HOMILÍA DE MONS. LUIS MARTÍN BARRAZA
DOMINGO VI ORDINARIO
CICLO C
(Lc 6, 17, 20-26)
13 de febrero 2022
El llamado “Sermón de la montaña” en el evangelio de Mateo, se convierte en el “Sermón de la llanura” en Lucas. También hay un cambio de enfoque en las bienaventuranzas, se dice que Mateo describe más bien actitudes del hombre justo y Lucas, situaciones concretas. Simplificando diríamos que uno mira más al pobre de espíritu y otro al pobre material, sin excluirse mutuamente. Algo inmediato que podemos sacar de las bienaventuranzas de Jesús es que hay un orden de cosas querido por Dios, sin lugar a dudas, donde los que sufren, los que tienen hambre, los que lloran, los descartados, son protagonistas. Esto, principalmente es una buena noticia para todos los pobres de la tierra, pero al mismo tiempo resulta una denuncia para los que provocan sufrimiento a sus hermanos. Lucas lo expresa abiertamente en los ¡Ay de ustedes…!”, ya que entre sus destinatarios había gente que ponía su confianza en las riquezas y abusaba de los demás.
Es cierto que se puede cuestionar que todo esto es poesía, palabras bonitas, que sólo servirían a los “descartados” para fantasear con un mundo más justo y fraterno, y encausar sus sentimientos de impotencia y de desquite que hay en sus corazones. En este sentido hasta se puede interpretar como un mensaje enajenante porque invitaría a la resignación, a que cada uno soportara las precariedades de la vida en la esperanza de una inversión de las condiciones de vida fuera de este mundo. Las bienaventuranzas no son ningún “monumento al sufrimiento”, sino a la esperanza. Y esto, no porque Jesús anuncie una especie de justicia vengativa, él ha venido a anunciar “una año de gracia” más que “el día de la venganza de nuestro Dios”(Lc 4, 18). Jesús simplemente dice que Dios está de parte del pobre, esto lo dirá durante toda su misión y san Lucas lo resaltará de forma especial. No tiene la menor intención de “atizarle” a la lucha de clases, sino simplemente entregar el amor de Dios a sus destinatarios favoritos; que, por otro lado es la forma más universal de anunciar el evangelio. El amor preferencial por los pobres no es excluyente, abarca a todos los que padecen el egoísmo del mundo, pero también a quienes son apremiados por el amor de Cristo. Creo que no existe nada más universal que esto. Si a un evangelio le interesa la universalidad de la salvación es a Lucas.
Jesús no tenía poder temporal pero anunciaba la palabra de Dios con tanta unción y coherencia que los pobres se sentían plenamente identificados con ella, no les podía arreglar su situación de opresión política o social, pero engendraba una gran esperanza entre los marginados de la fiesta de la vida. Jesús anuncia de una forma muy creíble el amor preferencial de Dios por los pobres. No ha existido un discurso más revolucionario en favor de los pobres que las bienaventuranzas. La mayoría de las veces esto ha significado que los hombres simplemente se han puesto de pie al escuchar estas palabras de Jesús, y en algunas otras han llegado e enfrentar situaciones injustas. La primera misericordia hacia los pobres es el anuncio de la palabra de Dios y más si se anuncia con la credibilidad del amor de Jesús.
Las bienaventuranzas, seducen no sólo a los pobres sociales, sino a los pobres existenciales, es decir, aquellos que son oprimidos por las ideologías egoístas del mundo. Por hacer caso a la “dictadura del relativismo” muchos sufren lo vacío de sus criterios, y se conforman con un poco de éxito o placer que les proporciona. Obviamente que la intención no es polarizar las comunidades, sino liberar al hombre de un secreto malestar por estar instalado en los criterio del mundo. Jesús denuncia, primeramente, la “tristeza dulzona” con que podemos llevar la vida y que no nos atrevemos a enfrentar. Instalados en la mentalidad del mundo soportamos su tiranía por unas migajas de bienestar que nos arroja, a costa de vacíos, remordimientos, insatisfacciones. Tal vez sea esta la riqueza más tiránica, la que ultraja nuestra dignidad una y otra vez, con desplantes de autosuficiencia, porque no nos atrevemos a poner la voluntad de Dios en el centro de nuestra vida. En el fondo, Jesucristo, nos está diciendo que mientras no renunciemos a nuestros proyectos de felicidad artificiales, comprados, egoístas y nos abramos a la felicidad de encargarnos, con el amor de Cristo, del sufrimiento, del hambre, de la exclusión de los que nos rodean, no cicatrizará la herida más profunda de nuestro corazón.
A todos los pobres de la tierra, tanto materiales como espirituales, Jesús los invita a invertir su sed, sus lágrimas y persecuciones en el proyecto del reino de Dios. El sufrimiento, la enfermedad, la muerte ya estaban cuando Jesús vino al mundo, él no las inventó. Si bien es cierto, no las canceló por arte de magia, como muchos quisiéramos que lo hiciera, sin embargo nos enseñó la “astucia” del evangelio para superar toda adversidad. Se puede hacer mofa de la propuesta de Jesús desde los razonamientos humanos, pero nadie ha podido demostrar lo contrario desde los hechos. Desde las bienaventuranza, Jesús, cuestiona los límites de la inteligencia humana que tarde que temprano fracasa en sus proyectos de felicidad. Tal vez, pueda burlarse de los criterios del evangelio, pero tampoco da razón de la felicidad por sí misma. El mundo sigue tachando de locura el evangelio y escandalizándose de él, pero no lo ha podido superar en la práctica. Lo cuestiona y lo persigue, pero no ha podido, en los hechos, construir el “paraíso terrenal” que promete desde sus ideologías. Mientras no arreglemos las injusticias y desigualdades que hay en el mundo, y se solucione el gran problema del sentido de la vida, las bienaventuranzas y con ellas todo el mensaje de la fe seguirán siendo una sabiduría muy superior a toda astucia Humana.
En la segunda lectura, de san Pablo a los Corintios, se nos enseña la sabiduría de la resurrección, que no es otra cosa sino la prueba de la felicidad para todos los crucificados de la tierra. San Pablo se sitúa frente a la indigencia radical del ser humano, que consiste en vivir fuera de la patria definitiva: “Si nuestra esperanza en Cristo se redujera tan sólo a las cosas de esta vida, seríamos los más infelices de todos los hombres”(1Co” 15, 19). La resurrección es la bienaventuranza por excelencia, que consiste en haber enfrentado al mundo con la sabiduría del amor de Cristo crucificado. En la cruz están retratados todos los tipos de pobreza, la que se padece y la que se elige y superadas desde la justicia misericordiosa de Dios. Jesucristo fue un pobre material, pero sobre todo un mendigo de la riqueza de Dios. A él podemos aplicar en estricto sentido las palabras del salmo: “El Señor es la parte que me ha tocado en herencia…¡qué hermosa es mi herencia”(Sal 16, 5-6). Jesús puso al servicio del proyecto de Dios todas sus aspiraciones. Sus deseos, hambres y necesidades eran los de Dios y sus hermanos. Hablaba de sentir hambre de la palabra de Dios(Lc 4, 4). Alguna traducción bíblica dice que Jesús llora por la cerrazón de Jerusalén: ¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que Dios te envía!”(Lc 13, 34). Experimentó sed de la fe de la samaritana: “Dame de beber”(Jn 4, 7). Fue perseguido por anunciar el amor de Dios a los pecadores: “Los fariseos y los maestros de la ley murmuraban: Este anda con pecadores y come con ellos”(Lc 15, 2).
Porque Jesús no puso su confianza en la banalidad de los criterios humanos, sino en la voluntad de Dios, no fue humillado por la muerte. Ciertamente el mundo lo venció arrancándole la existencia, sin embargo no pudo borrar definitivamente su memoria. Jesucristo sigue vivo fascinando con la belleza de sus palabras. Estas son incómodas mientras se disfruta del mundo o cuando se quiere apoderar de él, pero al final vuelven a imponerse, como anuncio o como denuncia. El camino trazado por Jesús puede hacer que todos nuestros esfuerzos y sufrimientos entren en el dinamismo del grano de trigo que cayendo en la tierra muere y da mucho fruto(Jn 12, 24). No hay camino sin sacrificios en esta vida, o nos inmolamos en el altar de Dios o de los ídolos. Jesucristo, con las bienaventuranzas y con su resurrección nos anuncia que seremos profundamente y para siempre felices si hacemos que nuestras contrariedades rindan para dar vida. Pongámosle dignidad a la pobreza de nuestra vida, a nuestras lágrimas, identificándolas con la causa de Jesús. Aprendamos de mucha gente sencilla que tiene un gran capital de humanidad y de felicidad, no obstante sus precariedades. Su sonrisa, su amabilidad, su solidaridad, son un recordatorio de las palabras de Jesús: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entro, si pierde su vida?(Mc 8, 36). El “perder la vida” puede significar la incapacidad para ser feliz ya desde ahora, por estar enfermo de codicia e indiferencia.
Con todo lo anterior no queremos distraer la atención de una preocupación muy sentida en el evangelio de Lucas, como son las desigualdades provocadas por las injusticias. El consuelo de la opción de Jesús por los pobres no cancela los ¡Ay de ustedes los ricos, los que se hartan ahora, los que ríen, porque llorarán de pena!