DOMINGO DE RAMOS
– El final de la vida de Jesús es un reflejo de toda su misión –
HOMILÍA DE MONS. LUIS MARTÍN BARRAZA
Domingo 21 de marzo de 2021
Mc. 14, 1-15; 47
Comenzamos con este domingo la celebración de la Semana Santa presentando el ritmo pascual de toda ella. El domingo de Ramos parece ser una celebración anticipada del Señorío de Jesús, mientras que el viernes Santo es la consideración de su muerte. Se trata de la síntesis del evangelio, de su clave de interpretación. Los evangelios son una relectura de toda la vida de Jesús, especialmente de sus últimos años, a la luz de su muerte y resurrección. Recordemos cómo la fe verdadera comienza después de la resurrección de Jesús, “porque hasta entonces los discípulos no habían entendido la Escritura, según la cual Jesús tenía que resucitar de entre los muertos”(Jn 20, 9). A partir de aquí descubren que todo en él es misterio de salvación. Suele suceder que a las personas se les comprende hasta el final de su obra, o cuando ya no están. Algo así sucedió con Jesús, se reconoce toda su trayectoria a partir de su muerte-resurrección. Por cierto, San Marcos pone esta profesión de fe en labios de un oficial romano: “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios”(Mc 15, 39).
Aunque toda la vida de Jesús es redentora, desde su encarnación hasta su ascensión a los cielos, sin embargo esto lo podemos reconocer desde lo que en esta semana celebramos. Estamos en el centro de nuestra fe. Llama la atención los escenarios tan opuestos que se nos presentan en la celebración de hoy y cómo Jesús no se deja distraer de la voluntad de su Padre, ni por el aparente éxito del domingo de Ramos, ni por “el fracaso” del viernes santo. No se dejó seducir por las aclamaciones de este día que le ofrecen el homenaje de un acto de fe casi perfecto: “¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! Él sabe que no hay fe verdadera sino sólo hasta después de la cruz. Tampoco lo desvió del camino las tinieblas que se abatieron sobre él: ¡Abba, Padre! Todo te es posible. Aparta de mí este cáliz de amargura. Pero no se haga como yo quiero, sino como quieres tú”(Mc 14, 36).
Ahora podemos comprender el mensaje central que nos quiere trasmitir san Marcos: ¡Jesús de Nazaret, el crucificado, es el Hijo de Dios!(15, 39) ¡Él resucitó, y está vivo!(16, 6). Por tanto, ¡vale la pena asumir las cruces que se nos presentan, a nivel personal o comunitario, por causa del Evangelio, porque si seguimos el camino de Jesús llegaremos a la resurrección y a la vida!(8, 34-36). Vale la pena dar testimonio de esta Buena Noticia(16, 15).
Encuentra, por fin, respuesta la pregunta que Jesús suscita desde el principio: “¿Qué es esto? ¡Una doctrina nueva llena de autoridad! ¡Manda incluso a los espíritus impuros y éstos le obedecen!”(Mc 1, 27). “Quién es éste, que hasta el viento y el mar lo obedecen?”(Mc 4, 41). Jesús impondrá secreto a todos los que, de manera superficial, querrán aclamarlo: “Él sanó entonces a muchos enfermos de diversos males y expulsó a muchos demonios, pero a éstos no los dejaba hablar, pues sabían quién era”(Mc 1, 34; Mc 8, 30). Hacia el final de su misión les hablará abiertamente de que “el Hijo del hombre tenía que sufrir mucho, que sería rechazado por los ancianos, los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley; que lo matarían, y a los tres días resucitaría”(Mc 8, 31).
Será hasta el domingo de Ramos que Jesús se permita un acto público de fe, pero porque está cerca su pasión. Ya en Cesare de Filipo había habido una cierta profesión de fe: “Tú eres el Mesías”(Mc 8, 29), que rápidamente se vio opacada por la “negación” anticipada de Pedro: “Pedro lo tomó aparte y se puso a reprenderlo”(Mc 8, 32). Esto dará pie a Jesús de hablarles con toda claridad(Mc 8, 32) acerca de él y de pasada de quién puede ser su discípulo: “Si alguno quiere venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá, pero el que pierda su vida por mí y por la buena noticia, la salvará”(Mc 8, 34-35).
Como podemos ver, el final de la vida de Jesús es un reflejo de toda su misión: Jesús permaneciendo fiel al amor de su Padre y los hombres buscando lo suyo: un mesianismo caprichoso. Jesús terminará fiel al proyecto del reino de Dios, porque está convencido de que avanza irrevocablemente, “sin que el sembrador sepa cómo”(Mc 4, 27), a pesar de su pequeñez: “Sucede con él lo que con un grano de mostaza”(Mc 4, 31). El no se moverá de “la necesidad de ponerse al servicio de todos, si se quiere ser el primero”(Mc 9, 35-37); No hay otro camino de salvación, de éxito, de grandeza más que el del “que quiera ser importante entre ustedes, que sea su servidor; y el que quiera ser el primero entre ustedes, que sea esclavo de todos”(Mc 10,45). Por tres veces les repetirá que el Hijo del Hombre “va a ser entregado a los jefes de los sacerdotes y a los maestros de la ley”(Mc 8, 31; 9, 31; 10, 33).
Hoy, Jesús, se permite que le hagan todo el homenaje de un rey, no para alentar la “expectativa mesiánica” triunfalista, que tanto había reprimido, sino para hacer resonar el proyecto del reino de Dios desde la cruz. Jesús vive el domingo de Ramos desde la cruz. De hecho, la conciencia de la cruz lo acompañará toda su misión: “No saben lo que piden. ¿Pueden beber el cáliz de amargura que yo voy a beber, o pasar la terrible prueba que yo voy a pasar?”(Mc 10,38). Se permite el recibimiento dado a los reyes, para pregonar todo su evangelio de que la trasformación de este mundo no llegará por el poder de las armas o de las riquezas, sino por la santidad de vida que obre el Espíritu Santo en los corazones. Montado en su burrito, Jesús, no se avergüenza de su propuesta evangélica del amor, del perdón, del servicio, de la primacía del interior, de la palabra de Dios, del reino de verdad y de justicia de Dios. La gracia de Dios, la carne y la sangra de Cristo entre nosotros, la vida del Espíritu que llega hasta nosotros por medio de los sacramentos, la misericordia de Dios, son reales, merecen un homenaje como el que le tributamos hoy a Jesús.
Permitiéndose, Jesús, aquel homenaje constituye las realidades de fe que la hacen presente: su Iglesia, los sacramentos, su Palabra. En aquel animal de carga va montado el cordero de Dios que quita el pecado del mundo, por eso: “…lanza gritos de júbilo, Jerusalén, porque se acerca tu rey, justo y victorioso, humilde y montado en un burro…”(Zac 9, 9). Jesús montado en un burro defiende la dignidad de toda vida, del reino de los valores y sobre todo de los pobres, los marginados, incluida la hermana madre tierra. Todas esas realidades que transitan por este mundo en una condición humillada. Hace una opción por los descartados.
Aunque este acontecimiento de fe parezca superstición, fanatismo, locura, -los fariseos le dirán a Jesús que pare todo aquello(Lc 19, 40)-, él seguirá hasta el final porque está en juego sanar las heridas del mundo. Por eso también nosotros queremos hoy rendirle nuestro homenaje a la vida, la dignidad humana, la paz, la justicia, encarnadas en Jesucristo montado en un burrito. Cantemos al gran anuncio del reino de Dios(Mc 1, 15): “¡Hosanna! ¡Viva el Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en el cielo!” ¡Gracias Jesús! porque no te avergonzaste de llevar la dignidad de Dios desde la pobreza, en medio de este mundo vanidoso que pide milagros, espectáculo, placeres, alarde de poder. El único espectáculo que diste fue el de la cruz, que ahora anticipas con tu entrada triunfal en Jerusalén. Estás defendiendo aquello que pisotea la soberbia humana. Sabemos que este homenaje no es para ti, sino para todos los desheredados del mundo y el anhelo de justicia y de paz que hay en el corazón del hombre. ¡Gracias por pedir este aplauso y reconocimiento al proyecto de tu Padre, que es de buena noticia para los pobres, salud de los enfermos y libertad de los cautivos(Lc 4, 19).
Sólo así se puede comprender que, tú, que nos enseñaste a no buscar alabanzas ni reconocimientos, ahora te dejes admirar y reconocer. En realidad, todo esto, es un
acto de adoración a la sabiduría de tu Padre que quiere salvar al mundo por medio de tu humilde servicio. En el fondo, se trata de un homenaje al Padre, como el del domingo pasado: “Padre, glorifica tu nombre”(Jn 12, 28). Finalmente, la gloria del Padre es el hombre vivo.
El domingo de Ramos contrastará con la brutalidad del viernes Santo, con la que será tratado el Hijo de David, como si se tratara de un malhechor. En la humildad de su existencia, Jesucristo encarnó la sabiduría de Dios. Sabiduría “que no han entendido los gobernantes del mundo presente, pues si lo hubieran entendido no habrían crucificado al Señor de la vida”(1 Cor 2, 8). Aparentemente el mundo lo juzgó y lo sentenció a muerte, pero en realidad, el mundo quedó sentenciado(Jn 18, 6). “Quedaron al descubierto las intenciones de muchos”(Lc 2, 35).