HOMILÍA DE MONS. LUIS MARTÍN BARRAZA
3er Domingo Ordinario
22 de enero de 2023
En este domingo de la Palabra, Mateo nos presenta el comienzo de la predicación de Jesús. Entona la “poesía” del profeta Isaías, indicando su cumplimiento en este acontecimiento. En el Antiguo Testamento, el pasaje evocado, se refería al rey que estaba por nacer: “Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado: sobre sus hombros descansa la soberanía”(Is 9, 5). Se trata de la expectativa del Mesías rey que establecería y consolidaría el derecho y la justicia(Is 9, 6): “¡Ay de los que dictan leyes inicuas y publican decretos opresivos. Los que niegan la justicia a los débiles, privan de su derecho a los humildes de mi pueblo, se aprovechan de las viudas y despojan a los huérfanos”(Is 10, 1-2). Que para el tiempo de Jesús se había reducido, dicha expectativa, a un Mesías político. Mateo rescata el verdadero sentido de las palabras del profeta: “El pueblo que yacía en tinieblas vio una gran luz…”(Mt 4, 16). Estamos frente a la recreación del orden temporal por medio de la palabra de Dios que ha comenzado a resonar en Jesucristo. Así como en el génesis Dios hablaba y todo venía a la existencia, de igual modo, Jesús, pronunciando la Buena Noticia del reino de Dios sobre el corazón de los hombres, quiere renovar sus vidas. La Palabra de Dios “es viva, eficaz y más cortante que una espada de dos filos…”(Heb 4, 12), cumple lo que anuncia. Estamos frente a un gran acontecimiento de salvación, mayor que la alianza del Sinaí y que la defensa que hacen de ella los profetas.
Así las cosas, podemos hacer tres consideraciones acerca de la Palabra. Primero, vista desde Mateo, tenemos el ejemplo de un gran intérprete de la Palabra, no sólo de la escrita, sino de la que se ha encarnado en Jesús, resulta ser un discípulo versado en el reino de los cielos, que como un padre de familia saca de su tesoro cosas nuevas y viejas(Mt 13, 52). Mateo explica los pasajes del Antiguo Testamento a la luz de Jesucristo. Él está muy versado en la Ley y los Profetas, pero eso no es nada si no nos conducen a Jesucristo, sería como echar vino nuevo en odres viejos(Mt 9, 17). En todo su evangelio Mateo hará gala de su gran capacidad de echar “vino nuevo en odres nuevos”, es decir encontrar una nueva interpretación de los textos antiguos a la luz de la persona de Jesús. Presenta a Jesús como el que “no ha venido a abolir la ley y los profetas, sino el que ha venido a llevarlos hasta sus últimas consecuencias”(Mt 5, 17).
En el pasaje que meditamos podemos decir que Mateo hace una gran Lectio divina o un Estudio de Evangelio a fondo desde el pasaje de Isaías, porque lo traduce fielmente a la vida. La vida y la Palabra se corresponden. Jesucristo no es producto del simple análisis lógico o histórico de los textos, es necesario el contexto vital, que en este caso es la muerte del bautista y el comienzo de la misión de Jesús. Desde otra perspectiva la muerte del bautista muy bien pudo significar el fin de una esperanza que se había suscitado por su presencia tan intensa y elocuente. El carpintero venido de Nazaret, que comienza tímidamente su predicación, no parece ser más original, sino un simple repetidor de Juan: “Conviértanse porque ya está cerca el reino de los cielos”(Mt 4, 17; Mt 3, 2). ¿Por qué hacerle tanta fiesta con la música del Antiguo Testamento si su presencia es más modesta que la del bautista? La trascendencia del movimiento de Jesús hacia Cafarnaum y el inicio de su predicación se descubrió a la luz de la Ley y los Profetas.
El mismo acontecimiento de la resurrección tuvo que ser iluminado por la fe histórica del pueblo de Israel. A esto se refiere el Papa Francisco en su carta Aperuit illis, con la que instituye el domingo de la Palabra. En ella nos explica el itinerario vivido por los discípulos de Emaús, a quienes Jesús les abre la mente con sus palabras para que comprendan la Sagrada Escritura: “A aquellos hombres asustados y decepcionados les revela el sentido del misterio pascual: que según el plan eterno del Padre, él tenía que sufrir y resucitar de entre los muertos para conceder la conversión y el perdón de los pecados(Lc 24, 26.46-47); y promete el Espíritu Santo que les dará la fuerza para ser testigos de este misterio de salvación”: “Y empezando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que decían de él las Escrituras”(Lc 24, 27). Insiste en que “la relación entre el Resucitado, la comunidad de creyentes y la Sagrada Escritura es intensamente vital para nuestra Identidad”.
La Iglesia de los Hechos de los Apóstoles, para dar razón de su fe en Cristo resucitado, evocará continuamente la Palabra de Dios escrita: “…pues sepan todos ustedes y todo el pueblo de Israel que este hombre aparece sano entre ustedes en virtud del nombre de Jesucristo Nazareno, a quien ustedes crucificaron, y a quien Dios ha resucitado de entre los muertos. Él es ‘la piedra rechazada por ustedes, los constructores, que se ha convertido en piedra fundamental”(Hech 4, 10-11; Sal 117).
Mateo, pues, va a ser un gran maestro en decir el “hoy” de la Palabra. Esto implica captar muy bien los que dice el texto(“lectio”), para después aplicarlo fielmente a la vida: ¿qué me dice el texto(“meditatio), y poder decir la misma Palabra siempre nueva en la “oratio”, y regocijarnos en la voluntad de Dios en la “contemplatio”: “Sí, Padre, así te ha parecido bien”(revelar los secretos del reino a la gente sencilla y esconderlos a los sabios y prudentes)(Mt 11, 25-26). Todo esto nos deberá conducir a la centralidad del conocimiento de Jesucristo, en él se recrea la Palabra y la vida. De hecho las palabras del profeta Isaías se asemejan a un himno cristológico como el prólogo de san Juan: “La Palabra era la luz verdadera, que con su venida al mundo ilumina a todo hombre”(Jn 1, 9). “Conocer a Jesucristo lo es todo”(Estudio del Evangelio).
Jesús comienza a anunciar el reino de Dios. Si es edificante la forma de acercarnos a la Palabra, lo es por el contenido de ella. El reino de Dios es símbolo de todo lo que el hombre necesita para vivir, alimento, vestido, seguridad, ciertamente, pero también es “fuerza salvadora, paz y gozo en el Espíritu Santo”(Rom 14, 17): “Leyendo las Escrituras queda por demás claro que la propuesta del Evangelio no es sólo la de una relación personal con Dios… La propuesta es el reino de Dios(Lc 4, 43); se trata de amar a Dios que reina en el mundo. En la medida que él logre reinar entre nosotros, la vida social será ámbito de fraternidad, de justicia, de paz, de dignidad para todos…”(EG, 180). Ciertamente que el reino de Dios es principalmente “una fuerza de salvación” suscitada por el Espíritu Santo, pero que debe repercutir en la integralidad de la existencia humana: “El espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar la buena noticia a los pobres; me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos, a dar vista a los ciegos, a liberar a los oprimidos…”(Is 61, 1-2).
Como podemos ver, la buena noticia del reino da para una interpretación muy espiritual, porque habla de una totalidad que lo envuelve todo, que reclama la consagración de toda la vida al rey y soberano de ese reino, en el fondo es hablar de la primacía de Dios. No existen dos reyes en un solo reino, cada uno es muy celoso de su autoridad: “Nadie puede servir a dos amos; porque odiará a uno y amará al otro… Ustedes no pueden servir a Dios y al dinero”(Mt 6, 24). El anuncio del reino de Dios es una forma, por parte de Jesús, de inculcar la pasión por su Padre, al estilo del “Shemá Israel”: “Escucha, Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor es uno. Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas…”(Dt 6, 4-5).
Pero también la palabra reino nos reenvía a su significado político. Se trata de una forma de organizar el bien común. La política es una forma muy noble del ejercicio de la caridad. La mejor política es la que gobierna desde los miembros más débiles de la sociedad, para ayudarles a ser protagonistas de su propia historia. Para esto habrá que asistirlos en sus carencias inmediatas, pero al mismo tiempo ofreciendo herramientas a largo plazo, para que se hagan cargo de sí mismos y puedan aportar al bien común.
Para amar a Dios y al prójimo con dimensiones de reino será necesaria la conversión. La conversión, más que sufrimiento o renuncia es el indicador del gran tesoro o perla preciosa que significa el reino(Mt 13, 44-46). La conversión es la condición de posibilidad de que algo radicalmente nuevo está surgiendo entre nosotros.
Por último, el contenido de la Palabra es una llamada al seguimiento. En la Palabra creadora, en la que todo tiene su consistencia(Col 1, 17), también el discípulo encuentra su fundamento: “Síganme y los haré pescadores de hombres”(Mt 4, 19). Estamos llamados a identificarnos desde esta Palabra y a pronunciarla para otros.