundante. Eran tratados como extranjeros sin ciudadanía, sin derechos, entregados a los caprichos de quienes tenían en sus manos el poder local. Fueron humillados, discriminados, perseguidos. Sofrían calumnias, insultos, amenazas (1 P 2,19; 3,9,14; 5,9-10). Buscaban un hogar, un lugar para encontrarse, compartir, ayudarse, para seguir fieles al evangelio de Jesús. El autor sagrado señala a la comunidad como el hogar que tanto necesitaban. Nos invita a no tener miedo, a tener esperanza: “Estén siempre dispuestos a dar razón de su esperanza” (1P 3,15). Exige una participación viva en la vida de las comunidades. Nos invita a mirar hacia delante: “Compórtense con temor en este tiempo que están fuera de la patria” (1P 1,17).
La expresión “los que están fuera de su patria” es una traducción de la palabra griega (idioma en que fue escrita la carta): paroikía (formación de dos palabras: ‘para’ y ‘oikía’; significa: hacia casa). Algunos lo traducen así: “Durante el tiempo de su destierro” o “habitando en tierra extranjera”. Creemos que el sustantivo ‘peregrinos’ encaja mejor. Más adelante, en 1P 2,11, los destinatarios de la carta son llamados “peregrinos forasteros” o: “peregrinos y viajeros”. En griego, el adjetivo se escribe: ‘paroikous’ y de ahí la palabra ‘parroquiano’, que por tanto significa: ‘peregrino forastero’.
Así, “parroquia”, para el autor sagrado, indica a quienes viven fuera de casa, en una “residencia temporal”. Es el hogar de los peregrinos en tránsito, a camino de la patria definitiva. “Parroquiano” es aquel que vive como peregrino, hacia la plenitud de la vida “donde ya no habrá muerte, ni llanto, ni dolor” (Ap 21,4). Un párroco es un pastor que vive y ayuda a otros a vivir como peregrinos en esta tierra hacia su patria definitiva. Esto no significa despreciar la vida. Se trata de disfrutar de las alegrías de la vida cotidiana, sin idolatrar nada. Es afrontar los desafíos de la vida, sin olvidar los horizontes de la eternidad. Es vivir intensamente lo provisional, sin perder de vista el futuro que nos espera. Es vivir la vida como misión, como proyecto; y no dormitar a un lado del camino de la vida.
Hay otra hermosa novedad en la primera carta de Pedro. El autor sagrado nunca usa la palabra ‘iglesia’; en su lugar, usa la palabra “hermandad/fraternidad”. “Amen la fraternidad” (1 P 2,17). Esta es una traducción más fiel al texto original que leer “Ama a los hermanos”. Por eso, el autor sagrado ve la iglesia, la comunidad, la parroquia, como una “hermandad”. Es la “hermandad de los peregrinos rumbo a la patria definitiva”. La parroquia, en un principio, era una hermandad/fraternidad, una pequeña comunidad eclesial sin templo, sin estructuras; de discípulos peregrinos de Jesús.
Se reunían en los hogares de los participantes, revivían la memoria de Jesús de Nazaret a través de la celebración de la Eucaristía, presidida habitualmente por un líder de la comunidad, llamado presbítero, pero muy diferente a los presbíteros de hoy. Los participantes se consideraban peregrinos, de paso. Evaluaban el camino, para ver juntos cómo avanzar, hacia el hogar definitivo, marcando una presencia significativa en la sociedad. Todo esto lo hacían de forma reservada, sin aglomeraciones, porque el clima de persecución de la época contra los seguidores de Jesús era cruel, a veces violento. Esto favorecía la espera escatológica (el camino hacia el fin de los tiempos). El autor sagrado invita a sus destinatarios a amar las fraternidades/hermandades de discípulos de Jesús; tenerles todo el cariño, darles todo el apoyo, tan necesario en los momentos difíciles.
La palabra ‘paroikía’ también se puede traducir así: “Los que viven alrededor de la casa”. En este sentido, la casa es la iglesia-templo, signo de la presencia de Dios, teniendo a su alrededor habitantes que forman una comunidad. Esto se arraigó, sobre todo, a partir del siglo V, cuando los pueblos y ciudades cristianos crecieron rápidamente, con la iglesia matriz como centro y las casas de los vecinos a su alrededor. Comenzó en Europa para extenderse rápidamente por todo el mundo, donde se estableció el catolicismo (América Latina). Así fue creciendo la conciencia de la Iglesia como comunidad encarnada en un determinado lugar. Podemos decir que las dos traducciones se complementan: una pequeña comunidad de discípulos de Jesús hacia “un cielo nuevo y una tierra nueva” (Ap 21,1) y bien encarnada en situaciones concretas.
Con el tiempo, las parroquias fueron perdiendo esa característica mística popular de fraternidad de peregrinos en camino hacia la patria definitiva. Se hicieron cada vez más una institución, atendiendo a los sacramentos y a la vida religiosa del pueblo, de manera rutinaria, sin ardor misionero. La burocracia iba mermando la alta dosis de espiritualidad que tenían las parroquias. Más cerca de nuestro tiempo, especialmente después de la Segunda Guerra Mundial (1940-1945), comenzaron a surgir grupos y movimientos para llenar el vacío espiritual en las parroquias. Desgraciadamente, muchos de estos grupos y movimientos acabaron ofreciendo más devociones que la verdadera espiritualidad, la del seguimiento de Jesús de Nazaret. El Papa Francisco advierte de un gran peligro presente en la Iglesia: la mundanidad espiritual. Él explica: “La mundanidad espiritual es buscar, en lugar de la gloria del Señor, la gloria humana y el bienestar personal. Es lo que el Señor reprendió a los fariseos» (La alegría del Evangelio, 93, donde cita Jn 5,44 y Filipenses 2,21). En sus encuentros con peregrinos de todo el mundo, recuerda con insistencia: “La Iglesia es una peregrinación hacia la casa del Padre”.
Volver a los orígenes
Necesitamos recuperar, con mayor claridad y con una decisión urgente, el bello origen de la parroquia, según la primera carta de Pedro y las primeras comunidades. ¿Cómo hacer esto en concreto? Reviviendo las dos dimensiones de la parroquia. Veamos:
1) PARROQUIA: una red unida de tantas pequeñas comunidades de discípulos y discípulas de Jesús de Nazaret, Maestro y Señor.
2) PARROQUIA: escuela viva de ciudadanos del Reino de Dios al servicio de la verdadera ciudadanía en el territorio y más allá, hasta abrazar las grandes causas de la humanidad.
Son dos dimensiones que expresan una sola propuesta: el sentido profundo, místico, popular, militante de la parroquia, entendida como fraternidad de peregrinos rumbo a la patria definitiva y como presencia social significativa en la vida del territorio. Una dimensión exige a la otra, son inseparables. Si una falta, la otra sufre. Y esto responde plenamente al mayor anhelo de todo ser humano: ser una persona verdadera. No es complicado trazar el perfil de una persona verdadera; es simplemente escuchar anhelos auténticos, que son parte de la naturaleza humana. Una persona verdadera es una persona honesta, justa, solidaria, coherente, acogedora, que sabe perdonar y pedir perdón, que sabe valorar los dones y valores de los demás. Es una persona que sabe abrazar y asumir las grandes causas de la humanidad; que lucha por la ciudadanía de todos. No se queda en la ambiguedad, toma partido, junto a los más necesitados y olvidados. La misión que Jesús recibió del Padre y que asumió de verdad va en esta dirección. Lo llamó el Reino de Dios.
La primera dimensión insiste en la espiritualidad del seguimiento de Jesús de Nazaret. Consiste en asimilar y experimentar el estilo de vida de Jesús hoy. Se trata de transformar la parroquia actual en tantas pequeñas ‘parroquias’, al estilo de las parroquias de la primera carta de Pedro. Es decir, en Pequeñas Comunidades de discípulos y discípulas de Jesús de Nazaret, Maestro y Señor, peregrinos hacia la patria definitiva.
Son Pequeñas Comunidades, cada una con un máximo de diez participantes. No son clubes cerrados de amigos de Jesús. Son Pequeñas Comunidades en misión en el territorio. Reclama un mayor y más fiel acercamiento histórico a Jesús, el de Nazaret de Galilea, superando y derribando las muchas distorsiones erróneas y absurdas que existen sobre Jesús. Siendo tratado como ‘chicle’, estirado de un lado para el otro. Aparecen, sin parar, las llamadas iglesias neopentecostales, donde se involucran hasta narcotraficantes de las peores perversidades, para controlar barrios y fincas. Tantas iglesias cristianas han vaciado, y siguen vaciando, la misión de Jesús de Nazaret -la propuesta del Reino de Dios en los caminos de la historia- poniendo en su lugar a la institución propia.
Es necesario reaccionar, por amor a la verdad y por el bien de la humanidad. Las Pequeñas Comunidades quieren ser parte de este retorno urgente y fiel a Jesús de Nazaret, la mejor buena noticia para toda la humanidad. Las Pequeñas Comunidades son el resultado más hermoso y completo de un largo camino de evangelización compuesto por círculos bíblicos, encuentros de formación, CEBs… Para aclarar esta primera dimensión, la Organización Religiosa Santas Missões Populares (OSMP) publicó un texto que lleva exactamente el mismo título. Les sugerimos encarecidamente que lo lean detenidamente, repetindo, hasta que lo asimile bien.
La segunda dimensión encarna la primera. Meditando los Evangelios, se puede ver claramente que el eje de la misión de Jesús fue el anuncio y la construcción del Reino de Dios en la historia. Con esto, Jesús no quería fundar un nuevo grupo religioso dentro del judaísmo de la época. Sus horizontes eran mucho más amplios. Rompió las barreras y los esquemas cerrados de la religión del templo y de la sinagoga. Pensaba en toda la humanidad. Preparó al primer grupo de sus discípulo/as, como primicias de esa nueva humanidad, haciéndolos misioneros del Reino del Padre en las duras y violentas situaciones de Galilea. Era un nuevo tipo de sociedad: acogedora, solidaria, fraterna, libre de deudas, destinada a rescatar la dignidad de los más necesitados (curar a los enfermos) y a liberar de todas las fuerzas del mal que oprimen y marginan (expulsar los demonios ).
Por tanto, se trata de transformar cada parroquia hoy en una hermosa red de Pequeñas Comunidades de discípulos de Jesús; y también en una escuela viva de ciudadanas y ciudadanos del Reino de Dios, para construir una verdadera ciudadanía en el territorio de la parroquia, y también más allá. Creemos profundamente que los valores del Reino de Dios, vividos y testimoniados por Jesús de Nazaret, son fundamentales para la construcción de una auténtica ciudadanía hoy. Esto requiere un conocimiento atento de la realidad del lugar, con especial atención a los más necesitados. Y exige un proceso formativo permanente. La Organización Santas Missões Populares (OSMP) ha publicado un libro sobre el tema, presentando un nuevo enfoque de la Biblia, especialmente de la práctica de Jesús. Realmente, Jesús es sorprendente, y es muy actual para todo aquel que quiera construir ciudadanía hoy.
Este es el camino seguro para que la parroquia se convierta en una ‘iglesia en salida’, en una misión permanente, con sinodalidad, como tanto insiste el Papa Francisco (Alegría del Evangelio). Ser peregrino despierta inmensas energías positivas plantadas en nuestra vida para atender las necesidades del lugar. No puede ser una peregrinación pasiva, sin iniciativas, con los ojos vueltos hacia arriba, buscando consuelo en una devoción aérea, lejos de las penurias de la humanidad. Ser ciudadanos del Reino es asimilar los valores y estilo de vida de Jesús; y que nos permita construir una verdadera ciudadanía en el mundo de hoy.
En los evangelios sinópticos aparece 120 veces la expresión ‘Reino de Dios’. Aquí y allá, Jesús usaba otras palabras que tenían el mismo significado: Vida plena, Paz, Justicia, Misericordia, shalom… Era el eje de toda su práctica. En el tiempo y en la tierra de Jesús, las palabras ciudadano/ciudadanía no existían. Son expresiones típicas de la cultura griega. Fue Pablo de Tarso quien introdujo estas palabras en las comunidades cristianas (Ef 2,19). Pero en la expresión ‘Reino de Dios’ ya encontramos los valores y estilos de vida necesarios para construir una auténtica ciudadanía hoy. En efecto, los valores del Reino responden a los anhelos más verdaderos de la naturaleza humana. Son un compendio de valores capaces de curar los males que acarrean nuestras sociedades. Las posturas, las prácticas de Jesús, la curación de los enfermos y la expulsión de los demonios, sus enseñanzas, no eran cuestiones religiosas, sino una propuesta de vida auténtica, tanto en el plano personal y familiar, como en el aspecto socio-político-económico.
Jesús curaba a los enfermos, expulsaba demonios con vistas a la construcción del Reino. Él no era un hacedor de milagros, no montó una carpa para hacer milagros a diestra y siniestra. Realizó curaciones y expulsó las fuerzas del mal como signos del Reino, de un nuevo tipo de humanidad. Sus discípulos, sus discípulas, tendrán que continuar su misma misión a lo largo de los siglos (Mt 10, 7-8). La práctica de Jesús era la alternativa real para una nueva sociedad; y sigue siendo! Jesús de Nazaret es la mejor buena noticia que ha aparecido en la historia de la humanidad. Su ignorancia es una tragedia para la humanidad. Vivir los valores del Reino de Dios significa trabajar hoy por la ciudadanía de todos, construyendo así una sociedad humanizada, solidaria, libre; profundamente democrática y participativa.
El Apóstol Pablo captó muy bien la propuesta de Jesús, cuando la resumió en pocas palabras: “Ya no hay judío ni griego, no hay esclavo ni libre, no hay hombre ni mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”. (Gál 3, 28; ver también 1Cor 12,13; Cl 3,11). Paulo elimina de una vez por todas todo tipo de racismo, desigualdad social, económica y política; y machismo. Quienes viven la ciudadanía del Reino están empoderados para construir una verdadera ciudadanía en la sociedad y entre los pueblos de hoy. El seguimiento de Jesús de Nazaret desencadena la mayor revolución de la historia, ya que responde a los anhelos más verdaderos de toda la humanidad. Imaginemos si los políticos, los economistas, las organizaciones sociales, los partidos políticos, los sindicatos, los empresarios, los comerciantes, los diversos profesionales, las grandes instituciones sociopolíticas (ONU y otras) vivieran los valores del Reino, anunciado y testimoniado por Jesús de Nazaret. El mundo sería totalmente diferente.
Actualizando
Ahora podemos actualizar las luces y llamadas que aprendimos de las primeras comunidades, especialmente de Pedro:
- Pequeñas Comunidades de discípulos de Jesús de Nazaret. Son la base de toda la organización de la parroquia. De hecho, la prioridad absoluta de la parroquia es formar discípulos de Jesús de Nazaret (Mt 28,19), para construir una verdadera ciudadanía en el territorio. Para ello sugerimos adoptar y asimilar el manual de Pequeñas Comunidades, publicado por la OSMP, como vimos anteriormente.
- Comunidad Eclesial Mayor. Cinco o más Pequeñas Comunidades vecinas formarán una Comunidad Eclesial Mayor. Podemos equipararlo a las CEBs o a la Comunidad Eclesial Misionera, como lo indican los lineamientos generales de la CNBB (Documento 109). El objetivo es marcar una presencia eclesial viva en la vida del territorio. Todo debe estar encaminado a la construcción del Reino. Algunos servicios más directamente, en el campo socio-político-económico; otros deberán cuidar más la vida eclesial, pero siempre en la perspectiva del crecimiento del Reino de Dios en medio de las personas y de la sociedad. Esto requiere la creación de equipos de servicio, tales como: grupo de jóvenes; grupo de fe y política; grupo de asistencia social; equipo litúrgico para revitalizar celebraciones, sacramentos y Misas; grupos de misiones. Y más, según sea necesario. Una parroquia fiel al Reino de Dios tiene que meterse em alguna obra social significativa.
- Parroquia: comunidad de comunidades. Así, la parroquia es la hermosa y gran familia formada por Pequeñas Comunidades de discípulos de Jesús, agrupadas en Comunidades Eclesiales Misioneras más grandes. Las experiencias y documentos del magisterio (Aparecida, CNBB Documento 100) apuntan definitivamente a este camino irreversible. Debido al tamaño de las parroquias, se hizo urgente transformarlas en una red unida de comunidades. Sin esta red de comunidades, la parroquia corre el peligro de convertirse en una institución anónima, centralizada, marcada por la burocracia y el autoritarismo. El camino misionero al estilo de Jesús de Nazaret debe ser el centro de la parroquia. Así el párroco, los animadores, las familias asumen juntos las celebraciones, los momentos formativos, las diversas actividades. Todos los miembros de la parroquia deben ser reconocidos como sujetos corresponsables y protagonistas, y no como meros ejecutores de órdenes ajenas o superiores. La parroquia no puede ser el lugar de sepultura de tantas nuevas energías.
- Grupos, pastorales y movimientos eclesiales, ‘nuevas’ comunidades. ¿Cómo serán? El asunto requiere discernimiento, docilidad interior al Espíritu Santo y decisiones comunes. Sólo se justifican si entran en comunión con la propuesta parroquial que estamos redescubriendo y profundizando. El discipulado de Jesús de Nazaret y un compromiso liberador al estilo de Jesús con la realidad del territorio son esenciales. Hay que evitar, en lo posible, la dispersión, los caminos diferentes, los desacuerdos, la desunión, las tensiones inútiles. Sólo una conversión personal al seguimiento de Jesús de todas las personas implicadas ayuda a hacer realidad este hermoso sueño.
De este modo la parroquia, formada por tantas Pequeñas Comunidades, se convierte en una hermosa fraternidad de peregrinos en camino hacia la morada definitiva del Padre. Insistimos en esto, pues es urgente rescatar esta dimensión mística popular de la parroquia, como mencionamos anteriormente. Por este camino pasa la verdadera renovación pastoral de las parroquias. Sólo las nuevas técnicas pastorales no resuelven. Dejan vacíos. Al mismo tiempo, la parroquia se convierte en una escuela viva de ciudadanos al servicio de la ciudadanía del territorio. Es la parroquia en misión al servicio de la vida. La compasión y la profecía marcan la vida de la parroquia.
Las comunidades eclesiales mayores, que forman la parroquia, se reúnen para evaluar, profundizar y planificar las iniciativas que se consideren más importantes. Sin embargo, cada Pequeña Comunidad continúa su proceso de formación permanente, con la presencia constante de sus miembros, a través del estudio del evangelio y la revisión de vida; todos en un estado de ánimo orante. Que las comunidades sean eclesiales, ministeriales, acogedoras, solidarias, misioneras, proféticas, con sus celebraciones vivas y sus actividades participativas. Autonomía y comunión deben ir siempre juntas. Sacar a la gente del anonimato es un hermoso servicio. Que nadie sea tratado como ‘fulano de tal’. Que haya una hermosa presencia participativa de niños, jóvenes, adultos, ancianos; cada uno con sus dones, valores y necesidades. Cuanto más crezca la red comunitaria, mejor.
¿Sacerdotes del altar o presbíteros en fraternidades peregrinas? (4)
(4) Para profundizar, sugerimos la lectura de los capítulos 12 y 13 del libro Santas Missões Populares, de Luis Mosconi. OSMP, Belém (PA), 53ª edición, 2021.
¿En esa visión de parroquia como se queda la presencia de los párrocos? Hay hermosas figuras de presbíteros en las diócesis, sean diocesanos o de congregaciones religiosas. Son personas verdaderas, profundamente humanas, tan humanas que sólo pueden ser discípulos de Jesucristo, muy semejantes a Él. Son una presencia preciosa, no sólo para las comunidades cristianas, sino también para las personas que viven en el territorio. Ellos revelan el encanto del misterio divino en las relaciones humanas cotidianas. Bendito sea Dios Padre por estas hermosas presencias.
Pero nadie es perfecto. El peso de la rutina, el peligro de convertirse en empleados de una institución pueden debilitar y vaciar la vida de los presbíteros. Cuando se trata de la parroquia, no podemos ignorar la presencia decisiva del párroco. Se acostumbra decir ‘tal párroco, tal parroqua”. Hay acuerdo general en revisar la presencia del párroco para reconstruir el verdadero sentido de una parroquia. Pero es necesario tomar medidas concretas. Mientras el párroco siga centralizando todo el poder, no hay futuro para las parroquias. El mismo lenguaje que llama a los padres de ‘sacerdotes’ es una grave distorsión que divide y margina. Y va en contra de los mensajes centrales de la Biblia. Para confirmar, vayamos a algunos textos bíblicos.
Cuando el grupo fugitivo de las garras de los faraones de Egipto, encabezados por Josué, entró en las tierras de Canaán, se encontraron con otros grupos provenientes de varias regiones. Todos llevaban el mismo anhelo de libertad y buscaban tierra para trabajar. Hubo una hermosa compenetración entre los grupos, realizaron una asamblea dando vida a la liga de tribus. Todo está registrado en el capítulo 24 de Josué. Era una organización solidaria, sin ejército al que atacar. Asumieron a Yahvé, el Dios de los fugitivos de Egipto, como el único Dios. Por experiencias negativas, excluyeron la construcción de templos y la figura de los sacerdotes. Celebraban la presencia de Yahvé en sencillos altares de piedra (Jueces 6:19-24). Eligieron levitas, de la tribu de Leví, para presidir las celebraciones (Josué 3:3; 8:33). Su misión era mantener viva la presencia y la fidelidad a Yahvé en medio de las tribus. No podían poseer tierras, para evitar posibles abusos. Debían vivir una vida austera, con las ofrendas de las tribus. Así surgió el ‘diezmo’, algo totalmente nuevo en la historia de los pueblos antiguos (Dt 18,1-5).
La organización de las tribus sufrió duros golpes por la agresión de los pueblos vecinos (filisteos) y la codicia de los que querían poseer más (Jueces 9:1-15). Y estos lograron abrir las puertas a la monarquía, en una desafortunada asamblea que puso fin a la hermosa experiencia de las tribus. Esto tuvo lugar en el santuario de Ramá, alrededor del año 1050 aC (1 Samuel 8:1-22). La defensa a favor de la liga de tribus del juez Samuel fue en vano. El rey Salomón (970-931 aC), para ganarse la simpatía popular, hizo construir un templo grandioso, considerado una de las maravillas de la antigüedad. Y con el templo llegaron los sacerdotes. Los descendientes de los levitas no se acobardaron ante las perversidades de Salomón; resistieron, denunciándolo: “Salomón hizo lo malo ante los ojos de Yahvé, y no le fue fiel en todo, como su padre David… 6-9). Yahvé estaba enojado con Salomón porque su corazón se había apartado de Yahvé” (1 Reyes 11:6-9).
De en medio del movimiento de los levitas surgieron los ‘profetas de Yahvé’, fieles a la memoria de las tribus, en permanente conflicto con la corte real, con los falsos profetas y los sacerdotes del templo, apegados al poder, beneficiados de varios privilegios. Elías, Eliseo, Amós, Isaías, Oseas, Miqueas, Jeremías, fueron luchadores despiadados contra los sacerdotes y los falsos profetas. Está el raro caso de Ezequiel, uno de los principales sacerdotes del templo que, llevado al exilio en Babilonia, recobró el juicio, asumió sus responsabilidades y se convirtió en profeta de Yahvé.
Con el regreso del exilio, aparecieron dos proyectos de reconstrucción: uno en torno a la reconstrucción del templo, con el apoyo de los reyes de Persia, encabezados por el sacerdote Esdras y el gobernador Nehemías; el otro proponiendo la reconstrucción del Reino de Yahvé, en la línea de los profetas de Yahvé. Ganó el proyecto de reconstrucción del templo, con los sacerdotes al frente. Las leyes comenzaron a dominar. El legalismo avanzó. En tiempos de Jesús, quienes mandaban en todo eran los sumos sacerdotes, los jefes de los sacerdotes, los doctores de la Ley (élite religiosa), y los saduceos (élite económica); todos ellos vinculados al Imperio Romano, representado por el gobernador Pilatos y su lacayo, el rey Herodes.
Los discípulos de Jesús no querían ni oír hablar de sacerdotes en el molde del templo, tal era la indignación contra ellos. Pensaron en un nuevo tipo de sacerdocio, como consagración de sus vidas a la misma misión de Jesús de Nazaret: “Os exhorto, hermanos, a ofrecer vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo y agradable a Dios: este debe ser su auténtico culto”. (Rom 12, 1). Por eso se habla de sacerdocio entendido como consagración, como culto espiritual. Y eso vale para todos los discípulos de Jesús, sin distinción. En ese tiempo, no se mencionaba la distinción entre clérigos y laicos. La carta a los Hebreos presenta a Jesús como Sumo Sacerdote, pero no al estilo de los sumos sacerdotes del templo, ofreciendo sacrificios de animales. Era un sacerdote ofreciéndose a sí mismo, su vida, por la redención de toda la humanidad. Y de una vez por todas (Hb 7, 26-28), inutilizando así el antiguo sacerdocio (Hb 10, 1-7).
El libro del Apocalipsis y la primera carta de Pedro aparecen a finales del siglo I e insisten en el sacerdocio común (Ap 1,6; 5,10; 20,6; 1 Pe 2,5,9) como consagración a la misma misión de Jesús (Lc 4,18-21). Esta consagración es para todos, no es propiedad de nadie. El sacerdocio es consagración a la misma misión de Jesús, no es función exclusiva de un grupo; es para todos los discípulos de Jesús. Por lo tanto, no es correcto llamar solamente a los padres como sacerdotes.
En las primeras comunidades no se usaba ni la palabra ‘sacerdote’ ni la palabra ‘padre’. Los que ejercían alguna responsabilidad eran llamados “anciano, presbítero” (Hch 14,23; 20,17; 1 P 5,1; Tito 1,5; Santiago 5,14; …). Ellos devían vivir la consagración al sacerdocio de Jesús de Nazaret como presbíteros; y los laicos como laicos. En los primeros tiempos los mártires eran considerados los más cercanos al sacerdocio de Jesús de Nazaret. Ellos “salieron de la gran tribulación, y lavaron y emblanquecieron sus vestidos en la sangre del cordero” (Apoc. 7:14). Después de todo, el documento del Concilio Vaticano II, que trata de la renovación de la vida de los sacerdotes, se titula “Del orden de los presbíteros”, no “Del orden de los sacerdotes”.
La gran crisis que actualmente vive toda la humanidad es una crisis de sentido, de significado: ¿Qué sentido debemos darle a la vida? En la Iglesia también podemos llamarlo ‘crisis de espiritualidad’. Es decir, crisis de estilo de vida. Y la verdadera espiritualidad, fuente indispensable de todas las demás, es la espiritualidad del seguimiento de Jesús: discípulos misioneros de Jesús de Nazaret, Maestro y Señor. Las casas de formación de los futuros presbíteros (seminarios) deben ser un vivero de personas que han elegido vivir el seguimiento de Jesús como presbíteros. Vale la pena insistir: el sacerdocio es consagración a la misma misión de Jesús; y esto es cierto para todos los cristianos. Presbíteros son aquellos que han decidido vivir el sacerdocio de Jesús como presbíteros. El sacerdocio es consagración permanente; presbítero es ministerio, es servicio; marcado por la provisionalidad. El gran fracaso que hubo fue identificar sacerdocio con presbiterio. Hasta el día de hoy, sufrimos las consecuencias.
Los párrocos – presbíteros no pueden aceptar ser reducidos a hombres del rito, del altar, del ambón, de lo sagrado. Su vocación es hacer que todos los miembros de las ‘parroquias’ -como vimos en la primera carta de Pedro- permanezcan firmes en el seguimiento de Jesús de Nazaret, Maestro y Señor. Los presbíteros no pueden ser el centro de todo, no pueden estar por encima de la caridad, el compartir y la comunión. Deben asociarse con líderes en la evangelización. Los párrocos – presbíteros discípulos de Jesús de Nazaret sabrán ver y valorar a tantas personas sedientas de participación activa. Personas que ya no aceptan simplemente ejecutar órdenes desde arriba o desde afuera. Quieren ser protagonistas eclesiales, sujetos y no objetos, ciudadanos creadores ante los inmensos desafíos de hoy. Con párrocos – presbíteros discípulos de Jesús de Nazaret, surgirán tantos ministerios eclesiales al servicio de las comunidades y de las necesidades de la gente del lugar.
Es interesante notar que en la organización básica de las pequeñas comunidades de los discípulos de Jesús, durante los tres primeros siglos, había tres servicios (ministerios): presbítero, diácono y obispo. ‘Obispo’ es una palabra que proviene del griego antiguo y significa: centinela vigilante, supervisor vigilante, guardián. Era elegido entre los presbíteros y una de sus tareas era colocar presbíteros en las Pequeñas Comunidades (Carta a Tito 1:5; Fil 1:1)). Pero, sobre todo, los obispos debían ‘velar’, cuidar, para que todos los miembros de las Pequeñas Comunidades crecieran en el seguimiento de Jesús. No eran empleados de una institución, sino testigos del seguimiento de Jesús. La mayor manifestación de este testimonio era el martirio (Ap 7,13-14). Desde el principio siempre hubo desviaciones y debilidades. Obispos, presbíteros y diáconos debían sanar y corregir estas debilidades (Tit 1, 5-16; 1 Ped 5, 1-4; Hch 20, 28-35). Y ellos debían vivir estos servicios con un fuerte espíritu misionero. De hecho, la figura del misionero itinerante era el servicio más bendecido y más valorado. Pablo de Tarso preparó y atendió a un buen grupo de misioneros itinerantes.
Volviendo a los presbíteros de hoy, podemos decir que sólo una sólida base antropológica existencial en la línea del sentido de la vida, una profunda espiritualidad de seguimiento de Jesús de Nazaret, Maestro y Señor y una sana experiencia eclesial pueden rescatar la belleza del ministerio presbiteral. Sin ella, pueden convertirse en una función institucional fría y autoritaria; e incluso un peso insoportable. Que haya fidelidad, fecundidad y creatividad para vivir este servicio tan precioso y tan lleno de sentido.
Para llegar a esta nueva perspectiva de la parroquia y de los párrocos, es urgente un proceso formativo en el sentido existencial, místico y popular. ‘Formación’ es la unión de dos palabras: forma – acción. Es decir: toda acción necesaria para alcanzar una determinada forma. Y aquí entendemos ‘forma’ en sentido existencial, es decir: estilo de vida, modo de vivir la vida; y en sentido bíblico: ‘forma de Jesús’, es decir, el estilo de vida de Jesús de Nazaret, Maestro y Señor, como tanto insiste Pablo de Tarso: “Hijos míos, por vosotros vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo se forme en vosotros” (Ga 4:19). Y en la carta a los Filipenses, Pablo explica muy bien lo que quiere decir con la ‘forma de Jesús’: “Tened en vosotros los mismos sentimientos que tenía Cristo Jesús” (Fil 2, 5). Esto supone conocer bien y con la mayor fidelidad posible al Jesús histórico, tal como aparece en los evangelios. Jesús de Nazaret no es un mito, no es una invención ‘teológica’; fue una persona concreta, que vivía en un tiempo y lugar determinados. Vivió una existencia humana tan humana, tan verdadera, que sólo podía ser el Hijo de Dios.
En una “casa de formación” Jesús de Nazaret debe ser considerado como el formador más importante y debemos sentarnos a sus pies como formandos, como María, hermana de Marta y Lázaro (Lc 10, 38-40). Siempre seremos ‘formandos’. ¿Y los institutos o facultades de teología? Lamentablemente, hay el peligro de reducir Dios a materias escolares. Muchos piensan: necesito estudiar dogmática, la Biblia, los sacramentos, derecho canónico, etc. para tomar notas y pasar. Esto es perversidad y puede ocurrir tanto en las facultades pontificias de Roma como en el instituto teológico de una diócesis perdida en este inmenso Brasil; e incluso en los cursos de formación que se realizan en las parroquias.
Cuando se habla de la formación de los futuros presbíteros, hay experiencias interesantes donde la presencia de las comunidades es significativa y muy positiva. La escucha sincera y humilde de la vida de las comunidades, del pueblo, ayuda al futuro presbítero a discernir, a crecer, a decidir y a actuar en comunidad, superando posturas autoritarias y agresivas. La convivencia con el pueblo, sobre todo, con los pobres y descartados, con sus alegrías y dolores, debilidades y sueños, ayuda a entrar en profunda comunión con Dios, Padre de los pobres, plenamente revelado en su Hijo Jesús de Nazaret, nuestro Maestro. El futuro presbítero, que aprende a sustentar sus estudios viviendo de su trabajo, madura humana y espiritualmente. Se convertirá en un pastor “con olor a oveja”, como insiste el Papa Francisco: “Hai dos cosas que el pueblo de Dios no puede aceptar en los padres: un padre apegado al dinero y un padre que maltrata a las personas” (homilía en Santa Marta, 21/11/2014). Desde su proceso formativo, el presbítero buscará vivir, con inmensa alegría interior, las recomendaciones del autor de la primera carta de Pedro, presbítero de la Iglesia de Roma, enviada a los presbíteros de las pequeñas comunidades de Jesús de Nazaret, ubicadas en Asia Menor (actual Turquía): “Cuida el rebaño de Dios que se te ha confiado, cuidándolo, no por obligación, sino por tu propia voluntad, como Dios quiere; no por ganancia vergonzosa, sino con generosidad; no como propietario, sino como modelo. Así que cuando aparezca el supremo Pastor, recibiréis la corona de gloria que nunca se marchita” (1 P 5, 2-4).
Qué bueno es hablar de la vida del valiente Pablo de Tarso. Fue un alumno sumamente inteligente, asistió al mejor colegio judío de Jerusalén, dirigido por el doctor de la Ley Gamaliel (Hch 22,2-4). 20 años después, ya discípulo de Jesús y misionero del Reino, desde el frío y húmedo sótano de una prisión del Imperio Romano, encarcelado por su fidelidad al seguimiento de Jesús, escribe unas palabras de fuego: “Todo lo considero un pérdida, ante el bien superior, que es el conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo he perdido todo, y todo lo estimo como basura, para ganar a Cristo y ser hallado en él” (Fil 3, 8-9). ‘Conocimiento’ en la Biblia significa ‘sentir, experimentar, seguir’. Por seguir a Jesús, consideraba todo como basura (estiércol en la traducción literal), incluida la universidad a la que asistió. Vivió el seguimiento de Jesús con una radicalidad impresionante. Difícil acercarse a Paulo, pero este es el camino. ¿Algún llamado?
Aprendiendo de la historia
Volvamos a la historia, porque es maestra de vida. Las Pequeñas Comunidades no son una creación de hoy. El día de Pentecostés, después de que Jesús ascendió al cielo, marcó el nacimiento de la Iglesia, para continuar la misión de Jesús, en el tiempo y en el espacio (Hechos 1:8; 2:1-47). En los textos sagrados aparecen noticias de grandes multitudes seguidoras de Jesús (Hch 2,41; 4,32-34). Era para afirmar la hermosa y grande adhesión al seguimiento de Jesús; pero la experiencia venía ocurriendo en las Pequeñas Comunidades. Desde el principio, la Iglesia se organizó en Pequeñas Comunidades de discípulos y discípulas de Jesús de Nazaret. Se reunían en las casas de los participantes. Lo podemos ver entre líneas en los Evangelios (Mc 4,10-11; Lc 10,5-7), en los Hechos de los Apóstoles (Hch 16,15; 28,30) y especialmente en las cartas de Pablo (Rom 16,3-5). Es cierto que gozaban de tranquilidad en ciertos momentos y lugares (Hechos 6:7; 9:31), pero esto no era lo normal. Pronto aparecieron las calumnias y los conflictos (Hechos 4:15-20). Una vez más, el capítulo 5 de Hechos informa que los apóstoles fueron arrestados. Liberados milagrosamente, siguieron la orden del ángel del Señor: “Id al templo y proclamad sin miedo al pueblo todo lo que se refiere a este nuevo modo de vida” (Hch 5,20). Este ‘nuevo estilo de vida’ era el estilo de vida de Jesús de Nazaret, el Resucitado. Y esa fue, y sigue siendo, la misión de los discípulos de Jesús. Los Doce y los que vinieron después se esparcieron por diversas regiones del Imperio Romano, sufriendo sospechas, calumnias, amenazas, persecuciones, incluso muertes violentas, por ser misioneros de la buena nueva del Reino.
El Imperio Romano no apoyaba movimientos y religiones universales, que se dirigían a todos los pueblos. Adoptó la táctica de ‘dividir a los pueblos para dominarlos mejor’ (en latín: divide et impera!). Se consideraba a sí mismo el único ‘benefactor’ de la humanidad. La ideología del Imperio decía: el dios ‘destino’ entregó al Imperio Romano el dominio de todos los pueblos, para inaugurar la edad de oro de la humanidad. Veía a los rebeldes al Imperio como enemigos de la humanidad y había que eliminarlos con dureza. El control del Imperio era muy fuerte.
En Roma, capital del Imperio, cerca del Coliseo -el circo más grande de la antigüedad- se encontraba la cárcel Mamertino, donde estaban recluidas las personas más peligrosas para la seguridad del Imperio. Los apóstoles Pablo de Tarso y Simón Pedro pasaron un tiempo juntos en la prisión Mamertino, de donde casi siempre salían para ser muertos. La tradición dice que Pedro fue crucificado hacia el año 64 dC, pidiendo a sus verdugos: “Crucifíquenme boca abajo, porque no soy digno de mi Jesús”. Pablo se quedó encarcelado por más tiempo. Según la tradición, fue decapitado vivo, fuera de los muros de la capital, ya que ningún ciudadano romano podía ser crucificado dentro del área capitalina de Roma. Probablemente fue en los primeros meses del año 67 d.C. Estos fueron los tiempos terribles del emperador Nerón, quien había ascendido al trono a la edad de 17 años y gobernó entre los años 59 y 68 d.C., cometiendo delitos de toda índole.
La liturgia celebra el 30 de junio la memoria de los primeros mártires (protomártires) de Roma, durante el emperador Nerón, loco y sin juicio. El Papa Clemente I (tercer Papa después de San Pedro, en los años 88-97 dC, muerto mártir), en una importante carta enviada a las comunidades de Corinto, informa que Nerón provocó un gran incendio en la ciudad de Roma, en julio del 64 , y muchos cristianos fueron asesinados en el área del Vaticano.
El historiador Tácito (56-117 d.C.), cónsul romano, vinculado al Imperio, en sus escritos denominados ‘Anales’, trae importantes noticias sobre Jesús de Nazaret y sobre la persecución de Nerón contra los cristianos: “Nerón entregó a los más horribles suplicios a estos hombres aborrecidos por sus prácticas, a los que el pueblo llamaba cristianos. Este nombre proviene de Cristo, quien bajo el reinado de Tiberio fue condenado a suplicio por el procurador Poncio Pilatos. Esta secta perniciosa, suprimida en un principio, volvió a extenderse, no sólo en Judea, donde tuvo su origen, sino en la misma ciudad de Roma, donde confluyen y encuentran adeptos todas las perversidades y vergüenzas del mundo entero… Cristianos cubiertos de las pieles de las fieras eran desgarradas por perros furiosos, otros eran crucificados, en otros se encendía fuego al anochecer para que sirvieran de alumbrado nocturno” (Tácito, Anales XV, 44). Tácito, el más grande historiador de la época, al hablar mal de Jesucristo y de los cristianos, sin quererlo, dio un extraordinario testimonio de la existencia histórica de Jesús de Nazaret. ¿Por qué, entonces, existen todavía tantas dudas sobre su existencia histórica?
Las Pequeñas Comunidades se reunían clandestinamente, con poca gente, porque el control del ejército era grande. Nunca los seguidores de Jesús pudieron construir templos, organizar grandes concentraciones, como sucedió en otras religiones. Y ni siquiera persiguían eso. Durante los tres primeros siglos del cristianismo, sólo existían Pequeñas Comunidades que se reunían en casas. La primera carta de Pedro las llamó ‘parroquia’, como vimos arriba. Los textos sagrados del Nuevo Testamento revelan esta hermosa y gran red de Pequeñas Comunidades.
Muy hermoso y significativo fue el encuentro del Apóstol Pablo con los responsables (ancianos, presbíteros) de las diversas pequeñas comunidades esparcidas por la región de Éfeso (Hch 20, 17-38). Tuvo lugar en la ciudad portuaria de Mileto (actual Turquía), cerca de Éfeso. Vale la pena releer y meditar. Las Pequeñas Comunidades han crecido asombrosamente; simplemente leer en las líneas y entre líneas los textos del Nuevo Testamento para descubrir este hermoso itinerario. Pero, no todo fue perfecto. Se produjeron tensiones, divisiones, abandonos, en las pequeñas comunidades de Pablo (1Cor 1,10-16; 2Tm 4,9-18; Gal 1,6-10), de Juan (1Jn 2,19), y otros.
Eso fue hasta el año 313 dC, cuando Constantino, Emperador Romano de Oriente, promulgó, junto con Licinio, Emperador Romano de Occidente, el famoso ‘Edicto de Milán’ – también llamado ‘Edicto de Tolerancia’ – declarando al cristianismo una “religión permitida”. El cristianismo fue legalizado. Los eruditos estiman que la población del inmenso Imperio Romano en ese momento era de alrededor de 50 millones (otros eruditos afirman más), de los cuales 10 millones ya eran cristianos (20% de la población!). Y eso, sin templos, sin concentraciones, sin grandes organizaciones. Solo Pequeñas Comunidades dispersas por miles en gran parte del territorio del Imperio; en particular: en Asia Menor (ahora Turquía) y en los países de la costa del Mar Mediterráneo (África del Norte, Grecia, Italia, España, Francia, Siria, Líbano, Palestina, Malta, Chipre).
En el año 325 d.C., el emperador Constantino convocó el Concilio de Nicea (en la actual Turquía), con el fin de resolver las tensiones y conflictos que amenazaban la paz y la unidad del Imperio Romano. El Concilio definió la naturaleza divina y humana de Jesús. Participaron 300 obispos, la gran mayoría provenientes de Pequeñas Comunidades. Todo esto gracias también a la madre de Constantino, Helena. De origen pagano, se hizo cristiana humilde y se dedicó al cuidado de los pobres. Años después de su muerte, fue proclamada Santa Helena.
A partir de entonces, se pudieron construir templos cristianos. Pero la situación realmente cambió a partir del año 380 después de Cristo, cuando el emperador Teodosio (nacido en el año 347, emperador en el año 379 hasta su muerte, en el 395) declaró el cristianismo como “religión oficial del Imperio”. Potente guerrero, de temperamento fogoso ya la vez humilde, con generosidad comenzó a financiar la construcción de templos cristianos. Esto permitió el rápido crecimiento del cristianismo. Pero, también hubo fallas. La bella figura del presbítero misionero animador de las Pequeñas Comunidades, poco a poco, fue sustituida por la figura del ‘sacerdote del altar’, prestando servicio en los templos cristianos. La espiritualidad del discipulado de Jesús decayó mucho, los ritos y devociones se multiplicaron, los líderes religiosos dieron cobijo a los poderes corruptos. Los templos vaciaron las Pequeñas Comunidades. Hasta el día de hoy, todavía sufrimos las consecuencias.
Creemos que en nuestro tiempo la salida a muchos problemas son las Pequeñas Comunidades, donde se descubre y se vive mejor el seguimiento de Jesús de Nazaret, Maestro y Señor. Tendrán que ser veraces, fieles y firmes, con un fructífero proceso de formación permanente. Con esto, no se trata de vaciar iglesias y catedrales principales. Al contrario, se trata de llenar los templos de tantas Pequeñas Comunidades de discípulos de Jesús, esparcidas por todo el territorio. Así, Celebraciones, Misas, Sacramentos adquirirán una fecunda dimensión existencial, un sabor místico-popular y una alta dosis de espiritualidad, la del seguimiento de Jesús Maestro y Señor.
Siempre caminando
Echemos ahora un vistazo a las parroquias de hoy, apuntando, ante todo, a todo lo positivo que hay en ellas. Son muchas las cosas buenas que aparecen, como la entrega libre, humilde, gozosa, de tantas, muchísimas personas, cumpliendo fielmente los servicios, desde los más humildes hasta los que exigen una alta dosis de responsabilidad.
Al mismo tiempo, para no caer en la rutina, es bueno hacerse preguntas que puedan ayudar a cuestionar y mejorar: ¿está todo al 100% en nuestras parroquias? ¿Hay más “grupos fechados en si mismos” o comunión eclesial profunda, la que nace del seguimiento de Jesús de Nazaret? ¿Hay más párrocos administradores o párrocos discípulos misioneros, que ayuden a las comunidades a ser fraternidades de discípulos peregrinos hacia la patria definitiva? El ‘espíritu’ de la parroquia, como acabamos de ver, ¿está presente en los consejos pastorales, económicos y administrativos? ¿En grupos, pastorales y movimientos? ¿Qué más hacer, específicamente? ¿Cómo? ¿Cuándo?
El nombre de Jesús se pronuncia mucho en las reuniones, en las celebraciones; pero ¿de qué Jesús se habla? ¿Dónde está Jesús de Nazaret, el profeta misionero itinerante del Reino de Dios, visitando decenas de pueblos y lugares de Galilea, sanando enfermos y expulsando demonios? ¿Las parroquias hoy cultivan la espiritualidad peregrina? ¿Son el lugar de una profunda experiencia de la Santísima Trinidad, siendo, al mismo tiempo, una presencia profética y liberadora en el territorio?
Al entrar en las actividades de una parroquia, ¿sientes la espiritualidad de la encarnación, de la trascendencia, del Éxodo permanente? En las parroquias, ¿hay más burocracia o afán de santidad? ¿Hay más papeleo o gusto por caminar? ¿Hay más olor a comercio o a compartir? ¿Hay más atención a las personas necesitadas, descartadas, desilusionadas, o son más como un grupo de seres anónimos? ¿Ayudan a emprender el vuelo o conducen más a una vida baja, sin alas, sin sueños? Las tantas, tantas fiestas religiosas del santo patrón, patrona, ¿ayudan a gozar de las alegrías de la vida presente y, al mismo tiempo, a vivir esta vida como una residencia temporal? ¿Las celebraciones alimentan la espiritualidad del peregrino? ¿Atraen, alegran el corazón, llenan de emoción y convicción? De ternura y coraje?
Veamos un peligro muy serio: la vida de las parroquias está marcada por una serie de actividades a lo largo del año, que ya se han definido al comienzo del año. Sólo se necesitan ejecutar. En el inicio de enero continuan a las fiestas navideñas. Luego toca pensar, organizar, ejecutar la Cuaresma, la Semana Santa. Después de Semana Santa, hay que cuidar la importancia de las comunicaciones sociales, para entrar en el mes de mayo, dedicado a la devoción de Nuestra Señora. Junio ofrece un poco de descanso, porque nadie es de hierro. Y luego viene la preparación y celebración de agosto, el mes dedicado a las vocaciones. Septiembre es el mes bíblico, octubre es el mes misionero. Noviembre ya es la preparación para la fiesta de Navidad. Y así termina otro año. Y todos los años es el mismo rito. Sólo ejecutarlo, y eso es todo.
Es la rutina habitual. No mueve, no despierta proyectos de vida, de pastoral, en la línea transformadora. No despierta energías. Todo ocurre a los empujones. No existe un hilo conductor que sepa unir, recrear, refundar el camino, utilizando, de manera formativa, las diversas propuestas que se ofrecen a lo largo del año. No hay mística en la línea existencial, popular. Jesús de Nazaret es mencionado sólo de pasada, no marca nuestros sentimientos y opciones de vida. ¿Es eso lo que sucede aquí y allá? ¿Qué hacer? No se trata de tirar todo a la basura, sino de pasar de una pastoral dilatada y repetitiva a una pastoral fecunda, creativa, protagónica. Una pastoral capaz de hacer de cada parroquia una fraternidad de peregrinos, profundamente encarnados en la realidad en que viven, hacia la patria definitiva.
El Papa Francisco, al lanzar la hermosa Exhortación Apostólica “La Alegría del Evangelio” (2013), llama a la Iglesia Católica a transformarse, decididamente, en una “Iglesia en salida”, en estado de misión permanente, alcanzando a las personas en sus situaciones concretas. Esto afectará profundamente la vida de las comunidades/parroquias/diócesis; y también a las diversas asociaciones, movimientos y grupos. Felices las instituciones pastorales, los grupos y movimientos eclesiales, que se dejan interpelar, entrando en un hermoso proceso de conversión permanente, tanto a nivel personal como a nivel pastoral, social y eclesial.
Es importante transformar las parroquias actuales, geográficamente extensas en la zona rural y densamente pobladas en los barrios de las grandes ciudades, en tantas Pequeñas Comunidades de discípulos de Jesús de Nazaret, Maestro y Señor. De esta forma, las parroquias podrán transformarse en centros de profunda espiritualidad, dejando de ser meros distribuidoras de ritos y celebraciones. Los movimientos pastorales y eclesiales, guiados por la fuerza del Espíritu, encontrarán el lugar que les corresponde en esta visión mística y militante de la parroquia. Esta es la hermosa noticia que estamos redescubriendo. Sin esto, la misma perspectiva de la parroquia “comunidad de comunidades” puede caer en una nueva técnica pastoral, sin vida, sin mística. Y acaba dejando un cierto vacío existencial.
Como hace bien recordar las recomendaciones de Pablo a los presbíteros misioneros de las ‘parroquias’ (Pequeñas Comunidades) de Éfeso y alrededores, en el momento de su despedida final: “Mirad por vosotros y por todo el rebaño, porque el Espíritu Santo vos constituyó guardianes… Vigilantes… No codicié la plata, el oro o la ropa de nadie. Tened presente las palabras del Señor Jesús, que dijo: ‘Más felicidad es dar que recibir’” (Hechos 20:28-35). Unos 15 años después, el mismo Pablo de Tarso, en un momento difícil del camino de las Pequeñas Comunidades (2Tm 3,1-9), escribe una hermosa carta desde la Cárcel Mamertino a Timoteo, presbítero misionero animador de las Pequeñas Comunidades de la región de Éfeso. Es un verdadero testamento espiritual: “Combati el buen combate, terminé la carrera, guardé la fe… El Señor me librará de todo mal y me salvará para su Reino. ¡A él sea la gloria por los siglos de los siglos! Amén” (2 Timoteo 4:6-7:18). Unos meses más tarde fue decapitado, probablemente en la primavera del 67 d.C. No murió como un perdedor, sino como un vencedor sobre un sistema de muerte y opresión. Según una antigua tradición, al momento de ser decapitado, proclamó: “¡Creo en Jesucristo resucitado!”. La tradición también dice que su cabeza se cayó dando tres saltos. En cada salto apareció una mina de agua. Aún hoy en las afueras de Roma existe este lugar, llamado Iglesia de las Tres Fuentes. Las Pequeñas Comunidades crecieron y se extendieron gracias al testimonio de cientos de mártires.
En los últimos tiempos, el Papa Francisco ha insistido mucho sobre el ‘sínodo’, una palabra del griego antiguo que significa: caminar juntos. El verbo correspondiente significa: caminar junto a alguien. De ahí la palabra ‘sinodalidad’, que significa ‘estilo de vida necesario para caminar juntos’. Es importante plantear algunas preguntas: ¿este clima sinodal alimenta a las parroquias, al presbiterio, a la diócesis y a la sociedad en la que vivimos? ¿Se vive este clima al asignar/trasladar párrocos/obispos? ¿Se tienen en cuenta las situaciones y necesidades locales? ¿Se consideran los dones y valores de las personas que mejor pueden servir en esa realidad particular?
Para caminar verdaderamente juntos es necesario tener algo en común, un proyecto de vida y de trabajo. Sin la intensa espiritualidad del seguimiento de Jesús, tratando de tener los mismos sentimientos y opciones de vida (Flp 2,5), es casi imposible vivir la sinodalidad.
A partir de la década de 1950, en la Iglesia de Brasil y del mundo, crecieron grupos, movimientos, nuevos tipos de comunidad (llamadas ‘nuevas comunidades’). Era para responder a la sed de espiritualidad que no encontraban en las parroquias, totalmente enfrascadas en celebraciones, ritos, sacramentos, festividades. La intención era positiva; pero, lamentablemente, en general, no ofrecían la espiritualidad del seguimiento de Jesús. Se quedaron más en devociones, o en posturas cerradas, rígidas, con peligrosas desviaciones. De esta manera, no hay futuro.
Ir a otras Iglesias tampoco es la solución. A menudo, se encuentran con situaciones aún peores. El espectáculo más triste es ver la manipulación del nombre de Jesús de Nazaret. Santo nombre tratado con arrogancia, reducido a ‘chicle’, estirado de aquí para allá. Las Iglesias cristianas -incluidos sectores de la Iglesia Católica- secuestraron a Jesús de Nazaret, lo redujeron a objeto de devoción, lo confinaron en los llamados espacios sagrados, entre el altar, el ambón, sermones, cánticos y alabanzas, hasta no decir nada a la pobre humanidad de hoy. Es muy grave querer convertir a Jesús de Nazaret a nuestros gustos y bolsillos, y eso pasa mucho. El desafío es convertirnos, personalmente y como sociedad, a la propuesta de Jesús, que es el Reino de Dios. Y esto requiere un proceso permanente de conversión, fuente de transformación y de mucha alegría interior.
El tema de la ‘parroquia’ así tratado está abierto a iniciativas valientes y hermosas. Más que una nueva técnica pastoral, se trata de contenido, de una alta dosis de espiritualidad. Este esbozo de ‘parroquia’, seguido por decenas en las parroquias actuales, podría ayudar a abrir nuevos caminos, más participativos y más corresponsables; y recuperar su vocación original de ‘parroquia’, como vimos en la primera carta de Pedro.
Sobre todo, generará un nuevo rostro de presbítero. No como empleado de una institución religiosa, sino como discípulo de Jesús de Nazaret. Buscará ser un profeta itinerante del Reino de Dios, el poeta de la ternura y la compasión, el cuidador de la vida, el defensor de los últimos, el libertador de los demonios de la codicia y la ambición. Será un articulador de los valores del Reino de Dios para ayudar a construir la ciudadanía hoy. Transformará la parroquia en tantas pequeñas ‘parroquias’, donde todo es servicio. Surgirán varios ministerios laicos, valorados y reconocidos como ministerios eclesiales. Crecerá en el pueblo la alegría de vivir, la comunión eclesial y una bella y valiente presencia misionera al servicio de la ciudadanía para todos.
Sabemos que es casi imposible vivirlo al 100% todos los días, pero es importante saber el camino a seguir, cayendo y levantándose, soñando y luchando, siempre.
Texto abierto a observaciones y sugerencias. Con gratitud.
Belén (PA), 17/03/2022
Luis Mosconi, presbítero