DOMINGO XXI DEL TIEMPO ORDINARIO
“Donde no hay encuentro con Cristo no hay Iglesia, aunque haya estructuras o costumbres llamadas eclesiales”.
23 de agosto del 2020
XXI DOMINGO ORDINARIO
Mt 16, 13-20
“Por eso yo la seduciré; la llevaré al desierto y le hablaré al corazón… y ella me responderá allí como en los días de su juventud, como el día en que salió de Egipto”.(Os 2, 16-17). El texto del evangelio que hemos escuchado me recuerda estas palabras del profeta Oseas, sobre la imagen de la relación matrimonial entre Dios-Yahvé y su pueblo. Considerando que Mateo nos habla del nacimiento del nuevo pueblo de Dios, y aprovechando que en este texto Jesús habla de la Iglesia, creo que no es exagerado comparar este diálogo de Jesús con sus discípulos con el diálogo de Dios-Yahvé con su pueblo, como lo recuerda el profeta Oseas. Echándole un poco de imaginación, Jesús lleva a su Iglesia, representada en los apóstoles, al desierto, camino a Cesarea de Filipo. Ya no estaban en la seguridad de sus terrenos, sino en tierra de paganos. Ahí sucede un diálogo muy profundo y sincero, como el de los enamorados, según la imagen sugerida por el profeta Oseas.
Se trata de un dialogo que evoca la relación estrecha de Yahvé con su pueblo en el Antiguo Testamento. Para Mateo Jesús es el nuevo Moisés que ha venido a constituir el nuevo pueblo de Dios por medio de la ley del Espíritu. Ahora, invita a sus discípulos a sincerarse hacia él, ¿quién es para ellos? Como si les pidiera externar ¿cuáles son sus sentimientos para con él? Ellos le contestan que es todo para ellos, el Mesías, el Hijo de Dios vivo. A partir de esta respuesta, Jesús les llamará Iglesia, “Desde ahora los llamaré amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí a mi Padre”(Jn 15, 15). Pueda caber aquí todo el discurso de Jesús a sus discípulos en la última cena: “Como el Padre me amó, así los he amado yo. Permanezcan en mi amor(Jn 15, 9). En realidad sólo se dirige a Pedro para llamarlo “piedra”, sobre la cual edificará su Iglesia. El hecho es que del verdadero conocimiento de Cristo nace la Iglesia. Donde se conozca realmente a Cristo hay Iglesia. Donde no hay encuentro con Cristo no hay Iglesia, aunque haya estructuras o costumbres llamadas eclesiales. Para tener una Iglesia misionera y compasiva es necesario es necesario que entre en
este diálogo amoroso, que se da en la liturgia y la escucha de la Palabra. Pedro(la Iglesia con él) proclama: “Tú eres el Mesías”, Jesús responde: “tú eres Iglesia”. Para continuar con la lectura alegórica de este pasaje recuerdo aquí nuevamente al profeta Oseas: “Aquel día, oráculo del Señor me llamarás ‘Mi marido’, y no me llamarás ́Baal mío’”.(Os 2, 18). Será un conocimiento en la verdad, no en la idolatría.
“La vida eterna consiste en que te conozcan a ti único Dios verdadero, y a Jesucristo tú enviado”(Jn 17, 3). No es que Jesús esté pasando por una crisis de identidad, todo lo que ha hecho y dicho hasta ahora refleja una unidad de vida admirable. No es un problema de autoconocimiento. Está en juego la vida eterna de la humanidad, que depende del conocimiento de Dios, al cual sólo podemos llegar por Jesucristo: “…y al Padre lo conoce sólo el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”(Mt 11, 27b). Hablando del conocimiento en general, se puede decir que por medio de este vamos asimilando todo lo que falta para nuestra perfección, es una especie de alimento para nuestro espíritu. Este se alimenta de la verdad y aspira hacia la Verdad Eterna que, para nosotros los creyentes, se ha manifestado en Jesucristo, Camino, Verdad y Vida.
Es tan importante la actividad de conocer la Verdad que san Juan, en cuya comunidad hay discípulos que vienen de la cultura griega, experta en el conocimiento de la razón, presenta a Jesús como Logos, es decir como Pensamiento, Sabiduría de Dios. Claro que se trata de un Logos hecho persona, no una simple doctrina o conjunto de ideas desencarnadas, asépticas, como la filosofía gnóstica a la que se enfrenta el evangelista. Para san Juan el verdadero conocimiento se da por la fe en Jesucristo, y como todo conocimiento interpersonal, no basta el razonamiento para comprender, es necesario involucrar todo nuestro ser para aproximarnos al corazón del otro: razón, afectos, sensibilidad, intuición, imaginación, etc. Juan, traduce Logos como Palabra, que contiene la vida y la luz para los hombres(Jn 1, 4). El conocimiento que se arranca Dios desde lo más profundo de sí mismo, no puede ser tomado a la ligera como una mera idea o una emoción, es necesaria la actitud de discípulo, poner todo nuestro ser en movimiento detrás de la Palabra hecha carne.
Jesús sabe de la importancia del conocimiento, que de él depende la vida natural y sobre natural. Pero, también, sabe de los malos entendidos que se dan en la comunicación. Sabe que de lo que se comunica a lo que se entiende hay diferencia y, a veces, oposición. Las dificultades que tenemos entre nosotros para la comunicación. Recordemos el “teléfono descompuesto”, es la historia de todos los días. Nos la pasamos comunicando y aclarando lo que quisimos decir, y más ahora en la era de la comunicación que hay muchas palabras e imágenes en el aire. Hay muchas limitantes, desde la mala intención o expresión del emisor, hasta la incapacidad o resistencia para comprender del receptor.
Jesucristo no sólo se encargó del conocimiento, sino, también, del discípulo que escucha, de formarlo como tal. Hay muchos momento donde Jesús atiende al quién y no solo el qué del mensaje. Como hace unos domingos, que Jesús narró tres parábolas y al final “Jesús preguntó a sus discípulos: ¿Han entendido todo esto?”(Mt 13, 51). Es clásica la parábola de la casa construida sobre roca, que hace referencia a la puesta en práctica de la palabra, que supone la comprensión(Mt 7, 24-25). Y para no ir tan lejos, tenemos la parábola del sembrador que gira sobre el entender o no las enseñanzas de Jesús, un entender que conduce a dar frutos.
Jesús es el único y más grande Maestro(Jn 13, 13), pero él sabe que aprendemos en el trasfondo de experiencias vividas, difícilmente aprendemos en abstracto. De ahí que, a veces, da la impresión de que cada quien entiende lo que quiere. En la respuesta a la primera pregunta de Jesús: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?”. Cada uno entiende lo que le conviene. Por eso, debemos estar revisando nuestra capacidad de entender continuamente. Lo mismo puede pasar en nuestro tiempo. Como en el conocimiento de cualquier persona, podemos proyectar sobre él nuestros esquemas, nuestros traumas, malestares, miedos, vacíos, vanidades, etc. Entonces establecemos una relación de co dependencia con él no una relación sana, madura. Va a suceder lo que pasa con las relaciones interpersonales enfermizas, que se construyen más desde lo que yo necesito no desde lo que tú y yo debemos ser. El encuentro con Jesucristo nos abre a los demás.
La gente aparentemente seguía a Jesús, pero en realidad estaba siguiendo al “santo de su devoción”, estaban echando “vino nuevo en odres viejos”(Mt 9, 17). Creer en el ídolo fabricado por nosotros es lo más común, creer en Dios tal como se nos ha revelado en Jesucristo es otra cuestión. Esto es lo que está en juego aquí: ¿en cuál Dios creemos? Alguien ha dicho que el nuevo milenio, en el que estamos, será religioso o no será, el problema no será el ateísmo, sino la imagen del Dios en el que se crea. Además de los “dioses oficiales” Alá, Buda, Jehová, Yahvé etc., al interior del cristianismo hay variedad. Unos creen en un Dios demasiado espiritual alejado del mundo, otros en un Dios muy humano que condesciende demasiado con el mundo sin cuestionarlo; unos en un Dios que sólo enseña la doctrina, otros en un Dios Juez, o un Dios individualista apartado de todos y mal humorado.
Un signo inconfundible de que creemos verdaderamente en Jesús es que nos sentimos iglesia y aceptamos poner algunos signos exteriores de que somos comunidad: encuentros para profundizar en el conocimiento de la Palabra de Dios, celebraciones comunitarias de la fe, prestar algún servicio a la comunidad, apoyar la misión de la Iglesia, etc. No se puede creer en Dios sin conocer a Jesucristo, o decir que se cree en Jesucristo y no creer en la Iglesia o creer en la Iglesia sin pueblo(G et E). El documento de Aparecida nos dice que “ante la tentación, muy presente en la cultura actual de ser cristianos sin Iglesia y las nuevas búsquedas espirituales individualistas, afirmamos que la fe en Jesucristo nos llegó a través de la comunidad eclesial y ella ‘nos da una familia, la familia universal de Dios en la Iglesia Católica. La fe nos libera del aislamiento del yo, porque nos lleva a la comunión”(156).
Se podrán tener muchos cursos y diplomados sobre la fe, pero si no inculcan en mi un compromiso comunitario, seremos como “profesionales de la fe” simplemente. Jesús al declarar inaugurada la Iglesia porque se ha intimidado con él en una confesión de fe precisa por parte de sus discípulos, establece una relación muy estrecha entre el encuentro con su persona y la comunidad. Dejémonos alcanzar por el conocimiento de Cristo que tiene la fuerza de constituirnos en piedras vivas que entran en la construcción espiritual.