HOMILÍA DE MONS. LUIS MARTÍN BARRAZA
DOMINGO IV ORDINARIO
– “¡Qué no es este el hijo de José!” –
30 de enero 2022
Según san Lucas, Jesús comienza su ministerio en Nazaret, su lugar de origen. Ahí encuentra el escenario adecuado para retratar la incredulidad de todo el pueblo de Israel. San Marcos subraya que Jesús estaba sorprendido de su falta de fe(Mc 6, 6). Toda su misión consistirá en un combate contra la incredulidad, la cual le dará la oportunidad, también, de hacer entrar a los paganos en el pueblo de Dios, tema que le interesará demasiado a Lucas, por estar dirigido a cristianos inmersos en la cultura greco-romana. Habrá un paralelismo entre sus dos obras, primero Jesús ungido por el Espíritu Santo y enviado a evangelizar a los pobres, a liberar y a curar a todos, que pueden quedar como signos universales de salvación, pero por si quedara alguna duda ahora lo remarca: “…sin embargo a ninguna de ellas(viudas) fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta…”(Lc 4, 26). De igual modo, en los Hechos de los Apóstoles, el Espíritu unge a la Iglesia en pentecostés, para la misión entre los gentiles.
En el evangelio de Lucas pareciera como si Jesús anduviera buscando un pretexto para hacer pleito. Apenas escucha decir: “¡Qué no es este el hijo de José!” y se arranca con una larga amonestación hacia sus paisanos. En Mateo y Marcos, le dicen más cosas a Jesús: “¿De dónde le viene a éste todo esto? ¿Quién le hada dado esa sabiduría y esa capacidad de hacer milagros? ¿No es éste el hijo de María, el hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿No viven sus hermanas aquí entre nosotros?(Mc 6, 2-3). Aquí parece que el agravio fue mayor y, sin embargo, la respuesta de Jesús fue más tibia, simplemente dice que “un profeta sólo es despreciado en su pueblo y entre los suyos, y no pudo hacer milagro allí por la falta de fe”(Mt 13, 37-38).
Como si Lucas aprovechara el conflicto inicial de la misión de Jesús por el anuncio de algo totalmente nuevo, como lo es el reino de Dios, según nos narran Mateo y Marco, para poner la clave de la universalidad de la salvación. De hecho, en Mateo y Marcos, el desencuentro con sus paisanos lo ponen como el colmo de una serie de discusiones de Jesús con los escribas y fariseos. Lucas, por su parte, continúa resaltando los temas favoritos de su evangelio a la luz de la misión universal de salvación. Podemos decir que pone en clave misionera todos los demás temas: el Espíritu Santo, la evangelización de los pobres, la promoción de la dignidad de las personas, la primacía de la palabra de Dios, la comunión, la misericordia. Todos estos temas resaltan más desde la misión entre los Alejados.
San Lucas toma inmediatamente el tema misionero el cual coincidirá con el de la salida a las periferias existenciales. Será el evangelio de la misericordia, de los pecadores, de los pobres, de los descartados. Qué mejor forma de presentar la novedad del reino de Dios encarnado en la acción del Espíritu en Jesús, que recogiendo el testimonio de desconcierto de los suyos. Es muy difícil que uno pueda sorprender a aquellos con los que se convive cotidianamente, sin embargo Jesús lo logra, algo radicalmente nuevo ha surgido en él. De igual modo, los cercanos, serán los más incrédulos en nombre de cierto conocimiento que se tiene de las personas. De ahí el refrán: “nadie es profeta en su tierra”. Esa es una experiencia universal, que ahora aprovecha san Lucas para expresar aquello que nos dice san Juan: “vino a los suyos y los suyos no lo recibieron…”(Jn 1, 11).
Esto sigue sucediendo ahora, cuando la soberbia humana rechaza las mediaciones modestas de las que Dios se vale para continuar revelando su presencia en medio de nosotros. La búsqueda de lo extraordinario, de la moda, de lo grandioso, el poder, la vanidad, hace que menospreciemos a personas, lugares, enseñanzas. Para darle importancia a algo o alguien necesitamos que este certificada por los criterios orgullosos del mundo. Lo discreto, lo humilde, lo cotidiano no tiene importancia. Para dar culto a Dios necesitamos los grandes santuarios y que están lejos, la capilla cercana de mi comunidad no me dice mucho. El compartir sencillos entre iguales sobre la palabra de Dios se rechaza, es mejor que venga alguien de fuera y nos dé una conferencia magistral, aunque no esté muy comprometido con lo que dice o no tiene mucha relación con la vida concreta, pero lo dice de forma muy elocuente. La eucaristía y el prójimo, lugares privilegiado de la manifestación de Dios, frecuentemente quedan ignorados en aras de espectáculos más emocionantes. Queremos que la Virgen nos hable o que se nos aparezca un ángel, pero no escuchamos la voz de Dios en la Sagrada Escritura o no reconocemos a Cristo en el que tiene hambre, está enfermo o pasa frío.
No se trata sólo de los de Nazaret, sino de toda la humanidad. En todos existe un secreto instinto de discriminación, un sentimiento de superioridad, que se ensaña sobre todo con los iguales o los más pequeños. Jesucristo experimentará siempre el escándalo que sintieron los de su raza por su persona. En alguna ocasión llegó a decir: “dichoso aquel que no se sienta defraudado por mí”(Lc 7, 23). Siempre Jesús estuvo sintiendo resistencia hacia su persona: “Si este fuera profeta, sabría qué clase de mujer es la que lo está tocando,…”(Lc 7, 39). La peor calumnia es cuando lo confunden con satanás: “Con el poder del príncipe de los demonios expulsa a los demonios”(Mc 3, 22). Un poco antes sus familiares habían ido a recogerlo porque les habían llegado noticias de que estaba trastornado(Mc 3, 21). Si Jesucristo hubiera tenido un trauma de inferioridad se hubiera deprimido y abandonado la misión, sin embargo, su fortaleza era la verdad que encontraba en su Padre: “Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, y al Padre lo conoce sólo el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar”(Mt 11, 27).
La vanidad humana es cruel, cobramos caro a los demás nuestros aires de grandeza. Lo cercano, lo modesto, lo cotidiano pierde el interés fácilmente, siempre buscamos darnos importancia relacionándonos con algo nuevo, extravagante, lejano. Tal vez, cuanto más vacíos y confundidos nos sintamos internamente, más le cobramos a la simplicidad el valor que nos falta internamente, con humillaciones y desplantes. Cuanto más integrada está una persona más podrá apreciar los detalles pequeños, no se hará responsable a la modestia de los demás de nuestras mediocridades. Seguramente los del tiempo de Jesús le quisieron cobrar sus frustraciones, lo que ellos no habían podido ser nadie más lo debería alcanzar, mucho menos uno que ha tenido las mismas oportunidades que ellos.
A veces se puede percibir en el comportamiento humano que nadie tiene derecho a romper la medida de la mediocridad impunemente sin acarrearse la burla o la marginación. Los tibios quieren que todos lo sean para poder consolarse en aquello de que “mal de muchos consuelo de…….” Los paisanos de Jesús le quieren prohibir a Jesús que sea diferente, que aspire a la santidad, a una vida nueva, sino que debe ser tan mediano como todos ellos. Pero, sobre todo, están negando en él su vida divina, que los tiempos nuevos anunciados por los profetas, como Isaías, que acaban de escuchar, estén comenzando. Finalmente el “hoy se cumple este pasaje de la escritura”, que ha pronunciado Jesús, es el anuncio de un jubileo para los pobres, los ciegos, oprimidos, cautivos, pecadores, la tierra. Desde sus posibilidades quieren aniquilar a Jesús, el cual sigue adelante con su misión. Aquí está un gran problema para la fe, nuestras propias posibilidades. Qué bueno que seamos conscientes de nuestras limitaciones, pero querer medir la obra de Dios desde ellas, niega de raíz el acto de fe. En relación a los demás nos devorará la envidia y en relación a Dios lo reduciremos a ídolo.
Nuestra fe y nuestra calidad humana se ve siempre probada con los que nos conocen, entre nuestros familiares y amigos. Es frecuente que tengamos mejor fama fuera que dentro de los nuestros, que seamos candil de la calle y oscuridad de la casa, como decimos. Es muy importante para conocer a una persona saber la opinión que tienen los de su casa, porque ellos lo conocen en las penas y en las alegrías, cuando está de buenas y cuando está de malas. En nosotros es muy probable que tengan razón nuestros allegados sobre nuestras incoherencias, pero en el caso de Jesús queda claro que se trata de un conocimiento muy superficial el que tienen los de Nazaret, meramente humano, acompañado, tal vez, de cierta envidia con la cual lo desautorizan. Porque no le echan en cara un comportamiento inmoral o ilícito, sino simplemente su origen modesto: ¿qué pecado es tener una familia concreta, el lugar de dónde somos, el oficio que hemos desempeñado o llevan a cabo nuestros padres? Mucho menos, es delito el hablar con sabiduría y realizar algunas buenas obras.
Jesucristo rompe con toda aquella “psicosis” del encierro con una perspectiva misionera de su ministerio. Partiendo nuevamente de la palabra de Dios, les recuerda cómo fueron beneficiados con la bendición de Dios personajes de fuera del pueblo de Israel, antes que muchas viudas y leprosos de dentro.