DOMINGO XI ORDINARIO
HOMILÍA DE MONS. LUIS MARTÍN BARRAZA
Domingo 13 de junio 2021
Frente a la incomprensión y calumnias que hasta entonces ha vivido Jesús en el cumplimiento de su misión, llevadas hasta el extremo de considerar que estaba loco o confundirlo con satanás, como lo meditábamos el domingo pasado, él responde con el llamado Sermón de las Parábolas. Por medio de las parábolas del sembrador, del grano y la semilla de mostaza, hace una profesión de fe en la eficacia absoluta de la palabra de Dios, en sintonía con el profeta Isaías: “Como bajan la nieve y la lluvia del cielo y no vuelven allá hasta empapar la tierra y hacerla germinar para que dé semilla al que siembre y pan al que come, así será la palabra que sale de mi boca: no regresará a mí vacía, sino que cumplirá mi voluntad y llevará a cabo mi encargo”(55, 10-11). Jesús manifiesta una confianza ciega en la fuerza irrevocable de la palabra.
El lenguaje parabólico nos reenvía a un contenido inabarcable, como lo es el reino de Dios. La única forma de tener acceso al misterio de ese reino es un lenguaje de semejanza con las cosas de la tierra, no se puede definir. Hablar del reino de Dios por parte de Jesús supone una experiencia de confianza total. En medio de lo adverso de la misión, Jesús, experimenta la fuerza del Espíritu Santo. Y, como en otra ocasión exclamará: “Yo te alabo, Padre, Señor el cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y se las has dado a conocer a los sencillos”(Lc 10, 21), ahora profesará su fe por medio de parábolas.
Jesucristo apuntó el tema del reino desde que da a entender que él expulsa a los demonios con el poder del Espíritu Santo, lo cual indica “que ha llegado a ustedes el reino de Dios”(Mt 12, 28). Por eso “el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás”(Mc 3, 29). Con sus parábolas, Jesús, nos enseña a leer desde la “utopía del reino” todos los acontecimientos de la vida. Son signo de un optimismo radical, porque finalmente todo lo que suceda nos hablará de la presencia de Dios entre nosotros. Es la fe de san Pablo, también: “Sabemos, en efecto, que la creación entera está gimiendo con dolores de parto hasta el presente. Pero no sólo ella; también nosotros, los que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior… Sabemos, además, que todo contribuye al bien de los que aman a Dios, de los que él ha llamado según sus planes”(Rom 8, 22-23.28).
Frente a los “profetas del desastre” o quienes todo satanizan, Jesús anuncia un camino al interior de un proyecto dirigido por Dios. Todo el devenir de los acontecimientos está montado sobre una estructura llena de sentido, de bondad y de belleza. Para que esto no sea enajenante, los hombres deberemos sembrar siempre la palabra de Dios. En la fe de Jesús, reflejada en las parábolas, se cumplen las palabras del profeta Jeremía: “Bendito quien confía en el Señor, y pone en el Señor su confianza. Será como un árbol plantado junto al agua, que alarga hacia la corriente sus raíces”(Jer 17, 7-8).
La parábola del sembrador nos presenta el dinamismo de la palabra de Dios, que es “viva, eficaz y más cortante que una espada de dos filos”(Heb 4, 12). Encontrando terreno fértil, es seguro que da frutos, el treinta, sesenta o ciento por uno. Con la imagen del grano que crece por sí solo, que ahora meditamos, Jesús nos inculca la actitud correspondiente a la eficacia de la palabra. Es una invitación a entrar en las dimensiones de la fe. Esta imagen resulta el anuncio del protagonismo de Dios en el mundo. No estamos solos, hay Alguien más comprometido que nosotros en la trasformación de la realidad. No se trata de declinar nuestra responsabilidad, sino de asumir adecuadamente nuestra parte. Adueñarnos del mundo, de la vida, de la historia nos hace daño, es una carga que llega a ser insoportable, además de que estaremos amenazados siempre por la impaciencia humana, que quiere resultados inmediatos y atropella a sus hermanos.
Es necesario familiarizarnos con la palabra, representada por las semillas, para aprender su ritmo de eficacia. En estas parábolas Jesús nos insiste en que nos abandonemos al dinamismo de la palabra. Esto no significa que las cosas van a suceder por arte de magia, sino que nos ajustemos a la lógica del evangelio, que no le antepongamos nuestros intereses. Sacar de la tarea evangelizadora todas las actitudes protagónicas, pragmáticas, utilitarias, que muchas veces obedecen a la vanidad de los evangelizadores. Siempre existe el peligro de contaminar con nuestros egoísmos la obra de Dios, no sólo en las tareas del mundo donde se nota más el protagonismo del hombre, sino también en las tareas espirituales, donde se supone que el centro de todo es Dios. Cuando los criterios del éxito y del poder se apoderan del anuncio del evangelio, atentamos contra la naturaleza de la misión.
El dinamismo de la gratuidad que hoy nos propone Jesús en el evangelio, es indispensable para salvar a este mundo. Mientras las leyes del mercado continúen invadiéndolo todo, estamos en peligro. El nivel comercial en la vida está bien que existe, pero no podemos perder de vista que hay profundidades de la existencia que no se deben profanar con “cochinos” intereses. Se debe de respetar el nivel sagrado de la creación. Llevamos el camino de construir un tipo de hombres que se sienten con el derecho de “manosearlo” todo. Está bien ser atrevido para ir conquistando la naturaleza, pero siempre con la mediación de una ética y si es posible con una fe en la trascendencia, que pide “quitarse las sandalias” ante espacios santos.
Esto no sólo librará a este mundo de gente sin escrúpulos, sino también de las preocupaciones exageradas, como enseña Jesús: “No se inquieten pensando qué van a comer o a beber para subsistir, o con qué vestirán su cuerpo. ¿No vale más la vida que el alimento y el cuerpo que el vestido”(Mt 6, 25). Sólo la sabiduría de uno acostumbrado a respetar los derechos de Otro en medio de todo esto que se nos presenta como nuestro, podremos vivir en la confianza de que lo más importante es un don, en este caso la vida y el cuerpo. En verdad, frecuentemente nuestras preocupaciones son por lo menos, sin recapacitar en el milagro de la existencia. Ciertamente debemos tomar responsabilidad de nuestra vida y de la de los demás, pero sin dejar de sentir gratitud porque lo más valioso que somos y tenemos se nos regala. Esto nos permitirá que siempre haya fiesta en nosotros, porque sentirá no sólo lo que le falta, sino sobre todo un amor que lo recrea constantemente. También, sólo esta experiencia nos animará a ser promotores de procesos de solidaridad y de justicia.
Es admirable el protagonismo que el ser humano ha adquirido en todos los procesos de trasformación de la realidad, pero no deberá de perder la humildad de reconocer que es un colaborador de un proyecto mayor. Nunca deberemos perder la distancia de un misterio que señorea el caminar de la historia. Si somos honestos, tendremos que aceptar que hay niveles de la existencia de los cuales sólo podremos ser admiradores, contemplativos, no los podemos manipular. Si de alguna experiencia o realidad nos llegamos a sentir dueños absolutos, será porque somos superficiales o abusivos.
Cada momento habrá algo que nos recuerde que vivimos de la caridad de Otro. En lo más profundo de nuestra existencia somos unos indigentes. No somos auto suficientes, continuamente estamos como frente a un milagro, siendo testigos de resultados que no merecimos con nuestro esfuerzo. Pretender adueñarnos de todas nuestras obras, nos hace perdernos de la experiencia más grande y maravillosa que existe como es la de recibir la vida como un don. Podremos ganar el mundo entero, pero si no alcanzamos a sentir la caricia del milagro de la existencia, todo será frustrante.
Sólo la experiencia discreta de la fe, que nos da la escucha de la palabra, puede avanzar amablemente contra toda esperanza hasta implantar la justicia sobre la tierra, como lo hace Jesús(Is 42, 3-4).