HOMILÍA DE MONS. LUIS MARTÍN BARRAZA
Domingo III de Cuaresma
12 de marzo de 2023
En este tiempo de cuaresma en el que invitados por la misericordia de Dios nos animamos a emprender un camino de conversión, podemos iluminar este santo deseo con este episodio del encuentro de Jesús con la samaritana. A la luz de este pasaje se puede hablar de varios niveles de conversión. Sin duda que cierta primacía tiene a conversión personal, sin embargo esta exige, de algún modo, la conversión misionera y sinodal de la Iglesia. Porque Dios puede salvar a las personas por cualquier camino, pero el ordinario es la tarea evangelizadora de los discípulos misioneros. Teniendo en cuenta la iniciativa de Jesús de establecer comunicación con esta mujer, podemos hablar de conversión misionera. Parece que este es un tema muy importante en este pasaje, porque Jesús dedica tiempo para explicar a sus discípulos que “está llevando a término la obra de salvación de Dios”(Jn 4, 34), y que “los campos sembrados están maduros para la cosecha”(Jn 4, 35). No se conforma con hacer bien su obra, sino al mismo nivel está la enseñanza hacia los discípulos para que compartan su celo por la misión evangelizadora.
Jesús había contestado al tentador en el desierto que “no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”(Mt 4, 4). Nuevamente lo vuelve a decir de cara a su misión: “Yo tengo un alimento que ustedes no conocen… Mi alimento consiste en hacer la voluntad del que me envió hasta que lleve a término su obra de salvación”(Jn 4, 32. 34). Y la voluntad del Padre es “que yo no pierda a ninguno de los que él me ha dado…”(Jn 6, 39). En esto podemos reconocer el verdadero significado del ayuno: la evangelización de los pobres. Jesús sigue mostrando que “el celo por la casa de Dios lo devora”(Jn 2, 17), sigue purificando el templo espiritual. Ya lo había hecho con Nicodemo a partir de su condición de fariseo y, ahora, con la samaritana en cunto pagana. Diferentes puntos de partida pero el mismo punto de llegada: nacer del Espíritu, adorar en el Espíritu. Jesús, frente a la samaritana resta importancia los lugares, Jerusalén o Garizim. Aunque esto parece contradictorio con la defensa que ha hecho del templo de Jerusalén anteriormente, ahora lo relativiza. Antes que los templos de piedras, está el corazón del hombre como “casa de oración”. Se trata de purificar(sanar) el corazón del hombre para que pueda ofrecer un sacrificio agradable al Señor. Cuando Jesús defiende el culto(Dios), defiende también la dignidad humana por medio de la evangelización. En el diálogo con Jesús la mujer se siente tocada en lo más profundo de su ser: “Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho”(Jn 4, 28). Lo encarnado de su palabra fue lo que convenció a aquella mujer.
Podemos encontrar en este episodio la pasión por la evangelización, de la que está hablando el Papa Francisco en sus catequesis de los miércoles: “Se trata de una dimensión vital para la Iglesia: la comunidad de los discípulos de Jesús de hecho nace apostólica, nace misionera, no proselitista, evangelizar no es lo mismo que hacer proselitismo, no tiene nada que ver una cosa con la otra… El Espíritu Santo la plasma en salida, para que no se repliegue en sí misma, sino que sea extrovertida, testimonio contagioso de Jesús, orientada a irradiar su luz hasta los últimos confines de la tierra”. El Papa nos invita a contemplar el celo apostólico de Jesús en el proceso de conversión de Mateo, en el que podemos reconocer también a la samaritana. Donde todos ven a u “publicano”, corrupto, soberbio, traidor a la patria, Jesús vio a “un hombre”, con sus miserias y su grandeza: “Jesús se acerca a él, porque todo hombre es amado por Dios: ¿También este desgraciado?, Sí, también este desgraciado, es más, Él ha venido por este desgraciado: “porque yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores”(Mt 9, 13). Esta mirada de Jesús es el inicio de la pasión por evangelizar. ¿También esta mujerzuela(iba por el sexto marido) tiene derecho al don de Dios? ¿Aunque se porta altanera y orgullosa, como si tuviera vergüenza? Siguiendo la lógica del Papa Francisco y de Jesús, habrá que decir que, también.
Pero al interior de la misión está, también, la conversión sinodal. Esto lo podemos deducir por principio, porque hemos escuchado en este tiempo que Iglesia, sinodalidad y misión son equivalentes. La sinodalidad es la pasión por la común misión evangelizadora. Se trata de caminar juntos al encuentro de los alejados, que pueden ser los que no conocen a Cristo, pero, también, los que han perdido el gusto por las cosas de Dios o que ya no tienen una “pertenencia cordial” a la Iglesia. Es clásica la referencia a la oración sacerdotal de Jesús para expresar el acuerdo en la fe que debe existir en los creyentes como condición para suscitar la fe: “Te pido que todos sean uno lo mismo que los somos tú y yo, Padre. Y que también ellos vivan unidos a nosotros para que el mundo crea que tú me has enviado”(Jn 17, 21). En el caso del texto que meditamos, me parece que esto está expresado en la imagen de que “el que siembra y el que cosecha se alegran juntos”. Tiene que ser un trabajo con una conciencia de comunión muy profunda porque “uno es el que siembra y otro el que cosecha”(Jn 4, 36). La obra es una sola y el protagonista es Dios, mucho del trabajo evangelizador tiene que ver con el discernimiento de la tradición del Espíritu expresado en la comunión eclesial.
Nuevamente el Papa Francisco nos ilumina en esto: “El evangelizador, de hecho, transmite siempre lo que él mismo o ella misma han recibido. San Pablo lo escribió primero: el evangelio que él anunciaba y que las comunidades recibían y en el cual permanecían firmes es el mismo que el Apóstol recibió a su vez(1 Cor 15, 1-3). Se recibe la fe y se trasmite la fe… La dimensión eclesial de la evangelización constituye por eso un criterio de verificación del celo apostólico. Una verificación necesaria, porque la tentación de seguir caminos pseudo-eclesiales más fáciles, de adoptar la lógica mundana de números y encuestas, de contar con la fuerza de nuestras ideas, programas, estructuras, las “relaciones que cuentan”. Pero, sobre todo, la comunión eclesial nos hace ver que “los campos están maduros”, es decir, nos inculca el celo por el anuncio del evangelio. Nos hará sentir sed de la fe de los que no han recibido el consuelo de Dios.
Todo lo anterior al servicio de la conversión personal, reflejado en el proceso vivido por la mujer, desde la resistencia, que pone barreras raciales, religiosas, históricas, culturales, para esconder sus heridas y frustraciones, pero para, luego, llegar a dar testimonio de Jesús. Tenía razón aquella mujer en invocar todas aquellas barreras, ya que había aprendido bien la lección de que, en el mundo, hay unos que son superiores y pueden humillar a los demás. Esta vez, parecen más pretextos. Sólo el corazón humilde de Jesús es capaz de resistir aquellos desplantes y sostenerse en su propuesta sanadora. Esta liberación personal, no será posible sin la conversión misionera y sinodal de la Iglesia, capaz de salir a “mendigar” la fe de los alejados, como lo hace Jesús. Antes de hablar de procesos de conversión personal tenemos que hablar del protagonismo de la gracia, de la cual la audacia evangelizadora es un signo. El Papa Francisco nos dice que la Iglesia debe “primerear”(EG, 24), para ir en búsqueda de “la oveja perdida”. Dios puede tocar el corazón del hombre de muchas maneras, pero siempre habrá necesidad de alguien que nos ayude a reconocer su acción y a ponernos en camino.
En el texto que meditamos, Jesús suplica a aquella mujer que le dé de beber. En cada encuentro, en cada “signo” que Jesús lleva a cabo vuelve a hacer el movimiento de la encarnación, de la anonadamiento, con el que ha venido a ponerse a merced del mundo. Si en la cuaresma hablamos de conversión, en cualquier caso estamos hablando del movimiento de descenso que favorezca la fe en Dios. Toda conversión está sobre el trazo del despojo de Jesús, sea en el pesebre o en la cruz. Es hacia donde todos nos debemos convertir. Ser misionero es ponerse como signo de la compasión de Dios, que es muy espléndido en creatividad para apacentar el corazón del hombre. Esto implica la bienaventuranza de tener sed de que se conozca el don de Dios(Mt 5, 6). La identificación con la humildad de Jesucristo, que toma la iniciativa, “arrastra” el proceso de conversión personal que, a su vez, se vuelve luminoso para la causa de la fe: “Cuando sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí”(Jn 12, 32), decía Jesús. En aquella mujer podemos contemplar los “laberintos” del corazón humano, que se defiende en proporción a su soledad y vacío. Pero también podemos reconocer la astucia de la misericordia divina que se despoja de todo prejuicio humano para rescatar al pecador. Se cumple el principio de que “la palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo…No hay creatura oculta a su vista…(Heb 4, 12-13).