LA SAGRADA FAMILIA
HOMILÍA DE MONS. LUIS MARTÍN BARRAZA
Domingo 27 de diciembre de 2020
Lc 2, 22-40
Todavía en la octava de navidad, celebrando como si fuera un solo día, el gran misterio de la encarnación del Señor. Ahora toca a la Sagrada Familia dar testimonio de que Dios se ha hecho hombre y ayudar, así, a que nazca en el corazón de todos. Al hacer esto, la familia de Nazareth, manifiesta la gran dignidad de la familia. Dios asumió en todo nuestra condición menos en el pecado. No se dispensó de todo lo verdaderamente humano. Las tentaciones en el desierto son una prueba de que Jesús no buscó privilegios, no se aferró a sus prerrogativas divinas. Al contrario, se despojó de su grandeza, tomó la condición de esclavo y se hizo semejante a los hombres”(Flp 2, 6-7).
Así, también, se sometió a los cuidados de una familia y aprendió su misión de ella. El surgimiento de Jesús en este mundo fue tan discreto, tan ordinario que tendrá problemas después para ser aceptado como Mesías. De hijo del carpintero, loco, glotón, borracho y endemoniado no lo bajaron. Esto nos revela la importancia de la familia, Dios ha querido tener una y ha asumido el costo de ello. Está al centro de la historia de salvación, porque el misterio de la encarnación, la Navidad, consiste precisamente en que Dios ha nacido para este mundo y esto supone necesariamente una familia, aunque esto afecte la buena fama de Jesús y le estorbe en su misión.
Algo que le echarán en cara durante su ministerio es que es el hijo de María y de José, hermano de Santiago, José, Simón y Judas(Mt 13, 55-56). Esperaban que tuviera un origen más extraordinario: “…cuando aparezca el Mesías nadie sabrá de dónde viene; y éste sabemos de dónde es”(Jn 7, 27). La mayor parte de su vida, Jesús, las pasó en el anonimato, como un judío más. Tener familia es signo de un ser humano normal, ordinario. Al mismo tiempo que la Sagrada Familia atestigua en favor del Dios hecho hombre, Jesucristo manifiesta la gran dignidad de la familia.
Dios tiene poder para haber hecho su obra de salvación de una forma más extraordinaria, como los super héroes que “todos los días salvan al mundo”, que su procedencia es misteriosa, como Superman. Al menos se debió haber dado a conocer que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, porque parece que esto no lo tuvieron en cuenta los contemporáneos de Jesús. La Sagrada Familia es un signo de la honestidad de Dios, que recorrió el mismo camino de todo ser humano para nacer, crecer, aprender, trabajar y cumplir su misión. Esta honestidad de Dios hace que José sea verdadero padre de Jesús y María madre de Dios, porque lo es de Jesús, verdadero hombre y verdadero Dios.
Por cierto, el Papa Francisco ha convocado a un año jubilar de san José, con motivo del 150 aniversario de su promulgación como patrono de la Iglesia, en diciembre de 1870, por Pío IX, en base a su paternidad, con estas palabras: “Con corazón de padre: así José amó a Jesús, llamado en los cuatro Evangelios ‘el hijo de José’”. Lo llama “figura extraordinaria, tan cercana a nuestra condición humana”. Nos dice que escribe esta carta pensando en todas las personas comunes que sostienen nuestra vida en medio de esta crisis que nos está golpeando: “médicos, enfermeros y enfermeras, encargados de reponer los productos en los supermercados, limpiadores, cuidadoras, transportistas, policías, voluntarios, sacerdotes, religiosas, padres, madres, abuelos y abuelas, docentes, personas que rezan. Todos pueden encontrar en san José – el hombre que pasa desapercibido, el hombre de la presencia diaria, discreta y oculta- un intercesor, un apoyo y una guía en tiempos de dificultad. San José nos recuerda que todos los que están aparentemente ocultos o en “segunda línea” tienen un protagonismo sin igual en la historia de la salvación”
En estos tiempos en que la familia es, frecuentemente, incomprendida, maltratada y hasta combatida, nos ayudaría contemplar a la familia de Nazaret. Primeramente cómo Dios acepta hacer coincidir su plan de salvación con el proyecto familiar. Si el misterio de la encarnación está al centro de nuestra fe, este consiste en hacerse familia, esta se deberá proponer no sólo como medio, sino, también, como fin de la salvación. La misión de Jesús ha consistido en invitarnos a entrar en el dinamismo de la vida trinitaria: “Yo en ellos y tú en mí, para que lleguen a la unión perfecta, y el mundo pueda reconocer así que tú me has enviado, y que los amas a ellos como me amas a mí”(Jn 17, 23). Jesús fue un hombre de familia, formó una comunidad familiar y predicó que Dios es nuestro Padre y que, por tanto, somos hermanos; y por ese proyecto dio la vida.
Dios es una familia, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Desde que Dios es Amor(1Jn 4, 8), queda claro que es una comunidad de personas y la familia es el mejor reflejo de ella: “Nuestro Dios, en su misterio más íntimo, no es una soledad, sino que es una familia, puesto que lleva en sí mismo paternidad, filiación y la esencia de la familia que es el amor. Este amor, en la familia divina, es el Espíritu Santo. La familia no es pues algo ajena a la misma esencia divina”(AL 11), y por lo tanto al plan de salvación.
Jesús no se avergonzó de su familia, no la utilizó para remediar sus necesidades afectivas, de sobrevivencia, o de buena imagen. El individualismo y la absolutización de la libertad de la cultura moderna, conduce, muchas veces, a sólo ser consumidores de familia, es decir, buscarla cuando se le necesita y aportar poco para estrechar vínculos sólidos, duraderos y desinteresados. Así las cosas, “la familia puede convertirse en un lugar de paso, al que uno acude cuando le parece conveniente para sí mismo, o donde uno va a reclamar derechos, mientras los vínculos quedan abandonados a la precariedad voluble de los deseos y las circunstancias… Se teme a la soledad, se desea un espacio de protección, pero al mismo tiempo crece el temor a ser atrapado por una relación que puede postergar el logro de las aspiraciones personales”(AL 34).
Ser los padres de Jesús parece una cosa de suerte, pero si contemplamos por lo que tienen que pasar José y María para sostenerse como familia de Dios, comprenderemos por qué fueron elegidos. Ellos se encontraban en los planes de casarse, lo cual es un derecho de todo ser humano, si así lo deciden, pero el Señor interfiere en sus planes. Les propone poner su matrimonio al servicio de su obra de salvación. Ante el anuncio del ángel María se sorprendió y no comprendía sus palabras, terminará aceptando apoyándose en las palabras del ángel no en su entendimiento de ellas, como si le dejara la responsabilidad a quien la ha elegido. Después, estará a punto de ser repudiada por José o, tal vez, hasta lapidada.
José vivió momentos de angustia cuando supo que María estaba esperando un hijo por obra del Espíritu Santo. Decide “romper su compromiso en secreto”(Mt 1, 19). Dios le hace saber que el compromiso con su obra de salvación necesita de más generosidad, de más audacia, que no basta la observancia mínima de la ley. Como si Dios le dijera “no necesito limosnas, quiero tu disponibilidad total”.
“José acogió a María sin poner condiciones previas. Confió en las palabras del ángel. La nobleza de su corazón le hace supeditar a la caridad lo aprendido por ley; y hoy, en este mundo donde la violencia psicológica, verbal y física sobre la mujer es patente, José se presenta como figura de varón respetuoso, delicado que, aun no teniendo toda la información, se decide por la fama, dignidad y vida de María. Y, en su duda de cómo hace lo mejor, Dios lo ayudó a optar iluminando su juicio…La vida espiritual de José no nos muestra una vía que explica, sino una vía que acoge… José no es un hombre que se resigna pasivamente. Es un protagonista valiente y fuerte.”(Patris corde).
Después vendrá el tremendo episodio de la huida a Egipto. Herodes se ha puesto celoso porque ha escuchado que ha nacido el rey de los judíos, por parte de los sabios venidos de oriente(Mt 2, 2-3). Al sentirse burlado porque aquellos personajes no regresan a informarle la ubicación del recién nacido, manda matar a todos los niños de Judea. Es demasiado grande la responsabilidad de cuidar al Hijo de Dios con tanta precariedad. No tenían riquezas, ni amistades influyentes, su fortaleza era su fe. Así como habían aceptado aquel compromiso, entre dudas, confiados en Dios, así, ante estas circunstancias, escuchan y obedecen al Señor. Su fortaleza fue, siempre escuchar la voz de Dios y obedecer. Sin duda, esta docilidad a la voluntad de Dios fue lo que atrajo la atención de Dios sobre ellos.
El testimonio de Simeón y Ana, que meditamos en este evangelio, es un acierto de la familia de Nazareth, que cumple con la voluntad de Dios de presentar al hijo primogénito y esto le acarrea honor a Jesús. Ser familia dócil a la palabra de Dios permitió el homenaje del Antiguo Testamento al hijo, cuya promesa sostenía la esperanza de estos dos ancianos, que presentan a Jesús como salvador y gloria del pueblo de Israel(Lc 2, 30-32).