PASTORAL VOCACIONAL EN EL PRADO
LA PASTORAL VOCACIONAL EN EL PRADO NO ES OPTATIVA PARA LOS SACERDOTES DEL PRADO, ES UN ASUNTO QUE VERIFICA Y RENUEVA EL DON RECIBIDO EN EL COMPROMISO HECHO
EL LLAMADO A PERTENECER AL PRADO SE CULTIVA AL INTERIOR DE LA VOCACIÓN PRESBITERAL.
La vocación del sacerdote del Prado –discípulo y apóstol de Jesús- crece en la Iglesia. Consciente de sus límites, da humildemente gracias al Padre por haberse sentido especialmente atraído a conocer a Jesucristo, entregarse a Él e ir con Él y como Él, al encuentro de los oprimidos y de los pecadores para compartir su vida, y con la fuerza del Espíritu Santo, dar así testimonio de la Buena Noticia del Reino. (Cfr. Constituciones de la Asociación de los Sacerdotes del Prado no. 7).
Se trata de ser conscientes de los acentos o dimensiones que la vocación al Prado “subraya” o “enfatiza” de la vocación presbiteral y de asumir que el Prado ha de enriquecer con su presencia y testimonio la vida de nuestros presbiterios y de nuestras diócesis.
Conviene estar atentos a lo que edifica al presbiterio. Es preciso compartir las condiciones de vida y de misión de los compañeros sacerdotes. No se trata de renunciar a la gracia recibida, sino de vivirla como gracia para el resto del presbiterio. Una gracia no se impone a los demás, se comparte con sencillez y humildad. Para que la gracia recibida sea gracia para los hermanos necesitamos crecer en amor y confianza hacia ellos.
La gracia no es agresiva ni condena, salva y confía en todos. Los miembros del Prado no somos mejores que los demás. Es un carisma para la Iglesia diocesana para recordarle la evangelización de los pobres como opción prioritaria. Si el Prado ha podido ayudarnos es para que ayudemos a los demás. Una forma específica de esta ayuda será suscitar y formar sacerdotes pobres al servicio de los pobres. Hemos de responsabilizarnos de que puedan surgir vocaciones entre los pobres. Y trabajar en el desarrollo de un clero que tiene raíces evangélicas para, desde ellas, ir a los pobres. No podemos olvidar que nuestra preocupación última es que los pobres sean evangelizados.
Estamos llamados a configurarnos con el Señor Jesucristo en comunión eclesial, con la conciencia de ser colaboradores del orden episcopal, en dialogo y comunicación con nuestros obispos y cultivando la fraternidad con nuestros presbiterios, “en salida” al encuentro de los pobres y su realidad, buscando que los pobres tengan su lugar en la iglesia. La relación entre vocación presbiteral y vocación pradosiana es seguramente un tema que hemos de clarificar y profundizar, y hemos de hacerlo en otro momento que podamos dedicar tiempo y tal vez una alguna sesión a ello, para vivir con mayor fidelidad nuestra vocación y carisma.
I. LAS NOTAS CARACTERÍSTICAS DE LA VOCACIÓNAL PRADO
1. La Pasión por Jesucristo.
Su conocimiento es nuestro bien supremo.
Es evidente que todo cristiano ha de vivir una relación amorosa con Jesucristo. Pero en el P. Chevrier hay como una “pasión” por Jesucristo, de tal manera que moviliza toda su existencia para conocer, amar, seguir y anunciar. Como para San Pablo, el “conocimiento de Jesucristo es su bien supremo” y su principal trabajo. Anunciarlo es su vida y su amor. Toda su vida está centrada en el conocimiento y el anuncio del Verbo de vida.
En nuestras vidas esta “pasión” por Jesucristo ha de ir creciendo de forma progresiva. Cuanto más le conocemos, más queremos conocerle. Cuanto más le anunciamos, más urgidos nos sentimos de proclamarlo. Saber hablar de Jesucristo se convierte también en una pasión para nosotros.
Se trata de una “pasión” que ha de traducirse necesariamente en unas prácticas. La expresión de esta pasión por Jesucristo se manifiesta en el estudio de las escrituras y de los otros lugares del conocimiento de Jesucristo. Se expresa también en la búsqueda incesante del Espíritu de Jesús para comunicarlo a los demás. Se realiza igualmente en buscar en Jesús, Sabiduría de Dios, la justa medida de todas las cosas. Se traduce en una manera de vivir y de hablar de Jesús. Hablamos, ante todo, del Salvador, del Maestro, y menos de lo que debemos hacer. Hay una seducción en nuestras vidas y la queremos transmitir a los demás.
Esta pasión por Jesucristo es lo primero en nuestras vidas. Nada ni nadie nos la puede arrebatar. En todo momento nos sentimos llamados a configurarnos con Cristo y concede una unidad y una libertad inimaginables a nuestras vidas.
1.1. El deseo de seguir a Jesús en la totalidad del Evangelio
Hay en la gracia del Prado una “seducción” a seguir al Verbo de Dios a lo largo de su caminar en la historia de los hombres. También aquí la razón es profundamente apostólica. El verdadero discípulo está llamado a recorrer todas las etapas del Mesías para dar la vida al mundo. No podemos detenernos en un momento de la vida del Maestro, sino que hemos de ir con Él a todas partes para colaborar en la obra del Padre y llevarla a cabo en la tierra (VD 341-344).
El signo de que nos encontramos en este tipo de seguimiento es “el deseo” de seguir caminando con el Maestro en medio de los pobres. Como los Evangelios nos lo recuerdan, los discípulos van a todas partes con Jesús, quien ha salido en búsqueda de la oveja perdida.
Para avanzar por este camino de la totalidad del Evangelio, Antonio Chevrier no cesará de estudiar a Jesucristo en la totalidad de las Escrituras. Su pretensión es ir con Jesús para llenarse de su Espíritu y dejarse conducir por este Espíritu en la obra de Dios.
Estamos ante la espiritualidad de un pastor que se deja modelar por el movimiento-dinamismo del Verbo que viene a salvar a los hombres. El camino del sacerdote, según el Evangelio, es progresivo y sorprendente como el Verbo que entra en la gloria y reúne a la muchedumbre de los hijos de Dios dispersos entregándose hasta la muerte y la muerte de cruz.
1.3. La alegría de compartir la vida y la amistad de los pobres
El ser pobre con los pobres no es para nosotros una cuestión de voluntarismo sino de amor. La vida compartida con los pobres, aunque entraña dolor y renuncia, nos introduce en la alegría. En la vida pradosiana este paso es decisivo. Quien no entra en “la humildad de corazón”, es decir, en la misma compasión de Dios, difícilmente encontrara la alegría de recibir a los pobres en herencia. Es ante todo una cuestión de fe. Por la fe Moisés optó por su pueblo oprimido, en medio de las pruebas veía al invisible y se alegraba con su parte (cf. Heb. 11; Hech 8,29).
Esta es una dimensión decisiva y muy subrayada por el P. Chevrier. El quería hombres y mujeres que vivieran como un don de Dios el ser enviados a los pobres. Estar con los pobres era una gracia, un tesoro.
¿Cómo vivimos nosotros esta convicción? Los caminos de llegada a esta convicción pueden ser variados. Lo importante es descubrir cómo se va abriendo camino en nosotros esta gracia. Sólo quien entra en la visión teologal de los pobres podrá acogerlos como los amigos de Dios y, consiguientemente, como sus amigos.
1. 4 La inteligencia mesiánica del pobre
La amistad con los pobres nos cuestiona profundamente en la inteligencia que tenemos del pobre. Una visión religioso-ética del pobre nos conducirá a sospechar del mismo: ¿Quién pecó, éste o sus padres? (Jn. 9,2). Una “visión caritativa” nos conduce a ver en el otro un indigente a quien debo socorrer. Una “visión revolucionaria” del pobre lleva a luchar por el pobre, pero no necesariamente a una comunión con el pobre. Hay que eliminar las causas de la injusticia.
Nosotros hemos de trabajar y de avanzar en “la inteligencia sacramental” del pobre. Él nos re-envía al Mesías pobre de los pobres. Esta inteligencia del pobre supone que lo descubrimos en su ser y significado a la luz de la revelación de Dios.
El pobre no puede ser mirado sólo con los ojos de la razón, sino ante todo con los ojos de la fe. “La fe” ve la realidad y la historia pero en la perspectiva de Dios, es decir, donde Dios se revela de manera preferente por sus obras. Y también donde el hombre se reconoce en su condición de un ser desfondado, es decir, de un ser que tiene su fundamento en el Otro.
Hay que pedir esa inteligencia del pobre y buscarla en la Revelación, a fin de nacer a la mirada de Dios sobre el pobre y también el amor de Cristo por los pobres, hasta que nos adentremos en una dinámica de configuración con ellos, como camino de comunión con Cristo que se ha identificado con ellos. Estar en medio de los pobres es una interpelación permanente a la conversión. S. Francisco de Asís y el P. Chevrier nos ayudan a descubrir que es una “gracia progresiva” la identificación con Cristo pobre en el camino de los pobres.
Quienes no son capaces de abrirse a esta inteligencia de una manera progresiva, difícilmente se sentarán con los pobres en la misma mesa, difícilmente descubrirán la bondad del Padre rehabilitando al hijo pródigo. Como el hijo mayor de la parábola, tenderán a excluirse de la alegría del Padre acogiendo al hijo proveniente de las encrucijadas. Buenos y malos han de entrar en el banquete, pues así lo había ordenado el Padre.
2. La búsqueda incesante del Espíritu de Dios en las escrituras, en la Iglesia y en los pobres, para seguir creativamente a Jesús.
“Tener el Espíritu de Dios lo es todo”, el P. Chevrier nos recuerda que el Espíritu es todo para uno mismo y para una comunidad. Sólo el Espíritu puede formar en nosotros a Jesucristo. Sólo él puede conducirnos a gustar y realizar la verdad de Dios. Y es todo para una comunidad, pues sin el Espíritu no hay unidad en Cristo entre los hermanos.
El P. Chevrier contempla al Espíritu como “el obrero de Dios” en la vida de Jesús, desde la Encarnación hasta la Pascua. Es el Espíritu quien ha conducido la vida e historia de la humanidad. Y de manera especial, quien ha guiado la misión de los profetas y de los apóstoles dentro del pueblo de Dios. Sin Espíritu no hay Iglesia, ni misión. Es el Espíritu quien nos capacita y nos sustenta en el testimonio de Jesús muerto y resucitado. Sólo quien posee el Espíritu tiene vida y puede comunicar la vida.
El ministro del Evangelio deberá trabajar para hacerse disponible al Espíritu, para que su gracia trabaje incesantemente en Él. De esta disponibilidad nace la humildad del auténtico colaborador del Evangelio; nace también la audacia y seguridad del testimonio ante el mundo.
Nuestro principal trabajo será buscar y llenarnos del Espíritu. Hay que pedirlo mucho, con el sincero deseo de recibirlo. Hay que estar dispuestos a pagar un precio alto. Hay que renunciar al propio espíritu para marchar según el Espíritu de Dios. Todos los días hay que convertirse al Espíritu que conduce y guía la historia de los hombres, la vida de la iglesia, como condujera la vida de Jesús de Nazaret. El Espíritu, por tanto, es un don que reclama una apertura total del discípulo. Es nuestro Trabajo.
La búsqueda de este Espíritu hay que hacerla ante todo en las Escrituras, pues al estudiar a Jesucristo, su Espíritu se va posesionando de nosotros. El estudio de sus gestos y de sus palabras nos abrirá al Espíritu, que nos permitirá actualizar creativamente la vida y misión del Enviado.
2.1 La voluntad de eficacia en nuestro ministerio
El Señor nos ha destinado para que vayamos y produzcamos frutos abundantes de vida en nuestro pueblo, en su pueblo pobre y humilde. La eficacia pues, se inscribe en la llamada y en el envío del Resucitado. Pero los frutos que nos pide producir el Señor no siempre coinciden ni con la eficacia del mundo, ni con el modo de producir esos frutos.
Las obras de Dios o los frutos de Dios, exigen del apóstol entrar por los caminos del sufrimiento, de la obediencia y de la inmolación. Para reunir a los hijos de Dios dispersos, el Hijo salió a los caminos de la historia y atrajo a todos hacia sí, dejándose levantar en la cruz. Después de la misión del Enviado, el camino de la eficacia es el del grano de trigo que cae en tierra y muere para germinar en vida.
El P. Chevrier nos recuerda que las obras de Dios se hacen con hombres que están dispuestos a sufrir. Hay que cargar con la cruz todos los días. Todos los días ser pobres para enriquecer a los demás con nuestra pobreza, con la pobreza del Hijo. Todos los días vivir para los pobres. Todos los días hacer el catecismo. Es el realismo del discípulo y del apóstol.
Todos conocemos y sabemos nuestra dificultad para perseverar y vivir nuestra opción de seguir más de cerca a Jesucristo. Señor de nuestras vidas. “Cada día” hay que ir al Evangelio para dejarnos configurar con el Maestro, “cada día” hemos de asumir nuestro trabajo de discípulos y apóstoles, “cada día” hay que pedir la gracia y dejarnos conducir, “cada día” hay que ir a nuestros hermanos más pobres con corazón de hermanos. “No basta comenzar con Dios, hay que continuar y terminar con Dios” (VD 103). Esto supone un esfuerzo continuado de fidelidad al Señor.
Esta voluntad de eficacia cuando está bien orientada, nos llevará a ser hombres de trabajo. Ya no estamos para prolongar nuestra vida lo más posible, sino para entregarnos en la tarea de anunciar el Evangelio.
3. “Lo único necesario”: dar a conocer a Jesucristo a los pobres.
Para el sacerdote del Prado, lo necesario es que los pobres reciban el Evangelio de la gracia. Todo lo demás es accesorio. Esto “único necesario” debería determinar toda nuestra existencia de discípulos y apóstoles de Jesucristo. En la Iglesia y en el mundo, nosotros somos los administradores de los bienes de los pobres. Y el bien supremo que Dios ha querido darles es el Evangelio de su Hijo. Nuestra vida y nuestro amor es ser los ecónomos de los pobres, es decir, ofrecerles el pan en el tiempo Oportuno.
Todo esto nos obliga a ser vigilantes y a estar atentos a sus necesidades. Con sencillez y valentía deberemos trabajar para que los pobres tengan el pan de vida en el momento oportuno. Es evidente que esta administración llevará consigo dolor y sufrimiento, provenientes, tanto de nuestras resistencias, como de las resistencias del mundo, de la Iglesia y de los mismos pobres. Pero, sabiendo que no basta con ser fieles, nosotros trabajaremos en la recta gestión de la herencia de los pobres. Si, hemos de luchar para que los pobres no sean privados del Evangelio. Lo han recibido en herencia y debemos darles esta herencia en su totalidad.
4. La vida fraterna como constitutiva del llamado al Prado
“Es difícil responder en solitario a la gracia de Dios…No vacilaremos en dedicar tiempo para, juntos, hacernos más eficaces en el servicio a los pobres y a nuestros hermanos, sacerdotes o laicos, en nuestras iglesias. La opción por la vida fraternal nos hace a cada uno de nosotros responsables de que todo el conjunto del Prado pueda por su parte, responder al as necesidades de la Iglesia y del mundo…La vida fraternal se realizará en forma de equipos de vida común, siempre que sea posible y oportuno” 1.
La pertenencia al presbiterio tiene un carácter sacramental. El Vaticano II lo afirma de manera atrevida y a la vez afortunada diciendo que la relación entre sacerdotes es de “íntima fraternidad sacramental” a diferencia de la relación entre obispos que le llama colegialidad episcopal (PO 8, LG)
En el Prado, hemos sido llamados de manera personal, pero para entrar en una familia que es portadora de una gracia común. La llamada personal es también comunitaria para nosotros. La vida fraterna es un regalo de Dios para que podamos vivir con alegría y fidelidad la vocación y ministerio que se nos ha conferido. No se puede responder en solitario, sino en relación con otros, la fraternidad es constitutiva de nuestro ser. Es un don que nosotros recibimos como el horizonte o destino al que somos llamados, un don que desarrollamos en el seno de nuestro presbiterio y en medio de los pobres.
En realidad, “la fraternidad que vivimos entre nosotros aparece, como una obra que realiza el Padre en el cuerpo del Hijo, por el poder del Espíritu Santo. Dicho de otra manera, esta fraternidad encuentra su origen, modelo y fin en la comunión trinitaria. Y nosotros la acogemos como una vocación a la que hemos sido llamados, pero también como un don gratuito que nos es dado y como una tarea a Realizar”.2
El P. Chevrier sabía que sólo no podría permanecer fiel a la vocación particular. Necesitamos de los otros para vivir una vida evangélica. La vida fraterna es un signo en sí. Además, nos permite entrar en el camino del discernimiento para seguir y anunciar a Jesucristo. Es en la comunidad de los hermanos del Señor, es decir, en la comunidad que escucha y pone en práctica la Palabra, que nosotros nos capacitamos también para seguir y proclamar la Palabra. Es en la comunidad que acoge a los pobres, como portadores de una Buena Noticia para todos los hombres, que nosotros nos capacitamos para acoger a los pobres y hacer resonar el Evangelio a los hombres.
Esto exige de nosotros que seamos y nos recibamos como un don mutuo, como verdaderos hermanos del Señor y verdaderos servidores de los pobres. La vida fraterna, en el Prado, está siempre en función de la misión que la Iglesia tiene de anunciar el Evangelio a los pobres.
La vida de equipo está llamada a ser una verdadera escuela de amistad y de familia que nos permita desarrollar los lazos propios de una familia espiritual, familia que no nace de los lazos de la carne y de la sangre, sino que tiene sus raíces en Jesucristo, en la oración y en el encuentro de cada día teniendo bien presentes a los compañeros de camino que Dios nos concede y nos ha confiado.3
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1 Constituciones 69-71. Todo el capítulo VI esta dedicado al tema.
2 “Seguimiento de Cristo y Vida fraternal” pág. 6. Doc. Del Consejo General del Prado.
3 Constituciones, 72. Ver también 19; 21.