HOMILÍA DE MONS. LUIS MARTÍN BARRAZA
7o Domingo Ordinario
19 de febrero de 2023
Jesús continúa trazando la identidad del nuevo pueblo de Dios, proclamada desde el “monte de las bienaventuranzas. Su credencial de presentación es querer ser hermano de todos a costa de sí mismo. La capacidad de gestionar la enemistad es la inteligencia suprema, según Jesucristo. Tal vez esto nos lleve a pasar por ignorantes, pero será lo que nos haga verdaderamente sabios, nos dirá san Pablo, que nos anuncia, precisamente, la astucia del Espíritu para superar toda división y, por tanto, exclusión que se vivía en la comunidad de Corinto(1 Cor 1, 12-13). Nos dice que la verdadera sabiduría tiene que ver con reconocer al Espíritu Santo, es decir, el proyecto de Dios en cada persona. El Espíritu Santo es el proyecto máximo de fraternidad, porque por un lado nos enseña a reconocer la dignidad de cada hermano y, por otro, infunde la santidad de Dios en el corazón del hombre. El Espíritu Santo es el defensor de la justicia de Dios en el mundo, revelada ahora por Jesucristo.
La “nueva ley” anunciada por Jesús, antes que un comportamiento moral perfecto, tiene que ver con un Espíritu discipular que nos pone en camino permanente de construcción de la fraternidad universal. Por eso, más allá de la denuncia que puede resultar del nivel moral de la enseñanza de Jesús, está el anuncio de una experiencia verdaderamente espiritual donde el centro no es la bondad humana, que, abandonada a sí misma es muy limitada y tiende a enfermarse de soberbia. Dicha bondad, tiene las dimensiones de la racionalidad, la cual es ignorancia frente a Dios, como nos recuerda san Pablo: “Dios hace que los sabios caigan en la trampa de su propia astucia. También dice. El señor conoce los pensamientos de los sabios y los tiene por vanos”(1 Cor 3, 19-20). Sobre la justicia humana, nada despreciable, Jesús derrama el Espíritu Santo para que sea capaz de realizar la justicia divina, conforme a la actitud del Siervo de Yahvé: “He puesto sobre él mi espíritu, para que manifieste el derecho a las naciones. No gritará, no vociferará por las calles: no romperá la caña resquebrajada no apagará la mecha que apenas arde. Manifestará firmemente el derecho, y no se debilitará ni se cansará hasta implementarlo en la tierra”(Is 42, 1-4).
Jesús está revelando las verdaderas dimensiones de la religión, que están más allá de los cálculos humanos. Se trata del único dinamismo capaz de lograr la reconciliación de todas las cosas. Para lograr los ideales de solidaridad y fraternidad tan anhelados por todos, es necesaria la astucia espiritual. Mientras el ser humano se obstine en sólo hacer alarde de su ciencia para solucionar los conflictos, la violencia seguirá tocando a la puerta de grupos y naciones. El problema es que esto exige la lucidez de la fe, la cual es locura para los “inteligentes”. Sólo el creyente tendrá el atrevimiento de cuestionar la perfección humana, como lo hace Jesús. Es cierto que la “ley del talión” era mucho avance en medio de espirales de venganza desmedidos, promovía una cierta equidad en el cobro de ofensas. Más sin embargo, esto no construía un ambiente de generosidad, de respeto, de misericordia, donde la dignidad y el misterio del ser humano, templo del Espíritu Santo, pudiera estar a salvo. Se resuelve puntualmente un conflicto, pero no se construyen las condiciones para que no vuelva a suceder o si sucede se asegure su solución. Jesús nos propone resolver la violencia desde sus causas más profundas, que frecuentemente no tienen que ver con las causas inmediatas, sino con el egoísmo del corazón humano. Todos los conflictos que hay en el mundo tienen que ver con agresiones que comienzan en lo más secreto del corazón y de la historia. La violencia que recibe una persona, por acción o por omisión, se traduce después en violencia estructural, que puede llegar a ser hasta violencia institucional. Nos asombramos de que haya instituciones de servicio y hasta de justicia que gestionen la violencia, esto se debe a que la espiral de la venganza está inserta en el corazón del hombre. La paz se debe comenzar a construir mucho antes de que estalle el conflicto, esto supone que hagamos gala de la mejor versión de nosotros mismos, para “no odiar al hermano ni en lo secreto del corazón”(Lev 19, 17).
Jesucristo nos invita a ser grandes por el camino de la libertad suprema. Tiene razón el hombre moderno al proponer la libertad como el ejercicio inmediato de la esencia humana, a condición de que sea libre de todo deseo de venganza, o de destrucción del hermano, dicho en positivo ser libre para responder a toda la necesidad que el otro tiene de vivir y de cumplir con su misión. Hasta le podríamos aceptar, a la mentalidad actual, su deseo de una libertad absoluta si se refiere a la necesidad de entregar totalmente su vida para lograr su plenitud. Estaremos hablando entonces del máximo grado de libertad que es la que se identifica con la libertad divina. En este sentido, el acontecimiento más lúcido y libre es la entrega de Cristo en la cruz, del cual son signo sus palabras: “Padre perdónalos, porque no saben lo que hacen”(Lc 23, 34). Es por eso que san Pablo quiere entregar, sólo a Jesucristo, a los Corintios: “…ustedes son de Cristo y Cristo es de Dios”(1 Cor 3, 23). Sólo Cristo entregó libremente su vida por todos(1 Cor 1, 13).
Estamos en lo más original de la propuesta de Jesús, cuya principal intención no es simplemente asombrar o desconcertar, sino revelar la santidad de Dios que se refleja en el ser humano: “Ustedes, pues, sean perfectos, como su Padre celestial es perfecto”(Mt 5, 48), interpretado por san Lucas como: “Sean misericordiosos como el Padre de ustedes es misericordioso”(Lc 6, 36). No se trata del defecto del perfeccionismo cuya inspiración es la búsqueda de sí mismo, sino de la búsqueda humilde de querer reflejar la misericordia de Dios manifestada en Jesucristo. Esta propuesta no puede verse limitada por las posibilidades humanas, sino que, primero que nada, lo debemos entender como una invitación a entrar en la corriente de la vida divina. Recordemos que se trata de un mensaje de fe y, por lo tanto, de una buena notica de salvación, antes que de un manual de buena conducta. Por eso, aunque les podamos encontrar cierta lógica a todas estas expresiones de Jesús, a la luz de las costumbres y significados de palabras de aquel tiempo, su significado definitivo vendrá del corazón de Dios. Estamos, entonces, frente a un ofrecimiento, una gracia, antes que frente a una exigencia. Jesús no se hace ilusiones de nuestra bondad, sino de lo que nos ha hecho capaces.
En última instancia Jesús nos dice que no hemos sido criados con hambre, -no somos unos muertos de hambre-, que se nos ha servido espléndidamente la vida divina. Por eso “todo el que odia a su hermano es un homicida…”(1 Jn 3, 15). Por lo tanto deberemos ser generosos en nuestra entrega y una prueba máxima es la renuncia hacia todo tipo de violencia hacia el prójimo. Sólo que en el trasfondo de la infinita perfección de Dios, que consiste en su misericordia, demostrada en la entrega de su Hijo único, violencia es la justicia equitativa(Ojo por ojo, diente por diente) y hasta el amar tan sólo a quienes nos aman. No es digno de lo que Dios ha hecho por nosotros. La clave de todo el cambio de valoración la da el hecho de que el amor de Dios se ha manifestado(1 Jn 4, 9). Esto, y perdonar tan sólo “siete veces”(Mt 18, 21) nos merece la indignación que sintieron los personajes de la parábola del perdón, cuando vieron a aquel hombre al que se le había perdonado mucho dinero y que no tuvo compasión de otro que le debía cien denarios, al que agarró por el cuello diciendo: ¡Paga lo que me debes! Y lo mete a la cárcel: “Siervo miserable, yo te perdoné toda aquella deuda, porque me lo suplicaste. ¿No debías haberte compadecido de tu compañero como yo me compadecí de ti?”(Mt 18, 23-35).
Esto es buena noticia, porque los primeros beneficiados somos cada uno de nosotros. San Lucas, cuando habla del amor a los enemigos, nos recuerda “la regla de oro”: “Traten a los demás como quieren que ellos los traten a ustedes…”(Lc 6, 31). Si miramos toda esta enseñanza de Jesús desde cómo queremos ser tratados, comprenderemos mejor. Nosotros quisiéramos ser amados incondicionalmente, más allá de nuestras virtudes y defectos, esto debería incluir el ser perdonados. Nuestra felicidad y madurez depende de que hayamos experimentado y el respeto y la valoración que merecemos, según el plan de Dios. En la cultura de la violencia esto no es posible, sino que favorece el abuso del más fuerte. Bajo una mirada superficial Jesús está contribuyendo con la injusticia que cometían los poderosos sobre el pueblo judío y, a lo largo de los siglos, con los más débiles. Sin embargo, la propuesta de Jesús, es el combate más decidido contra la violencia. Se trata de la violencia por el reino de los cielos, que es el espacio de la justicia de Dios: “El reino de los cielos sufre violencia y los violentos lo arrebatan…”(Mt 11, 12). La forma más efectiva de combatir los abusos es la resistencia pacífica.